Personajes de la Iliada |
I.- ENEMISTAD DE AQUILES CON
AGAMENÓN
Conquistar
Troya no era nada sencillo. La guerra entre griegos y troyanos duraba ya casi
diez años, con muchas calamidades y sufrimientos en ambas partes.
La Ilíada, monumental obra de Homero, se abre en esta situación.
Cerca de Troya, tenía sus estados CRISES, venerable sacerdote de Apolo.
Tenía una hija muy hermosa, CRISEIDA. Agamenón se apoderó de ella como botín de
guerra. Con un rico rescate, Crises fue donde Agamenón para pedir a su hija.
Pero Agamenón se negó a devolverla.
Lleno de dolor, el anciano pidió a Apolo que castigara la ofensa. El
dios, irritado, bajó del Olimpo, y disparando sus flechas invisibles, causó la
peste en el ejército griego.
Los griegos, a petición de Aquiles, consultaron al adivino CALCAS. Este
hizo saber que la desgracia era por el abuso de Agamenón y que la ira del dios
no se calmaría si antes no devolviese a la doncella al atribulado padre y se
hiciese una hecatombe (sacrificio de cien bueyes).
Agamenón se puso furioso; dijo que solo devolvería a la doncella si
antes no le diesen otra mujer de entre las que tenían cautivas. Pero ningún
jefe aceptó esto. Comenzó entonces una discusión terrible entre Agamenón y
Aquiles, en la que se profirieron mutuos insultos y agravios. Estuvieron a
punto de irse a las manos; pero la diosa Atenea, de manera invisible, contuvo a
tiempo a Aquiles.
Agamenón le hizo saber a Aquiles que le arrebataría a su esclava
BRISEIDA, a cambio de Criseida; Aquiles, lleno de cólera y amargura, dijo que
en adelante no desenvainaría su espada contra los troyanos, lo cual significaba
un rudo golpe para los griegos ya que se trataba de su mejor guerrero. Todos
los jefes se fueron a sus tiendas, irritados y violentos.
Agamenón, en una nave en medio del mar, hizo una hoguera, donde quemó
cien reses (hecatombe). Designó a Ulises para que devolviese a Criseida.
Crises, agradecido, oró al dios Apolo para que calmase la peste.
Los heraldos de Agamenón fueron a la tienda de Aquiles y le quitaron a
su esclava Briseida. Llorando, Aquiles se fue a la orilla del mar, llamando a
su madre Tetis, a quien le contó la causa de su pesar. Tetis prometió ayudarle
y se dirigió al Olimpo, donde habló con Zeus para que ayudara a su hijo. Zeus
prometió hacerlo: los griegos experimentarían en carne propia cuán
insustituible era Aquiles en la guerra. La diosa Hera, esposa de Zeus y amiga
de los griegos, al escuchar esta promesa, empezó a dirigir a su marido palabras
mordaces; Zeus, irritado, la hizo callar, y le dejó en claro que no debía
inmiscuirse en sus asuntos.
En adelante, Aquiles no salió de su tienda y solo permitió la compañía
de su fiel Patroclo.
II.- LOS EJÉRCITOS RIVALES
Aquella noche, Hipnos, por orden de Zeus, tomó la forma de Néstor e
hizo despertar a Agamenón. Este saltó de la cama y reunió a los jefes griegos.
Como ya era muy larga la lucha, acordaron todos regresar a la patria.
Corrieron hacia las naves; pero Ulises, aconsejado por Atenea, los detuvo,
avergonzándoles de aquella retirada poco honrosa. Reuniéronse en Consejo, y
llenos de ardor guerrero, se prepararon para la lucha.
Un mensajero de Iris tomó la forma de Polites, hijo de Príamo, y
corrió avisar a los troyanos que los
griegos se preparaban para la lucha. Príamo convocó entonces a los jefes en
asamblea. Entro ellos destacaban Héctor, Eneas y Pándaro, este último un gran
arquero a quien Apolo había cedido su arco. Estaban también Adrasto y Anfio,
hijos de un adivino, y Anfímaco, todo cubierto de oro.
Los aliados de los troyanos eran los Tracios, tribus guerreras del
norte de la Grecia continental; los Licios, que se vestían con pieles y usaban
mazas, y cuyo rey era SARPEDÓN, hijo de Zeus y Europa; los Frigios,
infatigables jinetes; los Peonios; y los Carios.
III.- ENCUENTRO DE PARIS CON
MENELAO
Comenzó la batalla. Los troyanos marchaban gritando y los griegos en
silencio, pero con valor.
Paris iba al frente de las tropas, “orgulloso como un pavo real”. Al
divisarlo, Menelao se le lanzó encima; Paris, lleno de miedo, corrió a ocultarse.
Héctor increpó a su hermano:
“Maldito Paris, presumido, libertino, sobornador, ojalá mueras sin
descendencia y sin conocer el lazo conyugal… En verdad, sonríen los aqueos de
cabezas melenudas, ellos que te creían un paladín incomparable, puesto que poseías
una bella presencia. Pero ni vigor ni valentía hay en tu corazón”.
Paris se reanimó con estas palabras. Hizo detener a los guerreros y
propuso un duelo entre él y Menelao; el vencedor se llevaría a Helena y así
acabaría la guerra. Griegos y troyanos acogieron con entusiasmo esta propuesta.
Iris, tomando la forma de Laodicea, una hija de Príamo, avisó a Helena
acerca del duelo. Helena salió de su cuarto y observó el campo de batalla desde una torre. Los troyanos comentaron su
hermosura pero deseaban verla marcharse.
Llamaron a Príamo para que hiciese los juramentos respectivos. Montado
en su carro, el anciano rey llegó al campo de batalla. Degolló reses y derramó
vino en la tierra, pronunciando la fórmula sagrada: “Si alguno viola este
juramento, vea derramarse así sus sesos y los de sus hijos y sus esposos caigan
en poder de extraños.”
Los dos combatientes salieron a batirse en duelo. Menelao arrojó su
lanza sobre Paris, pero éste logró esquivarlo; sacó entonces Menelao su espada
y le dio a su rival un formidable golpe en su casco, pero el arma se rompió
como si fuese de vidrio. Sian armas, Menelao cogió a Paris por el caso y
comenzó a arrastrarle, pero las correas se rompieron. Paris se levantó e iba ya
a clavarle Menelao su lanza, cuando apareció la diosa Afrodita (amiga de los
troyanos), que envolvió a Paris en una nube rosa y se lo llevó al “cuarto
perfumado” del palacio de Troya.
Paris apareció ante Helena, palpando sus armas que, a su decir, le
habían dado un “gran triunfo”. Pero la princesa no se dejó engañar y se
lamentó: “Ahora los dioses nos han enviado esta desgracia. ¡Que yo no tenga un
esposo valiente, sensible a los reproches y afrentas de los hombres!”.
IV.- SE REINICIA EL COMBATE
Mientras tanto, en el Olimpo, los dioses deliberaban acerca de la
guerra. Atenea quería que continuase la lucha. Zeus, que no quería seguir
discutiendo, ordenó a Atenea que incitase a los troyanos a faltar el juramento.
La diosa tomó la forma de Laodoco e incitó a Pándaro que hiriese con su arco a
Menelao.
Indignados los griegos, se prepararon para la lucha. Agamenón arengó a
sus tropas y Néstor dispuso al ejército de la mejor manera. Diómedes estaba con
su amigo Capaneo, pálido, pensando en el choque que se avecinaba. Agamenón le
reprendió, con lo que se animó.
Empezó el combate. Griegos y troyanos se enfrentaron derrochando valor;
Atenea y Ares los guiaban, respectivamente. Antíloco hirió al troyano Equepolo
con su lanza en la frente. Ayax Telamonio mató a Simios y le despojó de sus
armaduras. Antifo, hijo de Príamo, mató a Leuco, amigo de Ulises; éste,
furioso, acometió con rabia a los troyanos, matando a Deconte, otro hijo de
Príamo. El dios Apolo, viendo que los troyanos retrocedían, les dio ánimo. Fue
entonces que el troyano Pirro mató a Diores con una pedrada que le partió el
tobillo y lo remató con su lanza. A su vez, Pirro fue muerto por Toante.
V.- LAS HAZAÑAS DE DIÓMEDES
Aquel día, hubo un griego que se destacó sobre todos: Diómedes. Atenea
hizo que su casco refulgiera una llama sobrenatural, para atraer sobre él todas
las miradas. Dos hijos de Dares se arrojaron sobre él; pero Diómedes mató a uno
de ellos, Fegeo. Hefestos protegió al otro, envolviéndole en una nube.
Atenea se enojó con Ares y ambos salieron sentándose a orillas del
Escamandro, dejando que Zeus diese la victoria a quien mejor le pareciese.
Los troyanos comenzaron a huir. Agamenón mató al corpulento Odeo;
Menelao al flechador Estrofo, discípulo de Artemisa; Meriones a Tectón, que
había construido las naves con que Paris había raptado a Helena.
Diómedes sembraba el pánico entre el enemigo. El arquero Pándaro le
hirió en el hombro. El griego se fue a su carro y pidió a sus amigos que le
sacaran la flecha sin ninguna contemplación. Atenea lo reanimó y lo aconsejó
herir a la propia Afrodita si esta la atacase.
Diómedes se lanzó de nuevo a la pelea, causando estragos en el enemigo.
Eneas quiso acometer al griego. Montó en su carro, tirado de caballos que eran
descendientes del que Zeus había regalado al pastor Cros. Hizo subir en el al
arquero Pándaro. Los dos juntos enfrentaron a Diómedes. Pándaro arrojó su lanza
pero falló en el tiro; el griego arrojó la suya y logró matarlo. Eneas,
furioso, saltó de su carro, pero Diómedes le hirió con una gran piedra. Y
hubiera perecido, si es que no apareciera Afrodita que envolvió en una nube
rosada a su hijo.
El griego, al reconocer a la diosa y recordar el consejo de Atenea, la
persiguió y la hirió en la mano. “¡Hijo de Zeus!, -le gritó Diómedes.- ¿No
tienes bastante con engañar a las débiles mujeres? ¡Vete del campo de batalla,
que aquí solo verás horrores!”. Afligida y avergonzada, Afrodita se retiró al
Olimpo; su madre Dione la consoló.
Mientras tanto, Apolo protegió a Eneas. Diómedes se retiró, temiendo
irritar al dios. Apolo llevó al príncipe a la ciudad, donde Latona y Artemisa
le curaron.
Apolo colocó en medio del campo un cadáver con la forma de Eneas, para
que los troyanos se reanimasen y defendieran el supuesto cuerpo del héroe. No
contento con eso, llamó a Ares en su auxilio.
Sarpedón hizo animar a Héctor, y éste, guiado por Ares, hizo que los
suyos empezaran a ganar terreno.
Por su parte, Ulises seguía causando bajas al enemigo, aunque Héctor le
ganaba en lo mismo. Cuando Hera y Atenea vieron que Ares mataba por el solo
gusto de hacerlo, se enojaron sobremanera. Pidiendo permiso a Zeus, ambas
diosas bajaron del Olimpo.
Hera hizo reanimar a los jefes griegos y Atenea aconsejó a Diómedes que
hiriera a Ares. Entusiasmado, el héroe griego se metió a la lucha. Cogió su
lanza e hirió al mismo dios de la guerra en el costado. Ares exhaló un rugido
que aterró a todos los combatientes. Al ver Zeus herido a su hijo, lo reprendió severamente y lo
mandó a que se curase donde Peón, el médico de los dioses.
VI.- HÉCTOR Y ANDRÓMACA
Al ver que la suerte le era contraria, Héctor, en su carro, regresó a
la ciudad para implorar a los dioses.
Mientras que en el combate, Menelao capturó a Adrasto, hijo de un
hombre rico que le imploró que le dejase libre y que a cambio, su padre le
daría un rico rescate. Apareció entonces Agamenón y con su lanza mató al pobre
Adrasto, que ya estaba convenciendo a Menelao.
En medio de la pelea se encontraron Diómedes y Glauco. Antes de
combatir se preguntan quienes han sido sus padres y se enteran que ellos han
sido huéspedes uno del otro. Por eso se abstuvieron de pelear e intercambiaron
armaduras.
Por las Puertas Esceas Héctor entró a Troya. Pidió a su madre Hécuba
que implorara a Atenea para que calmara su ira. Encontró a su hermano Paris
escondido en el palacio y le afeó su conducta. Luego se dirigió donde se esposa
Andrómaca con la que tenía un pequeño hijo llamado ASTIANACTE o ASTIANAX.
Homero ha hecho de Andrómaca el símbolo del amor conyugal.
Héctor regresó al combate, seguido de su hermano Paris.
VII.- COMBATE SINGULAR ENTRE
HÉCTOR Y AYAX
Paris mató a Menestio, hijo del rey Areitoó y de Filomedusa. Héctor
mató a Eyoneo; Glauco, príncipe de los licios, mató a Ifínoo.
Cuando Atenea vio que los troyanos mataban a muchos aqueos bajó en
raudo vuelo a Troya. Apolo le pidió que suspendiera el combate a cambio de que
Héctor desafiara al más valiente de los troyanos. Atenea, tomando la forma del
adivino Heleno, aconsejó de tal manera a Héctor.
Héctor hizo parar la pelea y desafió al más valiente de los griegos
para que saliera a luchar con él. Al oír esto, los griegos quedaron mudos e
inmóviles. Menelao se levantó entonces y les hizo afear su conducta,
disponiéndose él mismo a combatir al troyano. Pero Agamenón, que era más
prudente, lo detuvo, haciéndole ver que sería una pelea desigual ya que Héctor
era mucho más joven.
Entonces el anciano Néstor se levantó y con lágrimas gritó: “¡Ay, si yo
tuviera la fuerza de mi juventud! ¡Ya había quien contestase a este reto!
¡Tendré que ver cómo tembláis ante un troyano!”.
Los griegos se animaron entonces y nueve juntos se levantaron para
responder al desafío: Agamenón, Diómedes, los dos Ayaces, Idomeneo y su
escudero Meriones, Eurípilo, Toante y Ulises.
La suerte recayó sobre Ayax Telamonio. “Como un furioso león”, Ayax
salió al encuentro de Héctor. Es de destacar el escudo de Ayax, hecho de siete
pieles de buey y una pieza de bronce. De ambas partes llovieron golpes y cuando
el sol ya se ocultaba, Taltibio e Ideo, heraldos de Zeus, suspendieron la
lucha.
Los griegos se retiraron a su campamento y los troyanos a su ciudad.
Ayax fue agasajado en la tienda de Agamenón. Mientras tanto, los troyanos
tenían una reunión agitada y turbulenta. Antenor aconsejó que se devolviera a
Helena a los griegos. Pero Paris se negó a ello y aceptó dar solamente sus
riquezas.
Al día siguiente, los troyanos avisaron a los griegos sobre la oferta
de Paris, pero estos lo rehusaron y aceptaron
solamente una tregua para dar sepultura a los muertos.
Al terminar los funerales, los griegos levantaron murallas para
proteger el campamento y las naves, así como un foso delante de ellas.
Terminada la obra, trajeron vino de la isla de Lemnos, obsequio del rey Euneo,
para celebrar. Pero Zeus, al ver que los griegos olvidaban en demasía a los
dioses, lanzó un formidable trueno. Ya era muy avanzada la noche, cuando los
griegos se fueron a acostar.
VIII.- LUCHAS ENTRE AQUEOS (GRIEGOS)
Y TEUCROS (TROYANOS)
Zeus, enojado, pidió a los dioses que no se mezclaran en las disputas
de los hombres. Con su carro, bajó al bosque de Ida. Cogió una balanza y echó
en los platillos la suerte de ambos bandos. Aquel día, el destino favorecía a
los troyanos.
Para prevenir a los griegos de la inminente derrota, mandó un rayo a su
campamento; el rayo hirió al caballo de Néstor y el carro quedó atascado. Al
percatarse de ello, Héctor avanzó hacia Néstor. Diómedes fue entonces a
socorrer a su compañero y lo hizo subir en su carro. Temiendo el augurio, los
jefes griegos se retiraron a sus naves. Al verlos, Héctor los llenó de injurias
y sarcasmos.
Al ver todo aquello, Hera quiso enviar a Poseidón en ayuda de los
griegos, pero éste se negó. Los troyanos ya avanzaban a incendiar las naves,
cuando Agamenón, con ardientes lágrimas, clamó ayuda a Zeus. El dios,
conmovido, mandó un águila que llevaba un cervatillo. Era su señal de que
apoyaría a los griegos.
Diómedes fue el primero en entender la señal; montado en su caballo,
arremetió contra el enemigo; los demás héroes griegos le siguieron. Entre ellos
se destacó el arquero Teucro, protegido por Ayax, que mató a muchos troyanos;
enfurecido, Héctor cogió una enorme piedra y con ella mató a Teucro.
Los troyanos empezaban a recobrar terreno. Los griegos buscaron refugio
en sus naves. Hera y Atenea quisieron socorrerlos, pero Zeus, por medio de
Iris, les advirtió que no lo hicieran.
Al llegar la noche, Héctor y sus compañeros regresaron a la ciudad,
celebrando el triunfo con abundante bebida y comida.
IX.- AQUILES INSISTE EN
NEGARSE A COMBATIR
Ya por la noche, en el campamento griego todo era confusión y llanto.
Agamenón reunió a todos los jefes y les
mostró su opinión: abandonar Troya. Pero Diómedes y los demás jefes no
aceptaron pues para ellos era “cuestión de honor tomar Troya”.
Néstor aconsejó a Agamenón que se reconciliase con Aquiles. Mandaron
entonces una embajada al héroe, compuesta de Ulises, Fénix, Ayax y los heraldos
Odeio y Euribates. Aquiles les recibió en un alegre banquete, pero al enterarse
del verdadero propósito de sus huéspedes, se negó rotundamente a luchar. Muy
irritados, los enviados regresaron donde Agamenón y le informaron de la
respuesta de Aquiles.
X.- LAS HAZAÑAS DE ULISES Y
DIÓMEDES
Rendidos por el sueño durmieron los griegos, más no así Agamenón,
preocupado por la situación. Se levantó y buscó consejo en Néstor. Éste hizo
reunir nuevamente a los guerreros.
Néstor pidió si habría algún voluntario que fuese como espía al
campamento troyano. Ulises y Diómedes aceptaron serlo. El argivo se puso su
casco de piel de toro y cogiendo sus armas, marchó junto con Ulises al
campamento enemigo. En el trayecto oyeron el graznido de una garza, señal de
buen augurio.
Héctor había tenido el mismo plan de los griegos: mandó al veloz Dolon
como espía al campamento griego. Si regresaba Dolon vivo, en recompensa le
serían dados los caballos de Paladión. Pero para su infortunio, Dolon fue visto
por dos griegos y Diómedes logró capturarlo. El veloz corredor le suplicó por
su vida a cambio del rescate que con seguridad le daría su padre. Diómedes no
le hizo caso y le hundió la espada en la garganta.
Los dos héroes griegos penetraron finalmente en el campamento de los
tracios. El rey de estos se llamaba Reso. Diómedes mató a muchos tracios, entre
ellos al mismo Reso: trece en total. Mientras que Ulises desató los caballos y
los ató a un carro; ambos subieron en el y se dieron a la fuga. El guerrero
tracio Hipocoon, despertado por Apolo, avisó a los troyanos de lo sucedido.
La alegría de los griegos fue inmensa al ver retornar a Diómedes y
Ulises. Ofrecieron libaciones a los dioses que se habían mostrado propicios.
XI.- HAZAÑAS DE AGAMENÓN Y
AYAX
Al día siguiente, la Discordia hacía animar a los griegos para entrar
en la pelea. Encabezados por Agamenón, se lanzaron sobre los troyanos. Hubo
signo de buen augurio para los griegos: resonaron truenos y comenzó a llover
gotas teñidas de sangre.
Agamenón mató a muchos valientes guerreros: Bianor; el jinete Oileo;
Iso y Antifo, hermanos que iban en el mismo carro; Pisandro. A Hipóloco, que
huía, lo alcanzó y le cercenó la cabeza y los brazos.
Héctor recibió un mensaje de Zeus, por intermedio de Iris: cuando viera
a Agamenón herido, podría atacar fácilmente.
Agamenón seguía causando estragos. De un lanzazo mató al tracio
Ifidamante, valiente y de gran estatura. Al verle Coón, hermano de la víctima,
hirió de una lanzada el codo del griego. Éste, ya cansado, subió a su carro y
se retiró a las naves. Al ver esta escena, Héctor se acordó del consejo de Zeus
y atacó decididamente a los griegos, logrando matar a muchos valientes. A la
cabeza de los troyanos habría llegado a las naves griegas, si es que Diómedes
no reaccionase y con su lanza le diera un fiero golpe en el casco. Héctor cayó
sin sentido, pero se recobró y subió a su carro, logrando huir.
Mientras despojaba una rica armadura, Diómedes fue herido de un
flechazo en el pie por el cobarde Paris. Ulises amparó a Diómedes, quien,
contrariado, tuvo que retirarse.
Ulises quedó rodeado por los enemigos. Uno de ellos, Cárope, le hirió
en el costado. Pero el griego reaccionó y de un lanzazo mató a su ofensor.
Ayax Telamonio fue en auxilio de Ulises. “Como si fuesen moscas”,
apartó a diez troyanos mientras que los otros huían. Pero Ayax, creyendo que
las naves se incendiaban, empezó a retirarse. Al verlo, los troyanos regresaron
y lo atacaron con piedras y jabalinas. Eurípilo corrió en su ayuda y mató a
Episaón. Pero Paris atravesó con una flecha el muslo de Eurípilo. Los griegos
debieron entonces ir en auxilio de Ayax.
Otra hazaña de Paris fue herir a Macaón, hijo de Asclepios y médico de
los griegos, quien, junto con Néstor, debió abandonar el combate. Aquiles, que
observaba la lucha, envió a Patroclo para que los auxiliase.
Patroclo llegó a la tienda de Néstor, quien departía amigablemente con
Macaón. Hecamede, bella esclava de Néstor, que parecía una diosa, les atendía.
En ese momento llegó Eurípilo, sangrando. Patroclo, que había aprendido el arte
de curar de Aquiles, sacó con sumo cuidado la flecha de la herida de Eurípilo y
le aplicó una raíz machacada.
XII.- LUCHA ANTE LAS MURALLAS
DE LOS GRIEGOS
Los troyanos consiguieron llegar hasta las murallas que los griegos
habían levantado. Como estaba defendida por un foso, los de caballería se
lanzaron a pie para tomar las fortalezas.
Desde lo alto, los griegos lanzaban grandes piedras, dardos y armas
arrojadizas contra el enemigo. En las puertas, dos hombres altos hacían de
centinelas: Polipetes y Leonteo.
De pronto vieron todos una señal en el cielo: un águila llevaba una
serpiente, pero el reptil fue capaz de matar al ave. Era un buen augurio para
los griegos. Polidamante avisó de ello a Héctor, pero éste no hizo caso y junto
con los suyos siguió atacando.
Los dos Ayaces recorrían las torres reanimando a sus compañeros.
Apareció entonces el licio Sarpedón, que se subió en una almena y arrancó
muchos bloques de muralla. Ayax Telamonio de un lanzazo le hizo retroceder,
aunque el licio volvió a la carga con nuevos compañeros, aunque no lograron
romper el cerco.
La puerta de las murallas era de fuerte madera de encina y reforzada de
enormes cerrojos. Héctor, cansado de la lucha, cogió una gran piedra y con ella
destrozó la puerta. Así, guiando a sus compañeros, penetró adentro e hizo huir
a los griegos a las naves.
XIII.- LUCHAS DE IDOMENEO
Cansado de espectar la lucha, Zeus decidió ocuparse de otros asuntos.
Lo que fue aprovechado por Poseidón para ayudar a los griegos. Tomó la forma
del adivino Calcas e hizo reanimar a todos los guerreros tocándoles con su
cetro. El primero en darse cuenta que un dios les ayudaba fue Ayax de Oileo.
Los griegos se dispusieron a resistir hasta sus últimas fuerzas.
El griego Meriones atacó a Deífobo, pero se le rompió la lanza y fue a
las naves por otra. Teucro dio un lanzazo en la cabeza a Imerio; Héctor le
arrojó su lanza pero esta falló y fue a caer a Anfímaco, matándolo. Ayax hizo
retroceder a Héctor y pudo rescatar el cadáver de Anfímaco.
Idomeneo, el rey de Creta, se encontró en las naves con Meriones y
juntos atacaron con ímpetu. Idomeneo mató a Ostrioneo, prometido de Casandra,
lo mismo que a Asio, que había ido a defender el cadáver de Ostrioneo.
Deífobo acometió contra Idomeneo, pero su lanza falló, yendo a caer en
el pecho de Hispensor. Llamó entonces en su auxilio a Eneas, pero los dos
tuvieron que retirarse ante la valentía del cretense.
XIV.- LOS GRIEGOS REACCIONAN
Heridos y cansados, Agamenón, Ulises y Diómedes llegaron a la tienda de
Néstor. Diómedes aconsejó que los heridos se situaran fuera del alcance de las
flechas troyanas, pero sin dejar de combatir.
Poseidón, tomando la forma de un viejo, aseguró a Agamenón que la
suerte para ellos cambiaría. Una vez dicho esto, dejó la forma de viejo y
corrió dando un gran alarido que hizo animar a los griegos.
Pero Hera vio que Zeus tramaba la derrota de los griegos, por lo que
decidió apelar a la astucia. Hizo que Hipnos hiciera caer a Zeus en un profundo
sueño, lo que sería aprovechado por Poseidón para ponerse al frente de los
griegos. De esa manera, los griegos cobraron mayor ánimo.
Héctor se enfrentó con Ayax, pero éste cogió una gran piedra y lo arrojó
contra aquel; el héroe troyano quedó desmayado. Los troyanos lograron rescatar
su cuerpo, creyéndole muerto y lo condujeron a la ciudad.
A falta de su jefe, los troyanos empezaron a retroceder.
XV.- LOS TROYANOS
CONTRAATACAN
Zeus, al despertarse, se percató del engaño de su esposa. Furioso,
regresó al Olimpo y reprendió severamente a Hera; luego envió a Iris para que
ordenase a Poseidón que se retirara de la batalla y mandara a Apolo que
reanimase a Héctor.
Ares había perdido un hijo en la lucha, Ascálafo, pero Atenea le retuvo
para que regresara al campo de batalla.
Iris cumplió el encargo. Poseidón se retiró y Apolo reanimó a Héctor.
Los troyanos, al ver reaparecer a su jefe, cobraron ánimo y contraatacaron.
Empujados los griegos, empezaron a retirarse. Ayax, Idomeneo, Teucro y
Meges formaron un pelotón para contener a Héctor, mientras que la infantería
griega se retiraba a las naves.
Héctor ordenó a sus hombres que incendiasen las naves. Para ayudarlos,
Apolo cegó con tierra el foso y derribo parte de la muralla. Entonces Néstor
dirigió sus plegarias a Zeus. De inmediato, la bóveda del cielo vibró con un
lejano tronar, lo que fue considerado de buen augurio.
Los troyanos se acercaban ya a las naves, provistos de antorchas. En su
propia nave, Áyax guerreaba sin descanso, ensartando con su larga lanza a todo
enemigo que se le acercaba. Héctor mató a Licofrón de Citerea, amigo de Áyax;
éste, irritado, ordenó al arquero Teucro que dirigiera sus flechas al troyano.
Pero Zeus protegió al héroe troyano haciendo que el arco de Teucro se rompiera.
Los griegos que estaban en tierra resistían la embestida. Entonces
Héctor, de un gran salto, se arrojo encima de ellos; los griegos, llenos de
pánico, dejaron una brecha por donde los troyanos se lanzaron hacia las naves.
Ya todo parecía perdido para los griegos.
XVI.- MUERTE DE PATROCLO
Al ver todas esas desgracias en que se sumían los griegos, Patroclo fue
a ver a Aquiles, reprochándole su conducta de no querer combatir.
Mientras tanto, Ayax se hallaba rendido de tanta lucha. Héctor, de un
fiero golpe, le rompió la lanza. El héroe griego tuvo que retirarse y los
troyanos incendiaron la nave.
Al ver todo ello, Aquiles ordenó a Patroclo que se pusiera su magnífica
armadura y montara su carro, tirados por los divinos caballos Janto y Balio,
hijos de Eolo y la arpía Podarga, además del caballo Pegaso. Ordenó también a
los mirmidones, que hasta entonces solo se habían divertido disparando el disco
en las playas, que salieran a combatir a órdenes de Patroclo.
Derramando una gran copa de vino, Aquiles pidió a Zeus que trajera
buena suerte a los griegos. Al ver a Patroclo, los troyanos creyeron que era
Aquiles y solo pensaron en huir. La situación se volteó a favor de los griegos.
Todos los troyanos que habían incendiado la nave fueron exterminados. Algunos
que huyeron atropelladamente, cayeron en el foso y hallaron horrible muerte,
ensartados en las filudas estacas.
Patroclo causó infinidad de bajas al enemigo: Areilico, Prónoo, Téstor,
Erimantes, Exaltes, Tlepólemo, Equies, Pires, Ifeo y Polimelo se contaron entre
sus víctimas.
Al ver dicha matanza, Sarpedón bajó de su carro y se atrevió a desafiar
a Patroclo. El licio arrojó primero su lanza; pero esta falló cayendo en el
caballo Pegaso. Tiró luego su jabalina, pero también falló y se hundió en el
suelo. Patroclo reaccionó y tiró su lanza con certero tiró en el pecho de
Sarpedón, quien murió en el acto. Glauco, amigo del muerto, animado por Apolo,
fue a llamar a Héctor para que le ayudase a rescatar el cadáver.
Los troyanos se entristecieron por la muerte de Sarpedón, hijo de Zeus,
ya que, aunque no era troyano, era tenido como un gran aliado y baluarte. Se
trabó una brava lucha entre griegos y troyanos por el cadáver de Sarpedón. Pero
de pronto, Héctor tuvo un mal presentimiento y decidió retirarse seguido de sus
hombres. Los griegos, encabezados por Patroclo, les siguieron. Zeus ordenó a
Apolo que retirara el cadáver de Sarpedón y lo llevara a un lugar oculto; los
combatientes ni se percataron del prodigio pues se hallaban enfrascados en
otros menesteres.
Los griegos, persiguiendo a los troyanos, hubieran entrado aquel día a
la ciudad de Troya, si es que Apolo no desistiera de su propósito a Patroclo,
pues el Destino ya había decidido que ni él ni Aquiles conquistarían dicha
ciudad. Patroclo obedeció al dios y se retiró, pero vio que contra él venía el
auriga Cebrión, medio hermano de Héctor, a quien llevaba en su carro. Ocurrió
que el mismo Apolo había alentado a Héctor a que dejara de retroceder y
enfrentase a los griegos, asegurándole la victoria.
Patroclo no se amilanó ante Héctor y cogió una enorme piedra con la que
mató al auriga Cebrión de un recio golpe en su frente. Luego enfrentó a Héctor,
trabándose un rudo combate. Apolo sabía que el fin de Patroclo había llegado y
decidió avisarle: hizo que su casco cayera y se rompieran las correas de su
coraza. Patroclo se aterró ante tales señales; en ese mismo instante, el
troyano Euforbo, al verle sin armadura, le hundió su lanza en la espalda, para
enseguida sacarla y retirarse con los suyos, rehuyendo trabar combate singular
con el griego. Patroclo, gravemente herido, se dirigió donde sus compañeros,
pero Héctor logró alcanzarle y acabó por rematarlo de un lanzazo en el vientre.
Jactancioso de su hazaña, arrebató al caído sus armaduras, que eran de Aquiles.
XVII.- DEFENSA DEL CADÁVER DE
PATROCLO
Como Patroclo había sido un valiente guerrero, los griegos trabaron un
terrible combate para rescatar su cuerpo.
Áyax fue uno de los primeros en acercarse al lugar; al solo verle,
Héctor se llenó de terror y huyó en su carro. Sus mismos compañeros le
avergonzaron a Héctor su conducta. Héctor se puso entonces las armaduras de
Aquiles que había quitado a Patroclo y dirigió a los suyos al ataque. Los dos
ejércitos se pusieron a pelear por el cadáver de Patroclo. Hipóloco tenía atado
al cadáver por una correa de la que tiraba, pero Menelao, de un lanzazo, le
puso fuera de combate. Mientras que el auriga Automedonte trataba de hacer
retirar a los caballos Janto y Balio, pero los pobres animales lloraban a
Patroclo, hasta que Zeus los hizo reanimar; los bravos caballos se precipitaron
entonces a la lucha. Pero el griego Alcimedonte, viendo que su compañero
Automedonte temerariamente se adentraba en las filas enemigas sin llevar arma
alguna, se subió al carro para suplantarlo y Automedonte saltó a tierra.
Héctor y Eneas planearon apoderarse de aquellos caballos inmortales, y
seguidos de Areto y Cromio, se lanzaron a la empresa. Pero Ayax y Menelao se
los impidieron. Automedonte mató a Areto, y Héctor y Eneas se dieron a la fuga.
Atenea, tomando la forma del anciano Fénix, reanimó a Menelao, que logró matar
a Podes, amigo de Héctor. Por su parte, Apolo tomó la forma de Fénope e hizo
reanimar a Héctor, quien furioso penetró en la lucha.
Ayax pidió a Menelao que avisara a Aquiles de la muerte de Patroclo.
Menelao, a su vez, encargó el mensaje a Antíloco, el hijo de Néstor. Los
griegos lograron recuperar el cadáver de Patroclo, y protegidos por los dos
Ayax, retrocedieron lentamente.
XVIII.- AQUILES SE ENTERA DE
LA MUERTE DE PATROCLO
Aquiles tenía un negro presentimiento. Cuando, por medio de Antíloco,
se enteró de la desgracia, enloqueció de dolor, cogió cenizas y se ensució el
rostro, se tiró al suelo y se arrancó los pelos de la cabeza.
Las lamentaciones de Aquiles llegaron hasta donde estaba su madre
Tetis, quien salió de su gruta, rodeada de las nereidas. Aquiles juró no dar
sepultura a su amigo si antes no mataba a Héctor. Tetis le prometió que le
haría una nueva armadura.
Los troyanos habían vuelto a acorralar a los griegos. Al ver las cosas
como iban, Hera envió a Iris para incitar a Aquiles que volviera al campo de
batalla. Salió el héroe caminando con aspecto sobrenatural y profirió un
terrible alarido que hizo huir a los troyanos en desbandada. El sol empezó a
ocultarse.
El cadáver de Patroclo se había conseguido rescatar. Tras el, Aquiles
iba llorando. Toda la noche los griegos pasaron en dolor. Mientras que los
troyanos pensaban en la difícil situación que debían afrontar en la mañana
siguiente. Polidamante aconsejó que se hiciesen fuertes en la ciudad, pero
nadie tomó en cuenta el consejo.
Tetis fue a visitar a Hefaistos y le pidió que hiciera nuevas armaduras
para su hijo. El dios le hizo un escudo multicolor, donde se retrataban escenas
de la vida cotidiana. También fabricó otros tipos de armas.
XIX.- AQUILES SE RECONCILIA
CON AGAMENÓN
Cuando ya empezaba a amanecer, llegó Tetis con las armas para Aquiles.
Este se las puso, mientras que la diosa ponía gotas de ambrosía y néctar en la
nariz de Patroclo para que el cadáver no se corrompiera.
Con voz de trueno, el héroe convocó a todos sus soldados. En medio de
las aclamaciones de todos, se reconcilió con Agamenón. A pedido de Ulises,
sacaron todos los regalos que el rey había ofrecido a Aquiles. A este le
devolvieron su esclava Briseida y otras siete esclavas más.
Los guerreros se prepararon para la lucha. Aquiles subió a su carro
junto con su cochero Automedonte. Enganchó a los caballos Janto y Balio;
instigado por la Furia, Janto dijo a su dueño: “Tu última hora se acerca, esta
vez vamos a conducirte a la muerte.” “Lo sé – respondió el héroe— pero no me
vuelvo atrás”. Y dando un grito, lanzó su carro al fragor de la lucha.
XX.- AQUILES VUELVE A LA
LUCHA
Viendo
Zeus que al intervenir Aquiles la lucha tomaba un aspecto decisivo, convocó a
los dioses. Atenea, Poseidón, Hera, Hefaistos y Hermes estaban de parte de los
griegos, mientras que Ares, Apolo, el río Janto, Latona y Afrodita estaban con
los troyanos.
Aquiles solo tenía un pensamiento: vengar a su amigo. Y sembró el
terror y el luto entre los troyanos.
Apolo, ocultándose bajo la forma de Licaón, hijo del rey Príamo, incitó
a Eneas a que desafiara al héroe griego. Pero Poseidón, al ver que Aquiles era
mucho más fuerte que Eneas, arrebató a éste y lo apartó del lugar.
Aquiles siguió combatiendo y mató a Ifitión e Hipodamante, además de
Polidoro, hijo de Príamo, quien se le había burlado corriendo velozmente ante
su vista.
Furioso al ver a Héctor, Aquiles se dirigió contra éste, pero Apolo
envolvió al troyano en una nube negra y lo apartó del lugar.
XXI.- LUCHAS DE AQUILES
Con
su empuje, Aquiles había dividido al enemigo. Algunos entraron a la ciudad;
otros, enloquecidos, se arrojaban a las aguas del Janto, o se escondían en las
peñas. Aquiles sacó su espada y se internó en el río, donde siguió causando
estragos al enemigo. Sacó de las aguas a 12 troyanos y los amarró en una
encina, reservándolos para el sacrificio que haría en los funerales de
Patroclo. Se encontró también con Licaón, a quien hundió su espada hasta la
empuñadura.
El río Janto incitó a Esteropeo para que luchara contra Aquiles.
Después de un intercambio de lanzas y jabalinas, Aquiles mató a su contrincante
clavándole la espada en el vientre.
Janto, al ver esta carnicería se enojó muchísimo y reprochó al héroe
griego que manchara de sangre sus aguas. Al ver que Aquiles insistía en la
carnicería, Janto unió sus aguas con las de su hermano Simios y ambos atacaron
al griego con sus olas. Hefaistos acudió en ayuda de Aquiles, enviando un fuego
devastador, sin tomar en cuenta las súplicas del río para que se detuviese.
Entonces Hera intervino y calmó al dios del fuego.
La lucha fue tan feroz que los mismos dioses, que hasta entonces solo
habían ayudado a sus protegidos, ahorra llegaban a las manos. Atenea hizo
tumbar a Ares con un enorme pedrusco, y a Afrodita le dio un tremendo puñetazo.
Pero Poseidón y Apolo, conscientes de su poderío, rehusaron pelear. Artemisa se
burló de su hermano; vino entonces Atenea, que con su carcaj golpeó en el
rostro a la diosa cazadora. Desde su trono, Zeus se divertía viendo tal
espectáculo.
Príamo ordenó que abriesen las puertas para que entraran los fugitivos
y lo cerraran no bien hubiesen entrados todos. Mientras que Apolo, para
distraer a Aquiles, tomó la forma del guerrero Agenor. El griego se lanzó a
perseguirlo en dirección opuesta a las murallas; así, sin peligro, todos los
troyanos pudieron refugiarse.
XXII.- LA MUERTE DE HÉCTOR
Cuando Aquiles se dio cuenta del engaño de Apolo, ya todos los troyanos
se habían refugiado. Príamo y Hécuba, desde lo alto de las murallas, rogaba a
su hijo Héctor que no saliese de la ciudad.
Pero Héctor no se conmovió y salió dispuesto a luchar. Cuando vio a
Aquiles con su terrible lanza y su armadura de bronce resplandeciente, se
sobrecogió y se echó a la fuga. Tres veces dieron ambos, corriendo, Aquiles en
pos de Héctor, la vuelta a la ciudad. Para alentar a Héctor, Atenea tomó la
forma de Deífobo; animado Héctor al ver a su hermano, dejó de huir y dispuso a
luchar contra el griego. Los dos arrojaron primeramente sus venablos, sin
alcanzarse. Con un valor desesperado, Héctor sacó la espada y se precipitó
furiosamente sobre Aquiles; comenzó entonces una lucha terrible, que culminó cuando
el griego hundió su espada en el cuello de su rival, pero sin tocarle la
garganta, lo que le permitía hablar. Moribundo, el héroe troyano rogó que su
cadáver fuera entregado a sus padres y no echado a los perros. Pero Aquiles,
“mirándole con torva faz”, le respondió:
“No me supliques, ¡perro!, por mis rodillas ni por mis padres. Ojalá el
furor y el coraje mi incitara a comer tus carnes todas crudas. ¡Tales agravios
me has inferido! Nadie podrá apartar tu cabeza a los perros ni aunque Príamo
Dardánida me ofrezca diez o veinte veces el debido rescate; ni aún así, la
veneranda madre que te dio a luz te pondrá en un lecho para llorarte, sino que
los perros y las aves de rapiña destrozaran tu cuerpo.”
El alma del muerto, dando un doloroso gemido, partió a la sombra
morada. Aquiles le arrebató la armadura y perforándole los tobillos, las
atravesó con unas correas y las ató a su carro.
Así, hubo de arrastrar delante de los muros de Troya, el cadáver del
valiente guerrero. Desde lo alto, Príamo y Hécuba lamentaron su desgracia. Toda
la ciudad gemía de dolor.
XXIII.- FUNERALES DE PATROCLO
Aquiles regresó al campamento, abandonando el cuerpo de Héctor para que
fueran pasto de los perros y las aves rapiñas. En cambio, dispuso solemnes
exequias en honor de Patroclo.
Cansados, una vez de terminar de cenar, los guerreros reposaron.
Durmiendo Aquiles, en sueños se le apareció su amigo rogándole que pronto le
celebraran los funerales pues su alma vagaba a orillas de Estix. Aquiles se
despertó y de inmediato ordenó levantar una colosal pira, en donde se incineró
al muerto junto con sus caballos y
perros preferidos. Además, sacrificó a los doce troyanos que había capturado.
Al principio, la hoguera no ardía. Entonces, Aquiles invocó a Boreas y
Céfiro. Iris, la mensajera de los dioses, se dirigió a la mansión de los
vientos, quienes se hallaban en un festín. Los dos, Boreas y Céfiro, acudieron
presurosos e hicieron avivar la hoguera.
Al día siguiente se celebraron juegos atléticos en honor al héroe
muerto. En la carrera de carros participaron Eumelo, Diómedes, Menelao,
Antíloco y Meriones. Diómedes fue el primero en llegar. A Eumelo se le rompió
el yugo y cayó precipitadamente; Menelao, que iba detrás, tuvo que ceder
el paso a Antíloco. Como premio, Diómedes ganó una bellísima esclava y un
trípode con asas.
Después, hubo un concurso de pugilato, en la que tomaron parte Ulises y
Ayax. Los jueces declararon a ambos iguales. Luego esta misma pareja contendió
en la carrera. Ganó Ulises.
Otro concurso fue el lanzamiento de una enorme bola de hierro, prueba
en la que Polipotes sobrepasó al resto de los concursantes.
Luego vino una competición de tiro de flecha, que tenía como blanco una
paloma atada a una cuerda. Participaron Teucro y Meriones, los dos mejores
arqueros del ejército. Teucro logró cortar la cuerda, pero Meriones atravesó a
la paloma que ya empezaba a volar. El primero se llevó como premio diez hachas
grandes y el segundo diez hachas pequeñas.
Terminado el certamen, se disolvió la gran reunión y todos se fueron a
dormir.
XXIV.- FUNERALES DE HÉCTOR
Aquiles no pudo dormir toda la noche. Inmerso en un hondo dolor, arrastraba
a cada rato el cadáver de Héctor, aunque Apolo hacía que este no se
corrompiese.
Al fin los dioses tuvieron piedad de Héctor y su familia. Zeus, por
medio de Iris, rogó a Tetis que persuadiese a su hijo a que entregara el cuerpo
a sus deudos. Aquiles se mostró
dispuesto a ello.
Entonces Iris fue donde el rey Príamo y le aconsejó que fuera donde
Aquiles a pedir que le entregara el cadáver de su hijo.
Lleno de alegría, el anciano rey se alistó, cogió grandes riquezas y
por la noche se dirigió en su carro a la tienda del guerrero. El dios Hermes le
ayudó, haciéndole invisible a los ojos de los centinelas. El lugar donde se
hallaba Aquiles estaba trancado con una enorme barra, pero Hermes lo sacó
fácilmente y a sí pudo entrar Príamo.
El anciano se acercó silencioso ante el héroe, se postró a sus pies y
tomándole de las manos, exclamó sollozando:
“¡Calcula la inmensidad de mi dolor, pues beso la mano de aquel que
acaba de matar a mi propio hijo!”
Aquiles tenía un corazón de hierro, sin embargo, se ablandó y satisfizo
los deseos del infortunado padre. Cenaron ambos y establecieron una tregua de
once días, para los funerales de Héctor.
Muy de noche, el anciano rey salió de la tienda, cargó el cadáver de
Héctor y atravesó otra vez el campo sin ser visto. Troya se llenó de
lamentaciones cuando los despojos del héroe penetraron en la ciudad.
Los funerales duraron nueve días. Al décimo, se incineró el cuerpo en
medio de una solemnísima pompa y el llanto de Dardania.
Así termina la ILIADA.