domingo, 26 de diciembre de 2010

MARIO VARGAS LLOSA, UN NOVELISTA SINGULAR

A veces oímos expresiones como estas: “Yo me hice solo” o “Yo surgí de la nada”. Aunque para quienes lo dicen sean verdades de puño, en realidad esconden una falacia: al margen de las cualidades sobresalientes que uno pueda tener y a los méritos propios, es imposible que algo surja de la nada. No existe ser humano que no necesite de una base para lograr hacer algo, ni de ayuda ya sea directa o indirecta que le sirva de impulso para lograr sus metas. Los hombres no somos seres independientes sino interdependientes. Y solo los seres geniales reconocen la deuda que tienen con el resto, tanto de las personas allegadas, como de otros genios que les antecedieron, sino recordemos al gran Newton afirmando lúcidamente que si vio “más lejos” se debió a que estuvo sobre “hombros de gigantes”.

No es de extrañar pues, que Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), Premio Nobel de Literatura 2010 y gloria de las letras castellanas, en su discurso de la entrega del Nobel haya reconocido la deuda que tiene con los grandes forjadores de ficción literaria, como Dickens, Tolstoi, Balzac, Faulkner, Sartre, Cervantes, Malraux. Tampoco ha caído en mezquindad con respecto a los literatos peruanos, que desde el Inca Garcilaso han aportado y dado brillo a la lengua de Cervantes, tal como lo señaló durante la ceremonia de entrega de la medalla de la Orden de las artes y las letras que el gobierno peruano le concedió, premio que fue creado ex profeso para él. En especial reconoció la importante influencia que tuvo de Raúl Porras Barrenechea y Sebastián Salazar Bondy. Aunque Mario en un tiempo pasado fue muy crítico con los ejemplos de la llamada por él “novela primitiva” (mejor llamada “novela tradicional” o “clásica”), entre los que se contarían las novelas de Ciro Alegría y José María Arguedas, con el tiempo ha sabido reconocer las calidades de dichas obras, que conforman eslabones imprescindibles del proceso de la narrativa peruana. Nadie, sin embargo, le quitará a Mario el mérito de ser uno de los primeros narradores peruanos en asimilar las modernas técnicas narrativas, aprendidas de los grandes maestros europeos y norteamericanos. Aunque cabría señalar que el primero en aplicar dichas técnicas fue su compatriota Carlos Eduardo Zavaleta.

A continuación un ensayo sobre MVLL escrito por el maestro Luis Alberto Sánchez tomado de su ya obra clásica La literatura peruana. Escrito hacia 1975, es decir hace ya una generación, analiza las grandes novelas que el gran escritor produjo en la década de 1960 y principios de 1970, para muchos críticos lo mejor de la producción vargasllosiana.

Mario Vargas Llosa hacia 1978

UN NOVELISTA SINGULAR

Para algunos observadores superficiales, la narrativa peruana contemporánea comienza y concluye con MARIO VARGAS LLOSA (Arequipa, 1936). De un plumazo desaparecían narradores del calado del Inca Garcilaso, Ricardo Palma, Luis B. Cisneros, Clorinda Matto de Turner, Abraham Valdelomar, Ventura García Calderón, Enrique Carrillo, Manuel Beingolea, Enrique López Albújar, Cesár Falcón y, entre los recientes, Ciro Alegría, José María Arguedas, José Diez Canseco, Ernesto Reyna, Enrique Congrains, Luis Loayza, Manuel Mejía Valera, Alfredo Bryce, E. Vargas Vicuña. Las literaturas no nacen cada lunes ni mueren cada sábado. Viven y mueren sin cesar, encadenadamente. Eso lo dicen la experiencia, la crítica tradicional y la dialéctica hegeliana o la marxista. Pero, lo que indudablemente señala a Vargas Llosa de un modo particular, es su esfuerzo técnico, su voluntad de "oficio". Las tentativas que acomenten responden a determinaciones de su albedrío, no a consejos de su demonio interior. La expresión "inventor de la realidad" indica a todas luces un hecho nada casual ni espontáneo, ni neorrealista: es ultrarrealista y por tanto, sujeto a sus propias reglas.

Vargas Llosa estudió en Arequipa, Cochabamba (Bolivia)), Piura y Lima: una geografía docente de alta tensión. Su obra será tan variada como sus climas. Lo más decisivo de ese aprendizaje fue su permanencia de dos años, hasta 1952, en el Colegio Militar Leoncio Prado. Los errores de esa enseñanza de tipo castrense, dura y dogmática, producen, como reacción, varios de los cuentos. Los jefes (1958) y la novela La ciudad y los perros (1963), acerba y plástica crítica al régimen castroeducativo. Las vivencias de sus dos estadas en Piura cuajan en La Casa verde (1965). Como vivió con desagrado bajo el peso de la dictadura del General Odría, siendo estudiante sanmarquino, de ello extrae el material para Conversación en La Catedral (1969). De sus remembranzas de la adolescencia en Miraflores, en ese Parque Salazar que también inspira a Ribeyro y a Loayza, saldrá Los cachorros (1967), a nuestro juicio el más limpio de estilo y de mayor calado humano de todos los libros de Vargas Llosa, y, además, el menos artificioso, natural, "como un movimiento respiratorio". Sus observaciones sobre la vida de las guarniciones en la zona de la selva, le empujaron a escribir la esperpéntica sátira anti castrense Pantaleon y las visitadoras (1973). La observación de su propia técnica y la admiración por García Márquez darán por resultado su minucioso García Márquez, historia de un deicidio (1971). Sus prólogos, reportajes y comentarios tienen diversas fuentes: una de ellas la afición a las novelas de caballería, es decir, a lo mágico, común a todos los escritores latinoamericanos recientes, en este caso, concretamente, se trata de la leyenda de Tirant lo Blanc y la de Amadís de Gaula y la del Gargantúa de Rabelais. Para todo este largo menester, Vargas Llosa ha vivido en París, Londres y Barcelona por tan largo tiempo como en Lima. En esta última ciudad realizó sus primeros ensayos literarios en dos revistas truncas: Cuadernos de composición (1957) y Literatura (1958-59). José Miguel Oviedo, que le acompañó en ambas aventuras será quien escriba la pormenorizada exégesis crítica de su amigo y compañero, en el tomo Vargas Llosa: un inventor de la realidad (Barcelona, 1969).

La tesis primordial del estudio de Oviedo se reduce a algo muy simple y muy complicado: Vargas Llosa practica el neorrealismo, es decir, cultiva un neonaturalismo, basado en los aspectos feos y conflictivos de la sociedad en que existimos; pero ese mundo no es el que verdaderamente existe, sino uno que el propio autor fabrica pare poderlo describir a su modo. Si volteamos la figura deberíamos decir que se trata de un mundo anti-ideal, pero no realista; obedece a una idea, pero a una idea agresiva contra la justicia, la bondad, el honor, todos los ideales de la sociedad romántica, sea sociedad capitalista o socialista. Por consiguiente, los personajes que se mueven en esa atmósfera serán necesariamente caricaturescos. Si no llegan a ser "esperpentos" es porque Vargas Llosa hasta Pantaleón y las visitadoras ha rehuido la ironía, barroca y carnavalesca que practicaba Valle Inclán y se extiende de M. A. Asturias. Mestizo arequipeño no olvida la sequedad incaica, tan distinta al barroco maya y andaluz. Proviene de castellanos y quechuas: la raza cobra sus réditos algún día a sus criaturas. La obra de Vargas Llosa refleja ausencia de humorismo y un exigente control sobre la ternura que lo rebalsa, sobre todo en Los cachorros y La casa verde.

La novela así planteada puede conllevar gérmenes de un estilo aprendido en Robbe Grillé, Lerrante y Malaparte, pero es, ante todo, una cosecha de vivencias propias y ancestrales.

En los cuentos de Los jefes, por lo menos dos ("Los jefes" y "Día Domingo") son anticipios, aquel, de La ciudad y los perros y, este, de Los cachorros: son como capítulos en preestreno. La ciudad y los perros coloca ante el lector el cuadro de la enseñanza en el nombrado Colegio Militar. Pensamos que el antimilitarismo que de sus páginas emana escapa a un propósito político; es fruto de una reacción humana, rezago de algunas dolorosas experiencias juveniles. Los "perros" son los alumnos nuevos, los novatos, a quienes los antiguos tratan como esclavos; los instructores abusan de su poder, aparecen medrando y oprimiendo, crueles y voraces. Es la visión de un escolar, de un colegio desde adentro. Hay personajes amables, como uno de los capitanes, quien, además, corresponde a un ser extraído de la realidad. Las historias que taracean la novela tienen por base hechos efectivos, lo cual no constituye ningún mérito literario. Lo es contar como cuenta Vargas Llosa, en este caso, con un estilo cortado, en un lenguaje directo, todavía con resabios poéticos, de adolescencia.

La casa verde acusa el impacto de la larga estada en Europa y la absorción de técnicas nuevas: Robbe Grillet, Serraute, hasta cierto punto Sartre, Moravia, Malaparte y los nuevos novelistas ingleses, a quienes frecuentan ya el nuestro. Trata en esta novela de una historia piurana, en torno de un burdel, "la casa verde", al cual confluyen desde diversos puntos (la selva, la costa y la sierra) individuos que buscan placer y descanso sin hallarlos: como a Roma conducen todos los caminos, así en este libro, todos los deseos llevan a la "casa verde". Podría ser un símbolo, antes que una realidad. Sirve de todos modos, con un empíreo dinamizador, para ensayar la posibilidad de la simultaneidad en el relato, de una narrativa cinematográfica y, a la vez poética, o sea, objetiva y subjetiva, veloz y morosa. Se advierte el empeño de Vargas Llosa por conseguir que el lector pueda vivir de una vez episodios que sucedan en diferentes lugares, llevados a cabo por distintos personajes, pero al mismo tiempo. La unidad tiempo resucita, contrariando un precepto romántico, aunque se rompan, de acuerdo con este, las de acción y lugar. Cada uno de los pasajes está cargado de emoción lírica. El estilo difiere sustancialmente del que usa en la novela anterior, lo cual ocurrirá nuevamente si uno compara el de Conversación en la Catedral con el de Pantaleón y las visitadoras: el autor sigue buscándose.

En Los cachorros como que el autor se deja reposar para encontrarse al margen de tentativas técnicas, libre de todo artificio. El personaje "Pichula Cuéllar", a quien un perro bravo castra de un mordisco, mantiene una actitud humana y severa, más dolorosa por la sobriedad con que la describe el autor. Cuéllar es uno de los miembros de la partida de muchachos miraflorinos; habitués del Parque Salazar, donde Vargas Llosa tiene centrados sus mejores recuerdos. Los episodios de la escuela y de la calle son de una transparencia conmovedora. El estilo discurre fácil y expresivo, retratando los hechos como el cristal de un lago los árboles de la orilla.

Vargas Llosa había puesto gran ambición en la nutrida novela en que se proponía narrar la época de la dictadura de Odría, Conversación en La Catedral. La Catedral es un bar en el que se reúnen a conversar varios de los protagonistas, rememorando o describiendo sucesos del día. Los estudiantes que por ahí desfilan revelan una conducta ambigua: beben y a veces realizan actos de cruda sensualidad, más, cuando los encarcelan, ceden, y discuten todo el tiempo sin resolverse a actuar. No es que deban hacerlo en la novela si no lo hicieron en la vida real; es que se advierte en la obra un verbalismo, trasunto de la vida estudiantil, que desorienta, descorazona y a veces, desagrada al lector: en suma, no lo entretiene. La homosexualidad de uno de los personajes, presentado con un apodo "Bolo de oro" que correspondería en la vida real a una persona de actitud diferente; las escenas lesbianas, tan falsas como la junta de directorio que describe Arguedas en Todas las sangres no son de lo mejor que haya escrito Vargas Llosa. Nos atrae, en cambio, su afán de alcanzar éxito en reflejar diálogos múltiples, mediante el sistema de intercalar los coloquios de dos personajes, con los de otros dos, y éstos con los de otros dos, a fin de producir una sensación de simultaneidad que no resulta, sino al contrario, pues tiene como efecto confusión y desalienta a proseguir la lectura por embrollada. No es que el relato lo sea: lo es el artificio. De toda suerte, la ambiciosa tentativa debe frutecer en la nueva novela en la que como en los laboratorios, se recoja el producto de los experimentos cumplidos. La más clara comprobación de esta conducta de ensayo y tanteo es la estructura de la siguiente novela (Pantaleón y las visitadoras), en la que combina el sarcasmo con la broma, y el realismo con el esperpento, y donde utiliza (con exceso) documentos ciertos y ficticios.

La presentación crítica de García Márquez hecha por Vargas Llosa, nos coloca de nuevo ante un narrador, ahora abroquelado tras un aparato erudito exigente y excesivo, pero siempre ameno. El exégeta prefiere que en cada ocasión hable su sujeto, no él mismo. De tal suerte consigue ponernos en contacto inmediato con García Márquez y su obra, dentro del plan que el crítico y narrador se ha trazado. La tesis del libro recuerda la que, dos años antes, había utilizado J. M. Oviedo para juzgar al propio Vargas Llosa como un "inventor de realidad" (título que Torres Bodet había utilizado para caracterizar a Stendhal, Dostoyewski y Galdós). Todo el que inventa o crea una realidad, debe empezar por destruir la que existe y, como ésta es obra del Creador, de Dios, el primer paso consiste en destruir la obra de Dios, en un deicidio. Tal es el origen de la concepción crítica y del título del libro de Vargas Llosa sobre el autor de Cien años de soledad. A través del prolijo examen de textos se advierte que el crítico está haciendo la historia y glosa de su propia obra. No importa las diferencias de estilo y tema; los cimientos son los mismos. Se parte del propósito de reflejar la realidad, pero se tropieza o con la incapacidad de retratarla sin añadirle demasiado de su cosecha, o con la poca importancia de esa realidad si no, se le añaden adobos de la propia fantasía, o con la fantasía creadora que no se atreve a darse suelta, sin andaderas de supuestos realistas. Canso quiera se consideren estas tres alternativas, la que resulte ungida será la que convenga tanto al uno como al otro, o sea, a García Márquez o a Vargas Llosa. Este último pretende, sin duda, aplicar el método estructuralista, para que el autor emerja a su obra. Lo consigue a medias: esa media luz cruza la media sombra incógnita del auténtico García Márquez, no aparecido a plenitud a causa de tal limitación.

Es prematuro juzgar definitivamente a un autor que no ha cumplido los cuarenta años; que se distingue por su versatilidad creativa; que se halla en plena producción, y que en sus cinco narraciones ha intentado ya cinco caminos diferentes. No es posible sino dejar constancia de algunos puntos comunes, de algunas coordenadas comunes a las cinco obras, a saber: 1) decisión de demostrar que el mundo es feo, injusto y desagradable y, por tanto, urgido de corrección; 2) ruptura de la unidad de tiempo, en el afán de encontrar la simultaneidad imposible cuando solo se cuenta con el espacio y no con el tiempo; 3) intervención de lo mágico, de lo fabuloso, de lo inesperado, como en los esperpentos, y consiguiente aire caricaturesco de los personajes; 4) carácter local de los temas, o sea un declarado intento de dar vida a una narrativa estrictamente nacional o local; 5) aceptación expresa del método neorrealista, lo cual obliga a basarse en todo instante en toda o un fragmento de la realidad inmediata; 6) ausencia total de historicismo; 7) temática urbana o semirrural. Si uno coteja estas siete características con las de la novela peruana anterior, hallará algunas comunes a otros novelistas; la falta de ironía (Pantaleón es sarcástico) en cambio, es algo que jamás ocurrirá en nuestra literatura. Vargas Llosa no puede ostentar esa ausencia o manquedad como una cualidad por cuanto a veces se esfuerza por parecer irónico sin lograrlo; alcanza la mueca, no la sonrisa. Esta proclividad patética podría, por tanto constituir uno de sus rasgos definitorios. De él podría inferirse un propósito mensajista, aun cuando no lo haga en forma visible.
(La literatura peruana. Derrotero para una historia cultural del Perú. Tomo V. Cuarta edición y definitiva. Lima, P. L. Villanueva Editor, 1975. )

Mario Vargas Llosa en el bar "La Catedral"



MINIBIOGRAFÍA DE MARIO VARGAS LLOSA

Nació en Arequipa, el 28 de marzo de 1936. Sus padres, Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta, ya estaban separados cuando nació. Pasó su infancia en Cochabamba (Bolivia), donde empezó su educación primaria en el colegio La Salle. En 1945 su familia volvió al Perú y se instaló en la ciudad de Piura, donde el niño Mario continuó sus estudios de primaria en el Colegio Salesiano. A los 10 años de edad conoció recién a su padre, con quien sostuvo una relación muy accidentada. Culminó su educación primaria e inició la secundaria en el Colegio La Salle de Lima (6º grado, y 1º y 2º años), para continuarlos en el Colegio Militar Leoncio Prado del Callao (3º y 4º año), y terminarlos en el Colegio San Miguel de Piura. Empezó laborando en el periodismo, tanto en el escrito como en el radial. En 1953 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Letras y Derecho. En 1955 se casó con su tía Julia Urquidi, de la que se divorció en 1963, para casarse con Patricia Llosa, su prima hermana. Paralelamente desempeñó hasta siete trabajos diferentes para cubrir sus necesidades económicas. Viajó a París a principios de 1958, luego de que uno de sus cuentos ganara un concurso promovido por la Revue Française. Tras un mes de estadía en dicha ciudad regresó a Lima. En San Marcos optó el grado de bachiller en Letras, a mérito de una tesis sobre las «Bases para una interpretación de Rubén Darío» (1958). Recibió la beca «Javier Prado» para seguir cursos de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid, hacia donde se trasladó. En 1959 publicó su libro de cuentos Los jefes, que fue galardonado con el premio Leopoldo Alas, hecho importante pues incentivó aún más su carrera literaria. Pasó a París (1960), donde ejerció como profesor de español y, sucesivamente trabajó en la sección española de la Agencia France Presse y en la radio televisión francesa. En 1963 y bajo el auspicio del editor español Carlos Barral (del sello Seix Barral) publicó su primera novela, La ciudad y los perros, que fue bien recibida por la crítica, y que lo sumó al llamado “boom latinoamericano”. Luego se trasladó a Londres (1966), donde enseñó Literatura Latinoamericana en el Queen Mary College; y a la Universidad de Seattle, en el estado de Washington (1968). De esta época datan dos de sus grandes novelas: La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969). De 1970 a 1974 residió en Barcelona, dedicado a la creación literaria. Finalmente obtuvo su Doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid, con su tesis sobre García Márquez, que después se tituló García Márquez: historia de un deicidio (1971). Cumplido este ciclo europeo, retornó al Perú en 1974, aunque continuó recorriendo las ciudades de Europa y de América para atender los compromisos propios de su vida profesional. También se dedicó a escribir artículos para la prensa periódica, haciendo conocido su columna “Piedra de Toque”. En 1977 fue incorporado a la Academia Peruana de la Lengua. En 1981 fue conductor del programa televisivo de la TV peruana, “La Torre de Babel”, transmitido por Panamericana Televisión. En 1983 aceptó la solicitud del presidente del Perú Fernando Belaunde de presidir una comisión investigadora del caso Uchuraccay, donde murieron ocho periodistas investigadores del fenómeno terrorista. Desde entonces se acrecentó su interés en intervenir en los problemas políticos peruanos. En 1987 lideró el movimiento Libertad, surgido contra el estatismo propugnado por el gobierno de Alan García, y en 1990 participó como candidato a la presidencia de la República del Perú, encabezando el FREDEMO, una coalición de partidos de centro-derecho, pero perdió las elecciones frente al ingeniero Alberto Fujimori. A continuación, pasó una vez más a Londres, donde retomó su actividad literaria. También retomó la docencia en diversas universidades de Europa y Estados Unidos. En 1993, ante las amenazas del gobierno de Fujimori (convertido en dictadura desde 1992) de quitarle la nacionalidad peruana, aceptó el ofrecimiento del gobierno español para que adoptara la nacionalidad española. La Real Academia Española lo incorporó como miembro en 1994; ese mismo año fue galardonado con el premio Miguel de Cervantes, la máxima distinción de las letras castellanas. Después de la caída del régimen de Fujimori (2000) ha vivido alternativamente entre el Perú y España. Ha continuado escribiendo y haciendo cada vez más vasta su producción literaria. Sus obras han sido traducidas a más de 30 idiomas. En el 2010 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Su última novela publicada es El sueño del celta. Su obra literaria ha renovado la temática y la técnica narrativa y ha creado una galería de personajes y episodios que revelan con hondura los conflictos entre civilización y barbarie, cultura y oscurantismo, creación y destrucción, todavía presentes en la sociedad contemporánea.

viernes, 13 de agosto de 2010

VALOR EDUCATIVO DE LOS "COMENTARIOS REALES"




POR JOSE JIMENEZ BORJA*


Debo declarar en primer término que yo no soy un especialista en temas del Inca Garcilaso. Hay en Inglaterra shakespearistas, en España cervantistas, y en el Perú hay garcilasistas. Yo no he escrito nunca nada sobre Garcilaso, salvo algunos apuntes escolares, y solamente soy un lector atento, devoto, de los Comentarios Reales; pero he aceptado sustentar esta conferencia disciplinariamente en cumplimiento de un dictado del organizador del Symposium, mi talentoso y querido amigo Félix Denegri Luna. De tal manera que traigo solamente fervor, simpatía, entusiasmo a la realización de este brillante certamen. Tal vez la única novedad que puede haber en mis palabras es la de contemplar esta figura monumental del Inca, desde el punto de vista de la especialidad pedagógica, con el fin de analizar el provecho que los maestros podemos sacar de su obra, de cómo la educación peruana puede movilizar esta riqueza espiritual extraordinaria. Toda gran obra literaria tiene excelencia educativa, porque encierra riquezas de fondo y forma. Por el fondo, las grandes obras literarias estimulan la observación, la reflexión, la síntesis, el análisis. Por la forma educan el estilo, inducen a la creación. De tal manera que los grandes libros poseen un extraordinario valor informativo, y los maestros, los apreciamos profundamente. Pero, en este caso de los Comentarios Reales, su mérito es particular; es el mérito en relación con la Escuela Peruana. Tal es el sentido con que yo voy a desarrollar este tema. No es el mérito de una obra maestra de la literatura universal en relación con la asignatura de Historia Literaria, ni en relación con la asignatura de Historia, que esos son valores excelsos que tienen los Comentarios Reales, pero que yo los doy por conocidos de todos, por aceptados universalmente. Mi camino será apreciar este libro desde el punto de vista de cómo puede auxiliar a la formación de un espíritu nacional en nuestra Escuela. La Educación tiene fines generales, que son aceptados en todos los países, en todas las latitudes: conduce a los altos valores. No hay educación que no quiera que el hombre ascienda a un plano superior de la vida espiritual, que se perfeccione en las virtudes cardinales. Según las épocas, se ha buscado un arquetipo humano a través de la educación. En la Antigüedad, en la Edad Media, en el Renacimiento, en nuestro tiempo. Eso es el mundo de los valores, hacia el cual la educación general conduce al hombre. Todos estamos de acuerdo que la Escuela debe llevarnos a la justicia, debe llevarnos al bien, debe llevarnos a la prudencia, debe llevarnos a la verdad, a la sabiduría, en fin, a los grandes valores universales. Pero, yo estimo, que en nuestro país, hay ya un movimiento por descubrir, una Escuela Peruana que tenga los principios de la Escuela Universal, pero que también tenga algunas notas específicas de la educación peruana. Se han hecho ya algunos ensayos importantes. Hay un libro del profesor Emilio Vásquez —que está aquí presente—, hay un ensayo del profesor Pons Musso, varios ensayos que tratan de indagar en qué consisten las notas esenciales, los fines particulares, ya no aquellos fines universales sino los fines particulares de una educación peruana. Yo creo que a este hallazgo de fines específicos de una educación peruana, puede servirnos, de manera extraordinaria, el libro de Garcilasso de la Vega, los Comentarios Reales.

Los Comentarios Reales servirían para fortalecer, relevar, desplegar valores originales en una educación nacional. Son muchos los caracteres que le podríamos asignar a una Escuela Peruana, pero voy a señalar tres únicamente que son los que más se pueden poner en comunicación con el mundo espiritual de los Comentarios Reales. Estimo que una Escuela Peruana debe ser eminentemente geográfica, que debe ser eminentemente solidaria, y que debe ser eminentemente estética. Este primer carácter, que la Escuela Peruana debe ser eminentemente geográfica consiste en la antigua vocación del alma peruana para amar a la Naturaleza y de desenvolverla creando o desarrollando nuevos elementos: es lo que los sociólogos llaman el apetito geográfico, una aptitud de reverencia hacia los prodigios del mundo natural, hacia los ríos que dan el agua que fecunda la tierra, hacia las tierras, hacia los cielos que esclarecen los campos, hacia las plantas, los animales, el hombre mismo, que es el centro de ese gran espectáculo. Pero esa antigua vocación peruana de conservar y de crear la Naturaleza, tiene una tradición muy rica que en ninguna parte encuentra un ejemplario más ilustre, más copioso, más incitante para los jóvenes que en los Comentarios Reales. En los Comentarios Reales se siente esta aptitud de amor hacia la Naturaleza y este afán de crear naturaleza, que como digo es la vocación más antigua y egregia de la nacionalidad. El sistema agrario peruano creaba tierras cultivables donde no las había, están minuciosamente detallados los procesos de la formación de andenes en la sierra y de hoyadas en la costa, retirando la arena hasta encontrar la primera tierra fértil, y conectando esa hoyada con las aguas subterráneas para formar mantos de vegetación en medio del arenal. Está descrito aquel procedimiento con minuciosidad y encanto para las plantas y los animales que el hombre peruano encontrara salvajes y que iba desenvolviendo por cruces, haciendo de las raíces amargas pomas sabrosas, cruzando los animales, mejorando la lana de los animales, cuidando y enriqueciendo los ganados tanto domésticos como silvestres. De tal modo, que la Escuela Peruana puede desenvolver este entusiasmo por la Naturaleza en infinidad de capítulos de los Comentarios Reales. El Inca Garcilaso desenvuelve, con una claridad magistral, estos capítulos, y solamente se detiene con indignación en aquellos pasajes en que este hilo de oro de la tradición peruana es cortado por la incomprensión y la violencia española. Así por ejemplo, por su vigor descriptivo, por su paciencia narrativa, por su color, es maravilloso aquel capítulo que se llama el "chacu" o sea el antiguo sistema de la cacería, para el que no encuentra la palabra precisa por que manifiesta que los indios no cazaban a los animales según el criterio europeo, matándolos, ni haciéndoles daño sino que se los llevaban a manos, de manera que no hay una palabra en español que corresponda a la palabra "chacu" en quechua. En este admirable capítulo dice lo siguiente: "el número de los venados, corzos y gansos y del ganado mayor que llaman huanacu, que es de lana basta, y de otro que llaman vicuña que es menor de cuerpo y de lana finísima, era muy grande, que muchas veces y según las tierras eran unas de más casta que otras, pasaban de 20, 30 y 40,000 cabezas, cosa hermosa de ver y de mucho regocijo. Esto había entonces, ahora digan los presentes el número de las que se han escapado del estrago y desperdicio de los arcabuces, pues apenas se hallan huanacus y vicuñas sino donde ellos no han podido llegar". Y en otra parte dice que sus padres y otros testigos de la Conquista, de los primeros tiempos, le contaron los "excesos y desperdicios", estas son palabras textuales, que hacían los españoles con el ganado. De tal manera que una corriente educativa de alta fuerza constructora, vinculada profundamente a esta antigua vocación peruana de conservación y de creación de la Naturaleza, se puede sacar de los Comentarios Reales y aprovechar intensamente en la actividad didáctica de nuestra Escuela, intensificando, alimentando esta nota que yo considero eminentemente nacional, que es la nota geográfica de la Escuela con esencia peruanista.

La otra nota, el otro carácter de la Escuela Peruana a que me he referido es el de una escuela solidaria. Yo creo que en el Perú la educación debe reunir en un concierto las fuerzas de la nacionalidad que tienden a la dispersión por distintos factores de orden étnico, de orden económico, de orden regional, y que debe hacer un crisol educativo en el cual se fundan las voluntades, se concierten los sentimientos y se suavicen las asperezas, las fricciones que a diario sentimos en un ambiente tan heterogéneo como el nuestro. En los Comentarios Reales hay también una atmósfera cálida de solidaridad humana. El Libro V, que es el destinado al reparto de las tierras, al reparto del agua, a las providencias sobre alimentación, sobre el vestido, sobre viviendas de las gentes, es un poema cíclico de solidaridad humana en el cual se siente vibrar el sentimiento del bien común, del interés que un hombre siente por otro, de la inmersión de los individuos dentro de la gran unidad que constituye la Patria. Los Incas establecieron un régimen autocrático, pero según todos los testimonios, y especialmente el de Garcilaso, su sistema fue paternal y benévolo, en el cual se sienten padres de los pobres, de los elementos más indefensos de la sociedad. Al príncipe heredero entre los ejercicios que hacia tiempo de asumir la mayoría de edad, le correspondía uno que consistía en vestirse como la gente del pueblo, como los más indigentes de la masa, y recorrer los caminos casi en harapos y descalzo para sentir verdaderamente lo que era la melancolía y el sufrimiento de la pobreza. En el reparto del agua tiene estas frases Garcilaso de la Vega: "No era preferido el más rico ni el más sabio ni el privado o pariente del curaca ni el ministro o gobernador del Rey". Había una consideración, entonces, que verdaderamente unificaba a los hombres en el bien general y los castigos eran sumamente severos para el que violaba estos preceptos. Los ejemplos pueden ser innumerables sobre el particular, pero quiero leer un pequeño trozo lleno de colorido, que se relaciona con la visita de dos mujeres. Una mujer visita a otra, una que no es noble, visita a otra que es noble y dice lo siguiente: "Si alguna mujer que no fuese palla iba a visitar a la palla, luego de pasadas las primeras palabras de la visita, pedía que se le diesen qué hacer, dando a entender que no iba a visitar por no ser igual sino a servir como inferior a superior. La palla por gran favor correspondía esta demanda con darle algo de lo que ella misma hacía o alguna de sus hijas, por no igualarlas con las criadas y mandase darle de lo que ellas hacían. El cual favor era todo lo que podía desear la que visitaba por haberse humanado la palla a igualarla consigo o con sus hijas. Con semejante correspondencia de afabilidad a humildad que en toda cosa mostraban se trataban las mujeres y los hombres, en aquella república, estudiando los inferiores cómo servir y agradar a los superiores y los superiores cómo regalar y favorecer a los inferiores. Desde el Inca que es el Rey hasta el más triste llamamicha, que es pastor".

El tercer distintivo de una Escuela Peruana que puede encontrar una fuente de vigor y de inspiración en los Comentarios Reales es el estético. Yo creo que una Escuela esencialmente peruana debe estar inspirada en un mensaje de belleza, debe ser una Escuela en la cual vibre una atmósfera de armonía plástica, de armonía musical, de armonía poética. Este es un libro histórico, y cada día se prestigia más el valor histórico que tienen los Comentarios Reales, pero es fundamentalmente un libro poético, y la poesía tiene la virtud de dar, de expresar un mensaje en una forma más densa, más comunicativa, más penetrante que cualquiera historia, que cualquiera ciencia, que cualquiera de las disertaciones de la filosofía o en general de las disciplinas escolares. Los artistas son seres capaces de intuir en el fondo de la realidad, en el fondo prístino de una nación y recoger sus grandes mitos, sus grandes aspiraciones, sus grandes ideales en sus formas aladas y armoniosas de belleza. Por eso, este libro, magistral puede ser en las escuelas del Perú como la Ilíada, y la Odisea eran en las escuelas griegas, como la Eneida era en las Escuelas romanas: el libro nacional en el cual los jóvenes encontraban los grandes ejemplos de heroísmo, los grandes ejemplos de virtud, los grandes ejemplos de servicios a sus semejantes y de amor a su patria. La poesía es un lenguaje que no se puede traducir, es un lenguaje Intransferible, es decir aquello que el poeta dice, cuando es verdadero poeta, nadie lo puede decir de distinto modo, y en eso consiste la grandeza de la poesía, porque viniendo la poesía del fondo del alma, las palabras se funden desde la realidad más honda del espíritu con las palabras. Ellas son el mismo, el temple espiritual que representa la creación del poeta. Luego, una disertación filosófica o científica se puede decir de un modo o de otro; pero la poesía no se puede decir sino de la manera como el poeta la ha expresado. Y cuando nosotros leemos las páginas de los Comentarios Reales sentimos que eso no se puede decir de otra manera, que ha nacido del temple espiritual del poeta, que ha subido en una ondulación espiritual hasta la sonancia exterior, que es un lenguaje que los estudiosos llaman el lenguaje plasmado, distinto al lenguaje hablado, que es aquel cuyas palabras se pueden cambiar. Yo puedo decir esto que estoy diciendo ahora de otro modo, porque mi lenguaje es un lenguaje hablado; pero si mi lenguaje fuera un lenguaje poético, ese lenguaje sería un lenguaje plasmado, es decir, tendría desde el primer momento la forma escultórica que le ha dado el poeta en el fondo de su alma y esa forma es imposible de cambiarse, de sustituirse con otras palabras. Es lo que se siente en los Comentarios Reales, aún para las cosas más sencillas. Cuando él dice que vió a una india que metía su cabellera en el jugo del maguey para teñirlo, y que cuando salió el pelo de la india parecía más negro y brillante que el ala del cuervo con la pluma recién mudada, por ejemplo, esa manera de decir viene desde el fondo de su espíritu, por una ondulación ya plasmada que yo no puedo cambiar. Pero además, la poesía, lo poético, además de ser lo intransferible es lo vivible. Es decir, es aquello que yo puedo vivir no siendo el poeta. Tiene un poder de comunicación tan grande que me permite a mí vivir y sentir lo mismo que ha vivido, ha sentido, el poeta mismo. Esa energía, verdaderamente invasora que tiene la poesía, que no la puede tener ninguna otra expresión, la tienen los Comentarios Reales; y por eso los Comentarios Reales son estructuralmente una obra poética. Y esta fuerza de poesía que tienen, puede ser aprovechada en la Escuela Peruana para dar las esencias del sentimiento patrio a los jóvenes escolares. Bien, yo creo que no se trata de una obra arqueológica puramente; y por eso es que es una obra eminentemente educativa, porque la educación es para el futuro, porque nace de la inquietud del hombre futuro, porque no es una reversión al pasado únicamente, nace de lo que nosotros creemos que debe ser la generación que nos va a suceder, y en ese sentido los Comentarios Reales responden exactamente a una definición que ha dado de ellos el gran critico argentino y gran peruanista Ricardo Rojas. Ricardo Rojas ha dicho: los Comentarios reales son "una epopeya augural". Yo creo que ésta es la más inspirada definición que se ha dado de ella. Son una gran epopeya por su contenido poético; pero son augurales en el sentido en que son porveniristas. Él, Garcilaso, miró el pasado, pero no miró el pasado cerrado y quieto, sino miró un Perú que ya estaba en proceso; no es por eso una obra arqueológica. El cuenta todas las cosas que hubo en el Imperio de los Incas, pero también se entusiasma con todas las cosas nuevas que vienen al Perú. Hay una serie de capítulos destinados a las nuevas plantas, a los nuevos animales que se incorporan a su país. El suyo no es indigenismo clausurado y excluyente. Yo estoy de acuerdo con el Dr. Valcárcel que el otro día dijo que Garcilaso fundamentalmente era un indio. Estoy de acuerdo con esa afirmación; pero el suyo es un indianismo dinámico y creador. ¿Por qué es dinámico? Porque él ya ve al Perú moviéndose hasta el futuro. En toda la historia mezcla el presente. Hay una parte en que nos cuenta cómo los Incas araban en Colcampata. Y cómo estará aquel hermoso lugar hoy día, se pregunta. Y contesta: Probablemente ya estará lleno de casas, la ciudad habrá crecido cubriendo Colcampata. Yo creo que eso es símbolo, porque está viendo un Perú en movimiento, un Perú en proceso. Hay los siguientes capítulos de los Comentarios Reales, que se refieren a las nuevas cosas traídas de Europa: de las yeguas y caballos; de las vacas y bueyes; de los camellos, asnos y cabras; de las puercas; de las ovejas y gatos caseros; de los conejos castizos; de las ratas; de las gallinas y palomas; del trigo; de la vid; del vino; del olivo; de las frutas de España y caña de azúcar; de las hortalizas y hierbas; de los espárragos; del vinagre; del anís. Nombres nuevos para nombrar diversas generaciones. Y hay una nota curiosa al final de toda esta enumeración: declara que también son nuevos los blancos .y los negros en una frase que tal vez envuelve una ironía y es la siguiente: "Lo mejor que ha pasado a Indias se nos olvidaba, que son los españoles y los negros".

Así como él se llama indio repetidamente, también se llama mestizo. Dice: "a los hijos de español y de india o de indio y española nos llama mestizos, por decir que somos mezclados de ambas naciones. Fue impuesto por los primeros españoles que tuvieron hijos en indias y por ser nombres impuestos por nuestros padres y por su significación me lo llamo yo a boca llena y me honra con él, aunque en Indias a uno de ellos si le dicen, sois un mestizo o es un mestizo lo toman por menosprecio".

Tiene una gran ternura para lo indígena puro, pero tiene también una gran ternura para la nacionalidad mestiza que va surgiendo. La historia de la escuela en que se formó es de una delicadeza poética insuperable. Dice que eran 18 mestizos y algunos indios estudiando en la Escuela del canónigo que les enseñaba por caridad, sumando cuatro horas al trabajo que tenía en el coro de la Catedral. "Los indios y los mestizos, como parientes de ello, son hábiles para imitar y aprender lo que les enseñan, lo cual experimentó largamente el licenciado Juan de Cuéllar, natural de Medina del Campo, que fue canónigo de la Santa Iglesia Catedral del Cuzco, el cual leyó Gramática a los mestizos hijos de hombres nobles y ricos de aquella ciudad. Movióse a hacerle por caridad propia y por súplica de los mismos estudiantes. Felipe Inca, indio del padre Pedro Sánchez, el cual viendo la habilidad que el indio mostraba en leer y escribir le dio estudio donde daba tan buena cuenta de la Gramática como el mejor estudiante de los mestizos. Estudiábamos entre sangre y fuego de las guerras que entonces hubo. Doliéndose de que se perdiesen aquellos buenos ingenios, les decían muchas veces: Oh, hijos, que lástima tengo de no ver a una docena de vosotros en aquella Universidad de Salamanca". Y añade: "Los que ahora son deben dar gracias a Dios porque les envió la Compañía de Jesús con la cual hay tanta abundancia de toda ciencia y de toda buena enseñanza de ella, con la que tienen y gozan". De manera que él sabe que, ya en el Cuzco está establecida la Compañía de Jesús, que la educación se ha desarrollado, y en consecuencia que hay una cultura en marcha, un desarrollo del país futuro.

Pone una gran atención al nacimiento de las instituciones modernas en la ciudad del Cuzco y especialmente en dos. Cuenta todas las cosas que se hacen, pero eso no le interesa tanto, porque las casas destrozan la antigua ciudad del Cuzco, porque los españoles son indolentes y no quieren labrar piedras y sacan las piedras de los antiguos edificios, porque acortan plazas y destrozan en realidad la antigua urbe imperial. Pero con la más profunda simpatía ve nacer a dos instituciones. Una de ellas es el Convento de San Francisco. Siempre fue muy ferviente admirador de la orden franciscana y del espíritu de San Francisco "el Divino San Francisco", dice, y cuenta que en muy poco tiempo se levantaron las limosnas para la construcción de su convento. Al parecer dentro de un plazo muy limitado tenía que darse el dinero para la expropiación del terreno y no había la cantidad necesaria; pero de repente se juntó y apareciéndose en la casa de su padre que era Corregidor, el guardián del convento contó maravillado: "Y más os digo que estas dos noches pasadas no nos dejaron dormir llamando a la portería con su cantidad de limosnas. Tal dijo aquel buen religioso de la liberalidad de aquella ciudad y yo le oí". Pero, además se conmueve y sigue con honda deferencia la fundación del hospital para indios. También un franciscano es el iniciador. Predicando en la catedral los sermones de feria de la cuaresma, sostuvo que eran los españoles los obligados a crear un hospital para indios, que se fundase aquella casa "para que hubiese a quien restituir las obligaciones que los españoles, conquistadores y no conquistadores tenían, porque dijo que en poco o en mucho ninguno escapaba de esta deuda. Siguió por esta persuasión los sermones de aquella semana, y el domingo siguiente concluyó apercibiendo a la dudad a la limosna y les dijo: "El Corregidor y yo saldremos a la una para pedir por amor de Dios por esta obra y mostraos tan largos y dadivosos para ella como mostráistes fuertes y animosos para ganar este Imperio". Se juntaron 34,200 ducados en muy poco tiempo. A todos los compañeros mestizos de su Escuela los sigue con gran simpatía, especialmente a un clérigo Juan de Alcobaza que fue su corresponsal desde el Perú "el cual en muchas provincias de aquel Reyno ha sido Vicario y predicador de los indios, que sus prelados lo han mandado de unas partes a otras porque como mestizo natural del Cuzco sabe mejor el lenguaje de los indios que otros no naturales de aquella tierra y hace más fruto". Pero además, pone simpatía en el arte, se fija mucho en el desarrollo del canto por los mestizos, "de las voces no usaban los Indios en mis tiempos porque no las tenían tan buenas. Debía ser la causa que no sabiendo cantar no las ejercitaban y por el contrario habían muchos mestizos de muy buenas voces. Dícenme que en estos tiempos se dan muchos los mestizos a componer estos versos y otros de muchas maneras, así a lo divino como a lo humano. Dios les dé su gracia para que le sirvan en todo". Es decir, él desea que sigan progresando, expresa su simpatía, su anhelo al desarrollo cultural de su patria y cuenta cómo los indios participaron en las fiestas del Santísimo Sacramento con la simpatía de los españoles en una especie de convivio, de comunidad espiritual con los españoles. "Pareciendo bien estos cantares de los indios y el tomo de ellos al maestro de Capilla de aquella Iglesia Catedral, compuso el año de 51 una chansoneta en canto de órgano para la fiesta del Santísimo Sacramento, contrahecha muy al natural al canto de los Incas. Salieron ocho muchachos mestizos de mis condiscípulos vestidos como indios, con sendos arados en las manos, con que representaron en la procesión el cantar y el aire de los indios, con gran contentamiento de los españoles y suma alegría de los indios de ver que con sus cantos y bailes solemnizaban los españoles la fiesta de dios Nuestro Señor". En consecuencia su indianismo no es absoluto, químicamente simple ni arqueológico; ni es un indianismo quietista sino es un indianismo dinámico e integrador, que tiene su ejemplo en él mismo, porque el mismo de raíz autóctona tan arcaica florece en la cultura del Renacimiento. Hay una página de los “Comentarios Reales” donde, en la parte alta se cita a Bocaccio y en la parte baja se cita a Ariosto. Tratándose de cosas del Perú, estas dos citas me parecen a mí simbólicas, porque la una, la de Boccaccio, se relaciona con las plumas del papagayo, dice que las plumas del papagayo son muy hermosas y que hay un cuento de Boccaccio que se basa en la belleza de las plumas del papagayo ("de las cuales plumas por ser tan hermosas tomó el famoso Juan boccaccio el argumento para la graciosa novela de Frate Cipola"), y con respecto a Ariosto, dice que los indios tomaron por llamar Urito a un parlador fastidioso que como el divino Ariosto dice en el canto 25, sepa poco y hable mucho, a los cuales con mucha propiedad le dicen los indios "calle papagayo". Esta ascensión de la anécdota nativa a la esfera general humana, este injerto de lo propio en lo universal, es propio, típico de un proceso cultural vivo y es en esencia el proceso vital de la cultura; es vincular lo particular a lo genérico. Es muy audaz lo que voy a decir sin ser un especialista en Garcilaso, pero en este Symposium hay tanta libertad, tanta tolerancia que me atrevo a proferirlo. Me parece que su espíritu es representativo del alma barroca. El espíritu barroco no tiene nada que ver con el estilo barroco. Ya el Dr. José Durand en anterior oportunidad, muy sagazmente, hizo ver que el estilo de Garcilaso es un estilo más bien arcaico, que recurre a muchas palabras antiguas para su época; pues bien, puede ser arcaico en la forma, pero en lo espiritual era un ser de intensa vibración presente, a tono con la Contrarreforma, con el momento que vivía Europa. y particularmente España, después del Concilio de Trento. La primera época del Renacimiento, en la que él habla participado, era la época neo-platónica en la cual, tomo sucede por ejemplo en La Galatea de Cervantes, la realidad se idealiza, la poesía consiste no en pintar la realidad sino en imaginarse una realidad selecta, una realidad escogida, encontrar como el rostro del paisaje, lo más fino, lo más delicado que puede tener ya la figura humana, ya el lenguaje humano; y esa es la poesía pastoril de Garcilaso, el pariente glorioso del Inca o la novela pastoril de Cervantes. Pero más tarde llegó el espíritu de la Contrarreforma y entonces se encendió y retorció la llama barroca. Ella iluminó una vuelta a la realidad; se renegó de tanto idealismo y arquetipo, de tanta vaga ensoñación; pero no se renunció al ideal sino que se estableció un dualismo que consistió en regresar a la realidad trayendo el Ideal y tratando de imponer el ideal a la realidad. Ese es el último momento de la evolución, cervantina en el Persiles. Persiles es considerado, por esencia una obra barroca, como también el teatro de Calderón. El barroco es vital, es real, y el Inca buscaba la realidad. Ya hemos visto a través de varios momentos de este ilustre Symposium que el Inca reniega de la poesía, quiere la realidad, quiere la historia; siendo poeta se reclina en la historia; teniendo un alma tan delicada ansía renunciar al modelo forjado, persigue una patria según él la concibe, según las esencias más prístinas y más nobles del Perú. Aunque describe el Perú tal como fue el Perú, de los Incas, tal como es, el Perú, que se va moviendo hacia los siglos futuros, quiere que un ideal plasme esa realidad, le dé forma, y se establezca finalmente un equilibrio entre el ideal y la realidad. Hay dos versos de Calderón de la Barca que Casualdero considera que simbolizan este espíritu del alma barroca y son los siguientes:

"Es todo el cielo un presagio
y es todo el mundo un prodigio".

Es decir, es todo el cielo un presagio porque nos manda hacer una grandiosa tarea. Hay grandes empresas por acometer para ennoblecer el espíritu; y al lado de eso está la realidad, el mundo, que es un prodigio parque es hermoso, variado, indómito; pero como en las dos columnas salomónicas de los imafrontes barrocos, deben unirse esos dos mundos en la parte alta, en la ascensión final del arte barroco. Esta es la dualidad de ideal y real, del cielo y la tierra, que expresan estos dos versos de Calderón y cuando Ricardo Rojas dice que los Comentarios Reales son un epopeya augural, nos asegura que desarrollan un prospecto del futuro: no solamente nos muestran el pasado sino que nos presagian, como esas palabras de Calderón, un Perú raigal, auténtico y peregrino. Por lo tanto, marchando al futuro podemos buscar las esencias de un país más profundo y original en los Comentarios Reales, y tratando de imitar a estos versos de Calderón podemos decir estas dos frases que expresan ya en síntesis estrechamente cifrada mi opinión sobre los Comentarios Reales y su valor educativo: el Perú está lleno de prodigios, los Comentarios Reales están llenos de presagios.


De: Nuevos estudios sobre el Inca Garcilaso de la Vega. Lima, Banco de Crédito del Perú y Centro de Estudios Históricos-Militares del Perú, 1955, pp. 231-242.

* José Jiménez Borja (1901-1982), lingüista y educador tacneño, fue autor de muchos ensayos literarios.

miércoles, 11 de agosto de 2010

ENSAYO SOBRE LA FLORIDA DEL INCA


A continuación, un ensayo sobre LA FLORIDA DEL INCA, la magistral obra del Inca GARCILASO DE LA VEGA, escrito por el crítico y escritor limeño LUIS LOAYZA (n. 1934) y publicado en la revista “Amaru” (publicación de la UNI) en enero de 1971.


LA FLORIDA DEL INCA, POR LUIS LOAYZA


Garcilaso no menciona en LA FLORIDA, ni parece que haya utilizado, las otras dos crónicas sobre la expedición de Hernando de Soto, la RELACIÓN VERDADERA...del hidalgo de Elvas y la crónica de Rodrigo Rangel, inserta en la obra de Oviedo. Sus fuentes fueron, además del testimonio de Gonzalo Silvestre, las brevísimas crónicas manuscritas de otros dos conquistadores, Juan Coles y Alonso de Carmona, que por azar llegaron a sus manos. Las leyó ya terminado su libro y afirma que volvió a escribirlo para incorporar los datos que contenían. Lo más probable es que se limitase a añadir las referencias a sus nuevas fuentes; en efecto, las menciones –o en algún caso las citas– de Coles y Carmona aparecen al final de los episodios y no intercaladas en la narración; sirven para confirmar la versión de Garcilaso o para agregarle detalles insignificantes. No es exagerado decir que Gonzalo Silvestre fue no sólo la fuente principal de Garcilaso sino prácticamente la única. LA FLORIDA es lo que hoy podríamos llamar un "reportaje", los recuerdos de un testigo directo recogidos por un escritor. Esto debe tenerse en cuenta porque, como trataremos de probar, muchos de sus defectos, sobre todo en cuanto a la precisión histórica, fueron inevitables y estaban ya en la versión oral de Silvestre.

Terminada la expedición de la Florida Gonzalo Silvestre había pasado al Perú, donde tampoco tuvo suerte. Participó en las guerras civiles, estuvo muchas veces a punto de perder la vida, se quebró una pierna, no hizo fortuna; asegura que el virrey Hurtado de Mendoza lo embarcó con engaños a España –seguramente para quitarse de en medio a un pedigüeño–. Cuando Garcilaso lo encontró estaría envejecido, enfermo, un poco amargado porque no se le reconocían sus méritos y se le negaban beneficios y pensiones. Debía ser uno de esos narradores inagotables de la propia vida. Sus años con De Soto le parecerían muy dignos de honra, la justificación del reconocimiento que buscaba en vano. Una de las mejores cosas que podía pasarle es que alguien se animase a redactar la historia –su historia– de la Florida. Garcilaso había traducido los DIÁLOGOS DE AMOR, una obra de filosofía neoplatónica que nada tenía que ver con América; escribía ya, o se preparaba a escribir, sobre el Perú y los recuerdos de Silvestre eran una espléndida oportunidad de probarse como escritor y medir sus fuerzas. La redacción de LA FLORIDA fue un proyecto que interesaba a los dos; ambos tenían algo que ganar. Además los uniría cierta solidaridad de indianos venidos de lejos, los recuerdos del Perú, la sensación de ser víctimas de una injusticia.

Como es natural Silvestre recordaba sobre todo los muchos trabajos, los actos de heroísmo que quedaron sin compensación, y destacaba en ellos su propio papel. Aunque Garcilaso no nombra nunca a su "autor" bastaría para sospechar su identidad -confirmada por otras pruebas- el lugar excepcional que ocupa Silvestre en el relato. Silvestre está retratado como se veía a sí mismo desde España y la vejez. y seguramente el aprecio de sí, los años, la amargura, habían mejorado y embellecido la realidad. Ya la primera noche después de salir de Sanlúcar, leemos, De Soto dejó la nave capitana al mando del joven Silvestre, soldado bisoño, inexperto en navegación. Uno de los otros barcos cambió de rumbo y se puso "a tiro de cañón y a barlovento de la capitana" (I, 7). Al parecer esto es grave; Silvestre no encontró nada mejor que hacer disparar contra ella y provocó mucha alarma y daños. De Soto recriminó airadamente a los de la nave que se habían desviado y no se dice si elogio o censuró a Silvestre, aunque se da a entender que la conducta de éste fue impecable. Más adelante, ya en plena expedición, De Soto encarga a Silvestre una misión peligrosa: "A vos os cupo en suerte el mejor caballo de todo nuestro ejército y fue para mayor trabajo vuestro, porque hemos de encomendaros las tareas más dificultosas que se nos ofrezcan" (II, 1, 13). Silvestre tiene éxito, como en todo lo que emprende, aunque su compañero pone sus vidas en peligro. Luego de Soto "ofreció para más adelante la gratificación de tanto mérito" (II, 1, 15). En otras ocasiones Silvestre es el último en pasar un río, asediado por los enemigos (II, 2, 12) o mata a un indio que ya ha derribado a dos españoles menos expertos (IV, 15). Cuando los españoles se ven arrastrados a una batalla desventajosa mientras bajan al mar por el Río Grande (el Mississippi) Silvestre aconseja a su capitán que no vaya a pelear y se ofrece a ir en lugar suyo. Guzmán rechaza la advertencia, le prohíbe acompañarlo (detalle que deja a salvo el honor de Silvestre), salta a la canoa, corre a su muerte (VI, 7). En fin, para que nada le falte, Silvestre tiene sentido del humor. Los españoles están muriéndose de hambre. Cuatro soldados "de los más principales y valientes" se reparten unos cuantos granos de maíz. Silvestre es el único que no los devora de inmediato. Cuando le preguntan si lleva algo de comer responde: "Si, que unos mazapanes muy buenos, recién hechos, me trujeron ahora de Sevilla" y "Una rosca de Utrera tengo muy buena, tierna y recién sacada del horno"; luego regala casi todos sus alimentos a los compañeros (III, 8) porque también es austero y desprendido.

Silvestre construye su propio personaje, lo vamos descubriendo y tal vez llegamos a conocerlo mejor de lo que él podía suponer. Es muy distinto a Garcilaso, que cuando recuerda su vida suele presentarse como simple testigo, no como un héroe, aunque no le faltaron aventuras. No seria difícil, pero tampoco justo, hacer ironías sobre Silvestre, que fue uno de tantos conquistadores bravos y sin suerte. Garcilaso lo menciona varias veces en los COMENTARIOS REALES y lo llama soldado famoso, testigo fidedigno, "hombre de mucha verdad". Era un buen soldado aunque, como él mismo había de contarlo, en la batalla de Huarina Gonzalo Pizarro le hirió malamente el caballo "con un desenfado y una desenvoltura como si estuviese en un juego de cañas" (HISTORIA GENERAL V, 19). Fue también, no cabe duda, aficionadísimo a los caballos y ya en España, inválido –esa pierna que nunca sanó del todo– se acordaba con cariño de los muchos y excelentes que tuvo. Tal vez si su mejor rasgo era ser capaz de pensar en sus enemigos sin rencor y hasta repetir anécdotas que los enaltecían (por ejemplo en HISTORIA GENERAL V, 25).

Pero la verdad es que no fue para Garcilaso una fuente muy rica ni muy exacta. Recordaba nítidamente sus hazañas pero no el extraño país que recorrió, donde nunca antes habían llegado europeos. Los datos geográficos de LA FLORIDA son muy imprecisos. Garcilaso se da cuenta de este defecto y se disculpa en varias oportunidades, aduciendo que lo duro de la campaña impidió a los españoles levantar cartas de los territorios que atravesaban: “Y aún ha sido mucho sacar en limpio esto poco, al cabo de tantos años que ha que pasó y por gente que su fin no era andar demarcando la tierra, aunque la andaban descubriendo, sino buscar oro y plata. Por lo cual se me podrá admitir en este lugar el descargo que en otros he dado de las faltas que esta historia lleva en lo que toca a la cosmografía, que yo quisiera haberla escrito muy cumplidamente para dar mayor y mejor noticia de aquella tierra" (VI, 9, otro texto semejante en II, 1, 12). También el paisaje es algo borroso, porque Garcilaso no lo conocía y Silvestre no supo verlo. La diferencia con los COMENTARIOS REALES es muy clara; en ellos una frase, un adjetivo bastan para que tengamos un lugar ante los ojos; en LA FLORIDA las descripciones están construidas con términos generales, aunque las defiende la elegancia del gran escritor "Al fin de los tres días paró el ejército en un muy hermoso sitio de tierra fresca de mucha arboleda de morales y otros árboles fructíferos cargados de fruta" (III, 9).

Por otra parte Silvestre no parece haberse interesado mucho por las culturas indígenas que encontró. Todos eran indios, con pocas diferencias entre si, "de donde, visto un pueblo los habremos visto casi todos y no será menester pintarlos en particular" (II, 1, 30). Es verdad que, contra la opinión de quienes tenían a los indios en "poco más que bestias", se insiste en que eran capaces de valor e inteligencia en grado tan extraordinario que Garcilaso dedica todo un capítulo (II, 1, 27). "En que se responde a una objeción") para asegurar que no inventa nada, que los indios pueden llegar a tales alturas. Estos testimonios de Silvestre debieron interesar mucho a Garcilaso, quien ya preparaba su obra sobre el Perú y debía temer que sus elogios de los Incas pasaban por una exageración: las maravillas de los naturales del Norteamérica le servirán de un apoyo anticipado. Desgraciadamente es poco lo que podía comunicarle en tal sentido Silvestre que no tenía las dotes de un Cieza y mucho menos; para él los indios debieron ser adversarios en el campo –y sobre esto sí podía contar infinitas historias– o bien siervos silenciosos, Garcilaso como se advierte en los COMENTARIOS REALES, era por vocación un historiador de la cultura debió hacer muchas preguntas que Silvestre no pudo contestarle, y al cabo no logró ofrecer en LA FLORIDA una exposición minuciosa de instituciones y usos. Un breve capítulo acerca de las costumbres y armas de los naturales (I, 4), una nota sobre el castigo impuesto a las adúlteras (III, 24), otro sobre las supersticiones (V, 2, 2), unas cuantas observaciones al pasar y no mucho más.

Esta primera aproximación nos revela las debilidades de Silvestre, que necesariamente tendrían que influir sobre el texto de Garcilaso. Pero hay más, Aurelio Miró Quesada ha señalado, con mucho acierto, los elementos novelescos en LA FLORIDA. Uno de estos elementos, lo fantástico, nos parece en relación directa con el testimonio de Silvestre. Citemos por ejemplo el caso del indio al que no le entraban lanzazos: "Los castellanos y su capitán, no pudiendo sufrir ya tanta desvergüenza, le dieron tantas cuchilladas y lanzadas que lo dejaron por muerto; aunque se notó una cosa extraña, y fue que las espadas y hierros de las lanzas entraban y cortaban en él tan poco que parecía encantado, que muchas cuchilladas hubo que no le hicieron más herida que el verdugón que suele hacer una vara de membrillo o de acebuche cuando dan con ella" (II, 2, 6). Esto ocurrió a un pequeño destacamento de españoles entre los que se hallaba Gonzalo Silvestre. O bien una hazaña, digna de novelas de caballerías, con la que acaba un duelo: "...apartando la hacha con la rodela, metió la espada por deajo de ella y, de revés, le dió una cuchillada por la cintura que, por la poca o ninguna resistencia de armas ni de vestidos que el indio llevaba, ni aún de hueso, que por aquella parte del cuerpo tenga, y también por el buen brazo del español, se la [¿partió?] toda con tanta velocidad y buen cortar de la espada que, después de haber ella pasado, quedó el indio en pie y dijo al español "Quédate en paz". Y dichas estas palabras, cayó muerto en dos mitades" (IV, 15). La estocada ya es increíble, la despedida lo increíble compuesto. Miró Quesada piensa que Garcilaso escribió esas frases "en pleno arrebato novelesco". Pero el español que dio ese golpe descomunal, y a quien el indio saludó tan cortésmente no es otro que Gonzalo Silvestre.

Ya se advierte adónde quiero llegar. Creo que lo fantástico de LA FLORIDA viene, no de la imaginación de Garcilaso, sino de la frágil memoria de Silvestre, que adornaba el pasado. Silvestre contó estos detalles y Garcilaso recogió respetuosamente su versión, sin quitar ni poner nada. No podía hacer otra cosa. El propio Garcilaso nos ha dicho cómo trabajaban: "yo escribo de relación ajena, de quien lo vio y manejó personalmente. El cual quiso ser tan fiel en su relación que, capítulo por capítulo, como se iban escribiendo los iba corrigiendo, quitando o añadiendo lo que faltaba o sobraba de lo que él había dicho, que ni una palabra ajena por otra de las suyas nunca las consistió, de manera que yo no puse más de la pluma, como escribiente. Por lo cual, con verdad podrá negar que sea ficción mía, porque toda mi vida –sacada la buena poesía– fui enemigo de ficciones como son libros de caballerías y otros semejantes" (II, 1, 27). En otras palabras Silvestre tenía cierto control sobre el texto y es explicable que Garcilaso no pudiera omitir sus proezas, por más increíbles que fuesen.

Esta hipótesis parece confirmarse porque el ánimo crítico reaparece cuando no se trata de Silvestre. Por ejemplo, en una oportunidad un grupo de españoles dejó que se le fuese de las manos Capasi, el cacique de Apalache, que huyó de noche y a gatas, ya que por excesiva gordura y otros achaques no podía caminar. Al volver donde De Soto los soldados juraron que esa noche habían sentido cosas extrañísimas, y que Capasi tenía que haber huido por los aires, llevado por los diablos. Como ya no había remedio el gobernador contestó que los indios eran tan hechiceros que podían hacer eso y mucho más, y fingió aceptar las explicaciones de sus hombres, que Garcilaso califica de "fábulas en cargo de su descuido y en abono de su honra" (II, 2, 12). Gonzalo Silvestre se hallaba lejos en esa ocasión; Garcilaso, tan aparentemente ingenuo otras veces, tiene ahora libertad para desbaratar fantasías sin contradecir a su amigo. Esto confirma que lo maravilloso podía estar en el ánimo de Garcilaso pero que debió también mucho, si no todo, a Silvestre.

Más importante es otro aspecto de lo novelesco que parece propio de Garcilaso, ya que no se trata de los hechos que le comunicó Silvestre sino de su interpretación. Pensamos en el relieve psicológico de algunos personajes. Garcilaso pasa a veces del punto de vista del historiador al del novelista, trata a los personajes no solamente en sus actos sino en su interioridad. Un ejemplo aclarará esto: los sueños y deseos que tenía a solas, sin comunicarlos con nadie, el cacique Vitachuco: "Ya le parecía verse adorar de las naciones comarcanas y de todo aquel gran reino por los haber libertado y conservado sus vidas y haciendas; imaginaba ya oír los loores y alabanzas que los indios, por hecho tan famoso, con grandes aclamaciones le habían de dar. Fantaseaba los cantares que las mujeres y niños en sus corros, bailando delante de él, habían de cantar, compuestos en loor y memoria de sus proezas, cosa muy usada entre aquellos indios" (II, 1, 23). Es evidente que no puede haber ninguna prueba documental de estas suposiciones; estamos en la técnica de la novela que permite redondear un personaje desde dentro.

Pero hay otro ejemplo, todavía más claro y de mayor alcance, porque ilustra la visión que tenía Garcilaso de la historia: el factor decisivo en el fracaso de la expedición española será, según Garcilaso, de orden psicológico. El lector moderno puede dudar de esta explicación y encontrar otras causas. De Soto había participado en la conquista del Perú y quizá se imaginaba encontrar otro imperio como el de los Incas, en el que habría riquezas al alcance de la mano y una población trabajadora y disciplinada, fácil de explotar si se conseguía abatir a sus reyes. Si lo creía, lo cual parece probable, la expedición estaba en grave peligro antes de comenzar, por más que con mis hombres, trescientos caballos y muchas armas y pertrechos fuese la más fuerte de todas las emprendidas hasta entonces en América. De Soto hizo recorrer a sus hombres distancias enormes, enviando continuamente emisarios en busca del oro que no aparecía, resistiendo los ataques de los indios que iban disminuyéndolo. No tenía otro plan que no fuese encontrar oro y plata; no se asentó sino para pasar los inviernos, pensaba vagamente en "poblar" pero lo dejaba siempre para más adelante, ni siquiera se ocupó –como lo señala Garcilaso en varias oportunidades– de evangelizar a los naturales, aunque llevaba consigo gente de religión. Así lo sorprendió la muerte y poco después sus compañeros ya no pensaban sino en volverse. Esta falta de plan es fundamental pero descubrimos también serios errores de organización. Los españoles llevan consigo un cañón que no les sirvió de nada y acabaron por dejar con un cacique amigo; en cambio, sólo después de la batalla de Mauvila se dieron cuenta de que en todo el ejército había solamente un cirujano " y ese no tan hábil y diligente como fuera menester, antes torpe y casi inútil" (III, 29) por lo que murieron muchos de los heridos; por último, De Soto descuidó sus líneas de aprovisionamiento, y aunque envió algunos de sus hombres a Cuba, con ánimo de esperar su vuelta en la costa, no acudió a la cita y al final los sobrevivientes llegaron a México casi desnudos. En una palabra, los españoles vagaron por todo el sudoeste de Norteamérica, buscando un imperio que no existía, hasta que los deshicieron la ancha tierra y sus habitantes, y el fracaso nos parece inevitable. Pero Garcilaso prefiere una explicación más acorde con su idea de la historia, y también novelesca, interior, personal: la desmoralización De Soto.

La figura de De Soto en LA FLORIDA exigiría por sí sola todo un ensayo. Baste decir que Garcilaso lo ve como un jefe sin tacha, hombre prudente que procura ganarse cuando puede la amistad de los naturales y reprime todo abuso pero qué, a la hora de pelear, es gran guerrero "que de cuatro lanzas, las mejores que a las Indias Occidentales hayan pasado o pasen, fue la suya una de ellas" (II, 1, 24). Su único defecto es que, por ser el primero en alarmas y combates, se arriesga demasiado y su ejército puede quedarse sin cabeza en cualquier momento. "No deben ser los caudillos tan arriscados" comenta Garcilaso (Ibid). Pero hay en él una debilidad: De Soto desfallece cuando siente que le falta el apoyo incondicional de sus hombres. Después de la batalla de Mauvila algunos soldados, hartos de tantos sufrimientos, quieren abandonar la empresa y sus protestas y murmuraciones llegan a oídos de De Soto. Garcilaso marca aquí el momento central de la expedición, la falta irreparable que determina el desastre: "Este fue el primer principio y la causa principal de perderse este caballero y todo su ejército. Y, desde aquel día, como hombre descontento a quien los suyos mesmos habían falsado las esperanzas y cortado el camino a sus buenos deseos y borrado la traza que para poblar y perpetuar la tierra tenía hecha, nunca más acertó a hacer cosa que bien le estuviese, ni se cree que la pretendiese, antes, instigado del desdén, anduvo de allí adelante gastando el tiempo y la vida sin fructo alguno, caminando siempre de unas partes a otras sin orden ni concierto, como hombre aborrido de la vida, deseando se le acabase, hasta que falleció según veremos adelante. Perdio su contento y esperanzas y, para sus descendientes y sucesores, perdió lo que en aquella conquista había trabajado y la hacienda que en ella había empleado; causó que se perdiesen todos los que con él habían ido a ganar aquella tierra" (II, 33).

No importa que De Soto no haya informado a nadie de su estado de ánimo y que por lo tanto Garcilaso no pudiese conocerlo, ni tampoco que los hechos no se acuerden con la interpretación, pues revelan la misma falta de plan antes y después de este suceso. Lo importante es que pasamos del relato exterior a lo psicológico, al espíritu del héroe que para Garcilaso es, en gran medida, el lugar donde se hace la historia. Garcilaso cree que los jefes han de ser prudentes y valerosos, como lo era De Soto, y que sus hombres les deben –les va en ello el honor– lealtad incondicional hasta la muerte. Ya en otros capítulos ha señalado y comentado antes algunos ejemplos de esta lealtad entre los indios y tales casos contrastan con la falta de fe de los españoles. De Soto no puede sobreponerse al desánimo cuando se siente abandonado, como lo hicieron Cortés y Pizarro en ocasiones semejantes, y se derrota a si mismo y pierde a los demás. Todo es coherente dentro de una visión heroica de la historia. El recurso novelesco es útil y hasta necesario, porque nos permite entrar en el alma del protagonista es decir en el centro mismo de la acción histórica.

En cambio no puede decirse lo mismo de los largos discursos que, a la manera de los historiadores clásicos y de otros cronistas de América, pone Garcilaso en boca de sus personajes. La impresión de irrealidad es total cuando se trata de indios. Aún sabiendo que esta retórica es frecuente en la época en que escribe Garcilaso –el hidalgo de Elvas también abusa de ella en su RELACIÓN VERDADERA...– es difícil no sonreír cuando Garcilaso reitera una otra y otra vez -no debía sentirse muy seguro- la veracidad fundamental de sus versiones. No puede creerse que Silvestre recordara tan minuciosamente el contenido, ni mucho menos las palabras textuales, de tantas conversaciones y embajadas, en muchas de las cuales ni siquiera estuvo presente; lo más probable es que sobre el terreno nadie sacara gran cosa en limpio de esos diálogos entre interlocutores tan distantes, que además solían efectuarse a través de uno o de varios intérpretes. Por más que sepamos que el artificio consiste en dar forma noble a ideas que se expresaron más torpemente, esos guerreros americanos que hablan con estilo sutil y complicado y con exquisita cortesía son increíbles desde que abren la boca. Luego caemos en la cuenta de que hay algo más grave, que Garcilaso no se ha limitado a mejorarles la gramática. Los indios son en realidad españoles disfrazados; no sólo su estilo sino todas sus ideas son europeas. Cabe suponer que Garcilaso habla por ellos y los hace exponer sus propias opiniones sobre el honor, la fama, la lealtad, el valor, la religión natural, tal vez las injusticias de la conquista. Por ejemplo esos "mozos de poca edad" que, capturados después de mucho resistir, pronuncian un largo discurso en que se descubre ya la imagen que Garcilaso tenía de los Incas y su sentido aristocrático del deber: "Estas fueron las causas, invencible capitán, de habernos hallado en esta empresa, y también lo han sido de la rebeldía y pertinacia que dices hemos tenido, si así se puede llamar el deseo de la honra y fama y el cumplimiento de nuestra obligación y deuda natural, la cual, conforme a la mayor calidad y estado, es mayor en los príncipes, señores y caballeros, que en la gente común" (II, 1, 26). O bien Anilco, que habla como un hidalgo orgulloso de su ascendencia: "A lo que decís que soy de vil y bajo linaje, bien sabéis que no dijistes verdad que, aunque mi padre y mi abuelo no fueron señores de vasallos, lo fue mi bisabuelo, y todos sus antepasados, cuya nobleza hasta mi persona se ha conservado sin haberse estragado en cosa alguna, de suerte que, en cuanto a la calidad y linaje, soy tan bueno como voy y como todos cuantos señores de vasallos sois en toda la comarca" (V, 2, 10).

Más grave que estos largos discursos, que interrumpen la narración y afectan su veracidad es la acusación de parcialidad que en ocasiones se ha dirigido contra Garcilaso. José Durand lo ha señalado con todo acierto: Garcilaso es un “historiador apasionado” y en ello está, justamente, el interés de su obra. Por lo demás, todos los cronistas de América lo son, de una u otra manera, y entre las primeras tareas del lector está precisar el punto de vista para corregir deformaciones. En el caso de Garcilaso, no puede negarse apasionamiento, evidente cuando se trata del Perú, y presente también en LA FLORIDA. A pesar de todas sus protestas Garcilaso no es nunca un historiador objetivo, lo cual no quiere decir, por supuesto, que falte deliberadamente a la verdad ni que sea insincero. Su personalidad impregna todo lo que toca. Ya hemos aludido antes a su presentación de los indios norteamericanos; Garcilaso los ve a través de sus recuerdos de los peruanos, y los exalta tal vez si para preparar el camino a su defensa de los Incas; para ello no tiene que deformar el relato de Silvestre sino tan sólo destacar los elementos que corroboraban su propia visión. Pero el punto de vista apasionadamente personal de Garcilaso se nota sobre todo en su idea de la conquista.

Naturalmente, lo primero que encontramos en LA FLORIDA es la interpretación oficial: la conquista de América se justifica, si es necesario justificarla, por la evangelización de los indios y el engrandecimiento de España. Uno de los fines declarados del libro es animar a los españoles a que ganen todo el continente norteamericano antes de que lleguen a él otras potencias. Pero también se esbozan algunas criticas, dirigidas contra De Soto y los suyos. En primer lugar, el desmedido afán de riquezas los hizo olvidar su misión religiosa, y fue tal vez lo que atrajo sobre ellos el castigo divino: "que cierto se perdieron ocasiones muy dispuestas para ser predicado y recibido el evangelio y no se espanten que se pierdan los que las pierden" (II, 2, 17). Además los españoles descuidaron otras posibilidades de colonización, porque aunque no hubiese oro y plata –que seguramente se hallara más adelante– Garcilaso insiste en que la tierra era muy fértil y digna de poblarse. Pero el hambre de riquezas que, como dice Garcilaso desde un principio, es "insaciable" (I, 5) hizo olvidar a los conquistadores los fines de la expedición y alteró profundamente su conducta. Un destacamento, enviado por De Soto, consigue reunirse después de muchos trabajos con sus compañeros: "Recibiéronlos con muchos abrazos y común regocijo de todos, y fue de notar que, a las primeras palabras que hablaron los que estaban, sin haber preguntado por la salud del ejército ni del gobernador ni de otro amigo particular, preguntaron casi todos a una, con grande ansia de saberlo, si había mucho oro en la tierra. La hambre y deseo de este metal muchas veces pospone y niega los parientes y amigos" (II, 2, 16).

Garcilaso narra además, en varias oportunidades, cobardías y abusos de los conquistadores. Todavía esto podría cargarse a la cuenta de algunos soldados que estaban lejos de las virtudes caballerescas del jefe. Pero cabe recordar otras anotaciones sobre lo que podría llamarse la técnica de la conquista, no exenta de crueldad. Al producirse el levantamiento de Vitachuco los españoles obligan a sus criados indios a participar en la matanza de los rebeldes, menos por necesidad que por aumentar su poder sobre ellos y comprometerlos, porque "metiesen prendas" como dice Garcilaso, que cuenta el hecho sin comentarlo: "Y para que los indios intérpretes, y otros que en el ejército había de ser servicio llevados de las provincias que atrás habían dejado, metiesen prendas y se enemistasen con los demás indios de la tierra y no osasen adelante huirse de los españoles, les mandaban que los flechasen y los ayudasen a matar y así lo hicieron" (II, 1, 29).

Hay todavía otro aspecto que conviene señalar y es la crítica de la conquista desde el punto de vista de los indios. El cacique Acuera responde al requerimiento de los españoles diciendo que "tenía larga noticia de quién ellos eran y sabía muy bien su vida y costumbres, que era tener por oficio andar vagabundos de tierra en tierra viviendo de robar y saquear y matar a los que no les habían hecho ofensa alguna... Y a lo que decían de dar la obediencia al rey de España, respondía que él era rey en su tierra y que no tenía necesidad de hacerse vasallo de otro quien tantos tenía como él; que por muy viles y apocados tenía a los que se metían debajo de yugo ajeno pudiendo vivir libres" (II, 1, 16). También el cacique Vitachuco contesta a sus propios hermanos, que lo invitan a la amistad con De Soto: "¿No miráis que estos cristianos no pueden ser mejores que los pasados, que tantas crueldades hicieron en esta tierra, pues son de una misma nación y ley? ¿No advertís en sus traiciones y alevosías? Si vosotros fuérades hombres de buen juicio, viérades que su misma vida y obras muestran ser hijos del diablo y no del Sol y Luna, nuestros dioses, pues andan de tierra en tierra, matando, robando y saqueando cuanto hallan, tomando mujeres y hijas ajenas, sin traer de las suyas. Y para poblar y hacer asiento no se contentan de tierra alguna de cuantas ven y huellan, por que tienen por deleite andar vagamundos, manteniéndose del trabajo y sudor ajeno. Si, como decís, fueran virtuosos, no salieran de sus tierras, que en ellas pudieran usar de su virtud sembrando, plantando y criando para sustentar la vida sin sin perjuicio ajeno e infamia propia, pues andan hechos salteadores, adúlteros, homicidas, sin vergüenza de los hombres ni temor de algún Dios" (II, 1, 21). Imposible saber si con estas palabras Garcilaso reproduce realmente mensajes enviados por los caciques, si su talento de novelista lo lleva a completar sus personajes exponiendo las ideas que podían tener o si, en fin, una parte de su conciencia habla libremente, protegida por una máscara.

Una parte de su conciencia solamente, porque seria apresurado decir que Garcilaso está en contra de la conquista; tampoco estaba a favor de ella como podía estarlo uno de los conquistadores. Garcilaso es más sutil, más secreto, su visión más compleja y profunda que la de muchos cronistas que suelen tomar partido ingenuamente. No es sólo que su juicio esté matizado con reservas, sino que tiene una raíz personal. De una parte el lado de la madre lo llevará siempre a su defensa y exaltación de los vencidos; de otra, la figura ideal del conquistador tendrá siempre el rostro del padre. En LA FLORIDA se nota sobre todo esto último. Como se advierte sobre todo en la segunda parte de los COMENTARIOS REALES, Garcilaso está siempre, por adhesión al padre, del lado de los conquistadores en oposición a quienes llegaron después, a los organizadores de la colonia que no ganaron la tierra pero que aprovecharon de los esfuerzos ajenos, y cuyos intereses –es decir los intereses de la Corona, del Estado– contradecían los de esos aventureros que querían gozar tranquilamente de los frutos de su valor y su buena fortuna, sin leyes dictadas en una Metrópoli que no los comprendía y sin autoridades que limitasen su poder. La expedición de De Soto fue un descubrimiento sin verdadera conquista, que no crea una colonia, y al escribir sobre ella no cabe, aparentemente, una oposición entre conquistadores y autoridades coloniales. Pero esa oposición surge, a pesar de todo, detrás de otra equivalente, entre los conquistadores y los españoles que se quedaron en España, que a veces ignoraban los sufrimientos con que se había ganado América o hacían poco caso de ellos. Garcilaso piensa en el Perú, en los servicios mal reconocidos de su padre, en sí mismo; en el texto siguiente este trasfondo es claro porque en realidad De Soto no había ganado la Florida y los españoles no "gozaban" de ella, como del Perú y otras colonias: "Por esto poco que hemos contado que pasaron en esta breve jornada, se podrá considerar y ver lo que los demás españoles habrán pasado en conquistar y ganar un nuevo mundo, tan grande y tan áspero como lo es de suyo, sin la ferocidad de sus moradores, y, por el dedo del gigante, se podrá sacar el grandor de su cuerpo, aunque ya en estos días los que no [lo] han visto, como gozan a manos enjutas del trabajo de los que los ganaron, hacen burla de ellos, entendiendo que con el descanso que ellos agora lo gozan, con ese lo ganaron los conquistadores" (II, 2, 16). Garcilaso quiere recordar el heroísmo de los compañeros de De Soto, esos méritos sin recompensa que son los de Gonzalo Silvestre y de su propio padre: "Con estos trabajos y otros semejantes, no comiendo mazapanes y roscas de Utrera, se ganó el nuevo mundo, de donde traen a España cada año más de doce y trece millones de oro y plata y piedras preciosas, por lo cual me precio mucho de ser hijo de conquistador del Perú, de cuyas armas y trabajos ha redundado tanta honra y provecho a España" (III, 8). Aquí aparece sin disimulo la nota personal. Pero aún hay más: esos méritos de su padre le corresponden a él por herencia pero no le han sido de ningún provecho. Véase por ejemplo la profesión de desengaño en el Proemio: "que muchos días ha desconfié de las pretensiones y despedí las esperanzas por la contradición de mi fortuna", o esta otra queja discreta en la que se asocia directamente a los conquistadores: "los innumerables y nunca jamás bien ni aún medianamente encarecidos trabajos que los españoles en el descubrimiento, conquista y población del nuevo mundo han padecido tan sin provecho de ellos ni de sus hijos, que por ser yo uno de ellos podrá testificar bien esto" (V, 2, 24). Ya se ve cómo la historia es en Garcilaso personal y autobiográfica; ya se comprende cómo han de entenderse sus alusiones cuando dice que "de las buenas obras ya recibidas pocos son los que se acuerdan para las agradecer" (II, 2, 15), o bien cuando se lamenta: "A que los príncipes y poderosos que son tiranos, cuando con razón o sin ella se dan por ofendidos, suelen pocas veces, o ninguna, corresponder con la reconciliación y perdón que los tales merecen, antes parece de que se ofenden más y más de que porfien con su virtud" (II, 1, 14).

Para terminar es preciso hacer algunas observaciones sobre la voluntad de estilo de Garcilaso. Como en todo maestro su habilidad no es del todo consciente. Lo de menos son esas observaciones algo ingenuas sobre la composición que encontramos en el propio texto de LA FLORIDA, como cuando explica en el Proemio que dividió el segundo libro en dos partes "porque no fuese tan largo que cansase la vista, que, como en aquel año acaecieron más cosas que contar que en cada uno de los otros, me pareció dividirlo en dos partes, porque cada parte se proporcionase con los otros libros, y los sucesos de un año hiciesen un libro entero" o bien cuando acaba un capítulo diciendo: “Y porque el capítulo no salga de la proporción de los demás, diremos en lo siguiente lo que resta" (III, 16). Valen más algunos detalles de técnica narrativa que aquí sólo tocaremos muy brevemente. Las anécdotas, por ejemplo, que pueden ser mala historia pero son buena literatura, que crean un ambiente, aligeran la narración y hacen la lectura más fácil. No es de extrañar que Ventura García Calderón y Julia Fitzmaurice Kelly las hayan recogido en antologías. En ellas tenemos a los conquistadores vistos por sí mismos y comentados por la gracia de Garcilaso que, evidentemente, disfrutaba contando estos lances y nos comunica su goce. Son escenas apretadas y ricas como esencias; Silvestre debió proporcionar a Garcilaso los elementos fundamentales pero el arte está, naturalmente, en la manera de narrar. Para dar una idea de ellas tendremos que citar por lo menos una en su integridad.

"Dos días después sucedió que, caminando el ejército por el mismo despoblado, al medio de la jornada y del día, cuando el sol muestra sus mayores fuerzas, un soldado infante natural de Alburquerque llamado Juan Terrón, en quien se apropiaba bien el nombre, se llegó a otro soldado de a caballo, que era su amigo, y sacando de unas alforjas una taleguilla de lienzo en que llevaba más de seis libras de perlas, le dijo "Tomaos estas perlas y lleváoslas, que yo no las quiero". El de a caballo respondió: "Mejor serán para vos que las habéis menester más que yo y pondreíslas enviar a La Habana para que os traigan tres o cuatro caballos y yeguas porque no andéis a pie, que el gobernador, según se dice, quiere enviar presto mensajeros a aquella tierra con nuevas de lo que hemos descubierto en ésta". Juan Terrón, enfadado de que su amigo no quisiese aceptar el presente que le hacia, dijo: "Pues vos no las queréis, voto a tal que tampoco han de ir conmigo, sino que se han de quedar aquí". Diciendo esto, y habiendo desatado la taleguilla, y tomándola por el suelo, de una braceada, como quien siembra, derramó por el monte y herbazal todas las perlas por no llevarlas a cuestas, con ser un hombre tan robusto y fuerte que llevara poco menos carga que una acémila. Lo cual hecho, volvió la taleguilla a las alforjas, como si valiera más que las perlas, y dejó admirados a su amigo y a todos los demás que vieron el disparate. Los cuales no imaginaron que tal hiciera, porque, a sospecharlo. todavía no se lo estorbaran, porque las perlas valían en España mas de seis mil ducados porque eran todas gruesas del tamaño de avellanas y de garbanzos gordos y estaban por horadar, que era lo que más se estimaba en ellas, porque tenían su color perfecto y no estaban ahumadas como las que se hallaron honradadas. Hasta treinta de ellas volvieron a recoger rebuscándolas entre las yerbas y matas y, viéndolas tan buenas, se dolieron mucho más de la perdición hecha, y levantaron un refrán común que entre ellos se usaba, que decían: "No son perlas para Juan Terrón". El cual nunca quiso decir donde las hubo y. como los de su camarada se burlasen con él muchas veces después del daño y le motejasen de la locura que había hecho, que conformaba con la rusticidad de su nombre, les dijo un día que se vio muy apretado: "Por amor de Dios, que no me lo mentéis más porque os certifico que todas las veces que se me acuerda de la necesidad que hice me dan deseos de ahorcarme de un árbol". Tales con los que la prodigalidad incita a sus siervos, que, después de haberles hecho derramar en vanidad sus haciendas, les provoca a desesperaciones. La liberalidad, como virtud tan excelente, recrea con gran suavidad a los que la abrazan usan de ella" (III, 20).

Apenas si es necesario subrayar la economía con que procede Garcilaso; nos dice el lugar y la hora, nos presenta. permitiéndose una suave ironía, a Juan Terrón "en quien se apropiaba bien el nombre" y antes de que termine la primera oración ya estamos a la mitad de la anécdota y el soldado, inexplicablemente, ha ofrecido sus perlas a un amigo. Después del diálogo se demora el ritmo ligeramente en una imagen espléndida "de una braceada, como quien siembra, derramó por el monte y herazal todas las perlas" en que se fija plásticamente el movimiento. Sólo en este momento se acumulan los detalles; se describen las perlas, que valían una fortuna; Terrón hubiera podido cargar con ellas porque era más fuerte que una acémila, y sobre todo esa pequeña nota tan significativa, aunque aparentemente inútil, que de un tono de veracidad a todo el suceso: el hecho de guardar la taleguilla de lienzo después de arrojadas las perlas. Los compañeros recogen las que pueden, se burlan de la locura, inventan un refrán; Garcilaso está preparando el remate de la anécdota: Juan Terrón se ha arrepentido de su cólera, de su excesivo afán estético –porque el gesto no parece de prodigalidad, como luego se dice, sino un puro ademán estético, un desplante– y cada vez que se acuerda tiene ganas de ahorcarse. Tal vez seria mejor que el cuento terminase aquí, pero todavía hay dos frases más, la crítica o moraleja casi medieval.

Las anécdotas pueden ser una buena introducción a LA FLORIDA, pero quien se quede en ellas perderá mucho. Garcilaso es un gran escritor, es decir que justifica y hasta exige no una sino varias lecturas. Podemos elegir una página entre muchas, en la que se relata un día cualquiera de la expedición:

"Los indios, que por las dos lenguas de tierra limpia y rasa no habían osado esperar a los españoles, luego que los vieron entre los sembrados, revolviendo sobre ellos y encubriéndose con los maizales, les echaron muchas flechas acometiéndolos por todas partes sin perder tiempo, lugar y ocasión, doquiera que se les ofrecía, para les poder hacer daño, con lo cual hicieron muchos castellanos. Más tampoco se iban los indios alabando, porque los cristianos, reconociendo la desvergüenza y el coraje rabioso que los infieles traían por los matar o herir, en topándolos al descubierto, los alanceaban si perdonar alguno, que muy poco tomaron en prisión. Así anduvo el juego riguroso en las cuatro leguas de los sembrados, con pérdida, ya de unos, ya de otros, como siempre suele acaecer en la guerra. Del pueblo de Vitachuco al de Osachile, hay diez leguas de tierra llana apacible" (II. I, 30).

¿Por qué es eficaz este párrafo? Un primer análisis puede indicarnos la limpieza del vocabulario o el ritmo grave y vario que encontrarnos siempre en la prosa de Garcilaso. Podemos anotar las parejas de adjetivos, verbos o nombres (tierra limpia y rasa, revolviendo sobre ellos y encubriéndose, desvergüenza y coraje) cortadas sabiamente por un grupo trimembre (tiempo, lugar y ocasión) pero estas observaciones no nos sirven de gran cosa. Se trata de recursos retóricos, aunque de buena retórica pues no son simples artificios sino que están cargados de significación. La adjetivación es sencilla, límpida, sólo el "juego riguroso" tiene algo de insólito. Pero hay que destacar sobre todo las frases finales, ese comentario un poco triste "como siempre suele acaecer en la guerra", en el que parece establecerse un contacto entre el autor y el lector a través de un conocimiento que comparten. Hasta aquí el párrafo es excelente, pero ahora asoma la visión original, a cuyo servicio está el estilo. Cambia el ritmo, hay una simple oración declarativa que no parece tener relación directa con lo anterior: "Del pueblo de Vitachuco al de Osachile, hay diez leguas de tierra llana y apacible". Después de las imágenes de la guerra la súbita presencia de la naturaleza que vale más que todos los horrores: lo quieto, lo permanente, esa "tierra llana y apacible" que es como un eco irónico de la "tierra limpia y rasa" con que se inicia el texto: un tono nuevo, una coda sorprendente y natural al mismo tiempo, escrita seguramente sin mayor deliberación por Garcilaso, este hombre de libros a quien la violencia debía fascinar.

En Amaru N° 14, enero de 1971, pp. 61-67.

lunes, 9 de agosto de 2010

CIRO ALEGRIA, PRIMER NOVELISTA CLÁSICO DEL PERÚ


A continuación, una microbiografía de Ciro Alegría y un estudio breve de su narrativa, por Alonso Rabí do Carmo, y finalmente un breve resumen de EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO, por el autor del presente blog.

BIOGRAFÍA BREVE DE CIRO ALEGRIA

Ciro Alegría nació en la hacienda Quilca, en Trujillo, en 1908, aunque fue inscrito recién en 1909, tomándose como fecha oficial la de su inscripción, el 4 de noviembre de 1909. Realizó sus estudios en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, donde tuvo como profesor al poeta César Vallejo. En 1927 funda Tribuna Sanjuanista, periódico que dirigió, y en 1930 tuvo activa participación en la formación de la célula aprista de Trujillo, junto con Antenor Orrego.

Por su actividad proselitista, fue perseguido y torturado y, luego del frustrado levantamiento aprista de 1932, fue encarcelado, pero liberado al año siguiente, en 1933, por una ley de amnistía. Es en esta época que comienza a publicar algunos relatos, pero en 1934 sería deportado a Chile. En 1935, su novela La serpiente de oro gana el concurso de la editorial Nascimento, y en 1939 obtiene, con Los perros hambrientos, el segundo premio de novela de la editorial Zigzag. Dos años después, en 1941, con El mundo es ancho y ajeno, gana el primer premio convocado por la editorial estadounidense Farrar & Rinehart.

Después de recibir este premio, cuya convocatoria alcanzó a todo el ámbito del continente americano, Alegría se establece en Estados Unidos, primero, y luego en Cuba y Puerto Rico. En 1960 decide retornar al Perú, combinando su actividad política -fue diputado por Acción Popular en 1963- con el periodismo y la literatura. Alegría falleció en 1967, en la localidad de Chosica.



El presidente Fernando Belaunde y Ciro Alegría



LA NARRATIVA DE CIRO ALEGRIA

La obra narrativa de Ciro Alegría se inscribe claramente en el ciclo latinoamericano de la novela rural o de la tierra. La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1938) y El mundo es ancho y ajeno (1941), sus tres grandes novelas, revelan desde distintas perspectivas no solamente la complejidad de un mundo ajeno a la racionalidad occidental, sino también su dramático desencuentro con el centro de poder que alienta la modernidad.

A ello se debe que la lectura de la obra de Alegría vuelva a poner en el tapete, precisamente, la dicotomía barbarie/civilización, planteada por Domingo F. Sarmiento en Facundo. En este esquema de pensamiento, la barbarie está representada por el campo y la civilización por los núcleos urbanos, permeables a la influencia europea y con una marcada tendencia a asumir la idea occidental de cultura como principio rector de la sociedad.

Como consecuencia de esta imposición, el otro, el que habita el campo, tiene una concepción distinta del tiempo y la vida, apela al mito y al animismo para explicar su posición en el mundo, pasa a ser el blanco de la incomprensión y el desdén por parte del poder dominante, que se arroga la misión de modernizar a estas masas sin mostrar respeto alguno por sus creencias, su cosmovisión, en suma su cultura.

Pero el proceso de esta lucha se plantea de un modo gradual. En principio, el brillante crítico peruano Antonio Cornejo ha señalado, por ejemplo, que La serpiente de oro no responde a la escenificación ni al mecanismo de construcción de los personajes que son típicos de la narración indigenista, aunque se organiza de acuerdo con sus códigos, en la medida en que el universo que transcurre a orillas del río Marañón es tan desconocido y antagonista de la cultura de las urbes como lo son las comunidades andinas.

El mundo representado en La serpiente de oro tiene que ver más de cerca con las relaciones del hombre con la naturaleza y el esfuerzo heroico que este realiza para enfrentar ese poder, que en la novela latinoamericana de su tiempo aparece siempre como una fuerza superior al hombre, provocando así la inversión de un tópico muy socorrido y uno de cuyos ejemplos más claros aparece en La vorágine (1924), del colombiano José Eustasio Rivera.

Los perros hambrientos retorna las relaciones del hombre con la naturaleza, pero desde un ángulo diferente. La narración, lineal y salpicada de relatos interpolados que podrían leerse independientemente -rasgo que comparte con la anterior novela-, transcurre esta vez en el altiplano y muestra más bien el estoicismo con que los campesinos enfrentan esa agreste geografía y unas condiciones climáticas terribles.

En parte, por ello, en esta novela hay un eje a partir del contraste entre un comienzo de tinte casi bucólico, de perfecta y armoniosa integración del hombre con su medio y la asoladora presencia de la sequía, que desde el segundo capítulo presenta un drástico cambio en la narración. La representación de esta tragedia desnuda otras, motivando, como bien señala Cornejo, una doble crisis, ya que por un lado pone al desnudo la raíz explotadora de las relaciones entre los campesinos y los dueños de las haciendas y, por otro, muestra cómo la comunidad indígena se debilita en sus creencias frente al castigo que le inflige la naturaleza.

Comunidad versus Estado

En El mundo es ancho y ajeno, el conflicto abandona la escena local para simbolizar el enfrentamiento de dos concepciones de comunidad, de vida nacional: la campesina, por un lado, y la del Estado, por otro.

En ese sentido, El mundo es ancho y ajeno, en comparación con La serpiente de oro y Los perros hambrientos, encierra un significativo cambio de perspectiva. Mientras que en sus dos primeras novelas el tiempo es presentado como la reiteración fluida de un acto esencial -es decir, un tiempo unívoco- o como una estructura circular basada en los ciclos naturales, respectivamente, en El mundo es ancho y ajeno, la lógica imperante en la temporalidad es la de la causalidad histórica.

El cambio de perspectiva, sin embargo, no le impide a Alegría plantear una vez más la inversión del dilema barbarie/civilización, tan esencial en otras novelas latinoamericanas. Y es que para Alegría está muy claro que la barbarie no está en el campo, sino en el egoísmo y la incomprensión de una clase dirigente cegada por intereses económicos; la civilización, en tanto, se halla en las comunidades campesinas, cuyos valores se presentan como superiores.

Pese a ello, la novela narra la desaparición de la comunidad de Rumi, una especie de emblema de las comunidades andinas tradicionales. El origen del conflicto está en un despojo de tierras logrado a través de un proceso judicial manipulado por el poder de los gamonales, lo que suscita la rebelión de Rosendo Maqui -suma viviente de la sabiduría quechua-, que finalmente fracasará.
Sin embargo, Rumi está aún en pie, pero se presenta la amenaza de un segundo despojo, que será reprimido esta vez por el Estado, sellando la destrucción final de la comunidad. Este segundo levantamiento es liderado por el sucesor de Maqui, Benito Castro, un mestizo que representa la opción modernizante y en cuyo mensaje entendemos que si la comunidad no se transforma, sin traicionar su identidad, no podrá sobrevivir. La terrible sanción que enfrenta el lector, sin embargo, es que ambas opciones, la tradicional de Maqui y la modernizante de Castro, fracasan.

A pesar de la derrota, en la novela subyace un elogio abierto a las virtudes de la vida comunitaria, como apunta Cornejo, lo que complementa una idea de Tomás Escajadillo, otro gran estudioso peruano de la obra de Alegría: que la comunidad es el único espacio en el que el indígena puede vivir plena y dignamente. Al desaparecer este espacio por obra de un despojo violento, El mundo es ancho y ajeno puede leerse como la despedida de un universo hoy casi extinto debido a la modernización avasalladora que ha transformado el rostro del Perú, y al mismo tiempo, como un severo llamado de atención a los sectores dominantes, bajo la forma de una defensa ética y cultural de una conciencia que el poder occidental no admite como válida.

El mundo es ancho y ajeno, de esta manera, completa un círculo iniciado con La serpiente de oro y Los perros hambrientos. Sus obvias diferencias argumentales y de estilo están íntimamente ligadas por la concepción de la comunidad como un sistema social superior a otros. A través de su lectura, pasamos de dos escenarios geográficos locales (la selva del Marañón en La serpiente de oro y la puna en Los perros hambrientos) a uno más ambicioso, que enfrenta a la comunidad de Rumi como arquetipo de la sociedad comunitaria con el Estado como representante de la "civilización" occidental.

Con estas tres novelas, pero especialmente con El mundo es ancho y ajeno, Alegría logra un vasto fresco social que, en sus referentes, ha quedado inscrito en la historia peruana como un período trágico en el que se perfilaron, dolorosamente por cierto, agudos conflictos sociales y escisiones que, de alguna manera, tienen todavía un latido de actualidad.

Alonso Rabí Do Carmo


RESUMEN BREVE Y POR CAPÍTULOS DE

“EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO”.

I. ROSENDO MAQUI Y LA COMUNIDAD.

La novela empieza hacia 1912, cuando el viejo alcalde Rosendo, de vuelta al pueblo de Rumi, se tropieza con una culebra, lo que de acuerdo a la visión indígena es signo de mal agüero. El narrador hace un alto en el relato y nos cuenta la vida de este personaje: cómo por su sapiencia y laboriosidad fue elegido primero regidor y luego Alcalde de Rumi. Luego pasa a describir la vida e historia de la comunidad. Nos relata como los gamonales, usando a su favor leyes que los indios no entendían, se fueron expropiando de muchas tierras de los comuneros. Don Álvaro Amenábar, rico propietario de la hacienda Umay, cercana de Rumi, llevó a juicio a la comunidad por un pleito de linderos. Escenas muy logradas son las que describen la vida rural de Rumi. Tras finalizar la descripción de Rumi, el narrador retoma el relato: Rosendo retorna al pueblo con un negro presentimiento. Efectivamente, se entera que su esposa Pascuala había fallecido.

II. ZENOBIO GARCÍA Y OTROS NOTABLES.

Todo el pueblo asiste al velorio de Pascuala. Esa misma noche llegó a Rumi una comisión de vecinos de Muncha (distrito vecino), presidida por su gobernador Zenobio García, quien fabricaba y vendía aguardiente. Un comunero, Doroteo Quispe, se puso a rezar: tenía fama de decir de memoria una serie de oraciones según la ocasión. Seguido de un nutrido cortejo, el cadáver de Pascuala fue sepultado en el cementerio.

III. DÍAS VAN, DÍAS VIENEN.

“Días van, días vienen…”, es la frase típica de los narradores populares cuando intercalan historias separadas por espacios largos de tiempo. En Rumi se construía una escuela primaria, aunque las autoridades no parecían interesadas en mandar a un maestro. Llegó de pronto don Álvaro Amenábar, montado a caballo, diciendo que los terrenos eran suyos y que ya lo había denunciado. Rosendo sintió odio por primera vez. Al día siguiente partió junto con otros tres comuneros hacia la capital del distrito, para encontrarse con Bismack Ruíz, el tinterillo contratado como defensor de la comunidad, quien vivía junto con su amante, la tísica Melba Cortez. Luego el narrador se dedica a contarnos la vida del "Mágico" Julio Contreras, un comerciante de baratijas y prendas de vestir, ya viejo y con habilidad para convencer a cualquiera. Su apelativo de “Mágico” se remontaba a su época juvenil, cuando era un malabarista de una compañía de saltimbanquis que recorría el país promocionando su “salto mágico”. Otro personaje es el comunero Demetrio Sumallacta, un habilidoso tocador de flauta o quena.

IV. EL FIERO VÁSQUEZ.

Un bandolero llamado el “Fiero Vásquez”, solía llegar a Rumi, alojándose en casa de Doroteo Quispe. El Fiero dirigía un grupo de ladrones que asaltaban a los viajeros y tenían su escondite en las alturas o la puna. Conoció a Doroteo cuando éste iba a comprar fuegos artificiales para la fiesta de San Isidro. El Fiero le arrebató los cien soles que llevaba, pero después se hicieron amigos, cuando Doroteo le enseño una oración del Justo Juez, que, según decía, le protegía de la adversidad. Doroteo vivía con su esposa Paula y su cuñada Casiana, ambas venidas de otra comunidad. Casiana se convirtió en la amante del Fiero Vásquez. Ella se enteró por casualidad que su hermano Valencio pertenecía también a la banda del Fiero. Rosendo trató de aconsejar al Fiero de que cambiara su vida delictiva por otra más tranquila, dedicada al trabajo. El Fiero le respondió que ya lo había intentado pero que parecía que su destino era recaer siempre en el mal. Relató enseguida su historia: una vez gravemente herido, fue auxiliado por una señora muy amable, doña Elena Lynch (abuela de Ciro Alegría), quien le dio posada y le curó la herida. Don Teodoro, el esposo de Elena, le interrogó. El Fiero le contó que su desgracia había principiado cuando mató a un vecino muy abusivo que había abofeteado a su madre. Fue el inicio de su vida en permanente huida y dedicada al bandidaje. Pero agradecido con don Teodoro y su esposa, prometió regenerarse. Convencido, Teodoro le dio un empleo en su hacienda. El Fiero se sentía orgulloso de ser considerado un hombre de confianza por su patrón, que era un hacendado muy respetado en toda la provincia. Pasado algún tiempo, el Fiero se fue a vivir junto con la Gumersinda, su pareja, en un terrenito que había comprado. Tuvieron un hijo. Poco después don Teodoro tuvo que trasladarse a Lima, y el Fiero se sintió desprotegido. Un día, estando en su chacra, El Fiero tuvo que matar a un desconocido, en defensa propia, y debió huir nuevamente de la policía. A los seis meses regresó y encontró su casa vacía. Su esposa había sido encarcelada y violada por los gendarmes, y su hijito había muerto víctima de la peste. Herido profundamente, el Fiero volvió a la vida delictiva. Así terminó su relato.

V. EL MAÍZ Y EL TRIGO.

Rosendo convoca a sus regidores a una junta para exponerles los avances del juicio de linderos y su temor de que Zenobio y el Mágico anduviesen en tratos con Amenábar. Por entonces empieza en Rumi la cosecha, lo que constituía una verdadera fiesta para la comunidad. Todos participan de la faena. La ocasión es propicia también para que los jóvenes busquen pareja y se unan. Se convoca también a un grupo de jóvenes repunteros para que arreen el ganado esparcido en las tierras de la comunidad, a fin de juntarlo para que comieran los rastrojos. Luego de culminada la tarea los jóvenes se reúnen a comer y uno de ellos, Amadeo Illas, les relata el cuento titulado: “Los rivales y el juez”. Luego se narra la siega, el acarreo y la trilla. Ya de noche, los jóvenes Augusto Maqui (nieto de Rosendo) y Marguicha se entregan al amor iluminados por la luna llena. Finalmente se hace el reparto de la cosecha entre los comuneros y el excedente es destinado para la venta.

VI. EL AUSENTE.

Este capítulo relata la vida de Benito Castro, un mestizo fruto de una violación cometida por un forastero en una comunera y que había sido criado como un hijo por Rosendo y Pascuala, pero que tras cometer un crimen se había ausentado de la comunidad, dedicándose a recorrer el país. Se ganaba la vida como arriero y repuntero en las haciendas. Recorrió las serranías de Huamachuco y llegó al Callejón de Huaylas. Pero continuó más al sur. Llegó a un lugar llamado Pueblo Libre. Allí encontró a un agitador, apellidado Pajuelo, quien arengaba a la gente hablando a favor de los indios y contra los explotadores gamonales y autoridades. De pronto irrumpieron los gendarmes, se escucharon disparos y Pajuelo cayó muerto. Mucha gente fue arrestada, entre ellos Benito. Todos fueron quedando libres, menos Benito, quien por ser forastero no tenía quien lo defendiera. Luego de un tiempo lo soltaron, pero no le devolvieron su caballo. Benito se vio solo y sin ningún bien. La necesidad lo obligó a trabajar como peón en una hacienda.

VII. JUICIOS DE LINDEROS.

El plan del hacendado Don Álvaro Amenábar era apoderarse de las tierras fértiles de Rumi y convertir en peones a los comuneros para que laboraran en una mina que pensaba explotar cerca de allí. Planteado el juicio de linderos a la comunidad, y visto el alegato de Bismarck, don Álvaro se reunió con el tinterillo Íñiguez para reorientar su estrategia. Planearon sostener la tesis falsa de que el límite de las tierras de la comunidad no era el llamado arroyo Lombriz, sino la quebrada de Rumi, situada más adentro, y que el fraude estaba en que los indios habían cambiado los nombres de las torrenteras. Ello implicaba que las tierras de la comunidad eran más reducidas y se limitaban a las que se ubicaban en torno a la laguna Yanañahui, región pedregosa y menos fértil. Iñiguez sugirió comprar falsos testigos para que dijeran que los límites auténticos habían sido modificados por los comuneros en tiempos pasados. Don Álvaro propuso como tales al gobernador Zenobio García y el Mágico Julio Contreras, junto con otros indios colonos; además, aseguró que ya tenía comprados al subprefecto y del juez. Por su parte, Iñiguez propuso que se sobornara también a Bismarck Ruiz, idea que don Álvaro aprobó. De acuerdo a lo planeado, Iñiguez respondió ante el juez el alegato de Bismarck. El Mágico Contreras, Zenobio García y otros más fueron los testigos en contra de la comunidad. Quedó pendiente la respuesta de la defensa de Rumi para días después. Mientras tanto, a Bismarck le llegó el soborno de Amenábar, de 5,000 soles; lo único que debía hacer era no descalificar a los testigos del hacendado. Bismarck aceptó la propuesta. El comunero Mardoqueo, vendedor de esteras, fue enviado por Rosendo a espiar a casa de don Álvaro, pero descubierto, fue flagelado salvajemente. El narrador trata enseguida sobre Nasha Shuro, bruja y curandera de Rumi, única esperanza de la comunidad pues se creía que con sus artes podría acabar con Amenábar. Una noche Nasha robó una fotografía de don Álvaro tras ingresar a su casa sigilosamente. Todo Rumi esperaba que de pronto don Álvaro enfermara o sufriera algún mal, pero nada de eso ocurrió. Volviendo al juicio de linderos, el juez escuchó la defensa de la comunidad por boca del mismo Rosendo; finalmente, el magistrado aconsejó al viejo alcalde que buscara testigos para que hablaran a favor de la comunidad pero que no fueran de Rumi. Los buscaron en varios pueblos y haciendas colindantes; pero nadie aceptó pues temían a don Álvaro. Entonces se ofreció como testigo Jacinto Prieto, el herrero de Rumi, aunque natural de otro pueblo. Pero sucedió entonces que un tal "Zurdo" buscó pleito al herrero, quien ofuscado, le dio una paliza. Prieto fue por ello encarcelado, quedando así anulado como testigo.

VIII. EL DESPOJO.

El fallo del juez favoreció a Amenábar, disponiéndose que la toma de las tierras fuera el 14 de octubre. Bismarck, muy hipócritamente, dijo que había hecho todo lo posible y que ya no había más que hacer, pues el fallo era definitivo (lo que no era cierto pues existía todavía la posibilidad de la apelación, lo que Bismarck no mencionó nunca). Rosendo envió a su nieto Augusto a espiar a la hacienda de Amenábar. El muchacho escuchó que don Álvaro ya se alistaba para ocupar la tierra de Rumi apoyado por los gendarmes. Viendo que ya el despojo era inevitable, Rosendo convocó la asamblea de la comunidad y expuso la situación. Uno de los comuneros, Artemio Chauqui, criticó su gestión y la de los regidores. Quedaban dos opciones: resistir o replegarse a las tierras altas y pedregosas de Yanañahui. Se discutió. Gerónimo Cahua optó por la resistencia armada; otros preferían la retirada. Los comuneros finalmente llegaron a un acuerdo: no ofrecerían resistencia para evitar muertes inútiles, y se irían a Yanañahui antes del día 14. De paso reeligieron como alcalde al viejo Rosendo. Mientras discutían, Casiana salió sigilosamente en busca del Fiero Vásquez, quien enterado, marchó para defender a Rumi con veinte hombres armados, sin conocer todavía la resolución que había tomado la comunidad. Mientras tanto, en la plaza del pueblo y ante la presencia de don Álvaro, el tinterillo Iñiguez, el gobernador Zenobio García, el subprefecto y otros principales, resguardados por gendarmes, se procedió a la ceremonia de la entrega de las tierras de la comunidad. Rosendo rogó al Fiero que no se enfrentara, ya que habían optado por la retirada pacífica. El Fiero optó entonces replegarse con su banda, no sin antes hacer notar a Rosendo que Bismarck les había engañado pues quedaba aún la opción de apelar. Cuando don Álvaro y su comitiva se retiraban triunfantes, de pronto vieron venir sobre ellos una galga (piedra grande), rodada por el indio Mardoqueo; el impacto de la roca mató a Iñiguez. Los gendarmes sacaron una ametralladora y dispararon a Mardoqueo. Al ver ello, uno de los bandidos del Fiero apodado el Manco alzó su machete y a galope se dirigió contra los gendarmes pero también fue ultimado a balazos. La comunidad de Rumi continuó el camino del éxodo.

IX. TORMENTA.

Yanañahui, hacía donde los comuneros de Rumi emigran, era una zona situada en la puna, dominada por los cerros Rumi y El Alto, y cerca de una laguna, que los indios creían encantada. Decían que allí vivía una mujer negra y peluda, que era el espíritu de la laguna. Cerca habían ruinas de un antiguo poblado, que estaba ubicado en un lugar adecuado, pero los comuneros tenían temor de asentarse allí pues decían que era la morada del Chacho, un ser maléfico en forma de enano. Prefirieron construir sus casas en las faldas del Rumi, aunque no era un buen lugar pues le azotaba directamente el frío viento de la puna. Siguiendo el consejo del Fiero, Rosendo intentó un recurso de apelación a la Corte Superior. Una comitiva fue a la capital del distrito y contrató a un joven abogado, Arturo Correa Zavala. Este les alentó a seguir el juicio y no les cobró sus servicios. En Yanañahui la vida cambió mucho por la aspereza del lugar. Solo se podía cultivar productos de la altura, como quinua, papa, oca... El ganado no se acostumbraba y muchos animales intentaron volver a Rumi llevados por la querencia; varios de ellos fueron expropiados por los caporales de don Álvaro. Se produce una gran tormenta en Yanañahui y algunos animales mueren, entre ellos "Frontino", el caballo querido de Rosendo, atravesado por un rayo. Un emisario de Zavala Correa llegó trayendo una mala noticia: habían asaltado el correo que transportaba el grueso expediente del juicio a la capital, lo cual era muy grave pues ya no se podría apelar al perderse hasta los papeles de reconocimiento legal de la misma comunidad. El expediente fue a dar a manos del hacendado, quien lo quemó en la chimenea de su casa. Algunos comuneros fallecieron, como Anselmo, el tullido. Otros abandonaron Yanañahui para probar suerte en lugares lejanos, trabajando en plantaciones o minas lejanas. Los comuneros Doroteo Quispe, Jerónimo Cahua y Eloy Condorumi se plegaron a la banda del Fiero Vásquez. Los tres fueron comisionados para matar a Bismarck y a su amante Melba, quienes montados a caballo iban a la costa para disfrutar del dinero que cobraron de Amenábar. Pero los comuneros no se atrevieron a ejecutar la misión: sólo se limitaron a robarles los caballos, aprovechando que la pareja habían hecho un alto para dormir en una cueva ubicada en medio de la puna. Bismarck y Melba debieron regresar al pueblo caminando muchos kilómetros, y debido al esfuerzo la mujer falleció poco después, víctima de una pulmonía fulminante. El desolado Bismarck volvió al lado de su esposa y a la monotonía de su trabajo.

X. GOCES Y PENAS DE LA COCA.

Uno de los comuneros, el joven Amadeo Illas, se fue con su esposa a trabajar a una hacienda de coca en plena ceja de selva. Un caporal los instaló en una casa junto a una chacra. De acuerdo al contrato Amadeo debía bajar cada tres meses a raumar (deshojar las hojas de coca) en el temple o valle situado al borde del río Calchis. Pasados algunos días Amadeo marchó al temple. En el camino se encontró con otro peón o raumero, llamado Hipólito Campos, de quien se hizo amigo. La primera labor que se le encargó fue podar unos árboles bajo cuya sombra crecían los cocales. Luego empezó con la rauma. El trabajo, al principio, le pareció fácil; pero después le ardieron las manos y le salieron ampollas. Estas empezaron luego a sangrar. Le dijeron que era cuestión de acostumbrarse. Pero de todos modos era una labor muy fatigosa. Otro peligro más grave eran las víboras. A Hipólito le picó una en el pecho y a duras penas se salvó. Amadeo pensó en el contraste de que una hoja que tanto gozo daba al hombre andino se consiguiera con tanto sufrimiento. En fin, no pudo continuar en la rauma y pasó al lampeo. También esta vez le sangraron las manos. Para colmo contrajo las fiebres palúdicas y durante 30 días estuvo en cama. En total se adeudaron en 60 soles. No les quedó otra opción que huir lejos. Amadeo consiguió empleo de peón en la hacienda Lamas. Pero los caporales de Calchis lo persiguieron y lo encontraron. El hacendado de Lamas acordó pagar su deuda, pero a cuenta de su trabajo. Amadeo quedó así nuevamente amarrado a la tierra.

XI. ROSENDO MAQUI EN LA CÁRCEL.

Rosendo Maqui no perdía la esperanza, pese a los sucesivos infortunios. La comunidad ya no tenía dinero para continuar el juicio. El ganado estaba diezmado, pues muchos animales iban hasta las tierras antiguas de Rumi y los caporales de don Álvaro los requisaban. Una vez un toro de labor se perdió y Rosendo fue decidido a rescatarlo. Pero al llegar a Umay, Amenábar se negó a entregarle el toro pues adujo que lo había comprado a Casimiro Rosas, cuyas marca de herraje eran similar a la de la comunidad de Rumi (C R). Rosendo insistió y el hacendado lo arrojó a golpes. El viejo alcalde no se quedó tranquilo y de noche ingresó sigilosamente al potrero del hacendado, pero los caporales lo descubrieron y lo tomaron preso. Rosendo fue a dar a la cárcel, acusado de abigeo, además de los cargos de azuzador de revueltas y de guarecer a los bandidos en su comunidad. En Yanañahui, los comuneros eligieron alcalde a Clemente Yacu. En prisión Rosendo se encontró con Jacinto Prieto, el herrero, y con otros personajes pintorescos como el loco Pierolista, y un estafador de nombre Absalón Quíñez. Otros presos le conmovieron por sus tragedias personales, como un pobre indio llamado Honorio, acusado sin pruebas de ser ladrón de reses. Hasta la prisión llegó la noticia de que un piquete de gendarmes salía del pueblo para atrapar al Fiero Vásquez.

XII. VALENCIO EN YANAÑAHUI.

En Yanañahui, Casiana esperaba un hijo del Fiero Vásquez; de éste no se sabía nada. Tampoco se sabía de Doroteo Quispe, el esposo de Paula, quien se había plegado a la banda del Fiero, junto con otros comuneros. Valencio, el hermano de Casiana, arribó al pueblo. Contó que se había producido un enfrentamiento de los bandidos con los gendarmes. Murieron varios de ambos bandos, pero El Fiero, Quispe y Condorumi seguían vivos, y solo Cahua había sido herido, pero no de gravedad. Valencio decidió asentarse en el pueblo y trabajar en las tareas comunales. Quiso tener mujer como todos y eligió a Tadea, la hermana del vaquero Inocencio. Construyó su casa ayudado por la comunidad y se dedicó a tejer esteras de totora y a hacer cal, productos que eran llevados al pueblo para venderlos, pero Valencio no aceptaba dinero sino bolsas de pan como todo pago. También iba a la laguna a cazar patos, riéndose de las supersticiones de los comuneros. Le pareció que la vida en Yanañahui era feliz y que nadie debía quejarse.

XIII. HISTORIAS Y LANCES DE MINERÍA.

Un comunero, Calixto Páucar, partió hacia el asiento minero de Navilca, para emplearse como peón de mina. Allí fue recibido por un obrero llamado Alberto, quien le instaló en la barraca de los peones. Calixto se enteró que los mineros empezarían una huelga al día siguiente. Luego, junto con Alberto salió a dar un paseo, ya muy entrada la noche. Entraron a un salón donde había gente tomando y charlando. Uno de ellos era un viejo apodado don Sheque, quien charlaba con un periodista. Los presentes escuchaban atentos las historias de mineros que relataba el viejo. En una de ellas mencionaba al Fiero Vásquez, quien en cierta ocasión llegó con su banda al asiento minero. El viejo siguió contando sobre su propia experiencia en la mina y cómo en varias ocasiones salvó de morir, pero el periodista estaba más interesado en la huelga. De pronto ingresó Alemparte, el Secretario General del Sindicato de Navilca, quien había declarado la huelga. Esta empezaría al día siguiente. Los huelguistas reclamaban aumento del jornal de S/. 1 a S/. 1.5, así como mejores condiciones y seguridades en el trabajo. Calixto y Alberto volvieron a la barraca y se echaron a dormir. Al día siguiente vinieron muchos gendarmes al asentamiento. Se oyeron los gritos de: "¡Viva Alemparte!". Un gringo, llamado Jack, y que trabajaba de mecánico, se sumó también a la causa de los trabajadores. Alemparte, junto con otros más (entre ellos Calixto y Alberto) avanzaron resueltamente. Los gendarmes dispararon. Hubo ocho muertos: entre ellos Alemparte y Calixto. Al día siguiente los obreros enterraron a sus muertos. Jack y otro compañero desplegaron un trapo rojo y cantaron un himno que para el resto era desconocido. Decían que eran socialistas. Calixto fue sepultado como anónimo pues nadie sabía su nombre.

XIV. EL BANDOLERO DOROTEO QUISPE.

Cuando nació el hijo de Casiana, Valencio encendió una fogata en la cumbre de un cerro, para dar aviso al Fiero Vásquez. Pero éste ya estaba preso y su banda diezmada. Doroteo y el resto de los bandidos decidieron entonces ajustar cuentas con Zenobio García, uno de los que testificaron contra la comunidad de Rumi. Como recordaremos, Zenobio era el gobernador de Muncha y dueño de una pequeña industria de fabricación de aguardiente; tenía además una hija aun soltera para quien buscaba un buen partido. A medianoche los bandidos entraron a Muncha haciendo varios disparos. Zenobio huyó lográndose ocultar en el descampado, pero la esposa, la hija y la sirvienta se quedaron en la casa. Los bandoleros destruyeron la casa y la destilería. Doroteo ingresó a la habitación de la hija y la violó. Cuando regresó, Zenobio se encontró con todo su esfuerzo de años destruido. Doroteo y el resto de los bandidos continuaron su camino. En uno de los senderos de la puna se tropezaron con el Mágico Julio Contreras, el otro de los testigos comprados por Amenábar. El Mágico rogó que no lo mataran, que él les daría un rescate en efectivo. Pero los bandidos no lo hicieron caso y lo llevaron a una zona inhóspita, poblada de pantanos. En uno de ellos fue arrojado el Mágico, muriendo así de la manera más cruel.

XV. SANGRE DE CAUCHERÍAS.

Augusto Maqui, el nieto de Rosendo, partió a las caucherías de la selva, cautivado por la elevada paga que le ofrecieron. Junto con otros aventureros llegó al puesto Canuco. Su trabajo consistía en internarse en el bosque, buscar los árboles de caucho y extraerles la savia o jebe. Don Renato era el jefe de Canuco. Se servía de indios sometidos, quienes tenían que entregar su cuota en bolas de jebe; de lo contrario eran castigados. Augusto fue testigo de estos abusos. El narrador nos cuenta enseguida un hecho ocurrido en 1866, cuando los nativos cashibos (que vivían en los márgenes del río Pachitea) fueron cañoneados por las fuerzas del gobierno venidas en buques de vapor desde Iquitos. Volviendo a nuestra historia, cada día menos indios iban a Canuco a entregar su cuota de caucho y don Renato decidió traspasar el puesto a Custodio Ordóñez. Augusto también quiso irse pero no lo dejaron pues se había endeudado. Escuchó fábulas propias de la selva, como la historia del Chullachaqui, un ser mítico con un pie de hombre y otro de venado, quien se enamoró de Nora, la esposa del cacique Coranke, e intentó llevársela consigo; pero Nora se negó y en castigo, el Chullachaqui convirtió a su pequeña hija en un pájaro, el "ayaymama", el cual en las noches de luna suele pronunciar un canto lúgubre que parece decir: “ay, ay, mama”. Ordóñez tenía una amante, Maibí, una nativa de 15 años, a quien maltrataba de la peor manera; era también muy cruel con los indios que estaban bajo su servicio. Una vez descabezó con machete a uno de ellos por no haber traído suficiente caucho. Hasta que ocurrió la desgracia para Augusto: mientras sahumaba una bola de caucho, esta explosionó saltándole en la cara y quedó ciego. Como ya no venían indios a dar su cuota de caucho, Ordóñez preparó una expedición punitiva contra las tribus. Augusto se quedó solo en el puesto y Maibí se acercó para acompañarlo. La batalla entre caucheros e indios duró tres días. Los caucheros vencieron pero Ordóñez murió tras impactarle una flecha envenenada. Los vencedores retornaron a Canuco trayendo como prisioneras a 30 mujeres nativas. Augusto se quedó con Maibí y ambos se fueron a vivir en una cabaña a orillas del bosque. Maibí cultivaba en una chacra y Augusto tejía hamacas y petates de palmera para la venta.

XVI. MUERTE DE ROSENDO MAQUI.

Rosendo seguía en la cárcel. Un acontecimiento memorable fue cuando ingresó el Fiero Vásquez al presidio, quien fue puesto en la celda de Rosendo. El Fiero propuso a Rosendo que le acompañara en su huida, que ya la tenía planificada. Rosendo rechazó su oferta pues no quería ser un eterno fugitivo. El Fiero sobornó a dos gendarmes con 400 soles para que le facilitaran la huida. Luego abrió con una ganzúa el candado de su celda, salió al patio y allí mató a otros dos guardias. Ganó finalmente la calle, donde sus amigos bandoleros lo esperaban. Los gendarmes los persiguieron a tiros, pero el Fiero logró escabullirse. Otros gendarmes acudieron a la celda de Rosendo, a quien golpearon a culatazos, hasta dejarlo desmayado, acusándolo de cómplice por no pasar la voz a los guardias. Cuando horas después le llevaron el almuerzo, Rosendo ya no contestó: estaba muerto. El médico diagnosticó muerte por infarto y el juez levantó acta de defunción.

XVII. LORENZO MEDINA Y OTROS AMIGOS.

El narrador nos traslada ahora hacia una cantina de Lima donde bebían y charlaban animadamente unos amigos. Uno de ellos es Benito Castro, quien trabajaba de ayudante en una imprenta. Benito le cuenta a uno de sus amigos sobre sus trabajos anteriores en las haciendas. A la reunión se suma Lorenzo Medina, un líder sindical. La conversación deriva entonces en temas políticos y sociales, que a Benito no le atraían. Lorenzo le ofrece trabajar como fletero en su bote pesquero, en el muelle del Callao. Benito acepta y se convierte en un fletero hábil. Lorenzo estaba al tanto de los problemas sociales y leía en voz alta las noticias de los periódicos sobre los sucesos de provincias, como la explotación de indígenas en las haciendas y en las obras públicas. Todo lo cual empieza a interesar a Benito, pues le recordaban las injusticias que él mismo había sido testigo en su tierra. Un día, sumido en una angustia profunda le cuenta a Lorenzo la razón por lo que había abandonado Rumi: un día, su padrastro, muy borracho, le amenazó con un cuchillo, pero Benito se le adelantó, matándolo. El alcalde Rosendo y su esposa la Pascuala, quienes lo habían adoptado como a un hijo, lo ayudaron a huir, para que no fuera apresado. De eso ya habían pasado seis años y no había vuelto a saber nada sobre Rumi y los comuneros. Pero ahora sentía nostalgia y quería volver a su comunidad; por lo pronto aprendía a leer y escribir. El bote de Lorenzo no producía mucho, pero al menos les daba para comer. Benito vivía en un callejón del puerto. Una noche, mientras descansaba junto con Lorenzo, oyó una fuerte explosión que venía del puerto. Ambos corrieron para ver lo que sucedía. Una lancha cargada con dinamita había estallado, arrasando con muchas embarcaciones, entre ellas el bote de Lorenzo. Este y Benito quedaron en la miseria. Un día, un italiano apellidado Carbonelli, tan pobre como ellos, los llevó a la playa, donde recogieron conchas como alimentos.

XVIII. LA CABEZA DEL FIERO VÁSQUEZ.

En los alrededores del distrito de Las Tunas, situada a legua y media de la capital de la provincia, una pastorcilla encontró entre unos matorrales una cabeza humana, ya en descomposición, pero con rasgos aun reconocibles. Uno de los curiosos lo identificó: era la cabeza del Fiero Vásquez. Llegaron el juez y el subprefecto, acompañados de muchos gendarmes. El juez confirmó que, en efecto, era la cabeza del bandido. Buscaron el cuerpo en los alrededores pero no lo hallaron. Llevaron entonces la cabeza a la capital de la provincia y lo exhibieron en la puerta de la subprefectura. Todo el pueblo acudió a verla. Pero no existía indicios de quién había cometido el asesinato. Se especuló mucho. Se atribuyó el hecho a los gendarmes, quienes habrían matado al Fiero cuando ésta ya se hallaba rendido. Se dijo también que la muerte lo había ordenado el mismo hacendado don Álvaro. Hasta se habló de la venganza de una mujer por celos. Pero examinadas cada una de esas teorías, ninguna parecía probable. La muerte del Fiero quedó en el misterio y fue todo un acontecimiento en la región.

XIX. EL NUEVO ENCUENTRO.

Juan Medrano, el hijo del regidor Porfirio Medrano, se fue con su familia a la lejana Solma, situada en la ceja de selva. Allí un hacendado, llamado don Ricardo, le arrendó un terreno para cultivar y donde construir su casa. Juan se instaló pues, junto con su esposa Simona y sus dos pequeños hijos. De inmediato empezó a levantar su casa, y a sembrar la tierra, con la ilusión de obtener una buena cosecha. Cierto día llegó a Solma una mujer que dijo llamarse Rita, quien se dedicaba a hilar y tejer. Juan y Simona lo hospedaron y ella les ayudó en las tareas del hogar. Rita vendía sus tejidos a otros colonos y un día invitó a Juan y Simona a que lo acompañaran a un velorio. Así empezaron a relacionarse con otros campesinos colonos de la zona. Uno de estos era un tal Javier Aguilar, un indio reservado y sombrío, quien vivía con una mujer y dos hijos tenidos en un compromiso anterior. Otro era Modesto, un pastor que tenía fama de ser brujo, pues vivía únicamente acompañado con una culebra, que era la guardiana de su pequeña huerta; le acusaban de haber causado la muerte de la primera esposa de Javier. Pero volvamos a nuestra historia. Llegaron las lluvias y crecieron el trigo y el maíz. Juan realizó la cosecha ayudado por su familia y por Rita. Acabada la cosecha llegó don Ricardo, el patrón, quien de acuerdo al contrato se llevó la mitad de lo recogido, pero reclamó casi otro tanto por las facilidades prestadas. Los colonos se quedaron únicamente con los granos necesarios para su sustento. Pese a tamaño abuso, Juan pensó que cultivar la tierra era la mejor manera de ser hombre.

XX. SUMALLACTA Y UNOS FUTRES RAROS.

Uno de los comuneros de Rumi, Demetrio Sumallacta, el flautista, se había instalado en la capital de la provincia, donde vivía con su mujer y su suegro. Durante un día de fiesta, Demetrio reconoció una voz conocida que concentraba la atención de un grupo de personas en la calle. Al asomarse reconoció a su viejo amigo Amadeo Illas, quien relataba el cuento de “El zorro y el conejo”. La fábula trataba sobre un conejo que con habilidad lograba constantemente burlarse del acoso de un zorro que quería devorarlo. Demetrio se enterneció al ver a Amadeo pero no se acercó a saludarlo, pues pensó antes cómo agasajarlo. Llevaba tres soles en su bolsillo, producto de la venta de leña que debía entregar a su esposa. Su suegro le reclamaba también diariamente una botella de cañazo y Demetrio le complacía a veces. Pero esta vez pensó gastar el dinero invitando a Amadeo y para tal efecto entró a una bodega para comprar dos botellas de aguardiente. Allí estaban tres futres (petimetres): un folklorista, un escritor y un pintor, quienes discutían sobre el cuento que acababan de escuchar. El zorro, según interpretaba unos de ellos, representaba al mandón y el conejo al indio; pero el conejo, al igual que el indio, solía desquitarse. El pintor, al ver a Demetrio con su antara colgada del cuello, le pidió ser su modelo para una pintura; a cambio le daría dos soles diarios. Demetrio, sorprendido por tal oferta, aceptó y siguió a los tres futres hacia una habitación de hotel donde el pintor tenía su estudio. Observó dos cuadros del artista: uno representaba a un indio orando y otro a un maguey. Le impresionó este último, diciendo que él también tenía un maguey frente a su casa y que viéndolo así reproducido, recién entendía que el árbol podía mirar. Los futres celebraron lo dicho por Demetrio y discutieron entre ellos sobre las cualidades de la raza nativa. Al regresar a su casa Demetrio entregó los tres soles a su esposa y una botella de cañazo a su suegro. Les contó luego su encuentro con los tres futres raros, y cómo tras ver una pintura había entendido que el maguey tenía vida y podía ver. El suegro se burló y Demetrio se durmió pensando en el maguey y sus cualidades, que lo hermanaban con el indio.

XXI. REGRESO DE BENITO CASTRO.

Luego de muchos años de ausencia, Benito Castro decidió retornar a Rumi. Esperaba encontrar a Rosendo y a todos los comuneros, amigos suyos. Estaba lejos de imaginar lo peor. Pero antes de seguir el relato retrocedamos en el tiempo y volvamos en el momento en que Benito se hallaba en el Callao, pasando hambre. Consiguió trabajo, pero luego del paro de obreros de Lima y Callao del año 1919, huyó en un buque que lo llevó hasta el puerto de Salaverry. Pasó a Trujillo y se enroló en el ejército. Ascendió a Sargento primero. Fue enviado con su regimiento a combatir al guerrillero Eleodoro Benel, quien era ayudado por los campesinos y controlaba varias provincias del departamento de Cajamarca. Corría el año 1925. En una choza de un campesino los soldados encontraron escondidos balas de máuser; el indio, junto con su mujer y sus dos pequeños hijos fueron fusilados en el acto. Antes de caer la mujer gritó: “¡Defiéndenos, Benito Castro!”. Benito quedó sorprendido. No conocía a la mujer o al menos no la recordaba. Se limitó a explicar a sus soldados que la india le había confundido con su hermano. Pero su tropa empezó a desconfiar. Benito decidió licenciarse. Había ahorrado 300 soles. Se compró un rifle y un buen caballo, y marchó hacia Rumi, donde llegó de noche. Se dio con la sorpresa de encontrar casas vacías y arruinadas; la casa de Rosendo estaba convertida en un chiquero o corral de cerdos. ¿Qué había pasado con la gente? ¿Dónde estaban? ¿Sucumbirían de la peste? Esto no era posible, pues luego de una epidemia siempre sobrevivía gente. ¿O acaso algún gamonal les habría desalojado? Y de ser así ¿hacía donde se irían todos? Temiendo lo peor, se puso a llorar. Ya con la primera luz del día, se acercó a una casa frente a la cual se había detenido una piara de cerdos. Con su rifle en ristre gritó que salieran los que estaban dentro. Salió un hombre que se identificó como Ramón Briceño. Benito le interrogó y Briceño le respondió que era caporal de don Álvaro, quien había ganado un juicio de tierras a la comunidad y que los comuneros estaban en Yanañahui. Benito galopó hacia allá y llegó al caserío. Se encontró con Juanacha, la hija de Rosendo, quien pese al tiempo transcurrido lo reconoció y lo saludó abrazándole, muy emocionada. Benito preguntó por Rosendo y Pascuala; el gesto triste de Juanacha fue elocuente y Benito entendió lo sucedido. Fue hacia la casa del alcalde Clemente Yacu, quien estaba enfermo; éste le contó todo lo sucedido desde su partida. A la historia que ya hemos relatado solo agregaremos que don Álvaro Amenábar, aprovechando la desaparición del expediente de la comunidad, había vuelto a denunciarla exigiendo pruebas de sus derechos. El juez falló en contra de la comunidad pero, por intermedio del abogado Correa Zavala, se hizo una apelación ante la Corte Superior, que duraba ya años. Los comuneros tenían mucha esperanza de ganar el juicio. Benito se despidió de Clemente y se sintió tranquilo al notar que el espíritu de Rosendo animaba todavía a la comunidad.

XXII. ALGUNOS DÍAS.

En los dos días siguientes Benito fue reconociendo a los antiguos comuneros y conociendo a los nuevos que se habían sumado tras su partida. Muchos otros habían ya fallecido o se habían ido sin volver a saberse nada de ellos. Benito se alojó en casa de la Juanacha y mientras comía con su familia (el esposo de Juanacha era Sebastián Poma y su hijo mayor se llamaba Rosendo, como el abuelo), se presentaron ante él la joven Casimira y su madre, rogándoles que les leyera la carta que el esposo de la hija, Adrián Santos, les había enviado. Benito leyó la carta, donde Adrián Santos contaba a su esposa sus peripecias en Trujillo, donde se ganaba la vida como jornalero; al final prometía volver pronto. Luego, Benito fue a conversar con el doctor Correa Zavala, el abogado de la comunidad, quien le informó que la Corte Superior de Justicia había fallado a favor de la comunidad. Benito regresó a dar aviso a los comuneros, quienes festejaron la buena nueva. A la mañana siguiente salió de caza con Porfirio Medrano, uno de los regidores. Mientras caminaban, Medrano le expuso los planes que tenía para mejorar la vida de la comunidad. Quería desaguar la pampa cercana a la laguna, para ganar más tierras de cultivo; deseaba también que los comuneros trasladaran sus casas al sitio donde se elevaban las ruinas del pueblo viejo, situado al otro lado de la laguna, zona que estaba mejor protegida del viento. Para realizar todo ello se debía convencer a los comuneros a desterrar las supersticiones de la mujer negra peluda y la del Chacho. Medrano le anunció también a Benito que le propondría como regidor. Benito asintió. Como la costumbre imponía que las autoridades tuvieran mujer, Benito eligió a la Marguicha, la que fuera pareja de Augusto Maqui.

XXIII. NUEVAS TAREAS COMUNALES

Benito Castro fue pues elegido regidor y todos quedaron a la expectativa de lo que haría. Se propuso ante el consejo llevar a cabo los planes de Porfirio Medrano. Clemente Yacu se opuso pues decía que se debía respetar la tradición, y Artidoro Oteíza arguyó que no era sensato asustar al pueblo, muy supersticioso. Los comuneros se dividieron en dos bandos. Un día, Benito, junto con Porfirio Medrano, Rosendo Poma (el nieto de Rosendo Maqui) y Valencio taladraron el lecho rocoso de la laguna, para formar cauces por donde hacerla desaguar. Luego lo dinamitaron y el agua de la laguna empezó a bajar. Con la pampa ganada a la laguna se podía ya habilitar más tierras de cultivo. Luego Benito y sus amigos fueron a las ruinas del pueblo viejo donde pensaban levantar un nuevo asentamiento. Esta vez contaban con el apoyo del anciano alarife Pedro Mayta, quien empezó a demoler los muros, demostrando a todos que no existía ningún Chacho. Pero aun así muchos comuneros todavía estaban temerosos. El alcalde Clemente Yacu convocó a una asamblea para juzgar los actos de Benito. Artemio Chauqui encabezaba a los descontentos. Benito Castro se defendió: dijo que él era el único responsable de sus decisiones, y que sus actos eran para beneficio de la comunidad. Luego de una ardorosa discusión, la mayoría voto a favor de Benito. El tiempo le dio la razón. La pampa ganada produjo mucha cosecha, los comuneros construyeron casas más espaciosas, y no había ningún indicio de la maldición vaticinada. Clemente Yacu renunció a su cargo de Alcalde por enfermedad y Benito fue elegido en su reemplazo.

XXIV. ¿ADÓNDE? ¿ADÓNDE?

El relato empieza mostrándonos a los comuneros armados y en pie de lucha. Es el año de 1929. Sucedía que la comunidad había perdido la apelación y Amenábar se disponía una vez más a despojar de sus tierras a los comuneros. El alcalde Benito Castro arengó a los comuneros explicándoles la situación. A Amenábar no le importaba tanto las tierras sino lo que quería era convertir a los comuneros en sus peones para obligarlos a trabajar en los cocales del valle del río Ocros, donde sin duda morirían víctimas del paludismo. No se podía esperar más de la justicia, pues a las autoridades poco les importaba el abuso de los hacendados, si es que no estaban también en complicidad con ellos. “Váyanse a otra parte, el mundo es ancho”, era toda la respuesta que daban a los indios que se negaban a abandonar sus tierras. Cierto que el mundo es ancho, explicaba Benito, pero a la vez ajeno. Una vez desarraigados de sus tierras, al indio no le quedaba sino trabajar en tierras de otros, expuesto a los abusos y al mal pago de su trabajo. La tierra propia, la tierra de la comunidad, era lo único propio que el indio poseía y esta vez estaban dispuesto a defenderla con su sangre. Benito desplegó a los comuneros armados para emboscar a los hombres de Amenábar que venían apoyados por los guardias civiles. Un grupo de indios armados se ubicó en las peñolerías al pie del cerro Rumi y otro grupo se desplegó en la cima. Por el camino que bordeaba las faldas del cerro El Alto fue ubicado otro grupo y otro más en la cumbre. Valencio fue enviado de madrugada para observar el movimiento del enemigo. Regresó informando que los guardias, muy numeroso, se dirigían hacia el cañón de El Alto. Otro grupo, formado por los caporales de Amenábar, iba al cerro Rumi. Los comuneros esperaron. Cuando los guardias llegaron a El Alto, se produjo el tiroteo. Seis guardias murieron, aunque también de parte de los comuneros hubo bajas, entre ellos Porfirio Medrano y el joven Fidel Vásquez (hijo del Fiero). De otro lado, los caporales, que subieron por la falda del Rumi, fueron recibidos también a balazos. Luego, sintieron un estruendo y vieron venir sobre ellos piedras enormes resbaladas por los comuneros. Murieron muchos caporales y los pocos que sobrevivieron huyeron. La comunidad había ganado la batalla. Pero era solo el comienzo. Rumi fue considerado zona de rebeldía y Umay siguió su ejemplo. Las autoridades enviaron un batallón de guardias civiles (cuerpo que recientemente había reemplazado a la gendarmería), en camiones y armados con ametralladoras. La batalla fue desigual. Los comuneros fueron aniquilados uno tras otro. Algunos pocos heridos escaparon hasta el pueblo, rogando a sus familiares que partieran rápido, antes que llegaran los guardias. Entre ellos estaba Benito Castro, herido gravemente, quien rogó a Marguicha que se fuera con el hijito que tenían, de apenas dos años. Pero Marguicha, angustiada, se limitó a responderle: “¿Adónde iremos? ¿Adónde?”


Autor del resumen: Alvaro Arditi

(Amable lector, si el texto le parece similar al resumen que figura en WIKIPEDIA, es solo por una sencilla razón: yo soy el mismo autor de ese y de otros innumerables artículos sobre Literatura peruana).