lunes, 9 de agosto de 2010

CIRO ALEGRIA, PRIMER NOVELISTA CLÁSICO DEL PERÚ


A continuación, una microbiografía de Ciro Alegría y un estudio breve de su narrativa, por Alonso Rabí do Carmo, y finalmente un breve resumen de EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO, por el autor del presente blog.

BIOGRAFÍA BREVE DE CIRO ALEGRIA

Ciro Alegría nació en la hacienda Quilca, en Trujillo, en 1908, aunque fue inscrito recién en 1909, tomándose como fecha oficial la de su inscripción, el 4 de noviembre de 1909. Realizó sus estudios en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo, donde tuvo como profesor al poeta César Vallejo. En 1927 funda Tribuna Sanjuanista, periódico que dirigió, y en 1930 tuvo activa participación en la formación de la célula aprista de Trujillo, junto con Antenor Orrego.

Por su actividad proselitista, fue perseguido y torturado y, luego del frustrado levantamiento aprista de 1932, fue encarcelado, pero liberado al año siguiente, en 1933, por una ley de amnistía. Es en esta época que comienza a publicar algunos relatos, pero en 1934 sería deportado a Chile. En 1935, su novela La serpiente de oro gana el concurso de la editorial Nascimento, y en 1939 obtiene, con Los perros hambrientos, el segundo premio de novela de la editorial Zigzag. Dos años después, en 1941, con El mundo es ancho y ajeno, gana el primer premio convocado por la editorial estadounidense Farrar & Rinehart.

Después de recibir este premio, cuya convocatoria alcanzó a todo el ámbito del continente americano, Alegría se establece en Estados Unidos, primero, y luego en Cuba y Puerto Rico. En 1960 decide retornar al Perú, combinando su actividad política -fue diputado por Acción Popular en 1963- con el periodismo y la literatura. Alegría falleció en 1967, en la localidad de Chosica.



El presidente Fernando Belaunde y Ciro Alegría



LA NARRATIVA DE CIRO ALEGRIA

La obra narrativa de Ciro Alegría se inscribe claramente en el ciclo latinoamericano de la novela rural o de la tierra. La serpiente de oro (1935), Los perros hambrientos (1938) y El mundo es ancho y ajeno (1941), sus tres grandes novelas, revelan desde distintas perspectivas no solamente la complejidad de un mundo ajeno a la racionalidad occidental, sino también su dramático desencuentro con el centro de poder que alienta la modernidad.

A ello se debe que la lectura de la obra de Alegría vuelva a poner en el tapete, precisamente, la dicotomía barbarie/civilización, planteada por Domingo F. Sarmiento en Facundo. En este esquema de pensamiento, la barbarie está representada por el campo y la civilización por los núcleos urbanos, permeables a la influencia europea y con una marcada tendencia a asumir la idea occidental de cultura como principio rector de la sociedad.

Como consecuencia de esta imposición, el otro, el que habita el campo, tiene una concepción distinta del tiempo y la vida, apela al mito y al animismo para explicar su posición en el mundo, pasa a ser el blanco de la incomprensión y el desdén por parte del poder dominante, que se arroga la misión de modernizar a estas masas sin mostrar respeto alguno por sus creencias, su cosmovisión, en suma su cultura.

Pero el proceso de esta lucha se plantea de un modo gradual. En principio, el brillante crítico peruano Antonio Cornejo ha señalado, por ejemplo, que La serpiente de oro no responde a la escenificación ni al mecanismo de construcción de los personajes que son típicos de la narración indigenista, aunque se organiza de acuerdo con sus códigos, en la medida en que el universo que transcurre a orillas del río Marañón es tan desconocido y antagonista de la cultura de las urbes como lo son las comunidades andinas.

El mundo representado en La serpiente de oro tiene que ver más de cerca con las relaciones del hombre con la naturaleza y el esfuerzo heroico que este realiza para enfrentar ese poder, que en la novela latinoamericana de su tiempo aparece siempre como una fuerza superior al hombre, provocando así la inversión de un tópico muy socorrido y uno de cuyos ejemplos más claros aparece en La vorágine (1924), del colombiano José Eustasio Rivera.

Los perros hambrientos retorna las relaciones del hombre con la naturaleza, pero desde un ángulo diferente. La narración, lineal y salpicada de relatos interpolados que podrían leerse independientemente -rasgo que comparte con la anterior novela-, transcurre esta vez en el altiplano y muestra más bien el estoicismo con que los campesinos enfrentan esa agreste geografía y unas condiciones climáticas terribles.

En parte, por ello, en esta novela hay un eje a partir del contraste entre un comienzo de tinte casi bucólico, de perfecta y armoniosa integración del hombre con su medio y la asoladora presencia de la sequía, que desde el segundo capítulo presenta un drástico cambio en la narración. La representación de esta tragedia desnuda otras, motivando, como bien señala Cornejo, una doble crisis, ya que por un lado pone al desnudo la raíz explotadora de las relaciones entre los campesinos y los dueños de las haciendas y, por otro, muestra cómo la comunidad indígena se debilita en sus creencias frente al castigo que le inflige la naturaleza.

Comunidad versus Estado

En El mundo es ancho y ajeno, el conflicto abandona la escena local para simbolizar el enfrentamiento de dos concepciones de comunidad, de vida nacional: la campesina, por un lado, y la del Estado, por otro.

En ese sentido, El mundo es ancho y ajeno, en comparación con La serpiente de oro y Los perros hambrientos, encierra un significativo cambio de perspectiva. Mientras que en sus dos primeras novelas el tiempo es presentado como la reiteración fluida de un acto esencial -es decir, un tiempo unívoco- o como una estructura circular basada en los ciclos naturales, respectivamente, en El mundo es ancho y ajeno, la lógica imperante en la temporalidad es la de la causalidad histórica.

El cambio de perspectiva, sin embargo, no le impide a Alegría plantear una vez más la inversión del dilema barbarie/civilización, tan esencial en otras novelas latinoamericanas. Y es que para Alegría está muy claro que la barbarie no está en el campo, sino en el egoísmo y la incomprensión de una clase dirigente cegada por intereses económicos; la civilización, en tanto, se halla en las comunidades campesinas, cuyos valores se presentan como superiores.

Pese a ello, la novela narra la desaparición de la comunidad de Rumi, una especie de emblema de las comunidades andinas tradicionales. El origen del conflicto está en un despojo de tierras logrado a través de un proceso judicial manipulado por el poder de los gamonales, lo que suscita la rebelión de Rosendo Maqui -suma viviente de la sabiduría quechua-, que finalmente fracasará.
Sin embargo, Rumi está aún en pie, pero se presenta la amenaza de un segundo despojo, que será reprimido esta vez por el Estado, sellando la destrucción final de la comunidad. Este segundo levantamiento es liderado por el sucesor de Maqui, Benito Castro, un mestizo que representa la opción modernizante y en cuyo mensaje entendemos que si la comunidad no se transforma, sin traicionar su identidad, no podrá sobrevivir. La terrible sanción que enfrenta el lector, sin embargo, es que ambas opciones, la tradicional de Maqui y la modernizante de Castro, fracasan.

A pesar de la derrota, en la novela subyace un elogio abierto a las virtudes de la vida comunitaria, como apunta Cornejo, lo que complementa una idea de Tomás Escajadillo, otro gran estudioso peruano de la obra de Alegría: que la comunidad es el único espacio en el que el indígena puede vivir plena y dignamente. Al desaparecer este espacio por obra de un despojo violento, El mundo es ancho y ajeno puede leerse como la despedida de un universo hoy casi extinto debido a la modernización avasalladora que ha transformado el rostro del Perú, y al mismo tiempo, como un severo llamado de atención a los sectores dominantes, bajo la forma de una defensa ética y cultural de una conciencia que el poder occidental no admite como válida.

El mundo es ancho y ajeno, de esta manera, completa un círculo iniciado con La serpiente de oro y Los perros hambrientos. Sus obvias diferencias argumentales y de estilo están íntimamente ligadas por la concepción de la comunidad como un sistema social superior a otros. A través de su lectura, pasamos de dos escenarios geográficos locales (la selva del Marañón en La serpiente de oro y la puna en Los perros hambrientos) a uno más ambicioso, que enfrenta a la comunidad de Rumi como arquetipo de la sociedad comunitaria con el Estado como representante de la "civilización" occidental.

Con estas tres novelas, pero especialmente con El mundo es ancho y ajeno, Alegría logra un vasto fresco social que, en sus referentes, ha quedado inscrito en la historia peruana como un período trágico en el que se perfilaron, dolorosamente por cierto, agudos conflictos sociales y escisiones que, de alguna manera, tienen todavía un latido de actualidad.

Alonso Rabí Do Carmo


RESUMEN BREVE Y POR CAPÍTULOS DE

“EL MUNDO ES ANCHO Y AJENO”.

I. ROSENDO MAQUI Y LA COMUNIDAD.

La novela empieza hacia 1912, cuando el viejo alcalde Rosendo, de vuelta al pueblo de Rumi, se tropieza con una culebra, lo que de acuerdo a la visión indígena es signo de mal agüero. El narrador hace un alto en el relato y nos cuenta la vida de este personaje: cómo por su sapiencia y laboriosidad fue elegido primero regidor y luego Alcalde de Rumi. Luego pasa a describir la vida e historia de la comunidad. Nos relata como los gamonales, usando a su favor leyes que los indios no entendían, se fueron expropiando de muchas tierras de los comuneros. Don Álvaro Amenábar, rico propietario de la hacienda Umay, cercana de Rumi, llevó a juicio a la comunidad por un pleito de linderos. Escenas muy logradas son las que describen la vida rural de Rumi. Tras finalizar la descripción de Rumi, el narrador retoma el relato: Rosendo retorna al pueblo con un negro presentimiento. Efectivamente, se entera que su esposa Pascuala había fallecido.

II. ZENOBIO GARCÍA Y OTROS NOTABLES.

Todo el pueblo asiste al velorio de Pascuala. Esa misma noche llegó a Rumi una comisión de vecinos de Muncha (distrito vecino), presidida por su gobernador Zenobio García, quien fabricaba y vendía aguardiente. Un comunero, Doroteo Quispe, se puso a rezar: tenía fama de decir de memoria una serie de oraciones según la ocasión. Seguido de un nutrido cortejo, el cadáver de Pascuala fue sepultado en el cementerio.

III. DÍAS VAN, DÍAS VIENEN.

“Días van, días vienen…”, es la frase típica de los narradores populares cuando intercalan historias separadas por espacios largos de tiempo. En Rumi se construía una escuela primaria, aunque las autoridades no parecían interesadas en mandar a un maestro. Llegó de pronto don Álvaro Amenábar, montado a caballo, diciendo que los terrenos eran suyos y que ya lo había denunciado. Rosendo sintió odio por primera vez. Al día siguiente partió junto con otros tres comuneros hacia la capital del distrito, para encontrarse con Bismack Ruíz, el tinterillo contratado como defensor de la comunidad, quien vivía junto con su amante, la tísica Melba Cortez. Luego el narrador se dedica a contarnos la vida del "Mágico" Julio Contreras, un comerciante de baratijas y prendas de vestir, ya viejo y con habilidad para convencer a cualquiera. Su apelativo de “Mágico” se remontaba a su época juvenil, cuando era un malabarista de una compañía de saltimbanquis que recorría el país promocionando su “salto mágico”. Otro personaje es el comunero Demetrio Sumallacta, un habilidoso tocador de flauta o quena.

IV. EL FIERO VÁSQUEZ.

Un bandolero llamado el “Fiero Vásquez”, solía llegar a Rumi, alojándose en casa de Doroteo Quispe. El Fiero dirigía un grupo de ladrones que asaltaban a los viajeros y tenían su escondite en las alturas o la puna. Conoció a Doroteo cuando éste iba a comprar fuegos artificiales para la fiesta de San Isidro. El Fiero le arrebató los cien soles que llevaba, pero después se hicieron amigos, cuando Doroteo le enseño una oración del Justo Juez, que, según decía, le protegía de la adversidad. Doroteo vivía con su esposa Paula y su cuñada Casiana, ambas venidas de otra comunidad. Casiana se convirtió en la amante del Fiero Vásquez. Ella se enteró por casualidad que su hermano Valencio pertenecía también a la banda del Fiero. Rosendo trató de aconsejar al Fiero de que cambiara su vida delictiva por otra más tranquila, dedicada al trabajo. El Fiero le respondió que ya lo había intentado pero que parecía que su destino era recaer siempre en el mal. Relató enseguida su historia: una vez gravemente herido, fue auxiliado por una señora muy amable, doña Elena Lynch (abuela de Ciro Alegría), quien le dio posada y le curó la herida. Don Teodoro, el esposo de Elena, le interrogó. El Fiero le contó que su desgracia había principiado cuando mató a un vecino muy abusivo que había abofeteado a su madre. Fue el inicio de su vida en permanente huida y dedicada al bandidaje. Pero agradecido con don Teodoro y su esposa, prometió regenerarse. Convencido, Teodoro le dio un empleo en su hacienda. El Fiero se sentía orgulloso de ser considerado un hombre de confianza por su patrón, que era un hacendado muy respetado en toda la provincia. Pasado algún tiempo, el Fiero se fue a vivir junto con la Gumersinda, su pareja, en un terrenito que había comprado. Tuvieron un hijo. Poco después don Teodoro tuvo que trasladarse a Lima, y el Fiero se sintió desprotegido. Un día, estando en su chacra, El Fiero tuvo que matar a un desconocido, en defensa propia, y debió huir nuevamente de la policía. A los seis meses regresó y encontró su casa vacía. Su esposa había sido encarcelada y violada por los gendarmes, y su hijito había muerto víctima de la peste. Herido profundamente, el Fiero volvió a la vida delictiva. Así terminó su relato.

V. EL MAÍZ Y EL TRIGO.

Rosendo convoca a sus regidores a una junta para exponerles los avances del juicio de linderos y su temor de que Zenobio y el Mágico anduviesen en tratos con Amenábar. Por entonces empieza en Rumi la cosecha, lo que constituía una verdadera fiesta para la comunidad. Todos participan de la faena. La ocasión es propicia también para que los jóvenes busquen pareja y se unan. Se convoca también a un grupo de jóvenes repunteros para que arreen el ganado esparcido en las tierras de la comunidad, a fin de juntarlo para que comieran los rastrojos. Luego de culminada la tarea los jóvenes se reúnen a comer y uno de ellos, Amadeo Illas, les relata el cuento titulado: “Los rivales y el juez”. Luego se narra la siega, el acarreo y la trilla. Ya de noche, los jóvenes Augusto Maqui (nieto de Rosendo) y Marguicha se entregan al amor iluminados por la luna llena. Finalmente se hace el reparto de la cosecha entre los comuneros y el excedente es destinado para la venta.

VI. EL AUSENTE.

Este capítulo relata la vida de Benito Castro, un mestizo fruto de una violación cometida por un forastero en una comunera y que había sido criado como un hijo por Rosendo y Pascuala, pero que tras cometer un crimen se había ausentado de la comunidad, dedicándose a recorrer el país. Se ganaba la vida como arriero y repuntero en las haciendas. Recorrió las serranías de Huamachuco y llegó al Callejón de Huaylas. Pero continuó más al sur. Llegó a un lugar llamado Pueblo Libre. Allí encontró a un agitador, apellidado Pajuelo, quien arengaba a la gente hablando a favor de los indios y contra los explotadores gamonales y autoridades. De pronto irrumpieron los gendarmes, se escucharon disparos y Pajuelo cayó muerto. Mucha gente fue arrestada, entre ellos Benito. Todos fueron quedando libres, menos Benito, quien por ser forastero no tenía quien lo defendiera. Luego de un tiempo lo soltaron, pero no le devolvieron su caballo. Benito se vio solo y sin ningún bien. La necesidad lo obligó a trabajar como peón en una hacienda.

VII. JUICIOS DE LINDEROS.

El plan del hacendado Don Álvaro Amenábar era apoderarse de las tierras fértiles de Rumi y convertir en peones a los comuneros para que laboraran en una mina que pensaba explotar cerca de allí. Planteado el juicio de linderos a la comunidad, y visto el alegato de Bismarck, don Álvaro se reunió con el tinterillo Íñiguez para reorientar su estrategia. Planearon sostener la tesis falsa de que el límite de las tierras de la comunidad no era el llamado arroyo Lombriz, sino la quebrada de Rumi, situada más adentro, y que el fraude estaba en que los indios habían cambiado los nombres de las torrenteras. Ello implicaba que las tierras de la comunidad eran más reducidas y se limitaban a las que se ubicaban en torno a la laguna Yanañahui, región pedregosa y menos fértil. Iñiguez sugirió comprar falsos testigos para que dijeran que los límites auténticos habían sido modificados por los comuneros en tiempos pasados. Don Álvaro propuso como tales al gobernador Zenobio García y el Mágico Julio Contreras, junto con otros indios colonos; además, aseguró que ya tenía comprados al subprefecto y del juez. Por su parte, Iñiguez propuso que se sobornara también a Bismarck Ruiz, idea que don Álvaro aprobó. De acuerdo a lo planeado, Iñiguez respondió ante el juez el alegato de Bismarck. El Mágico Contreras, Zenobio García y otros más fueron los testigos en contra de la comunidad. Quedó pendiente la respuesta de la defensa de Rumi para días después. Mientras tanto, a Bismarck le llegó el soborno de Amenábar, de 5,000 soles; lo único que debía hacer era no descalificar a los testigos del hacendado. Bismarck aceptó la propuesta. El comunero Mardoqueo, vendedor de esteras, fue enviado por Rosendo a espiar a casa de don Álvaro, pero descubierto, fue flagelado salvajemente. El narrador trata enseguida sobre Nasha Shuro, bruja y curandera de Rumi, única esperanza de la comunidad pues se creía que con sus artes podría acabar con Amenábar. Una noche Nasha robó una fotografía de don Álvaro tras ingresar a su casa sigilosamente. Todo Rumi esperaba que de pronto don Álvaro enfermara o sufriera algún mal, pero nada de eso ocurrió. Volviendo al juicio de linderos, el juez escuchó la defensa de la comunidad por boca del mismo Rosendo; finalmente, el magistrado aconsejó al viejo alcalde que buscara testigos para que hablaran a favor de la comunidad pero que no fueran de Rumi. Los buscaron en varios pueblos y haciendas colindantes; pero nadie aceptó pues temían a don Álvaro. Entonces se ofreció como testigo Jacinto Prieto, el herrero de Rumi, aunque natural de otro pueblo. Pero sucedió entonces que un tal "Zurdo" buscó pleito al herrero, quien ofuscado, le dio una paliza. Prieto fue por ello encarcelado, quedando así anulado como testigo.

VIII. EL DESPOJO.

El fallo del juez favoreció a Amenábar, disponiéndose que la toma de las tierras fuera el 14 de octubre. Bismarck, muy hipócritamente, dijo que había hecho todo lo posible y que ya no había más que hacer, pues el fallo era definitivo (lo que no era cierto pues existía todavía la posibilidad de la apelación, lo que Bismarck no mencionó nunca). Rosendo envió a su nieto Augusto a espiar a la hacienda de Amenábar. El muchacho escuchó que don Álvaro ya se alistaba para ocupar la tierra de Rumi apoyado por los gendarmes. Viendo que ya el despojo era inevitable, Rosendo convocó la asamblea de la comunidad y expuso la situación. Uno de los comuneros, Artemio Chauqui, criticó su gestión y la de los regidores. Quedaban dos opciones: resistir o replegarse a las tierras altas y pedregosas de Yanañahui. Se discutió. Gerónimo Cahua optó por la resistencia armada; otros preferían la retirada. Los comuneros finalmente llegaron a un acuerdo: no ofrecerían resistencia para evitar muertes inútiles, y se irían a Yanañahui antes del día 14. De paso reeligieron como alcalde al viejo Rosendo. Mientras discutían, Casiana salió sigilosamente en busca del Fiero Vásquez, quien enterado, marchó para defender a Rumi con veinte hombres armados, sin conocer todavía la resolución que había tomado la comunidad. Mientras tanto, en la plaza del pueblo y ante la presencia de don Álvaro, el tinterillo Iñiguez, el gobernador Zenobio García, el subprefecto y otros principales, resguardados por gendarmes, se procedió a la ceremonia de la entrega de las tierras de la comunidad. Rosendo rogó al Fiero que no se enfrentara, ya que habían optado por la retirada pacífica. El Fiero optó entonces replegarse con su banda, no sin antes hacer notar a Rosendo que Bismarck les había engañado pues quedaba aún la opción de apelar. Cuando don Álvaro y su comitiva se retiraban triunfantes, de pronto vieron venir sobre ellos una galga (piedra grande), rodada por el indio Mardoqueo; el impacto de la roca mató a Iñiguez. Los gendarmes sacaron una ametralladora y dispararon a Mardoqueo. Al ver ello, uno de los bandidos del Fiero apodado el Manco alzó su machete y a galope se dirigió contra los gendarmes pero también fue ultimado a balazos. La comunidad de Rumi continuó el camino del éxodo.

IX. TORMENTA.

Yanañahui, hacía donde los comuneros de Rumi emigran, era una zona situada en la puna, dominada por los cerros Rumi y El Alto, y cerca de una laguna, que los indios creían encantada. Decían que allí vivía una mujer negra y peluda, que era el espíritu de la laguna. Cerca habían ruinas de un antiguo poblado, que estaba ubicado en un lugar adecuado, pero los comuneros tenían temor de asentarse allí pues decían que era la morada del Chacho, un ser maléfico en forma de enano. Prefirieron construir sus casas en las faldas del Rumi, aunque no era un buen lugar pues le azotaba directamente el frío viento de la puna. Siguiendo el consejo del Fiero, Rosendo intentó un recurso de apelación a la Corte Superior. Una comitiva fue a la capital del distrito y contrató a un joven abogado, Arturo Correa Zavala. Este les alentó a seguir el juicio y no les cobró sus servicios. En Yanañahui la vida cambió mucho por la aspereza del lugar. Solo se podía cultivar productos de la altura, como quinua, papa, oca... El ganado no se acostumbraba y muchos animales intentaron volver a Rumi llevados por la querencia; varios de ellos fueron expropiados por los caporales de don Álvaro. Se produce una gran tormenta en Yanañahui y algunos animales mueren, entre ellos "Frontino", el caballo querido de Rosendo, atravesado por un rayo. Un emisario de Zavala Correa llegó trayendo una mala noticia: habían asaltado el correo que transportaba el grueso expediente del juicio a la capital, lo cual era muy grave pues ya no se podría apelar al perderse hasta los papeles de reconocimiento legal de la misma comunidad. El expediente fue a dar a manos del hacendado, quien lo quemó en la chimenea de su casa. Algunos comuneros fallecieron, como Anselmo, el tullido. Otros abandonaron Yanañahui para probar suerte en lugares lejanos, trabajando en plantaciones o minas lejanas. Los comuneros Doroteo Quispe, Jerónimo Cahua y Eloy Condorumi se plegaron a la banda del Fiero Vásquez. Los tres fueron comisionados para matar a Bismarck y a su amante Melba, quienes montados a caballo iban a la costa para disfrutar del dinero que cobraron de Amenábar. Pero los comuneros no se atrevieron a ejecutar la misión: sólo se limitaron a robarles los caballos, aprovechando que la pareja habían hecho un alto para dormir en una cueva ubicada en medio de la puna. Bismarck y Melba debieron regresar al pueblo caminando muchos kilómetros, y debido al esfuerzo la mujer falleció poco después, víctima de una pulmonía fulminante. El desolado Bismarck volvió al lado de su esposa y a la monotonía de su trabajo.

X. GOCES Y PENAS DE LA COCA.

Uno de los comuneros, el joven Amadeo Illas, se fue con su esposa a trabajar a una hacienda de coca en plena ceja de selva. Un caporal los instaló en una casa junto a una chacra. De acuerdo al contrato Amadeo debía bajar cada tres meses a raumar (deshojar las hojas de coca) en el temple o valle situado al borde del río Calchis. Pasados algunos días Amadeo marchó al temple. En el camino se encontró con otro peón o raumero, llamado Hipólito Campos, de quien se hizo amigo. La primera labor que se le encargó fue podar unos árboles bajo cuya sombra crecían los cocales. Luego empezó con la rauma. El trabajo, al principio, le pareció fácil; pero después le ardieron las manos y le salieron ampollas. Estas empezaron luego a sangrar. Le dijeron que era cuestión de acostumbrarse. Pero de todos modos era una labor muy fatigosa. Otro peligro más grave eran las víboras. A Hipólito le picó una en el pecho y a duras penas se salvó. Amadeo pensó en el contraste de que una hoja que tanto gozo daba al hombre andino se consiguiera con tanto sufrimiento. En fin, no pudo continuar en la rauma y pasó al lampeo. También esta vez le sangraron las manos. Para colmo contrajo las fiebres palúdicas y durante 30 días estuvo en cama. En total se adeudaron en 60 soles. No les quedó otra opción que huir lejos. Amadeo consiguió empleo de peón en la hacienda Lamas. Pero los caporales de Calchis lo persiguieron y lo encontraron. El hacendado de Lamas acordó pagar su deuda, pero a cuenta de su trabajo. Amadeo quedó así nuevamente amarrado a la tierra.

XI. ROSENDO MAQUI EN LA CÁRCEL.

Rosendo Maqui no perdía la esperanza, pese a los sucesivos infortunios. La comunidad ya no tenía dinero para continuar el juicio. El ganado estaba diezmado, pues muchos animales iban hasta las tierras antiguas de Rumi y los caporales de don Álvaro los requisaban. Una vez un toro de labor se perdió y Rosendo fue decidido a rescatarlo. Pero al llegar a Umay, Amenábar se negó a entregarle el toro pues adujo que lo había comprado a Casimiro Rosas, cuyas marca de herraje eran similar a la de la comunidad de Rumi (C R). Rosendo insistió y el hacendado lo arrojó a golpes. El viejo alcalde no se quedó tranquilo y de noche ingresó sigilosamente al potrero del hacendado, pero los caporales lo descubrieron y lo tomaron preso. Rosendo fue a dar a la cárcel, acusado de abigeo, además de los cargos de azuzador de revueltas y de guarecer a los bandidos en su comunidad. En Yanañahui, los comuneros eligieron alcalde a Clemente Yacu. En prisión Rosendo se encontró con Jacinto Prieto, el herrero, y con otros personajes pintorescos como el loco Pierolista, y un estafador de nombre Absalón Quíñez. Otros presos le conmovieron por sus tragedias personales, como un pobre indio llamado Honorio, acusado sin pruebas de ser ladrón de reses. Hasta la prisión llegó la noticia de que un piquete de gendarmes salía del pueblo para atrapar al Fiero Vásquez.

XII. VALENCIO EN YANAÑAHUI.

En Yanañahui, Casiana esperaba un hijo del Fiero Vásquez; de éste no se sabía nada. Tampoco se sabía de Doroteo Quispe, el esposo de Paula, quien se había plegado a la banda del Fiero, junto con otros comuneros. Valencio, el hermano de Casiana, arribó al pueblo. Contó que se había producido un enfrentamiento de los bandidos con los gendarmes. Murieron varios de ambos bandos, pero El Fiero, Quispe y Condorumi seguían vivos, y solo Cahua había sido herido, pero no de gravedad. Valencio decidió asentarse en el pueblo y trabajar en las tareas comunales. Quiso tener mujer como todos y eligió a Tadea, la hermana del vaquero Inocencio. Construyó su casa ayudado por la comunidad y se dedicó a tejer esteras de totora y a hacer cal, productos que eran llevados al pueblo para venderlos, pero Valencio no aceptaba dinero sino bolsas de pan como todo pago. También iba a la laguna a cazar patos, riéndose de las supersticiones de los comuneros. Le pareció que la vida en Yanañahui era feliz y que nadie debía quejarse.

XIII. HISTORIAS Y LANCES DE MINERÍA.

Un comunero, Calixto Páucar, partió hacia el asiento minero de Navilca, para emplearse como peón de mina. Allí fue recibido por un obrero llamado Alberto, quien le instaló en la barraca de los peones. Calixto se enteró que los mineros empezarían una huelga al día siguiente. Luego, junto con Alberto salió a dar un paseo, ya muy entrada la noche. Entraron a un salón donde había gente tomando y charlando. Uno de ellos era un viejo apodado don Sheque, quien charlaba con un periodista. Los presentes escuchaban atentos las historias de mineros que relataba el viejo. En una de ellas mencionaba al Fiero Vásquez, quien en cierta ocasión llegó con su banda al asiento minero. El viejo siguió contando sobre su propia experiencia en la mina y cómo en varias ocasiones salvó de morir, pero el periodista estaba más interesado en la huelga. De pronto ingresó Alemparte, el Secretario General del Sindicato de Navilca, quien había declarado la huelga. Esta empezaría al día siguiente. Los huelguistas reclamaban aumento del jornal de S/. 1 a S/. 1.5, así como mejores condiciones y seguridades en el trabajo. Calixto y Alberto volvieron a la barraca y se echaron a dormir. Al día siguiente vinieron muchos gendarmes al asentamiento. Se oyeron los gritos de: "¡Viva Alemparte!". Un gringo, llamado Jack, y que trabajaba de mecánico, se sumó también a la causa de los trabajadores. Alemparte, junto con otros más (entre ellos Calixto y Alberto) avanzaron resueltamente. Los gendarmes dispararon. Hubo ocho muertos: entre ellos Alemparte y Calixto. Al día siguiente los obreros enterraron a sus muertos. Jack y otro compañero desplegaron un trapo rojo y cantaron un himno que para el resto era desconocido. Decían que eran socialistas. Calixto fue sepultado como anónimo pues nadie sabía su nombre.

XIV. EL BANDOLERO DOROTEO QUISPE.

Cuando nació el hijo de Casiana, Valencio encendió una fogata en la cumbre de un cerro, para dar aviso al Fiero Vásquez. Pero éste ya estaba preso y su banda diezmada. Doroteo y el resto de los bandidos decidieron entonces ajustar cuentas con Zenobio García, uno de los que testificaron contra la comunidad de Rumi. Como recordaremos, Zenobio era el gobernador de Muncha y dueño de una pequeña industria de fabricación de aguardiente; tenía además una hija aun soltera para quien buscaba un buen partido. A medianoche los bandidos entraron a Muncha haciendo varios disparos. Zenobio huyó lográndose ocultar en el descampado, pero la esposa, la hija y la sirvienta se quedaron en la casa. Los bandoleros destruyeron la casa y la destilería. Doroteo ingresó a la habitación de la hija y la violó. Cuando regresó, Zenobio se encontró con todo su esfuerzo de años destruido. Doroteo y el resto de los bandidos continuaron su camino. En uno de los senderos de la puna se tropezaron con el Mágico Julio Contreras, el otro de los testigos comprados por Amenábar. El Mágico rogó que no lo mataran, que él les daría un rescate en efectivo. Pero los bandidos no lo hicieron caso y lo llevaron a una zona inhóspita, poblada de pantanos. En uno de ellos fue arrojado el Mágico, muriendo así de la manera más cruel.

XV. SANGRE DE CAUCHERÍAS.

Augusto Maqui, el nieto de Rosendo, partió a las caucherías de la selva, cautivado por la elevada paga que le ofrecieron. Junto con otros aventureros llegó al puesto Canuco. Su trabajo consistía en internarse en el bosque, buscar los árboles de caucho y extraerles la savia o jebe. Don Renato era el jefe de Canuco. Se servía de indios sometidos, quienes tenían que entregar su cuota en bolas de jebe; de lo contrario eran castigados. Augusto fue testigo de estos abusos. El narrador nos cuenta enseguida un hecho ocurrido en 1866, cuando los nativos cashibos (que vivían en los márgenes del río Pachitea) fueron cañoneados por las fuerzas del gobierno venidas en buques de vapor desde Iquitos. Volviendo a nuestra historia, cada día menos indios iban a Canuco a entregar su cuota de caucho y don Renato decidió traspasar el puesto a Custodio Ordóñez. Augusto también quiso irse pero no lo dejaron pues se había endeudado. Escuchó fábulas propias de la selva, como la historia del Chullachaqui, un ser mítico con un pie de hombre y otro de venado, quien se enamoró de Nora, la esposa del cacique Coranke, e intentó llevársela consigo; pero Nora se negó y en castigo, el Chullachaqui convirtió a su pequeña hija en un pájaro, el "ayaymama", el cual en las noches de luna suele pronunciar un canto lúgubre que parece decir: “ay, ay, mama”. Ordóñez tenía una amante, Maibí, una nativa de 15 años, a quien maltrataba de la peor manera; era también muy cruel con los indios que estaban bajo su servicio. Una vez descabezó con machete a uno de ellos por no haber traído suficiente caucho. Hasta que ocurrió la desgracia para Augusto: mientras sahumaba una bola de caucho, esta explosionó saltándole en la cara y quedó ciego. Como ya no venían indios a dar su cuota de caucho, Ordóñez preparó una expedición punitiva contra las tribus. Augusto se quedó solo en el puesto y Maibí se acercó para acompañarlo. La batalla entre caucheros e indios duró tres días. Los caucheros vencieron pero Ordóñez murió tras impactarle una flecha envenenada. Los vencedores retornaron a Canuco trayendo como prisioneras a 30 mujeres nativas. Augusto se quedó con Maibí y ambos se fueron a vivir en una cabaña a orillas del bosque. Maibí cultivaba en una chacra y Augusto tejía hamacas y petates de palmera para la venta.

XVI. MUERTE DE ROSENDO MAQUI.

Rosendo seguía en la cárcel. Un acontecimiento memorable fue cuando ingresó el Fiero Vásquez al presidio, quien fue puesto en la celda de Rosendo. El Fiero propuso a Rosendo que le acompañara en su huida, que ya la tenía planificada. Rosendo rechazó su oferta pues no quería ser un eterno fugitivo. El Fiero sobornó a dos gendarmes con 400 soles para que le facilitaran la huida. Luego abrió con una ganzúa el candado de su celda, salió al patio y allí mató a otros dos guardias. Ganó finalmente la calle, donde sus amigos bandoleros lo esperaban. Los gendarmes los persiguieron a tiros, pero el Fiero logró escabullirse. Otros gendarmes acudieron a la celda de Rosendo, a quien golpearon a culatazos, hasta dejarlo desmayado, acusándolo de cómplice por no pasar la voz a los guardias. Cuando horas después le llevaron el almuerzo, Rosendo ya no contestó: estaba muerto. El médico diagnosticó muerte por infarto y el juez levantó acta de defunción.

XVII. LORENZO MEDINA Y OTROS AMIGOS.

El narrador nos traslada ahora hacia una cantina de Lima donde bebían y charlaban animadamente unos amigos. Uno de ellos es Benito Castro, quien trabajaba de ayudante en una imprenta. Benito le cuenta a uno de sus amigos sobre sus trabajos anteriores en las haciendas. A la reunión se suma Lorenzo Medina, un líder sindical. La conversación deriva entonces en temas políticos y sociales, que a Benito no le atraían. Lorenzo le ofrece trabajar como fletero en su bote pesquero, en el muelle del Callao. Benito acepta y se convierte en un fletero hábil. Lorenzo estaba al tanto de los problemas sociales y leía en voz alta las noticias de los periódicos sobre los sucesos de provincias, como la explotación de indígenas en las haciendas y en las obras públicas. Todo lo cual empieza a interesar a Benito, pues le recordaban las injusticias que él mismo había sido testigo en su tierra. Un día, sumido en una angustia profunda le cuenta a Lorenzo la razón por lo que había abandonado Rumi: un día, su padrastro, muy borracho, le amenazó con un cuchillo, pero Benito se le adelantó, matándolo. El alcalde Rosendo y su esposa la Pascuala, quienes lo habían adoptado como a un hijo, lo ayudaron a huir, para que no fuera apresado. De eso ya habían pasado seis años y no había vuelto a saber nada sobre Rumi y los comuneros. Pero ahora sentía nostalgia y quería volver a su comunidad; por lo pronto aprendía a leer y escribir. El bote de Lorenzo no producía mucho, pero al menos les daba para comer. Benito vivía en un callejón del puerto. Una noche, mientras descansaba junto con Lorenzo, oyó una fuerte explosión que venía del puerto. Ambos corrieron para ver lo que sucedía. Una lancha cargada con dinamita había estallado, arrasando con muchas embarcaciones, entre ellas el bote de Lorenzo. Este y Benito quedaron en la miseria. Un día, un italiano apellidado Carbonelli, tan pobre como ellos, los llevó a la playa, donde recogieron conchas como alimentos.

XVIII. LA CABEZA DEL FIERO VÁSQUEZ.

En los alrededores del distrito de Las Tunas, situada a legua y media de la capital de la provincia, una pastorcilla encontró entre unos matorrales una cabeza humana, ya en descomposición, pero con rasgos aun reconocibles. Uno de los curiosos lo identificó: era la cabeza del Fiero Vásquez. Llegaron el juez y el subprefecto, acompañados de muchos gendarmes. El juez confirmó que, en efecto, era la cabeza del bandido. Buscaron el cuerpo en los alrededores pero no lo hallaron. Llevaron entonces la cabeza a la capital de la provincia y lo exhibieron en la puerta de la subprefectura. Todo el pueblo acudió a verla. Pero no existía indicios de quién había cometido el asesinato. Se especuló mucho. Se atribuyó el hecho a los gendarmes, quienes habrían matado al Fiero cuando ésta ya se hallaba rendido. Se dijo también que la muerte lo había ordenado el mismo hacendado don Álvaro. Hasta se habló de la venganza de una mujer por celos. Pero examinadas cada una de esas teorías, ninguna parecía probable. La muerte del Fiero quedó en el misterio y fue todo un acontecimiento en la región.

XIX. EL NUEVO ENCUENTRO.

Juan Medrano, el hijo del regidor Porfirio Medrano, se fue con su familia a la lejana Solma, situada en la ceja de selva. Allí un hacendado, llamado don Ricardo, le arrendó un terreno para cultivar y donde construir su casa. Juan se instaló pues, junto con su esposa Simona y sus dos pequeños hijos. De inmediato empezó a levantar su casa, y a sembrar la tierra, con la ilusión de obtener una buena cosecha. Cierto día llegó a Solma una mujer que dijo llamarse Rita, quien se dedicaba a hilar y tejer. Juan y Simona lo hospedaron y ella les ayudó en las tareas del hogar. Rita vendía sus tejidos a otros colonos y un día invitó a Juan y Simona a que lo acompañaran a un velorio. Así empezaron a relacionarse con otros campesinos colonos de la zona. Uno de estos era un tal Javier Aguilar, un indio reservado y sombrío, quien vivía con una mujer y dos hijos tenidos en un compromiso anterior. Otro era Modesto, un pastor que tenía fama de ser brujo, pues vivía únicamente acompañado con una culebra, que era la guardiana de su pequeña huerta; le acusaban de haber causado la muerte de la primera esposa de Javier. Pero volvamos a nuestra historia. Llegaron las lluvias y crecieron el trigo y el maíz. Juan realizó la cosecha ayudado por su familia y por Rita. Acabada la cosecha llegó don Ricardo, el patrón, quien de acuerdo al contrato se llevó la mitad de lo recogido, pero reclamó casi otro tanto por las facilidades prestadas. Los colonos se quedaron únicamente con los granos necesarios para su sustento. Pese a tamaño abuso, Juan pensó que cultivar la tierra era la mejor manera de ser hombre.

XX. SUMALLACTA Y UNOS FUTRES RAROS.

Uno de los comuneros de Rumi, Demetrio Sumallacta, el flautista, se había instalado en la capital de la provincia, donde vivía con su mujer y su suegro. Durante un día de fiesta, Demetrio reconoció una voz conocida que concentraba la atención de un grupo de personas en la calle. Al asomarse reconoció a su viejo amigo Amadeo Illas, quien relataba el cuento de “El zorro y el conejo”. La fábula trataba sobre un conejo que con habilidad lograba constantemente burlarse del acoso de un zorro que quería devorarlo. Demetrio se enterneció al ver a Amadeo pero no se acercó a saludarlo, pues pensó antes cómo agasajarlo. Llevaba tres soles en su bolsillo, producto de la venta de leña que debía entregar a su esposa. Su suegro le reclamaba también diariamente una botella de cañazo y Demetrio le complacía a veces. Pero esta vez pensó gastar el dinero invitando a Amadeo y para tal efecto entró a una bodega para comprar dos botellas de aguardiente. Allí estaban tres futres (petimetres): un folklorista, un escritor y un pintor, quienes discutían sobre el cuento que acababan de escuchar. El zorro, según interpretaba unos de ellos, representaba al mandón y el conejo al indio; pero el conejo, al igual que el indio, solía desquitarse. El pintor, al ver a Demetrio con su antara colgada del cuello, le pidió ser su modelo para una pintura; a cambio le daría dos soles diarios. Demetrio, sorprendido por tal oferta, aceptó y siguió a los tres futres hacia una habitación de hotel donde el pintor tenía su estudio. Observó dos cuadros del artista: uno representaba a un indio orando y otro a un maguey. Le impresionó este último, diciendo que él también tenía un maguey frente a su casa y que viéndolo así reproducido, recién entendía que el árbol podía mirar. Los futres celebraron lo dicho por Demetrio y discutieron entre ellos sobre las cualidades de la raza nativa. Al regresar a su casa Demetrio entregó los tres soles a su esposa y una botella de cañazo a su suegro. Les contó luego su encuentro con los tres futres raros, y cómo tras ver una pintura había entendido que el maguey tenía vida y podía ver. El suegro se burló y Demetrio se durmió pensando en el maguey y sus cualidades, que lo hermanaban con el indio.

XXI. REGRESO DE BENITO CASTRO.

Luego de muchos años de ausencia, Benito Castro decidió retornar a Rumi. Esperaba encontrar a Rosendo y a todos los comuneros, amigos suyos. Estaba lejos de imaginar lo peor. Pero antes de seguir el relato retrocedamos en el tiempo y volvamos en el momento en que Benito se hallaba en el Callao, pasando hambre. Consiguió trabajo, pero luego del paro de obreros de Lima y Callao del año 1919, huyó en un buque que lo llevó hasta el puerto de Salaverry. Pasó a Trujillo y se enroló en el ejército. Ascendió a Sargento primero. Fue enviado con su regimiento a combatir al guerrillero Eleodoro Benel, quien era ayudado por los campesinos y controlaba varias provincias del departamento de Cajamarca. Corría el año 1925. En una choza de un campesino los soldados encontraron escondidos balas de máuser; el indio, junto con su mujer y sus dos pequeños hijos fueron fusilados en el acto. Antes de caer la mujer gritó: “¡Defiéndenos, Benito Castro!”. Benito quedó sorprendido. No conocía a la mujer o al menos no la recordaba. Se limitó a explicar a sus soldados que la india le había confundido con su hermano. Pero su tropa empezó a desconfiar. Benito decidió licenciarse. Había ahorrado 300 soles. Se compró un rifle y un buen caballo, y marchó hacia Rumi, donde llegó de noche. Se dio con la sorpresa de encontrar casas vacías y arruinadas; la casa de Rosendo estaba convertida en un chiquero o corral de cerdos. ¿Qué había pasado con la gente? ¿Dónde estaban? ¿Sucumbirían de la peste? Esto no era posible, pues luego de una epidemia siempre sobrevivía gente. ¿O acaso algún gamonal les habría desalojado? Y de ser así ¿hacía donde se irían todos? Temiendo lo peor, se puso a llorar. Ya con la primera luz del día, se acercó a una casa frente a la cual se había detenido una piara de cerdos. Con su rifle en ristre gritó que salieran los que estaban dentro. Salió un hombre que se identificó como Ramón Briceño. Benito le interrogó y Briceño le respondió que era caporal de don Álvaro, quien había ganado un juicio de tierras a la comunidad y que los comuneros estaban en Yanañahui. Benito galopó hacia allá y llegó al caserío. Se encontró con Juanacha, la hija de Rosendo, quien pese al tiempo transcurrido lo reconoció y lo saludó abrazándole, muy emocionada. Benito preguntó por Rosendo y Pascuala; el gesto triste de Juanacha fue elocuente y Benito entendió lo sucedido. Fue hacia la casa del alcalde Clemente Yacu, quien estaba enfermo; éste le contó todo lo sucedido desde su partida. A la historia que ya hemos relatado solo agregaremos que don Álvaro Amenábar, aprovechando la desaparición del expediente de la comunidad, había vuelto a denunciarla exigiendo pruebas de sus derechos. El juez falló en contra de la comunidad pero, por intermedio del abogado Correa Zavala, se hizo una apelación ante la Corte Superior, que duraba ya años. Los comuneros tenían mucha esperanza de ganar el juicio. Benito se despidió de Clemente y se sintió tranquilo al notar que el espíritu de Rosendo animaba todavía a la comunidad.

XXII. ALGUNOS DÍAS.

En los dos días siguientes Benito fue reconociendo a los antiguos comuneros y conociendo a los nuevos que se habían sumado tras su partida. Muchos otros habían ya fallecido o se habían ido sin volver a saberse nada de ellos. Benito se alojó en casa de la Juanacha y mientras comía con su familia (el esposo de Juanacha era Sebastián Poma y su hijo mayor se llamaba Rosendo, como el abuelo), se presentaron ante él la joven Casimira y su madre, rogándoles que les leyera la carta que el esposo de la hija, Adrián Santos, les había enviado. Benito leyó la carta, donde Adrián Santos contaba a su esposa sus peripecias en Trujillo, donde se ganaba la vida como jornalero; al final prometía volver pronto. Luego, Benito fue a conversar con el doctor Correa Zavala, el abogado de la comunidad, quien le informó que la Corte Superior de Justicia había fallado a favor de la comunidad. Benito regresó a dar aviso a los comuneros, quienes festejaron la buena nueva. A la mañana siguiente salió de caza con Porfirio Medrano, uno de los regidores. Mientras caminaban, Medrano le expuso los planes que tenía para mejorar la vida de la comunidad. Quería desaguar la pampa cercana a la laguna, para ganar más tierras de cultivo; deseaba también que los comuneros trasladaran sus casas al sitio donde se elevaban las ruinas del pueblo viejo, situado al otro lado de la laguna, zona que estaba mejor protegida del viento. Para realizar todo ello se debía convencer a los comuneros a desterrar las supersticiones de la mujer negra peluda y la del Chacho. Medrano le anunció también a Benito que le propondría como regidor. Benito asintió. Como la costumbre imponía que las autoridades tuvieran mujer, Benito eligió a la Marguicha, la que fuera pareja de Augusto Maqui.

XXIII. NUEVAS TAREAS COMUNALES

Benito Castro fue pues elegido regidor y todos quedaron a la expectativa de lo que haría. Se propuso ante el consejo llevar a cabo los planes de Porfirio Medrano. Clemente Yacu se opuso pues decía que se debía respetar la tradición, y Artidoro Oteíza arguyó que no era sensato asustar al pueblo, muy supersticioso. Los comuneros se dividieron en dos bandos. Un día, Benito, junto con Porfirio Medrano, Rosendo Poma (el nieto de Rosendo Maqui) y Valencio taladraron el lecho rocoso de la laguna, para formar cauces por donde hacerla desaguar. Luego lo dinamitaron y el agua de la laguna empezó a bajar. Con la pampa ganada a la laguna se podía ya habilitar más tierras de cultivo. Luego Benito y sus amigos fueron a las ruinas del pueblo viejo donde pensaban levantar un nuevo asentamiento. Esta vez contaban con el apoyo del anciano alarife Pedro Mayta, quien empezó a demoler los muros, demostrando a todos que no existía ningún Chacho. Pero aun así muchos comuneros todavía estaban temerosos. El alcalde Clemente Yacu convocó a una asamblea para juzgar los actos de Benito. Artemio Chauqui encabezaba a los descontentos. Benito Castro se defendió: dijo que él era el único responsable de sus decisiones, y que sus actos eran para beneficio de la comunidad. Luego de una ardorosa discusión, la mayoría voto a favor de Benito. El tiempo le dio la razón. La pampa ganada produjo mucha cosecha, los comuneros construyeron casas más espaciosas, y no había ningún indicio de la maldición vaticinada. Clemente Yacu renunció a su cargo de Alcalde por enfermedad y Benito fue elegido en su reemplazo.

XXIV. ¿ADÓNDE? ¿ADÓNDE?

El relato empieza mostrándonos a los comuneros armados y en pie de lucha. Es el año de 1929. Sucedía que la comunidad había perdido la apelación y Amenábar se disponía una vez más a despojar de sus tierras a los comuneros. El alcalde Benito Castro arengó a los comuneros explicándoles la situación. A Amenábar no le importaba tanto las tierras sino lo que quería era convertir a los comuneros en sus peones para obligarlos a trabajar en los cocales del valle del río Ocros, donde sin duda morirían víctimas del paludismo. No se podía esperar más de la justicia, pues a las autoridades poco les importaba el abuso de los hacendados, si es que no estaban también en complicidad con ellos. “Váyanse a otra parte, el mundo es ancho”, era toda la respuesta que daban a los indios que se negaban a abandonar sus tierras. Cierto que el mundo es ancho, explicaba Benito, pero a la vez ajeno. Una vez desarraigados de sus tierras, al indio no le quedaba sino trabajar en tierras de otros, expuesto a los abusos y al mal pago de su trabajo. La tierra propia, la tierra de la comunidad, era lo único propio que el indio poseía y esta vez estaban dispuesto a defenderla con su sangre. Benito desplegó a los comuneros armados para emboscar a los hombres de Amenábar que venían apoyados por los guardias civiles. Un grupo de indios armados se ubicó en las peñolerías al pie del cerro Rumi y otro grupo se desplegó en la cima. Por el camino que bordeaba las faldas del cerro El Alto fue ubicado otro grupo y otro más en la cumbre. Valencio fue enviado de madrugada para observar el movimiento del enemigo. Regresó informando que los guardias, muy numeroso, se dirigían hacia el cañón de El Alto. Otro grupo, formado por los caporales de Amenábar, iba al cerro Rumi. Los comuneros esperaron. Cuando los guardias llegaron a El Alto, se produjo el tiroteo. Seis guardias murieron, aunque también de parte de los comuneros hubo bajas, entre ellos Porfirio Medrano y el joven Fidel Vásquez (hijo del Fiero). De otro lado, los caporales, que subieron por la falda del Rumi, fueron recibidos también a balazos. Luego, sintieron un estruendo y vieron venir sobre ellos piedras enormes resbaladas por los comuneros. Murieron muchos caporales y los pocos que sobrevivieron huyeron. La comunidad había ganado la batalla. Pero era solo el comienzo. Rumi fue considerado zona de rebeldía y Umay siguió su ejemplo. Las autoridades enviaron un batallón de guardias civiles (cuerpo que recientemente había reemplazado a la gendarmería), en camiones y armados con ametralladoras. La batalla fue desigual. Los comuneros fueron aniquilados uno tras otro. Algunos pocos heridos escaparon hasta el pueblo, rogando a sus familiares que partieran rápido, antes que llegaran los guardias. Entre ellos estaba Benito Castro, herido gravemente, quien rogó a Marguicha que se fuera con el hijito que tenían, de apenas dos años. Pero Marguicha, angustiada, se limitó a responderle: “¿Adónde iremos? ¿Adónde?”


Autor del resumen: Alvaro Arditi

(Amable lector, si el texto le parece similar al resumen que figura en WIKIPEDIA, es solo por una sencilla razón: yo soy el mismo autor de ese y de otros innumerables artículos sobre Literatura peruana).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muchas gracias por tomarte el tiempo de hacer estas cosas, vales un Peru =D