Abraham Valdelomar, captado por el lente de Martín Chambi. Sicuani, mayo de 1919. |
En forma unánime la revista COLÓNIDA dirigida por Abraham
Valdelomar en 1916, has sido destacada entre las más significativas de nuestro
proceso literario. A pesar de ello, y de poseer la escasa envergadura que
acostumbran (cuatro números que suman en total menos de 200 páginas) las
revistas literarias de nuestro medio, ha tenido que pasar más de medio siglo
para que sea reeditada en su integridad, enriquecida con una carta extensa de
Alfredo González Prada y un prólogo de Luis Alberto Sánchez (Lima, Ed. Copé,
1981, 239 pp.).
La resonancia alcanzada por “Colónida” condujo a que se
utilizara pronto el título de dicha revista para designar a un movimiento
literario. Por ejemplo, José Carlos Mariátegui afirma que Colónida “no fue un
grupo, no fue un cenáculo, no fue una escuela, sino un movimiento, una actitud,
un estado de ánimo. Varios escritores hicieron “colonidismo” sin pertenecer a
la capilla de Valdelomar”.
Aportando una serie de datos, Alfredo González Prada en una
carta destinada a Sánchez en 1940, sostiene que si hubo un grupo Colónida,
conformado por los ocho autores reunidos en la antología “LAS VOCES MÚLTIPLES”,
también publicada en 1916: Valdelomar, A. González Prada, Federico More, Pablo
Abril, Félix del Valle, Alberto Ulloa Sotomayor, Antonio Garland y Hernán
Bellido. Lista que citamos en orden de la calidad literaria y a la
participación efectiva en los números de la revista. Valdelomar, González Prada
y More sobresalen claramente, identificándose plenamente los dos últimos con el
espíritu del grupo.
Se impone una aclaración. En un pasaje de su carta, González
Prada reconoce que “implícitamente” Valdelomar era el “jefe” del grupo (p.213).
En otra dictamina: “Si bien el grupo colónida comenzó a formarse a mediados de
1915 (al tiempo de adquirir Durand “La Prensa”) el colonidismo tomó “conciencia
de grupo” durante la polémica con Juan José Reinoso (en diciembre de 1915),
cobró afirmación plena con la aparición de Colónida en Enero de 1916 y culminó
con la publicación de “Las Voces Múltiples” en julio del mismo año” (pág. 207).
Sin embargo, admite por otro lado que: “Cuando Valdelomar fundó “Colónida”, no
lo hizo con intención de que significara vocero exclusivo de nuestro grupo…
Nosotros pensamos fundar una revista más representativa y más combativa que
“Colónida”, pero en el proyecto quedó”. (pág. 213).
En consecuencia, en la selección “Las Voces Múltiples” la
que corresponde plenamente al “grupo” señalado por González Prada. Mientras que
la revista “Colónida” de alguna manera la supera y deseaba superarlo, abierta a
los exponentes de otras generaciones (Eguren, Chocano, Enrique A. Carrillo,
Bustamente y Ballivián, etc.) y a voces jóvenes que González Prada prefiere
considerar “colonidistas” y no “colónidas” en sentido estricto (Mariátegui,
Percy Gibson, etc.) La revista se sitúa más en la línea de un movimiento que de
un grupo. Lo cual en gran medida se explica por la personalidad de Valdelomar,
muchísima más compleja que la de cualquier “colónida”; Valdelomar no solo
estimulaba el esteticismo y el europeísmo de los “colónidas”, sino que, a la
vez, se complacía en sus cuentos y poemas más famosos en prodigar sencillez,
peruanidad y vibración social.
Con acierto, González Prada retrata al colonidismo como “el
estado espiritual de una generación; el eco, en la mocedad de 1916, de ciertas
actitudes intelectuales y artísticas de Europa. De una Europa que ya no
existía; pero que, como luz de estrella, nos llegaba rezagada en el tiempo” (p.
214).
El colonidismo se aferraba a las propuestas europeas de
fines del siglo XIX: simbolismo, parnasianismo, impresionismo, decadentismo… Ya
la vanguardia literaria había zarpado en Europa desde 1908-1909: futurismo,
cubismo, unanimismo, imagismo, dadaísmo… El mismo año de 1918, el chileno
Vicente Huidobro estaba ya inaugurando el vanguardismo hispanoamericano, aunque en forma marginal todavía. El movimiento colónida, en
cambio, permaneció dentro de la órbita del modernismo.
La polémica que había tenido el grupo de “futuros colónidas”
el año de 1916, contra Reinoso, giraba precisamente en torno de la defensa
apasionada que hacían del Modernismo. Dentro de los cuatro números de
“Colónida”, además, resulta fácil detectar la admiración por los poetas
franceses elogiados por los modernistas, así como por autores modernistas
consagrados, como Darío, Rodó o Chocano. Reivindican a Della Roca de Vergalo
como un “extraño y grande espíritu que soñara la poética nueva” (núm. I, p. 8)
la cual no es otra que la francesa de fines de siglo. Conceptos similares
brotan cuando proponen como maestros a Manuel González Prada y José María
Eguren.
Conforme a la generalizada periodificación del modernismo en
tres etapas (premodernismo, apogeo y postmodernismo), “Colónida” surgió durante
el postmodernismo, fechable entre 1905 y 1916 aproximadamente (en el Perú
habría que atrasar las fechas: 1911 y 1922, en atención a “Simbólicas” de
Eguren y “Trilce” de Vallejo, respectivamente). Los innegables rasgos
postmodernistas de los cuentos “criollos” (verbigracia, “El Caballero Carmelo”)
y los poemas familiares de Valdelomar, favorecen la inclusión de “Colónida”
dentro del postmodernismo.
Sin embargo, “Colónida” difiere mucho del postmodernismo de
un Darío, un Lugones o una Gabriela Mistral. Sánchez, a quien debemos los
mejores estudios sobre el modernismo peruano (a pesar de su deficiente
apreciación de Eguren) ha hecho notar que nuestro modernismo fue tardío y
débil. Manuel González Prada no publicó a tiempo sus libros, ocultando al gran
premodernista que había en él. Eguren demoró también en difundir su modernismo
o postmodernismo hondo y original. La figura laureada, imitada, aplaudida, era
Chocano, cuyo estilo fue madurando, no dentro del modernismo, sino en
discrepancia abierta con rasgos capitales de dicho movimiento.
Valdelomar y los jóvenes de 1916 (habría que añadir al Grupo
Norte de Trujillo, los cenáculos de Arequipa, etc.) encontraron un modernismo
poco y mal asimilado. Respetaron a Chocano, pero ponderaron la novedad de
Manuel González Prada y Eguren. Si el título “Colónida” (y el dibujo de las
carabelas en la carátula) nos alerta de que estábamos ante “una secuela de la
obra de Colón, un pie en un nuevo mundo: el de la nueva literatura” (prólogo de
Sánchez, p.7) entendemos que la “nueva literatura” seguía siendo la que los
premodernistas hispanoamericanos ensayaron desde 1875, aproximadamente.
Portada del primer número de Colónida, con al imagen de José Santos Chocano |
De ahí que, con perspicacia, Sánchez asevere que “Colónida
es una franca apertura hacia la literatura francesa, en una especie de
reconstrucción del premodernismo” (p.9). Claro que la trayectoria cumplida por
el modernismo y sus modelos europeos, permitía una mayor conciencia y decisión
en “Colónida” que en premodernistas como Manuel González Prada, José Asunción
Silva o José Martí. Su espíritu combativo e insurrecto, su actitud externa los
aproxima a los grupos vanguardistas. Su sensibilidad tenía un atraso de dos,
tres o cuatro décadas; un ejemplo mayúsculo es la impresión que demuestran
hacia el cine, el lenguaje más representativo de la presente centuria.
En toodo caso, nuestro medio languidecía anémico, retórico,
ligado fuertemente al costumbrismo y romanticismo. Como observa Mariátegui,
Colónida supuso “una insurrección”, una necesaria “fuerza negativa, disolvente,
beligerante”. Autores como Vallejo y Alberto Hidalgo, próximos al colonidismo
al comienzo de su obra, podrán un lustro después instalar la “nueva literatura”
tan buscada.
(Del suplemento dominical de El Comercio, 14 de febrero de
1982).