César Vallejo y Georgette Philliphart, en Versalles, verano de 1929. Foto de Juan Domingo Córdoba Vargas. |
César Vallejo, el gran poeta peruano (1892-1938), tuvo una
visión de su muerte, 18 años antes de que ésta ocurriera.
Ese episodio tétrico de la vida del “poeta universal” lo ha
relatado el filósofo y escritor Antenor Orrego en su libro Mi encuentro con César
Vallejo.
Orrego, qué duda cabe, fue una persona seria y talentosa,
que sería incapaz de inventar algo así. No hay ninguna razón para dudar de su
credibilidad.
El episodio ocurrió en 1920, cuando César Vallejo se
encontraba refugiado en la casa de Antenor Orrego, en Mansiche, Trujillo (costa
norte peruana), eludiendo la persecución policial a raíz de una falsa acusación
de vandalismo y asesinato. Orrego, que por primera vez veía al poeta, hizo rápidamente
amistad con él. Vallejo, en un rapto de confidencia, le contó que a veces tenía
visiones extrañas, en las que se veía participando en situaciones que no le
habían ocurrido, pero que extrañamente le parecían recuerdos, y que tiempo
después se cumplían. Pero hubo una visión en particular que llenaría de terror
al poeta y que lo angustiaría por muchos días, y que ocurrió precisamente cuando
se hallaba junto a Orrego. Leamos el relato que hace éste al respecto:
Antenor Orrego |
“Algún tiempo después fui testigo presencial de una nueva
manifestación de esta proclividad visionaria. Vallejo estaba asilado en mi
rústica casa de campo —en Mansiche, pueblecillo rural cercano a Trujillo— que
nuestros amigos la bautizaron con el nombre de "El Predio". El poeta
eludía, por esa época, la persecución de la justicia a consecuencia de los
sucesos de Santiago de Chuco. Dormíamos ambos en el único dormitorio de la
casa. Una noche despertéme sobresaltado a los gritos angustiados de mi huésped
que me llamaba desde su lecho. Cuando abrí los ojos en la penumbra, Vallejo
estaba delante de mí, temblando como un azogado de la cabeza a los pies:
—Acabo de verme en
París —me dijo— con gentes
desconocidas y, a mi lado, una mujer, también, desconocida. Mejor dicho, estaba
muerto y he visto mi cadáver. Nadie lloraba por mí. La figura de mi madre,
levitada en el aire, me alargaba la mano, sonriente.
Y añadió:
—Te aseguro que estaba despierto. He tenido la visión en
plena vigilia y con caracteres tan animados como si fuera la realidad misma.
Siento que voy a perder el juicio. Levántate, por favor.
Inútiles fueron mis esfuerzos para calmarlo. No dormimos ya
el resto de la noche. Hicimos café. El alba nos sorprendió conversando.
Cada vez que recordaba esta circunstancia tenía la certeza
que habían tenido su raíz en esa visión, aquellos bellísimos y admirable versos
en que se siente batir un extraño aletazo de misterio y que comienzan así:
"Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo...
Y aquellos otros en que el poeta anticipa la escena de sus
propios funerales:
... mi defunción se va, parte mi cuna,
y, rodeada de gente, sola, suelta,
mi semejanza humana dése vuelta
y despacha sus sombras, una a una...
La confirmación me la dio el mismo Vallejo cuando me envió
desde París, en las postrimerías de su vida casi, la copia de ambas
composiciones, con una nota al pie que decía: "¿Recuerdas, Antenor, esa
visión terrorífica que tuve una noche en tu casa y que me causó tan invencible
pavor?”.
Este episodio es también narrado por un acucioso
investigador de la vida del vate peruano, Juan Espejo Asturrizaga, en su libro
“César Vallejo itinerario del hombre”. En un acápite de dicho libro, con el
título de "Una visión premonitoria", se lee lo siguiente:
"… César tuvo una noche una visión que lo llenaría de
terror y lo angustiaría por muchos días, siendo el tema de sus conversaciones.
"Estaba despierto, decía, cuando de pronto me encontré
tendido, inmóvil, con las manos juntas, muerto. Gentes extrañas a quienes yo no
había visto nunca antes rodeaban mi lecho. Destacaban entre éstas una mujer
desconocida, cubierta con ropas oscuras y, mas allá en la penumbra difusa, mi madre
corno saliendo del marco de un vacío de sombra, se me acercaba y sonriente me
tendía sus manos... Estaba en París y la escena transcurría tranquila, serena,
sin llantos.
La tremenda impresión que le produjo esta visión que,
aseguraba la había tenido perfectamente despierto, lo llevó a llamar
desesperadamente a Antenor que dormía plácidamente al otro extremo del
dormitorio. Antenor trató de calmarlo, indicándole que se trataba de una
pesadilla. “No, no -repetía César-, he estado despierto, como lo estoy ahora,
despierto, despierto. Todo lo he visto como te veo a ti en este momento...”
Esto ocurrió, como ya dijimos, en 1920, cuando por más que
lo soñara, asombrosamente la escena o el cuadro que refería Vallejo era muy
preciso: ocurría en París, un lugar muy distante en el espacio, al que
arribaría tres años después y donde fallecería 18 años más tarde, y la “mujer cubierta
de ropas oscuras” es una descripción inconfundible de Georgette, su futura
esposa francesa, a la que conocería recién en 1927.
Tal como lo señala Orrego, esa visión premonitoria de
Vallejo explica los versos de su célebre poema “PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA
BLANCA” (1937, incluido luego en Poemas Humanos).
Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo
ya el recuerdo.
Me moriré en París y no me corro
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
El segundo verso no sería pues, un absurdo, sino que,
efectivamente, Vallejo ya tenía el
recuerdo de su muerte. Y si bien no murió un Jueves, lo hizo en un Viernes
Santo (15 de abril de 1938), algo que, para variar, ya lo había vaticinado en
uno de sus poemas de Los Heraldos Negros (1918), "El POETA A SU
AMADA" (ese mismo que fuera ridiculizado por Clemente Palma, como
recordaran los conocedores de la poesía vallejiana), donde dice:
Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso,
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernesanto
más dulce que ese beso.
En esta noche rara en que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado
alegre y ha cantado en su hueso.
No hay duda, pues, que el poeta tenía habilidades
premonitorias.
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