En 1922 fue publicada la novela Ulises, del escritor irlandés James Joyce, considerada un hito de
la literatura moderna. Si bien la novela se limita a describir un solo día en
Dublín (16.06.1904), Joyce pretendía saciar una aspiración enciclopédica: no sólo quería
abarcar todas las facetas conscientes e inconscientes del hombre medio de su
época, sino establecer también referencias históricas, científicas y
mitológicas, relacionadas sobre todo con el héroe de la antigüedad Odiseo
(Ulises). El protagonista de la novela es Leopold Bloom, de origen judío, quien
se dedica al negocio de los anuncios. Este Odiseo moderno un tanto débil
consigue superar todas las aventuras del día y regresar finalmente junto a su
infiel esposa Molly. Bloom se cruza varias veces en su camino con el novel
poeta Stephen Dedalus. Mediante la técnica del monólogo interior, la novela
transcribe de forma minuciosa el flujo de las vivencias internas y externas de
sus protagonistas. La corriente aparentemente caótica de ideas, recuerdos y
sentimientos, propiciada por estímulos externos, se reproduce sin pasar por el
filtro de la lógica. Particularmente virtuoso es el monólogo onírico y
licencioso de Molly, una interminable «antifrase» con que concluye la obra. Si
bien la novela parece hiperrealista por la reproducción del mundo interior de
los protagonistas, de hecho pone en duda fundamentalmente la posibilidad de
reflejar la realidad mediante la literatura. El autor recurre a saltos
temporales, a bruscos cambios de perspectiva y, sobre todo, a juegos con diversos
registros lingüísticos, que van desde el inglés de Shakespeare hasta el
plenamente dialectal, desde la jerga periodística hasta la epopeya heroica. No
fue la complejidad de su forma, sino el «tratamiento de los temas sexuales en
el lenguaje cotidiano de las clases bajas» lo que impidió la publicación de Ulises en Gran Bretaña. En 1922 se
publicó una versión censurada en París; la versión inglesa completa no se
publicó hasta el año 1958.
PARA LEER EL “ULISES”
Por: Ricardo González Vigil
“Letra Viva”
Portada de la primera edición. París, 1922. |
Si tuviéramos que escoger de la literatura de nuestro siglo
un solo libro, no dudaríamos; elegiríamos el Ulises de Joyce. Algunos preferirían, acaso, algún título de
Proust, Mann, Brecht o Pound; pero la mayoría no haría sino confirmar el hecho
de que el Ulises es el libro que
mejor condensa nuestra época en el aspecto técnico y en el contenido. Resulta
revelador que sea la obra más influyente y la mejor estudiada; la lista de
trabajos incluye a figuras de la talla de Valéry Larbaud, E. R. Curtius, E.
Wilson, E. Pound, V. Woolf, T. S. Eliot, C. Jung, S. Gilbert, H: Levin, W.
Tyndall, U. Eco, etc.
El problema es que Ulises es un libro demoledoramente
difícil. Más que para leer, parece haber sido escrito para ser estudiado, para
escrutarlo con comentarios al lado. Aquí, intervienen varias razones. Por un
lado, la creciente especialización del arte desde los días del romanticismo,
cada vez más alejado de la mayoría. Por otro lado, la complicación cada vez
mayor de los libros que quieren ser summas
de su tiempo. Para leer a Virgilio, debemos conocer los poemas homéricos, la
lírica y la tragedia griegas, etc.; para leer a Dante, debemos añadir a
Virgilio y la literatura latina, la Escolástica y la literatura medieval; para
leer el Quijote, todas las formas novelescas anteriores a Cervantes... Para
leer a Joyce, debemos conocer a cabalidad Homero, Virgilio, Dante, Cervantes,
Shakespeare, Rabelais, Goethe, Ibsen, etc., etc., por no insistir en temas
filosóficos, teológicos, etc.
Agréguese la novedad técnica del Ulises. En toda la historia
de la novela, sólo el Quijote ha
efectuado una renovación comparable. Pero Joyce supera a Cervantes, y en
general a cualquier escritor conocido (incluso a Dante y Goethe), en conciencia
creadora, virtuosismo formal e inventiva técnica. Cada capítulo del Ulises modifica sus recursos expresivos,
posee un estilo adaptado a la situación, a la hora del día, etc. Además, con
increíble minuciosidad, Joyce captura los detalles más variados de la mente,
apresada en un "fluir de conciencia" que se ajusta a los puntos de
vista de cada personaje: tenemos así sensaciones, recuerdos, ideas, etc. que se
suceden con la libertad y dinamismo del mundo psíquico visto desde adentro, en
una inmediatez aparentemente caótica. Eso permite que un pasaje produzca
efectos cientos de páginas después, por asociación de ideas, recuerdos,
sensaciones, etc., en una solidaridad proteica e impredecible como la que
ostenta la mente misma. El lector fácilmente se pierde al, no memorizar todos
los detalles de una novela con cientos de personajes, en base a la cual bien
podría levantarse un catastro del Dublín de 1904, calle por calle,
establecimiento por establecimiento.
El arsenal técnico desea, pues, ayudar a retratar con
fidelidad toda la experiencia humana, sin los recortes y simplificaciones de la
narrativa "tradicional", aferrada a la lógica, a las ideas claras y
comprobables, a los puntos de vista constantes de principio a fin, etc. El
mundo de Joyce se desnuda por debajo de las fáciles caretas de las
personalidades adquiridas, los conceptos aprendidos, los sentimientos censurados.
Respira con una naturalidad cercana a la del instinto y, por supuesto, a la del
sueño, situación a la que se acerca el famoso monólogo interior del último
capítulo, cuando Molly se esta quedando dormida (en Finnegans Wake tendremos el sueño sin ataduras). Sorprende la
decisión con que Joyce lo dice todo, desde las funciones orgánicas más
silenciadas hasta las especulaciones metafísicas más sublimes.
(Hagamos un aparte para comparar la variedad de estilos y
puntos de vista del Ulises con la
pintura cubista y el lenguaje cinematográfico. Un cuadro cubista de Picasso nos
ofrece un rostro visto desde varios ángulos a la vez: de frente, de perfil,
triste, alegre, etc. cual visión totalizadora de lo queda pintura
"tradicional" reducía a una sola óptica. El, montaje cinematográfico
permite, a su vez, que continuamente pasemos de un plano a otro, que la visión
se mueva para adelante, para atrás, en el tiempo y en el espacio, etc. Mientras
que en el escenario teatral privilegia una sola perspectiva, la pantalla
continuamente modifica el punto de vista).
Finalmente, subrayemos la densidad simbólica de las
narraciones de Joyce, sobre todo del Ulises
y el Finnegans Wake. En este aspecto,
Joyce demuestra que, además de haber tomado mucho de la literatura del siglo
XIX, se empapó de Santo Tomás de Aquino, Dante y los autores medievales que abordan
los sentidos de un texto: literal, alegórico, anagógico y tropológico. Joyce
introduce a la novela (en mayor proporción que Musil, Mann o Proust) un
profundo simbolismo, más complejo que el de La
Divina Comedia o el Fausto, hasta
entonces los libros de mayor espesor significativo.
Sin ánimo de agotar el tema, señalemos que Ulises utiliza elementos de la Odisea, la Biblia, Hamlet, la Noche
de Walpurgis, el Talmud, etc. Cada
uno de sus 18 capítulos corresponde a una hora del día 16 de junio de 1904
(cuando Joyce tuvo, en la vida real, su primera cita con su futura esposa Nora
Barnacle), a una aventura de La Odisea,
a una parte de la misa, a una disciplina científica o artística, a un órgano
del cuerpo humano, a diversos rituales religiosos, etc. Alardes como el del capítulo
de las Sirenas, escrito según los cánones de una fuga; o el de los Bueyes del
Sol, que alude a la maternidad y el parto mediante una prosa que, párrafo a
párrafo, reproduce el desarrollo de la literatura inglesa desde la Edad Media
hasta fines del siglo XIX.
Abordemos los haces simbólicos principales, relacionados con
los tres protagonistas:
1) Bloomes Leopold es asimilado a Ulises, Shakespeare, el
padre de Hamlet, el Judío Érrante, etc.
2) Stephen Dedalus investido como Telémaco (el hijo de
Ulises), Hamlet Shakespeare (hijo del gran dramaturgo), Hamlet, el artista en
exilio, etc.
3) Molly Bloom, vinculada con Penélope, Anne Hathaway, la
madre de Hamlet, Gea Tellus (la Tierra), etc.
Joyce propone a Bloom como el hombre característico de nuestro
tiempo, con sus virtudes y defectos, con su mediocridad humanísima.
Precisamente, el personaje griego Ulises le parecía a Joyce el más
integralmente humano de todos los de la literatura universal. Su esposa, Molly,
es retratada como el principio femenino que posibilitará el encuentro de
Leopold y Dedalus. Por su parte, Stephen Dedalus encarna al Artista que ha roto
con todo para hacerse intérprete de la existencia. Dedalus es también el joven,
el desterrado sin padres ni patria; Bloom es el adulto, el errante sin hijo y
sin hogar. Al aceptar como padre al hombre mediocre, el artista fusiona la
rebeldía y la resignación, la bohemia y la burguesía, la juventud y la madurez,
la inteligencia y la sensorialidad, etc.
Nótese cómo Joyce subraya referencias a Grecia y la Biblia:
el mito del artista Dédalo, el personaje Ulises y el hecho de que Bloom sea un
judío. Como en el caso de Dante, Joyce esta aludiendo a los dos pilares mayores
de Occidente: la cultura grecolatina y la religión judeocristiana. Estas dos
fuentes surgieron al Este de Europa, en el Levante: amanecer de la cultura
occidental. La acción de Ulises, en cambio, acaece en Irlanda al Oeste de
Europa, en el Poniente: decadencia y término de la cultura occidental. Como
Mann, Joyce registra genialmente el deterioro de Europa. Un deterioro que ha
distorsionado la odisea homérica y el éxodo bíblico, impidiendo subsista el
heroísmo de otrora: Bloom es un fracasado sin las virtudes físicas e
intelectuales de Ulises, Molly es una adúltera sin la fidelidad de Penélope,
etc.
Como única epopeya posible, queda la del artista: mito de
liberación y autoconocimiento, de rebelión contra todos los sistemas opresivos.
(Publicado en el Suplemento Dominical de “El Comercio”,
Lima, Perú, 7 de febrero de 1982).
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