Empezamos a transcribir un
capítulo de la monumental obra de José de la Riva Agüero y Osma, LA HISTORIA EN
EL PERÚ (Segunda Edición, Madrid, 1952), referente al Inca Garcilaso de la
Vega. Se divide en cuatro bloques o subcapítulos:
1. Su vida y carácter.
2. Traducción de los diálogos de León el Hebreo. La
Florida del Inca.
3. Examen de la primera parte
de los Comentarios Reales.
4. Examen de la segunda parte
de los Comentarios Reales.
A continuación el primer
subcapítulo:
1. SU VIDA Y CARÁCTER.
GARCILASO fué hijo natural
del capitán Garcilaso (o Garci-Lasso) de la Vega y de la ñusta doña Isabel Chimpu Ocllo, sobrina de Huayna Cápac y nieta de
Túpac Yupanqui (1). Nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539 (2). Desde la
niñez, la suerte pareció esmerarse en despertarle la vocación de cronista.
Creció en medio del fragor de las guerras civiles, en las que tan mezclado
estuvo su padre, y ante sus ojos de niño desfilaron los protagonistas y los
actores secundarios de aquellos sangrientos y movidos dramas. Conoció a Gonzalo
Pizarro, a Francisco Carvajal, al presidente Gasca y a Francisco Hernández
Girón, y oyó de los labios de los veteranos la relación de los sucesos. Su
padre, que era muy dadivoso y hospitalario, tenía en el Cuzco casa abierta y
mesa puesta para los antiguos compañeros de armas. De la conversación de los
numerosos huéspedes paternos, que, como cuenta él mismo, «la mayor y más
ordinaria que tenían era repetir las cosas hazañosas y notables que en las
conquistas habían acaecido»(3), acopió un caudal de revelaciones y de
anécdotas, que conservó con el cariño con que se guardan las impresiones de la
infancia.
El nacimiento y la primera
educación lo preparaban para ser el historiador de la conquista y de las
disensiones de los españoles, y más todavía para ser el historiador de los
Incas. Aunque los indios no acataban las prerrogativas de la familia imperial
sino en la descendencia masculina, de varón a varón, libraron de la exclusión a
los hijos de conquistadores y de pallas
o ñustas. Refiere Garcilaso que lo
hicieron por creer a los españoles viracochas, o sea descendientes del Sol.
Pero más que a la creencia supersticiosa o a la lisonjera fábula, hubieron de
atender a razones de conveniencia. Muy útil era a los últimos incas contar
entre su parentela oficial—digámoslo
así—a hijos de conquistadores, y sin duda les reconocieron la clase y jerarquía
de príncipes de la sangre para recordarles el vínculo de la común ascendencia y
tenerlos como mediadores y como prendas de amistad y concordia entre vencedores
y vencidos. Pudo, por consiguiente, Garcilaso usar con universal aquiescencia
el título de inca, que no lo
enorgullecía menos que la nobleza de su ilustre apellido castellano. Y si los
amigos de su padre le comunicaron el tesoro de las remembranzas soldadescas,
los parientes y servidores de su madre le transmitieron con religioso cuidado,
como a vástago de los soberanos indígenas, el sagrado depósito de las
tradiciones del derrocado imperio. Cedámosle la palabra, para que nos describa
en sabroso lenguaje los sentimientos que dominaban a sus deudos maternos:
«Residiendo mí madre en el Cozco, su patria, venían a visitarla casi cada
semana los pocos parientes que de las crueldades y tiranías de Atahualpa escaparon;
en las cuales visitas siempre sus más ordinarias pláticas eran tratar del
origen de sus reyes, de la majestad dellos, de la grandeza de su imperio, de
sus conquistas y hazañas, del gobierno que en paz y en guerra tenían, de las
leyes que tan en provecho y en favor de sus vasallos ordenaban. En suma, no
dejaban cosa de las prósperas que entre ellos hubiesen acaecido que no la
trujesen a cuenta. De las grandezas y prosperidades pasadas venían a las cosas
presentes: lloraban sus reyes muertos, enajenado su imperio y acabada su
república. Estas y otras semejantes pláticas tenían los incas y pallas en sus
visitas, y con la memoria del bien perdido, siempre acababan su conversación en
lágrimas y llanto, diciendo : trocósenos
el reinar en vasallaje. En estas pláticas yo, como muchacho, entraba y
salía muchas veces donde ellos estaban, y me holgaba de las oír, como huelgan
los tales de oír fábulas» (4).
Todas las aristocracias
propenden a encarecer y hermosear lo pasado, porque en él tienen los títulos de
su poder y su consideración, y las aristocracias depuestas y arruinadas, con
mucho mayor empeño y ahinco, porque en él encuentran consuelo para sus
desgracias y humillaciones y satisfacción para el herido orgullo. Se encierran
con increíble tenacidad en el recuerdo de sus marchitas glorias, e
inconscientemente las exageran e idealizan. Júzguese cuáles serían las
ponderaciones de aquellos incas, aficionados por carácter a lo extraordinario y
sobrenatural, y caídos de tan alto a tan bajo, de la situación de seres, no ya
privilegiados, sino semidivinos, a la de pobres y vejados súbditos. Un inca
viejo, tío abuelo de Garcilaso, llamado Cusi Huallpa, era el que, con el
fervoroso amor de la ancianidad a los tiempos pretéritos, daba más detenida
explicación de las antiguallas, y la extraña unción, el misterioso prestigio de
sus discursos ha pasado a algunas de las páginas de su sobrino.
Cuando el conquistador
Garcilaso tuvo que salir del Cuzco, huyendo de Gonzalo Pizarro, los incas y un
cacique se atrevieron a alimentar, con peligro de la vida, a doña Isabel y a
sus dos hijos (una niña de pocos años y el futuro cronista, que contaba cinco),
los cuales sin el socorro habrían perecido de hambre (5).
Con tales antecedentes se
comprende que el mestizo Garcilaso profesara por los Incas y en general por la
raza india un cariño entrañable. Como él propio lo declara, los Comentarios Reales, en su primera parte,
«son el cumplimiento de la obligación que a la patria y a los parientes
maternos debía». Este patriótico afecto y el parentesco y trato íntimo con los
últimos miembros de la familia real peruana hacían que Garcilaso reuniera para
conocer la historia incaica muy singulares condiciones, a la vez ventajosas y
adversas. Por una parte, gracias a ellas poseyó aquella simpatía y aquella
efusión amorosa que son en el historiador dotes insustituibles, puesto que
constituyen el alma de la evocación histórica, y atesoró en la memoria las
tradiciones de la corte del Cuzco. Pero por otra parte, esas mismas condiciones
suyas lo inclinaban fatalmente a idealizar el imperio de sus antepasados; a celebrar
por sistema las leyes que establecieron, las costumbres que observaron y las
victorias que obtuvieron; a disimular las derrotas y las manchas; a ignorar los
vicios y defectos; a ponderar las virtudes y excelencias, y a convertir, por
fin, la crónica en un ardiente alegato, en la generosa, pero apasionada, obra
de la ternura filial. En su derredor todo conspiraba a este objeto. Las
miserias y calamidades de la Conquista y de las guerras civiles hacían olvidar
los males que pudieron haber afligido al pueblo en la época incaica, y que de
seguro fueron menores que los producidos por la codicia y crueldad de los
soldados de España. Las brillantes ceremonias nacionales desaparecían, los
grandiosos monumentos patrios se desmoronaban en el silencio, envolviéndose en
la melancólica majestad que decora siempre el ocaso de una civilización y de
una raza. Ante espectáculo semejante, y comparando el desconcierto, los
estragos y las constantes insurrecciones de los conquistadores con la
prosperidad del antiguo Tahuantinsuyu, el descendiente de los Incas, aunque
fuera católico muy sincero y devoto e hijo de castellano invasor, tenía que
imaginar el régimen y gobierno de sus abuelos indígenas como un dechado de
perfección y sabiduría.
A las influencias arriba
mencionadas, que obraron sobre la imaginación y el sentimiento de Garcilaso,
agréguese, como causa igualmente deformadora de la visión histórica, su
credulidad natural. Mucho se ha hablado de la credulidad de Garcilaso, y a mi
ver con notable exageración injusticia; pero es preciso reconocer que en
materia de discernimiento no superaba a la mayoría de sus contemporáneos
españoles. Es cierto que relata las fábulas gentílicas sólo por cumplir la
tarea de historiador, sin creer en ellas, antes bien, llamándolas burlerías y disparates. Pero reemplaza
el elemento maravilloso indio con el elemento maravilloso cristiano. Narra con
profundo convencimiento y muy viva complacencia cotidianos milagros de la
Virgen y del apóstol Santiago, y los providenciales castigos de los sacrílegos,
excomulgados y blasfemos, y explica siempre por la intervención del diablo los
oráculos y hechicerías. Verdad que en esto no hacía sino seguir el ejemplo de
todos los españoles y de todos los europeos de los siglos XVI y XVII.
La cultura no vino en él a
corregir la credulidad nativa; y aun añadamos que la cultura teológica y
pedantesca, que era la ordinaria en aquella época, no tenía eficacia para
formar en la mente hábitos críticos ni para educar el discernimiento histórico.
No puede decirse que la educación de Garcilaso hubiera sido esmerada. Al
contrario, no podían prosperar los estudios en la tierra recién conquistada y
alterada por continuos levantamientos y alborotos. «Los estudiantes andaban
descarriados de un preceptor a otro, sin aprovecharles ninguno... y así
quedaron imperfectos en la lengua latina.» Es de creer que lo que supo
Garcilaso, lo debió, más que al buen canónigo Cuéllar (6), a sus lecturas
personales y a su despierta inteligencia. Su crianza militar, entre armas y caballos, contribuyó tal
vez a no aguzarle el criterio para la exacta apreciación de los tiempos remotos
del Perú (por más que le valiera mucho para los de la conquista y dominación
españolas); pero, en cambio, lo libró de la carga agobiadora de la pedantería y
le dió el desembarazo y la agilidad que eran patrimonio de los ingenios legos, como se decía entonces.
Fallecido su padre de muerte
natural (que fué raro género de muerte entre los conquistadores), se trasladó
Garcilaso a España en 1560 (7). Tocó en las islas Fayal, Tercera y Azores;
desembarcó en Lisboa y pasó a Sevilla en el mismo año de 1560. Luego fué a
Extremadura y Montilla, a ver a su parentela (8). Era a la sazón mozo de más de
veinte años, edad en que las aptitudes y las líneas del carácter se hallan ya
por lo general formadas. Imaginativamente nos representamos a Garcilaso en este
punto como al perfecto tipo de la mezcla de las dos razas, americana y
española. Y no es puro capricho de la fantasía, porque de aquella manera se nos
aparece en sus obras. Tenía del español la viveza y la fogosidad, y del indio,
la dulzura afectuosa y cierto candor, que es muy común descubrir bajo la
proverbial desconfianza y cautela de nuestros indígenas, y unía en un mismo y
contradictorio amor a la casta de los subyugados y a la de los dominadores.
En España entró en el ejército.
Militó en varias campañas, principalmente en la guerra contra los moriscos. Sirvió
a las órdenes de don Juan de Austria y de don Alonso Fernández de Córdova, marqués
de Priego, y logró el grado de capitán, inmérito
de sueldo. Dice que escapó de la
guerra tan desvalijado y adeudado que no le fué posible volver a la corte, sino
acogerse a los rincones de la soledad y pobreza. En vano solicitó del rey
la restitución patrimonial de los bienes de su madre y la recompensa debida por
los servicios de su padre. El gobierno español conservaba mal recuerdo del
conquistador Garcilaso, que fué amigo personal de Gonzalo Pizarro y siguió las
banderas rebeldes. Y aunque nuestro cronista se afanó por probar que su padre
había seguido a Gonzalo Pizarro de pésima gana, intimidado y obligado por
amenazas y persecuciones, en calidad de prisionero, y que en cuanto se le había
presentado ocasión había abandonado las filas pizarristas, no acertó a
desvanecer las retrospectivas sospechas sobre la lealtad del finado capitán, y
por causa de ellas el Consejo de Indias denegó las esperadas mercedes.
En 1579 estaba en Sevilla (Comentarios, primera parte, libro VIII,
capítulo XXIII). En 1586 en Montilla, estado de su primo el marqués de Priego,
y poseyó la capellanía de su tío don Alonso de Vargas.
Desalentado y desilusionado,
y frisando ya en los cincuenta años, se estableció, hacia 1589, en la ciudad de
Córdoba, de donde no parece haberse ausentado sino muy raras veces en todo el
curso de su vida posterior. Veraneaba en la próxima aldea de Las Posadas o en
villas de las cercanías. Se ordenó de clérigo, según vemos por su testamento,
descubierto recientemente por don Manuel Gonzáles de la Rosa (9). Las letras,
que descuidó en la juventud, lo consolaron en su modesto retiro. Utilizando el
conocimiento del italiano, adquirido en sus andanzas militares, vertió al
castellano Los diálogos de amor, de
León el Hebreo. Dedicóse luego a la crónica, género al cual lo llevaba una
decidida afición. Compuso la historia de la jornada del Adelantado Hernando de
Soto en la Florida, que tiene por título La
Florida del Inca, de relación de un caballero que estuvo en esa expedición.
Hizo imprimir dicha historia en Lisboa el año de 1605. El año de 1609 publicó,
también en Lisboa, La Primera Parte de
los Comentarios Reales, que tratan del origen de los Incas, reyes que fueron
del Perú; de su idolatría, leyes y gobierno en paz y en guerra; de sus vidas y
conquistas, y de todo lo que fué aquel imperio y su república antes que los
españoles pasaran a él. Ya por 1613 tenía acabada la segunda parte de los Comentarios (10), que trata del
descubrimiento y las guerras civiles del Perú; pero no alcanzó a verla impresa.
Murió en Córdoba el 22 de abril de 1616, diez días después de haber cumplido
setenta y siete años (11). Garcilaso de la Vega fué y tenía que ser un hombre
de la Edad Media. La materia a que dedicó sus estudios : las expediciones y
guerras coloniales (que siempre resultan algo arcaicas, y entonces, como hoy
mismo, reproducían tipos ya pretéritos en Europa), contribuyó a retrasarlo algo
en cuanto a su propia época. El Renacimiento lo educó ya en su edad madura; mas
a pesar de sus lecturas toscanas y su afición a los poetas e historiadores
florentinos recientes, fué en lo esencial, por sus ideas, por sus sentimientos
y por su estilo (a pesar de centurias de distancia), un hermano de Muntaner y
Villani, de Joinville y de Froissart.
_____________________________
(1) Se deduce que
Garcilaso no era hijo legítimo de lo que dice en el capítulo II del libro VII y
en el capítulo XI del libro VIII de la segunda parte de los Comentarios Reales. Comparando los dos capítulos citados se ve que en 1553 el conquistador
Garcilaso estaba casado con una dama española, hermana de la mujer de Antonio
de Quiñones ; y que en 1558, cuando el inca Sayri Túpac entró en el Cuzco,
vivía aún la princesa doña Isabel. Y hasta es probable que el cronista la
dejara viva en el Perú, según lo que leemos en el capítulo XXXIX del libro IX
de la primera parte : «Cuando murió don Francisco, hijo de Atahualpa, pocos meses antes de que yo me viniese a
España, el día siguiente a su muerte, bien de mañana, antes de su entierro,
vinieron los pocos parientes incas que había, a visitar a mi madre.»
(2) Comentarios Reales,
segunda parte, libro III, capítulo XIX ; libro IV, cap. XLII.
(3) Comentarios,
primera parte, libro I, cap. III.
(4) Comentarios
Reales, primera parte, libro I, cap, XV.
(5) Comentarios Reales,
segunda parte, libro IV, cap. X.
(6) Comentarios Reales,
primera parte, libro II, cap. XXVIII.
(7) El señor don José Toribio Polo, en un artículo que
apareció en el número II de la Revista
Histórica, asegura que Garcilaso «estuvo en Lima de edad de once a trece
años», apoyándose en las siguientes palabras sacadas del capítulo IX del libro
IX de la primera parte de los Comentarios
: «Este año de 1550 oí yo contar estando en la ciudad de los Reyes, que siendo
el ilustrísimo don Antonio de Mendoza viso rrey y gobernador de la Nueva
España...» En esto ha padecido Polo una curiosa equivocación. Las palabras
citadas existen en los Comentarios,
pero no son de Garcilaso, sino de Cieza de León. Garcilaso las transcribe de la
Crónica del Perú, capítulo LII, y así
lo declara al principio del suyo alegado. No hay, pues, prueba del tal viaje de
Garcilaso a Lima. Donde sí estuvo fue en las Charcas, en la provincia de los
Chichas, o sea en las regiones de Puno o en las comarcanas, supone Cotesanta Com., primera parte, libro I, capítulo
I, y en Potosí por los años de 1554, a juzgar por lo que cuenta de cierto Papa
y clérigo y una india (primera parte, libro VIII, capítulo XXI). Y no sólo ha
errado Polo en atribuir a Garcilaso tales palabras ajenas, sino también en
creer que se refieren al gobierno de don Antonio de Mendoza en el Perú, cuando
claramente se dice en ellas siendo el
ilustrísimo don Antonio de Mendoza visorrey y gobernador de la Nueva España.
Por consiguiente, carece de objeto la rectificación de fechas que Polo
establece más abajo.
Otra equivocación, más curiosa todavía que la anterior,
tiene Tschudi en sus Contribuciones,
a propósito del nombre y del apellido de Garcilaso. Muy receloso y desconfiado
se muestra, porque imagina que Garcilaso puso singular empeño en ocultar su
nombre de pila. «De paso voy a señalar aquí el hecho raro y característico de
que Garcilaso, a lo que yo sepa, jamás indica su nombre de pila, sino que se
llama siempre a sí mismo, con una vanidad que salta a la vista, Inca Garcilaso
de la Vega. Se sabe que su padre fué un soldado valeroso, aunque no un
partidario leal, y que se casó con una mujer que había sido palla de la tribu (ayllo) de Huáscar Inca. El hijo era, pues, español de nacimiento, y
tenía un nombre de pila cristiano, que ha ocultado cuidadosamente, como si se
hubiera avergonzado de él» (Tschudi, Contribuciones,
articulo Wirakotsa, nota). En este
trozo de Tschudi casi son tantos los errores como las palabras. Ni está probado
que el conquistador Garcilaso fuera desleal al rey ; ni se casó con doña Isabel
Chimpu Ocllo, sino que vivió amancebado con ella ; ni puede decirse con
propiedad que ésta fuera palla sino ñusta, pues fué soltera ; ni pertenecía
al ayllo de Huáscar ; ni, finalmente,
tenía por qué desasosegarse Tschudi, ya que no existió tal ocultación de nombre
en el cronista cuzqueño. Garcilaso de la
Vega es corrupción de Garci-Lasso de
la Vega, verdadera forma de su nombre y apellido. Garci es contracción de García,
nombre de pila muy usado por los españoles de los siglos XVI y XVII. Varios de
los conquistadores y de los primeros virreyes lo llevaron.
(8) En 1562 y 1563 Garcilaso estuvo en Madrid (primera
parte, libro VIII, capítulo XXIII). En 1569, ya capitán contra los moriscos de
Granada. Antes debió ir a Italia en 1561 y 1562, acreedor de su pariente el
marqués de Priego.
(9) Debe publicarse en el trimestre III del tomo III de la Revista Histórica.
(10) Véanse en comprobación las aprobaciones que preceden a
esta segunda parte.—Prescott afirma erróneamente que la acabó pocos meses antes
de morir. En esto y en lo del nacimiento de Garcilaso, las fechas que da
Prescott están equivocadas. Fácil será certificarlo leyendo atentamente los Comentarios.
(11) Por el testamento de Garcilaso de la Vega sabemos que
éste se solía llamar también por otro nombre, siguiendo el uso de aquellos
tiempos, Gómez Suárez de Figueroa,
como su primo lejano el duque de Feria,
Parece que Garcilaso sólo recibió órdenes menores ; pues en
su testamento y codicilos se llama clérigo
a secas, mientras que denomina clérigos
presbíteros a los sacerdotes que menciona.
No era la pobreza de Garcilaso tanta como él la ponderaba.
Al morir tenía a su servicio cinco criados y una esclava morisca ; poseía
censos de alguna consideración, habida cuenta del valor del dinero en la época,
y dos de ellos que montaban a diez mil ducados impuestos sobre los bienes del
marqués de Priego, y para su sepultura reedificó y dotó la capilla de las
Animas en la catedral de Córdoba, y fundó en ella un aniversario de misas,
nombrando por patronos al Deán y Cabildo de la misma Catedral, y al mayorazgo y
veinticuatro don Francisco del Corral y sus descendientes.
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