miércoles, 17 de junio de 2009

LA TÍA JULIA Y EL ESCRIBIDOR

El presente texto es parte de una crónica que apareció en un suplemento del diario “Hoy” de Lima, en junio de 1990, con el título de “EL SHOCK DE LA TÍA JULIA”. Escrita por el periodista Jorge Zavaleta Alegre.


"Les presento a la tía Julia", dijo la periodista de la televisión boliviana Cristina Corrales, a sus colegas de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú que, invitados por el alcalde de la ciudad, compartían un animada reunión en el palacio municipal del virreinal Pueblo Nuevo de Nuestra Señora de La Paz, fundado en 1548, y que ahora se le conoce como La Paz de Ayacucho o simplemente La Paz.

La tía Julia, es Julia Urquidi Illanes, personaje íntimamente ligado al Perú como primera esposa del escritor Mario Vargas Llosa, probablemente desconocida por los desentendidos en la literatura.

Ella se casó con MVLL cuando el país era gobernado por el general Odría, tema que más tarde se convertiría en otra novela, "Conversación en la catedral", elocuente crítica a la dictadura militar y a los comportamientos pícaros y bribones de los políticos tradicionales.

Julia Urquidi y Mario Vargas se unieron un 15 de julio de 1955, en el municipio de Grocio Prado, pintoresco pueblo chinchano, productor de ritmos afroperuanos, de uvas de vinos y piscos y lugar de adoración de la santa "Melchorita". Se separaron ocho años después, sin dejar herederos. Ella vive actualmente sola, alternando su trabajo entre el concejo paceño y la empresa petrolera boliviana, mientras que Mario Vargas contrajo un nuevo compromiso matrimonial con su prima hermana, la sobrina de Julia Urquidi, Patricia Llosa Urquidi.

Y del compromiso con la boliviana Julia (Patricia también nació en Cochabamba), Vargas Llosa se inspiró para publicar en 1977 su quinta obra, "La tía Julia y el escribidor", dedicándosela a ella, Urquidi "a quien tanto debemos yo y esta novela".

El matrimonio Vargas-Urquidi, según el libro "Lo que Varguitas no dijo", respuesta a "La tía Julia y el escribidor" y las revelaciones últimas de Julia Urquidi, constituyen elementos interesantes para conocer a Vargas Llosa.

Los testimonios de Julia Urquidi cobran extraordinaria actualidad, para conocer de cerca a quien albergó a fines de la década del sesenta, en su buhardilla modesta de París a guerrilleros y militantes de la Cuba liderada por Fidel Castro y el Che Guevara.

La tía Julia, encargada de las relaciones públicas del cabildo paceño, es una mujer alta, garbosa, morocha clara, que se acerca al metro setenta, que ya pasó los sesenta años muy bien conservados. Nerviosa, fuma demasiado, cigarrillo tras cigarrillo. Ojos vivaces, no descuida ningún detalle en los eventos que organiza. El protocolo es esencial, aunque los asistentes aprecian sentirse como en casa. En sus gestos, en su rápida manera de hablar, en sus atenciones, está el boliviano queredón, que ama su país, que gusta tratar con cordialidad al visitante. Es una hábil embajadora del turismo.


Los Vargas Urquidi en el palacio de los Luises, Versalles, 1960.

LA TÍA JULIA Y EL ESCRIBIDOR


En el Barrio Latino de París, en 1961, la pareja protagonista.

Con este simple título apareció en 1977 la novela que con mayor rigurosidad revela la intimidad de la vida juvenil de Vargas Llosa y que es publicada cuando el laureado escritor cumplía 41 años de edad.

El propio Vargas Llosa, en La historia secreta de una novela, sostiene que escribir una novela es una ceremonia parecida al strip-tease. "Como la muchacha que, bajo impúdicos reflectores, se libera de sus ropas y muestra, uno a uno, sus encantos secretos, el novelista desnuda también su intimidad en público a través de sus novelas".

Pero anota que hay diferencias: "Lo que novelista exhibe de sí mismo no son sus encantos secretos, como la desenvuelta muchacha, sino demonios que lo atormentan y obsesionan, la parte más fea de sí mismo: sus nostalgias, sus culpas, sus rencores".

"Otra diferencia es que en un strip-tease la muchacha está al principio vestida y al final desnuda. La trayectoria es la inversa en el caso de la novela: al comienzo el novelista está desnudo y al final vestido."

Las experiencias personales (vividas, soñadas, oídas, leídas) que fueron el estímulo primero para escribir la historia, quedan tan maliciosamente disfrazadas durante el proceso de creación que, cuando la novela está terminada, nadie, a menudo ni el propio novelista, puede escuchar con facilidad ese corazón autobiográfico que late fatalmente en toda ficción. Escribir una novela es un strip-tease invertido y todos los novelistas son discretos exhibicionistas".

Su principal crítico literario José Miguel Oviedo, remarca que MVLL en toda su obra presenta esta ceremonia exhibicionista, esta pasión por contarse al mismo tiempo que cuenta una ficción, aunque ha sido tan tan notoria, rigurosamente íntima como en La tía Julia y el escribidor.

Oviedo, ensayista y profesor de literatura en universidades de Lima y ahora en Estados Unidos, al desmenuzar "La tía Julia..." refuerza sus argumentos iniciales al decir que dicha novela es un recuento de un episodio de la vida juvenil del escritor. Su primer matrimonio es recordado con pelos y señales, con nombres propios y precisiones indiscretas. Y la otra mitad del relato, la que presuntamente debía ocurrir en el nivel irreal y exagerado del melodrama radial, en la antípoda de lo autobiográfico, es también –agrega– un fragmento oblicuo de ésa vida, un catálogo de obsesiones y perversiones personales que invaden toda la novela, haciendo de ella, en su conjunto, la primera narración de Vargas Llosa cuyo hilo subterráneo es el del escritor escribiendo –escribiendo la ficción de su vida, escribiéndose una vida en la ficción, actitud que ilustra con el epígrafe de Salvador Elizondo, El grafógrafo.

En la tía Julia no hay ninguna veladura que mitigue el penetrante enfoque en la vida privada, no hay disfraces retóricos, complicadas elaboraciones de la imaginación, ni siquiera cambios onomásticos. Como nunca antes en su producción novelística, el protagonista, el narrador y el autor coinciden de modo perfecto y sin la menor ambigüedad: el narrador protagonista se llama inequívocamente Varguitas o Marito, sus parientes y sus padres (presencias muy importantes en la novela) mantienen sus nombres propios y, sobre todo, el personaje más intenso y hermoso de la novela, la tía Julia del título, es sencillamente Julia, la primera esposa de Vargas.

Al margen de estos detalles que no pueden ser interesantes para el lector lo qué atrae y sorprende es el envolvente mundo familiar al que pertenece la tía Julia, el mundo de la radio y el fascinante mundo de la literatura.

Todo el contenido autobiográfico del libro es francamente impúdico como la mencionada ceremonia del strip-tease, pero ese episodio lo es en grado quizá escandaloso: la idea es poner el hecho más íntimo y decisivo en el plano privado, bajo la más implacable luz pública, revivirlo, examinarlo y observar las transformaciones que sufre al ser transvasado en una estructura novelística.

En la obra como en la vida real su aventura matrimonial es una locura porque escapa a todos los convencionalismos. Marito es un muchacho de 18 años, estudiante sin un trabajo. Ella es una mujer de 32 años, divorciada, imposibilita de tener hijos, además, pariente política de sus familiares inmediato.

En un solo movimiento, Marito quiere hacer dos cosas contradictorias: apartarse del lazo familiar y someterse a él, esta vez por libre elección matrimonial, es decir quiere formar su propia familia independizándose, pero hurtando a un miembro de la misma, pues Julia era hermana de la mujer de su tío Luis Llosa.

Haciendo el psicoanálisis al que esta novela invita, el joven protagonista al casarse ofende las leyes de la costumbre, que prescribe ciertas edades recomendables, ciertos ritos, ciertas previsiones razonables. Que la tía Julia no sea su familia, pero si "de la familia" no es el único motivo por el cual el matrimonio también se coloca en el margen mismo de la ley que prohíbe el incesto: es evidente que esa tía-mujer funciona.

La misma Julia no deja de darse cuenta de esto. Cuando en animosa conversación le confesaba Mario cosas íntimas, ella le dijo: "Te parezco tu mamá y por eso provoca hacerme confidencias".

Ella le contó la historia de su primer matrimonio. Que los primeros años todo había ido muy ven. Que su marido, tenía un hacienda en el altiplano y que se había acostumbrado tanto a la vida de campo que rara vez iba a La Paz. Que la casa hacienda era muy cómoda y que le encantaba la tranquilidad del lugar, la vida sana y simple: montar a caballo, hacer excursiones, asistir a las fiestas de los indios. Que las nubes grises habían comenzado porque no podía concebir. Su marido sufría con la idea de no tener descendiente. Y que él había comenzado a beber y desde entonces el matrimonio se había deslizado por una pendiente de riña, separaciones y reconciliaciones, hasta la disputa final. Y que luego del divorcio habían quedado buenos amigos. Cuando se refiere a la diferencia de edad entre ambos, Marito afirma que no era tan terrible. Tan terrible responde la tía Julia: "Pero, casi casi lo justo para que pudiera ser mi hijo".

El matrimonio se vincula constantemente con la imagen clásica de una vida consagrada enteramente a la literatura, con el sueño puesto en una buhardilla parisina. Marito, cuenta la tía, quería escribir desde que leyó por primera vez a Alejandro Dumas, y que desde entonces soñaba con viajar a Francia y vivir en el barrio de los artistas, entregado totalmente a la literatura, la cosa más formidable del mundo. Le contó que los estudios de abogacía, para darle gusto a la familia, le parecían la más espesa y boba de las profesiones y que no la practicaría jamás.

Marito le advirtió a la tía Julia que "si alguna vez me caso yo nunca tendría, hijos. Los hijos y la literatura son incompatibles".

¿Quiere decir que puedo presentar mi solicitud y ponerme a la cola?, le coqueteó la tía Julia.

Este pasaje, en el cual destaca la esterilidad biológica de Julia es, paradójicamente, en opinión de psicoanalistas la garantía de la fecundidad creadora, lo que hace más comprensible la extraña pasión que los une: él mismo será el hijo imposible para Julia y a la vez el padre de las obras literarias que se promete realizar a su lado.

Todas estas implicancias profundas no impiden que la historia matrimonial sea una aventura romántica.

La propia tía Julia narra que en el "Negro-negro", una boîte de la plaza San Martín, había una orquesta de mujeres, y que en un principio ella y Mario pedían que tocaran el criollo vals "Engañada". Desde ese entonces y siempre que nos veían entrar lo interpretaban sin necesidad de pedirlo. Ahora, se pregunta si no sería una premonición. Ella, desde su destierro romántico tararea aquellas letras que dicen:

No creas que si tu te alejas te voy a llorar.

Tendré que buscar otro amor,

pero que sepa amar…

Y aunque sé que sufriré por mucho tiempo,

más luego tu verás…

te lograré olvidar.

En “La tía Julia y el escribidor” hay una vida en común que dura ocho años, que es un desafío matrimonial, nutrido de celos, citas secretas, cómplices y confidentes amigos providenciales, una fuga azarosa, un rapto triunfal, un alejamiento temporal como un reencuentro infeliz y el epílogo de la separación.

La tía Julia es un personaje humano con quien simpatiza el lector. Oviedo, bien recordado director del Instituto Nacional de Cultura en 1972, dice que esa dimensión del fracaso asumida como parte del juego riesgoso que se llama vida es algo que le da grandeza a ella y auténtico interés al relato, y le otorga una cierta aureola de heroína trágica; tras ocho años de matrimonio, Julia la tía vuelve a quedar sola, pero él ya se ha realizado "gracias a mi obstinación y a su entusiasmo".

La tía Julia cuenta en la vida real que sin dramatizar una vida sencilla, con etapas buenas y malas que compartió con Mario, hombre al que ha amado profundamente, es una historia que sucede todos los días en todas partes del mundo: "no he sido la única, la primera ni seré la última mujer que ha vivido entre el cielo y el infierno al querer salvar un amor que sólo existió en ella, y con la ceguera que el mismo amor nos da. Con esa venda que nos pone ante los ojos, no nos damos cuenta que amamos, pero que no nos afilan".

La tía Julia revela que cuando conoció a Varguitas, en modo alguno llegó a sospechar, que a su lado habrían de transcurrir su años más felices e intensos y también los momentos de mayor tristeza, desencanto y amargura que cualquier mujer pueda soportar.

A Mario lo recuerda como un niño engreído y antipático; que toda la familia, vivía alrededor de él y que él tenía consciencia de su privilegiada situación y sabía, como aprovecharla. "Parece que desde niño supo sacar ventaja de quienes lo querían. Era un niño verdaderamente insoportable". Confiesa que, a escondidas de su madre y de sus abuelos en más de una ocasión le dio sus buenos coscorrones y uno que y otro jalón de orejas y que Mario reaccionaba mirándola con sus grandes ojos; aunque no decía nada, "era como si me tuviera miedo".

En la versión novelada, el mismo Marito le recordó a su enamorada Julia que la familia se hacía grandes ilusiones, como "la esperanza de la tribu". Precisa: "Mi cancerosa parentela esperaba de mi que fuera algún día millonario o en el peor de los casos presidente de la república. Nunca comprendí por qué se había formado una opinión tan alta de mí. En todo caso no por mis notas de colegio, que nunca fueron brillantes. Tal vez porque, desde chico, les escribía poemas a toda mis tías o porque fui, al parecer un niño revejido que opinaba de todo".

Según la tía Julia, el niño Mario desarrollaba una singular e ingenua maldad infantil. Recuerda que vivía en la casa el niño Orlando, que comenzaba a dar sus primeros pasos y a quien la abuelita adoraba. Pero cada vez que Mario pasaba por su lado y lo veía agarradito a la pared y en muy frágil equilibrio, le daba un disimulado empujón y lo tiraba al suelo. La escena relata, se repetía tantas veces que Orlando trataba de levantarse, y Mario lo hacía con, un rictus de tal inocencia, que nadie pensaba y menos creía que él actuaba así con el indefenso menor.

Evoca, asimismo, el espectáculo en las prolongadas horas que almorzaba Marito. "Eran los peores momentos del día; no le gustaba nada, y tanto su mamá, como abuelitos y tíos danzaban en círculo ofreciéndole el mundo entero para que comiera algo; a veces me aburría de toda esta comedia, le daba un tiré n de orejas diciéndole: "Chiquillo malcriado, si quieres comes, o si no lo dejas"; felizmente nunca me vieron hacerlo. Ya cuando se caía jugando y pegaba el primer chillido, toda la familia corría despavorida a ver qué le había pasado al "tesoro de la casa". En ese entonces Marito tendría unos 9 años y la tía Julia 19.

"Por esa misma época, dice Julia Urquidi, nació en Cochabamba Patricia, hija de mi hermana Olga, sobrina mía y prima hermana de Mario." Este sintió unos celos exagerados "pues mi hermana vivía en casa de sus suegros y la nueva niña (su actual esposa) le quitó en algo su lugar de privilegio y el trono del rey de los caprichos."


MÁS ALLÁ DE LA NOVELA


El joven escritor Mario Vargas Llosa (Arequipa 1936), militante enfervorizado de la Revolución Cubana, admirador del Che Guevara y de Fidel Castro, amigo de los más ilustres pensadores consecuentes con sus postulados primigenios, es puesto al descubierto por Julia Urquidi en páginas de su propia inspiración.

Con dulzura la tía Julia señala que el primer libro que motivó discusión con el autor de "Elogio de la madrastra" fue uno sobre la vida del pintor francés Toulouse Lautrec y que nunca ha leído ni a Delly ni a Corín Tellado, porque siempre encontró que esas novelitas llamadas "rosas" anquilosan la mente y en la mayoría de ellas hay una pornografía disfrazada.

Sus recuerdos sobre Mario se concentran cuando éste continuaba sus estudios en la universidad y acumulaba trabajo, hasta que en un momento dado llegó a tener nada menos que siete. En particular, dice, uno de ellos no podía ser más fúnebres: consistía en fichar a los muertos en el cementerio. Establecimos un método: él recogía los datos y yo hacía las fichas, que se entregaban cada fin de semana. En lo que a mi concierne, siempre procuré aportar cuanto me fue posible, por ejemplo con trabajos de copiados a máquina que un prominente empresario boliviano que entonces vivía en Lima, me pagaba cincuenta soles semanales, suma que ayudaba mucho a nuestra magra economía.

Le viene a la memoria su amigo Lucho Loayza, que también escribía. Él y Mario se presentaron juntos a un concurso de cuentos de la ''Revista Francesa", que concedía como primer premio un viaje a París. Pues, una tarde llegó Lucho a casa, tan emocionado que casi no podía hablar, trayendo la buena noticia del ganador del ansiado galardón. Creí que era él, pero no, era Mario. Nunca he visto, precisa, un desprendimiento tan grande, una nobleza semejante y aún menos entre escritores que comienzan.

Instalada la pareja en un mejor departamento miraflorino, la tía Julia recuerda las invitaciones a cenar, al doctor Raúl Porras Barrenechea, quien "era un hombre de una sencillez increíble". Considera a este Canciller de la República como el mejor relator de anécdotas que ha conocido, de quien Mario fue su ayudante en la cátedra de historia, y más tarde compartiría tareas en investigaciones conjuntas con Pablo Macera, otro gran amigo. Mario termino su carrera con una tesis de filosofía y letras, con cuya licenciatura, el doctor Porras le consiguió la beca "Javier Prado" para obtener su doctorado en Madrid.

Mario Vargas fue entrañable amigo de Porras, a quien la historia del Perú lo recuerda por su célebre discurso oponiéndose en San José de Costa Rica a la adopción de sanciones contra Cuba.

Rumbo a Barcelona, en un barco italiano, la tía Julia le pidió a Varguitas la promesa de comenzar sus apuntes sobre lo que sería "La ciudad y los perros", es decir su paso por el colegio militar Leoncio Prado, novela que le abriría las puertas del prestigio internacional. Las regalías de esa obra las tiene Julia Urquidi, decisión que figura en la sentencia judicial del divorcio.

La tía Julia, ya en Europa, encontró trabajo como dactilógrafa en la revista Selecciones de Reader’s Digest, porque la beca si bien no era mal remunerada, resultaba insuficiente para los dos.

Cuenta de su entusiasmo por el folclore latinoamericano. Que participó como alumna del Instituto de Cultura Hispánica, al que asistían varios peruanos. Con ellos y Mario formaron un grupo folclórico. Una muchacha peruana y graciosa para bailar era la profesora. Se prepararon bien y presentaron a un concurso de bailes latinoamericanos. El premio era un recorrido por varias ciudades con todos los gastos pagados. Los festivales se realizaban en las plazas de toros. Bailaron marineras, huainos, cuecas, el alcatraz, etc., ensayando por las mañanas. "Al llegar el esperado día del concurso, con bastante nerviosismo salimos a la escena a demostrar nuestras habilidades de bailarines. Obtuvimos el segundo puesto. Por un punto nos ganó una pareja argentina.

Los Vargas-Urquidi vivieron paso a paso la Revolución Caribeña. El siguiente pasaje que nos narra la tía Julia es muy expresivo: tenían un amigo peruano que estudiaba en Salamanca y que había sido alumno de Unamuno, pero en sus charla con ellos se expresaba como si él hubiese sido el autor de El Cristo de Velásquez, cosa que a Varguitas le divertía y lo incitaba a hablar para ver hasta donde llegaba. Un día anunció visita con su novia. Ella era una exuberante cubana y habló mucho de Fidel Castro. Existía una gran admiración por el líder de ese país. "Ella nos puso en contacto con algunos de sus compatriotas y desde ese día cambiábamos lo dólares sólo con ellos, para ayudar a la causa común". Las discusiones que se entablaban entre esta cubana bonita y de agradable trato y el que decía haber sido ayudante de Unamuno, eran muy interesantes. El quería ganar su admiración a través de su amistad retroactiva con el rector de la Universidad de Salamanca y a ella sólo le interesaba encontrar adeptos a la revolución. Su único pensamiento y mayor ilusión era que Batista fuera derrotado.

La tía Julia siempre compartió la idea de que el éxito se lograba fuera del Perú. Estas eran sus reflexiones: todos los escritores que han llegado a la cumbre o por lo menos la mayoría de ellos lo han hecho fuera de sus respectivos países. En Lima no hubiera podido ponerse en contacto con Julio Cortázar. "Nunca olvidaré el nerviosismo de Mario cuando hizo una cita por primera vez con él en un café del Barrio Latino. Desde ese día nació una linda y gran amistad. La mía siguió hasta su muerte, la de Mario no sé. Me llamó mucho la atención la estatura de Julio, su cara de niño grande y bueno. Lo leí siempre desde Rayuela hasta sus Cantos a Nicaragua y me sentía emocionada."

¿Dónde conoció a Carlos Barral (dueño del sello Seix Barral) en Lima o en París?, pregunta la tía Julia. Y ella misma se responde: Por supuesto que en Lima no. Carlos siempre animó a Mario a que presentara su libro al concurso Biblioteca Breve. Y así, muchas personas que de una u otra manera han tenido que ver con su ascenso literario.

Una vez más se interroga: ¿Quién aceptó el reto de cambio de vida? ¿Quién quemó las naves, quien lo animó a no vacilar y seguir adelante, haciéndole ver que su carrera era antes que todo?

La respuesta lacónica de Julia es: "yo". Nunca me arrepentí de mi decisión, de mi dedicación y del apoyo quede brindé en todo momento, agrega. Tenía fe en él y una gran confianza. "No me equivoqué en lo literario. Como hombre me defraudó". Cuando ya su nombre empezó a ser conocido y tenía una nueva vida me excluyó. Lo anterior ya no servía. Ahora tenía que ascender con nuevas emociones y relaciones. ¿Qué importancia tenían los sacrificios de quien tanto le había dado? Eso ya no valía nada. Ya logró lo que quería. Borrón y cuenta nueva. Sólo importaba él, habla con nostalgia.

Julia Urquidi evoca a Javier Heraud en París, el joven poeta peruano cuyo brillante porvenir dentro de la poesía latinoamericana se truncó en el caudaloso Tambopata de Madre de Dios. "Lo conocimos en Lima, era primo hermano de mi comadre Pupi. Se alojó en casa y pasó varios días con nosotros. Javier nos comentaba sus ideales; era un muchacho muy puro. Mario, que compartía sus ideas lo alentaba y trataba de hacerle ver algunas realidades que él con ese entusiasmo de la juventud, no veía. Era de hablar pausado y tranquilo; se ponía eufórico cuando comentaba sus planes para el deseado y soñado cambio. Cambio que jamás vio, pues murió en las guerrillas, en un río, bajo un árbol como decía uno de sus bellos poemas. Me dolió muchísimo esta muerte: ¡Era tan joven, tan lleno de idealismos, tan limpio de alma! Así, con gente como Javier, se forja la historia de los pueblos. Ojalá algún día muchos lleguen a comprenderlo e imitarlo en su idealismo por el bien de la patria".

Julia Urquidi recuerda el poema de Javier, titulado "Lo difícil que es esperar el otoño sin moverse entre la higueras y la hoguera".

Ah, si pudiera limpiar la higuera

con mis manos

si pudiera,

si pudiera limpiar la higuera

con sólo mis manos,

toda la higuera apargar

y prender la hoguera

de los valles,

de los hombres,

qué fácil sería entonces

sentarse en las bancas

de los días

y ver arder

casa y templos

campos y ciudades,

ver pasar años sin transcurso,

cortar uvas suavemente,

sentarse en las bancas

del camino

y esperar el otoño.

Con la alegría de lo vivido, ella comenta que nunca dejaron de reunirse en ambiente familiar Julio y Aurora Cortázar, Jorge y Pilar Edwards y, cuando venían de México, Carlos Fuentes y Rita Macedo. "Con Rita íbamos al teatro; ella andaba generalmente en la búsqueda de buenas piezas teatrales. También lo hacían Miguel Ángel Asturias y su esposa quienes pasaron una Navidad con nosotros. En ese entonces estaba exiliado, pero con el cambio de gobierno, pasó a ser embajador de Guatemala en París. También nosotros visitábamos la casa de los Cortázar y los Edwards. Las veladas eran muy entretenidas, aprendí mucho de ellos. Los Edwards fueron las últimas personas que vi antes de mi partida de París", precisa.

Cuando vivió en París, también tuvo la oportunidad de conocer de cerca a personas como Hilda Gadea y Celia de Guevara, segunda esposa y madre del guerrillero Ernesto Che Guevara. La peruana Hilda Gadea, dormía según Julia Urquidi en el destartalado y desvencijado sofá de la primera habitación. Hilda llegó allí a descansar más de un vez, y en alguna oportunidad la salvó de morir, llevándola a un hospital. Hilda era una mujer de entrañable coraje, cuya niñez transcurrió en la andina localidad de Caraz, en el Callejón de Huaylas, paraje similar a los pueblos bolivianos.

A la madre de Ernesto Che Guevara la recogimos del aeropuerto de Orly, cuenta la ex esposa de MVLL. No la conocíamos. Vimos desfilar a todos los pasajeros, uno tras otro, sin éxito. Me llamó la atención una señora delgada, no muy alta, vestida de pantalones y en forma muy sencilla. Le dije a Mario: "Oye, ¿no será ella la señora Guevara? Fíjate, parece buscar a alguien, voy a preguntarle." Me acerqué y efectivamente era ella. No me imaginé nunca que la madre del Primer Ministro llegar a tan modestamente ataviada. Además, no había nadie de la embajada cubana que la esperara. Reímos mucho con el problema de no conocernos. Congeniamos de inmediato con ella. Era una mujer encantadora, inteligente como pocas he visto, de una visión política sorprendente. A los pocos días, de estar en casa, Celia de Guevara se reunió allí mismo con varios muchachos que gestaban la "revolución peruana".

Con ella comentaban que Hugo Blanco estaba en medio de la selva dándole problemas a los señores del gobierno. Los que se reunían en casa eran, entre otros, Lobatón, un muchacho medio mulato, alto y bien formado y que era el jefe del grupo. Paúl Escobar, que se casó con una muchacha española y lo hizo por la iglesia, por imposición de los padres de ella, lo que le ocasionó una dura crítica de Mario por ir contra sus convicciones (años más tarde él también pasaría por la sacristía). Fuimos padrinos de bautizo de la hijita de Paúl y Teresa, comenta Julia, con entusiasmo.

Las reuniones de la señora Celia con los muchachos que le exponían sus ideas y planes de lucha eran interesantísimas. Ella se las refutaba y les daba convincentes razones.

Trataba de hacerles comprender la realidad, que el Perú no era Cuba y que las condiciones no eran las mismas.

Por esos meses también llegó a visitar a Vargas Llosa y Julia Urquidi, el presidente de la Federación de Estudiantes del Perú, Walter Palacios Vinces, militante del MIR, una escisión del APRA, liderada por el guerrillero Luis de la Puente Uceda. Walter Palacios, hasta hace poco director del semanario limeño "Cambio" recuerda los apasionados juicios que Vargas Llosa emitía para la Revolución Cubana, mientras traían a la memoria las presentaciones en un colegio de Piura de la "Huida del Inca", primera obra teatral de Mario.

Cuba dice Julia Urquidi fue liberada de una dictadura que practicaba sistemáticamente la tortura y el asesinato político. Y por ello Celia. Guevara les hablaba a los muchachos de la imperiosa necesidad de obtener la adhesión y la confianza popular. Les advirtió que una revolución no se hacía sólo con puro idealismo sino además con fusiles disparados por idealistas.

El extermino de aquellos muchachos idealistas afectó muchísimo a la pareja de esposos. En particular a Mario que siempre se identificó con ellos ''aunque ignoro si era porque compartía los mismos ideales o bien porque era joven, ya que después veía las cosas de distinta manera, según tengo entendido".

Celia de Guevara llegó a formar parte de la intimidad de la pareja Vargas-Urquidi. Estuvo con ella casi tres meses. El teatro era su predilección, le gustaban las obras de Ionesco que se representaban en un escenario muy pequeño, casi familiar en el Barrio Latino.

Cuando se fue Celia, la extrañaron muchísimo. "Era una compañera completa, íntegra como amiga y como mujer". Al llegar a su patria, Argentina, la tomaron presa. Dos años después me enteré de su muerte a causa de una enfermedad incurable.

De las cartas que recibió de Celia, una, procedente de Montevideo, es muy elocuente:

"Los días se hacen largos en la cárcel, pero allí me indignaba pensar qué tendría que pasar por la censura todo lo que yo escribiera. Apenas desembarcada, sin dejarme siquiera echarle una mirada a mi querida ciudad de Buenos Aires me pusieron a la sombra. Acusación: llevar propaganda subversiva. Tuvieron el buen tino de no añadirla a mi equipaje pero tampoco existía".

"Pasé dos meses y diez días en la cárcel de mujeres junto con 16 detenidas políticas. Un magnífico juez, Kent, valientemente se jugó por mí al igual que otro magnífico abogado Diehl, que tampoco comparte mis ideas. Mi caso lo hicieron publicar en la revista Primera Plana. El juez Kent me sacó personalmente de la cárcel y organizamos así una fuga jurídica, porque todo el aparato de represión de la Argentina se movía para apresarme nuevamente. Pasé clandestinamente al Uruguay y aquí estoy desde entonces".

En la época que apresaron a la madre del Che, gobernaba una junta militar presidida por Arturo Illía, quien derrocó a Frondizi. Con la cárcel valorizaron políticamente a la señora Celia y su caso conmovió al poder judicial.

El ministro del Interior argentino extendió un decreto prohibiendo la aplicación del efecto judicial. Ella fue la única detenida que logró su libertad por un juez, porque en la Argentina de ese entonces la única autoridad era la policía.

La tía Julia cuenta que Mario gustaba mucho de las bellas canciones de protesta, en catalán por supuesto. "Como tenía las letras todos cantábamos en coro. Igualmente asistíamos a estupendos espectáculos del Olimpia. Allí escuchamos el último recital de esa gran mujer y cantante Edith Piaf, Yves Montand, Leo Perré, Juliette Greco, Charles Aznavour… también vimos “Los secuestrados de Altona”, una formidable pieza teatral de Jean Paul Sartre, el teórico del existencialismo que escribió también “Los caminos de la libertad”.



La señora Julia Urquidi y el autor de la crónica (1990)

REVELACIONES DE LO QUE VARGAS NO DICE

Recordando a Borges, la tía Julia afirma que el tiempo es olvido y es memoria.

En efecto, cuando ya la heridas del amor fatigado estaban cerrándose, y ya a tía Julia vivía los ensueños y problemas de su país, un quince de octubre de 1970, recibió junto con una curiosa carta de Mario Vargas Llosa un ejemplar de "La tía Julia y el escribidor".

Mario decía en esa misiva no haber escrito libro por razones exhibicionistas ni escandalosas ni nada que se le parezca.

"Mi propósito inicial era contar sólo la historia del autor de radioteatros que se vuelve loco: Luego, cuando ya estaba en pleno trabajo pensé que ese contraste entre el mundo real y el mundo imaginario guión que es básico en el libro se conseguiría mucho mejor si yo mismo me introducía en la historia, y refería la historia "real" de Pedro Camacho como un testigo de ella. Así, insensiblemente, fui incorporando ese material autobiográfico. En un momento dado se me ocurrió que, justamente, en mi propia vida había una especie de historia cerrada sobre sí misma -la de nuestro matrimonio- que podía constituir un contrapunto eficaz a las historias radioteatrales, una especie de reflejo o eco en la realidad real, del tipo de sucesos que ocurrían en la realidad imaginaria de la novela (los radioteatros). Mi intención fue alternar diez capítulos "irreales" con otros diez absolutamente verdaderos. Pero, como verás, tampoco he sido absolutamente fiel entre otras cosas, para poder hacer coincidir ambas historias, he tenido que alterar los tiempos, modificar algunos detalles, añadir o suprimir personajes. Creo, sin embargo, que en lo esencial no he traicionado nada. Muchas veces, en estos años, mientras escribía o corregía la novela, tuve la tentación de escribirte, para comunicarte lo que estaba haciendo, pedirte autorización, para hacer algo que es sin duda, en cierta forma, una profanación de la intimidad (y a veces hasta para pedirte ayuda cuando los recuerdos eran inciertos). Pero no lo hice por una profunda cobardía, pues ¿qué hubiera hecho si tomabas a mal la idea y me pedías que no perseverara en ella? Estaba ya demasiado avanzado el libro, y entusiasmado con el experimento para dar marcha atrás. En fin, espero que la lectura de esta novela -pues pese a todo, se trata de una novela y no de uña autobiografía-..."

Para la tía Julia, al terminar de leer la carta y hojear el libro, su sorpresa fue de tal magnitud que no supo si reír o llorar. Su familia se quedó tan asombrada como ella.

El libro de cerca de 500 páginas fue leído de un tirón y terminó llorando desconsoladamente. Muchas páginas tuvo que releerlas. Veía todo su matrimonio en retrospectiva y en cámara lenta...

"Me hizo mucho daño y me dio mucha cólera que Mario en particular escribiera sobre nuestra íntima y adelantada noche de bodas. Pensé que eso era muy nuestro, que nadie tenía por qué saberlo, no es que me avergonzara, ni mucho menos, no, nada de eso, el amor no es vergüenza, pero sí es respeto a uno mismo y a lo que se amó".

Otros pasajes del libro, refiere, también le disgustaron, pero siempre "con mi estúpido silencio no dije nada".

Pero no sólo Julia Urquidi fue la víctima. Raúl Salmón, que en la novela aparece como Pedro Camacho, el atribulado y plutoniano escribidor, retrato burlesco del modelo que del escritor tiene MVLL, fue años después burgomaestre de La Paz, Y más de una vez Salmón confesó públicamente que odiaba a Vargas Llosa y que en un eventual viaje de éste a Bolivia lo declararía persona no grata.

Vargas Llosa confiesa sus culpas en una carta que le dirige a su ex esposa:

“No sabes cuánto lamento todo el lío de Raúl Salmón. La culpa inicial es mía, por cierto, pues cometí el gravísimo error de decir a un reportaje, que el personaje estaba inspirado en él. Lo hice porque imaginaba que el Raúl Salmón de la realidad se había muerto, o seguía loco o perdido en el mundo. ¿Quién me iba a decir que era todo un señor de la radio (justamente) y que leería el reportaje. He tratado de darle explicaciones en múltiples reportajes, diciendo lo que es cierto: que el personaje del libro tiene solo algunos remotos coincidencias con él, que no debe sentirse ofendido pues su nombre no aparece ni por asomo, que es normal que en toda novela haya siempre un fondo de verdad, pero que ella jamás puede ser tomada como un documento fidedigno de personas o cosas de la realidad. Pero veo que nada lo calma y que sigue haciendo amenazas a diestra y siniestra. Ayer estuvo aquí un corresponsal de la radio boliviana y he hecho una declaración muy cuidadosa que ojalá la apacigüe".

Una idea de cómo es presentado Salmón en la novela "La tía Julia" se aprecia en el siguiente párrafo:

"Lo veía y no lo creía: jamás se paraba a buscar alguna palabra o contemplar una idea, nunca aparecía en esos ojitos fanáticos y saltones la sombra de una duda. Daba la impresión de estar pasando a limpio un texto que sabía de memoria, mecanografiando algo que le dictaban. ¿Cómo era posible que, a esa velocidad con que caían su deditos sobre el teclado, estuviera nueve, diez horas al día, inventando las situaciones, las anécdotas, los diálogos de varias historias distintas? Y sin embargo, era posible: los libretos salían de esa cabecita tenaz y de esas manos infatigables, uno tras otro, a la medida adecuada, como sartas de salchichas de una máquina. Una vez terminado el capítulo, no lo corregía ni siquiera leía: lo entregaba a la secretaria para que sacara copias y procedía sin solución de continuidad, a fabricar el siguiente. Una vez le dije que verlo trabajar me recordaba la teoría de los surrealistas franceses sobre la escritura automática, aquella que mana directamente del subconsciente, esquivando las censuras de la razón".

Bueno, Julia Urquidi pensó ilusamente que con el libro de "…el escribidor" se acababa realmente toda su atormentada historia, su odisea, pero, una vez más, se equivocó, como ella lo confirma.

En la fortuita entretenida y reflexiva entrevista que Julia Urquidi me concedió en el reluciente cabildo paceño de la Plaza Murillo, la cáustica y simpática periodista de la televisión bogotana, María José Jaramillo, le soltó a boca de jarro un comentario sobre la telenovelista Celia Alcántara y los lacrimógenos argumentos que La tía Julia ofrecía a la pantalla chica.

Pues, la referencia removió el pasado como un volcán de fuego contenido. La señora Julia Urquidi, elevó el tono de su voz para expresar: "Los sentimientos no se venden, y Mario Vargas Llosa lamentablemente los vendió", para luego explicar, detalle tras detalle, paso a paso, las razones que la llevaron a publicar, sin pretensiones literarias, su libro, tan difundido, "Lo que Varguitas no dijo". Luego entraría a ocuparse del futuro político de Perú y de su ex marido.

Julia Urquidi comentó que una nueva sorpresa fue leer en un periódico de Bogotá que se filmaría una "telenovela" con el argumento de su fracasado matrimonio, noticia que le causó profunda incomodidad; porque no era posible cometer esa aberración a partir de su vida, con un amor que fue tan intenso, tan sincero, sin egoísmos, lleno de renunciamientos y de lágrimas y que sólo existió para hacer de Mario un escritor, "afirmación que no sólo la hago yo sino que también lo dice él".

"Escribí a su esposa y a otros familiares, para que convenciera a Mario, de que no hiciera eso conmigo, pues él no tenía ningún derecho, a seguir utilizándome, que por favor desistiera, pero no escuchó", relata.

Refiere que una de sus hermanas le aseguró que Mario había jurado que en la telenovela no habría nada que pudiera ofenderla, que había revisado el guión y toda la filmación. "Pues era una mentira más. ¿Alguna vez dirá la verdad? No, no lo hizo, no le interesaba". De acuerdo a los reportajes en Colombia, vio únicamente una pequeña parte del primer capítulo. "Pienso que lo que sí tenía importancia eran los beneficios económicos". Sin disimular su amargura dice: "¿Qué pueden valer para él mis sentimientos ni mi imagen ante la gente? Esas son cosas tan pequeñas para un coloso de la literatura. Ya no le interesaba la mujer que se casó con él. Ya llegó donde quería. Ya estaba en el último peldaño del éxito".

En realidad la gota que llenó el vaso de la paciencia, fue cuando la cursi telenovela llegó a los hogares bolivianos. La familia y amigos de Cochabamba y La Paz no cesaron de incomodarla cuando vieron que capítulo tras capítulo el único ángulo que se había explotado era la diferencia de edades "que tampoco es como para tirarse de espaldas, pero que en el guión la presentan como "seductora de un muchachito".

"Si bien me gustó parte de la novela escrita, no quiero decir que estaba de acuerdo con ella. Créame amigo, que este asunto me ha causado demasiadas lágrimas cuando podía estar tranquila. No es culpa mía si a veces la verdad puede herir más que la "ficción" de un escritor", remarca.

A partir de entonces, la tía Julia confirma que nada quiso saber respecto de Mario.

El libro de Julia Urquidi, para no ser unilateral, también recoge versiones de Patria Liosa, donde ella afirma que "La tía Julia es fascinante y el romance, que es lo único que aparece en la novela y de alguna manera con mucho de ficción, es un romance envidiable, lleno de aventura, tan excitante que hubiera enorgullecido a cualquier mujer".

La autora de "Lo que Varguitas no dijo", dedicado a su sobrino Vargas Llosa, no ha roto, pese a todo, su cordón umbilical con el Perú.

La información del Perú en Bolivia es fluida, sobre todo la económica. No es extraño saborear en la mesa popular o en un exclusivo restaurante productos peruanos, que ingresan vía contrabando por el lago Titicaca o mediante la reexportación peruana haciendo mal uso de dólares baratos del Mercado Único de Cambio. La leche enlatada, el azúcar, los fideos, el arroz, abundan en el mercado boliviano. Igual ocurre con útiles escolares y de escritorio y con las medicinas. No así con los aceites vegetales, ya que la dinámica región tropical de Santa Cruz, que limita con Paraguay y el Brasil, desarrolla una exitosa producción agroindustrial de grasas, a partir de extensos sembríos de soya y que ya se comercializan en los supermercados de la gran Lima.

Estos indicadores del comercio, más la hiperinflación con recesión, la corrosiva subversión y el narcotráfico, no son elementos a favor para que una boliviana como Julia Urquidi tenga una opinión optimista sobre el actual partido gobernante del Perú

A Julia Urquidi siempre le gustó jugar a los caballos, asistir a los hipódromos y apostar a las carreras más inverosímiles. En su libro "Lo que Varguitas no dijo", cuya publicación, confiesa, quisieron silenciarla -con males artes- "con la compra de originales por una suma que no era de dejar pasar", recuerda que un día, haciendo caso omiso al pedigree y a las carreras ganadas por cada animal, apostó a un caballito que más parecía un burro. Curiosamente Mario Vargas también había apostado al mismo ejemplar.

Julia Urquidi tiene buenas y magníficas amigas peruanas. Estima mucho a la prestigiada psicóloga Masías, subdirectora de la más importante institución regional de prevención del consumo de droga (CEDRO) y a la periodista Elsa Arana Freire.

Ahora, mantiene excelentes relaciones con el gobierno de Paz Zamora, porque éste llegó a la Presidencia como fruto de una alianza con las fuerzas banzeristas. La Urquidi que fue secretaria privada de la esposa de Bánzer contribuyó en acciones gratificantes de ayuda a la población más necesitada, tarea tan urgente en los países como los nuestros. "Dar todo de sí por el bienestar de los demás, es sinceramente una satisfacción que no tiene precio. Esa era la manera de trabajar de la señora Bánzer", rememora.

Habla de sus viajes por el Brasil, Argentina, Perú, Paraguay, Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador, Estados Unidos y México, de donde recogió las leyes sociales de la mujer, el niño y el anciano. Sostiene que su país está mucho más avanzado que los otros de América Latina en esta materia. Y con este trabajo, llenó el vacío que había en su vida.