domingo, 26 de diciembre de 2010

MARIO VARGAS LLOSA, UN NOVELISTA SINGULAR

A veces oímos expresiones como estas: “Yo me hice solo” o “Yo surgí de la nada”. Aunque para quienes lo dicen sean verdades de puño, en realidad esconden una falacia: al margen de las cualidades sobresalientes que uno pueda tener y a los méritos propios, es imposible que algo surja de la nada. No existe ser humano que no necesite de una base para lograr hacer algo, ni de ayuda ya sea directa o indirecta que le sirva de impulso para lograr sus metas. Los hombres no somos seres independientes sino interdependientes. Y solo los seres geniales reconocen la deuda que tienen con el resto, tanto de las personas allegadas, como de otros genios que les antecedieron, sino recordemos al gran Newton afirmando lúcidamente que si vio “más lejos” se debió a que estuvo sobre “hombros de gigantes”.

No es de extrañar pues, que Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936), Premio Nobel de Literatura 2010 y gloria de las letras castellanas, en su discurso de la entrega del Nobel haya reconocido la deuda que tiene con los grandes forjadores de ficción literaria, como Dickens, Tolstoi, Balzac, Faulkner, Sartre, Cervantes, Malraux. Tampoco ha caído en mezquindad con respecto a los literatos peruanos, que desde el Inca Garcilaso han aportado y dado brillo a la lengua de Cervantes, tal como lo señaló durante la ceremonia de entrega de la medalla de la Orden de las artes y las letras que el gobierno peruano le concedió, premio que fue creado ex profeso para él. En especial reconoció la importante influencia que tuvo de Raúl Porras Barrenechea y Sebastián Salazar Bondy. Aunque Mario en un tiempo pasado fue muy crítico con los ejemplos de la llamada por él “novela primitiva” (mejor llamada “novela tradicional” o “clásica”), entre los que se contarían las novelas de Ciro Alegría y José María Arguedas, con el tiempo ha sabido reconocer las calidades de dichas obras, que conforman eslabones imprescindibles del proceso de la narrativa peruana. Nadie, sin embargo, le quitará a Mario el mérito de ser uno de los primeros narradores peruanos en asimilar las modernas técnicas narrativas, aprendidas de los grandes maestros europeos y norteamericanos. Aunque cabría señalar que el primero en aplicar dichas técnicas fue su compatriota Carlos Eduardo Zavaleta.

A continuación un ensayo sobre MVLL escrito por el maestro Luis Alberto Sánchez tomado de su ya obra clásica La literatura peruana. Escrito hacia 1975, es decir hace ya una generación, analiza las grandes novelas que el gran escritor produjo en la década de 1960 y principios de 1970, para muchos críticos lo mejor de la producción vargasllosiana.

Mario Vargas Llosa hacia 1978

UN NOVELISTA SINGULAR

Para algunos observadores superficiales, la narrativa peruana contemporánea comienza y concluye con MARIO VARGAS LLOSA (Arequipa, 1936). De un plumazo desaparecían narradores del calado del Inca Garcilaso, Ricardo Palma, Luis B. Cisneros, Clorinda Matto de Turner, Abraham Valdelomar, Ventura García Calderón, Enrique Carrillo, Manuel Beingolea, Enrique López Albújar, Cesár Falcón y, entre los recientes, Ciro Alegría, José María Arguedas, José Diez Canseco, Ernesto Reyna, Enrique Congrains, Luis Loayza, Manuel Mejía Valera, Alfredo Bryce, E. Vargas Vicuña. Las literaturas no nacen cada lunes ni mueren cada sábado. Viven y mueren sin cesar, encadenadamente. Eso lo dicen la experiencia, la crítica tradicional y la dialéctica hegeliana o la marxista. Pero, lo que indudablemente señala a Vargas Llosa de un modo particular, es su esfuerzo técnico, su voluntad de "oficio". Las tentativas que acomenten responden a determinaciones de su albedrío, no a consejos de su demonio interior. La expresión "inventor de la realidad" indica a todas luces un hecho nada casual ni espontáneo, ni neorrealista: es ultrarrealista y por tanto, sujeto a sus propias reglas.

Vargas Llosa estudió en Arequipa, Cochabamba (Bolivia)), Piura y Lima: una geografía docente de alta tensión. Su obra será tan variada como sus climas. Lo más decisivo de ese aprendizaje fue su permanencia de dos años, hasta 1952, en el Colegio Militar Leoncio Prado. Los errores de esa enseñanza de tipo castrense, dura y dogmática, producen, como reacción, varios de los cuentos. Los jefes (1958) y la novela La ciudad y los perros (1963), acerba y plástica crítica al régimen castroeducativo. Las vivencias de sus dos estadas en Piura cuajan en La Casa verde (1965). Como vivió con desagrado bajo el peso de la dictadura del General Odría, siendo estudiante sanmarquino, de ello extrae el material para Conversación en La Catedral (1969). De sus remembranzas de la adolescencia en Miraflores, en ese Parque Salazar que también inspira a Ribeyro y a Loayza, saldrá Los cachorros (1967), a nuestro juicio el más limpio de estilo y de mayor calado humano de todos los libros de Vargas Llosa, y, además, el menos artificioso, natural, "como un movimiento respiratorio". Sus observaciones sobre la vida de las guarniciones en la zona de la selva, le empujaron a escribir la esperpéntica sátira anti castrense Pantaleon y las visitadoras (1973). La observación de su propia técnica y la admiración por García Márquez darán por resultado su minucioso García Márquez, historia de un deicidio (1971). Sus prólogos, reportajes y comentarios tienen diversas fuentes: una de ellas la afición a las novelas de caballería, es decir, a lo mágico, común a todos los escritores latinoamericanos recientes, en este caso, concretamente, se trata de la leyenda de Tirant lo Blanc y la de Amadís de Gaula y la del Gargantúa de Rabelais. Para todo este largo menester, Vargas Llosa ha vivido en París, Londres y Barcelona por tan largo tiempo como en Lima. En esta última ciudad realizó sus primeros ensayos literarios en dos revistas truncas: Cuadernos de composición (1957) y Literatura (1958-59). José Miguel Oviedo, que le acompañó en ambas aventuras será quien escriba la pormenorizada exégesis crítica de su amigo y compañero, en el tomo Vargas Llosa: un inventor de la realidad (Barcelona, 1969).

La tesis primordial del estudio de Oviedo se reduce a algo muy simple y muy complicado: Vargas Llosa practica el neorrealismo, es decir, cultiva un neonaturalismo, basado en los aspectos feos y conflictivos de la sociedad en que existimos; pero ese mundo no es el que verdaderamente existe, sino uno que el propio autor fabrica pare poderlo describir a su modo. Si volteamos la figura deberíamos decir que se trata de un mundo anti-ideal, pero no realista; obedece a una idea, pero a una idea agresiva contra la justicia, la bondad, el honor, todos los ideales de la sociedad romántica, sea sociedad capitalista o socialista. Por consiguiente, los personajes que se mueven en esa atmósfera serán necesariamente caricaturescos. Si no llegan a ser "esperpentos" es porque Vargas Llosa hasta Pantaleón y las visitadoras ha rehuido la ironía, barroca y carnavalesca que practicaba Valle Inclán y se extiende de M. A. Asturias. Mestizo arequipeño no olvida la sequedad incaica, tan distinta al barroco maya y andaluz. Proviene de castellanos y quechuas: la raza cobra sus réditos algún día a sus criaturas. La obra de Vargas Llosa refleja ausencia de humorismo y un exigente control sobre la ternura que lo rebalsa, sobre todo en Los cachorros y La casa verde.

La novela así planteada puede conllevar gérmenes de un estilo aprendido en Robbe Grillé, Lerrante y Malaparte, pero es, ante todo, una cosecha de vivencias propias y ancestrales.

En los cuentos de Los jefes, por lo menos dos ("Los jefes" y "Día Domingo") son anticipios, aquel, de La ciudad y los perros y, este, de Los cachorros: son como capítulos en preestreno. La ciudad y los perros coloca ante el lector el cuadro de la enseñanza en el nombrado Colegio Militar. Pensamos que el antimilitarismo que de sus páginas emana escapa a un propósito político; es fruto de una reacción humana, rezago de algunas dolorosas experiencias juveniles. Los "perros" son los alumnos nuevos, los novatos, a quienes los antiguos tratan como esclavos; los instructores abusan de su poder, aparecen medrando y oprimiendo, crueles y voraces. Es la visión de un escolar, de un colegio desde adentro. Hay personajes amables, como uno de los capitanes, quien, además, corresponde a un ser extraído de la realidad. Las historias que taracean la novela tienen por base hechos efectivos, lo cual no constituye ningún mérito literario. Lo es contar como cuenta Vargas Llosa, en este caso, con un estilo cortado, en un lenguaje directo, todavía con resabios poéticos, de adolescencia.

La casa verde acusa el impacto de la larga estada en Europa y la absorción de técnicas nuevas: Robbe Grillet, Serraute, hasta cierto punto Sartre, Moravia, Malaparte y los nuevos novelistas ingleses, a quienes frecuentan ya el nuestro. Trata en esta novela de una historia piurana, en torno de un burdel, "la casa verde", al cual confluyen desde diversos puntos (la selva, la costa y la sierra) individuos que buscan placer y descanso sin hallarlos: como a Roma conducen todos los caminos, así en este libro, todos los deseos llevan a la "casa verde". Podría ser un símbolo, antes que una realidad. Sirve de todos modos, con un empíreo dinamizador, para ensayar la posibilidad de la simultaneidad en el relato, de una narrativa cinematográfica y, a la vez poética, o sea, objetiva y subjetiva, veloz y morosa. Se advierte el empeño de Vargas Llosa por conseguir que el lector pueda vivir de una vez episodios que sucedan en diferentes lugares, llevados a cabo por distintos personajes, pero al mismo tiempo. La unidad tiempo resucita, contrariando un precepto romántico, aunque se rompan, de acuerdo con este, las de acción y lugar. Cada uno de los pasajes está cargado de emoción lírica. El estilo difiere sustancialmente del que usa en la novela anterior, lo cual ocurrirá nuevamente si uno compara el de Conversación en la Catedral con el de Pantaleón y las visitadoras: el autor sigue buscándose.

En Los cachorros como que el autor se deja reposar para encontrarse al margen de tentativas técnicas, libre de todo artificio. El personaje "Pichula Cuéllar", a quien un perro bravo castra de un mordisco, mantiene una actitud humana y severa, más dolorosa por la sobriedad con que la describe el autor. Cuéllar es uno de los miembros de la partida de muchachos miraflorinos; habitués del Parque Salazar, donde Vargas Llosa tiene centrados sus mejores recuerdos. Los episodios de la escuela y de la calle son de una transparencia conmovedora. El estilo discurre fácil y expresivo, retratando los hechos como el cristal de un lago los árboles de la orilla.

Vargas Llosa había puesto gran ambición en la nutrida novela en que se proponía narrar la época de la dictadura de Odría, Conversación en La Catedral. La Catedral es un bar en el que se reúnen a conversar varios de los protagonistas, rememorando o describiendo sucesos del día. Los estudiantes que por ahí desfilan revelan una conducta ambigua: beben y a veces realizan actos de cruda sensualidad, más, cuando los encarcelan, ceden, y discuten todo el tiempo sin resolverse a actuar. No es que deban hacerlo en la novela si no lo hicieron en la vida real; es que se advierte en la obra un verbalismo, trasunto de la vida estudiantil, que desorienta, descorazona y a veces, desagrada al lector: en suma, no lo entretiene. La homosexualidad de uno de los personajes, presentado con un apodo "Bolo de oro" que correspondería en la vida real a una persona de actitud diferente; las escenas lesbianas, tan falsas como la junta de directorio que describe Arguedas en Todas las sangres no son de lo mejor que haya escrito Vargas Llosa. Nos atrae, en cambio, su afán de alcanzar éxito en reflejar diálogos múltiples, mediante el sistema de intercalar los coloquios de dos personajes, con los de otros dos, y éstos con los de otros dos, a fin de producir una sensación de simultaneidad que no resulta, sino al contrario, pues tiene como efecto confusión y desalienta a proseguir la lectura por embrollada. No es que el relato lo sea: lo es el artificio. De toda suerte, la ambiciosa tentativa debe frutecer en la nueva novela en la que como en los laboratorios, se recoja el producto de los experimentos cumplidos. La más clara comprobación de esta conducta de ensayo y tanteo es la estructura de la siguiente novela (Pantaleón y las visitadoras), en la que combina el sarcasmo con la broma, y el realismo con el esperpento, y donde utiliza (con exceso) documentos ciertos y ficticios.

La presentación crítica de García Márquez hecha por Vargas Llosa, nos coloca de nuevo ante un narrador, ahora abroquelado tras un aparato erudito exigente y excesivo, pero siempre ameno. El exégeta prefiere que en cada ocasión hable su sujeto, no él mismo. De tal suerte consigue ponernos en contacto inmediato con García Márquez y su obra, dentro del plan que el crítico y narrador se ha trazado. La tesis del libro recuerda la que, dos años antes, había utilizado J. M. Oviedo para juzgar al propio Vargas Llosa como un "inventor de realidad" (título que Torres Bodet había utilizado para caracterizar a Stendhal, Dostoyewski y Galdós). Todo el que inventa o crea una realidad, debe empezar por destruir la que existe y, como ésta es obra del Creador, de Dios, el primer paso consiste en destruir la obra de Dios, en un deicidio. Tal es el origen de la concepción crítica y del título del libro de Vargas Llosa sobre el autor de Cien años de soledad. A través del prolijo examen de textos se advierte que el crítico está haciendo la historia y glosa de su propia obra. No importa las diferencias de estilo y tema; los cimientos son los mismos. Se parte del propósito de reflejar la realidad, pero se tropieza o con la incapacidad de retratarla sin añadirle demasiado de su cosecha, o con la poca importancia de esa realidad si no, se le añaden adobos de la propia fantasía, o con la fantasía creadora que no se atreve a darse suelta, sin andaderas de supuestos realistas. Canso quiera se consideren estas tres alternativas, la que resulte ungida será la que convenga tanto al uno como al otro, o sea, a García Márquez o a Vargas Llosa. Este último pretende, sin duda, aplicar el método estructuralista, para que el autor emerja a su obra. Lo consigue a medias: esa media luz cruza la media sombra incógnita del auténtico García Márquez, no aparecido a plenitud a causa de tal limitación.

Es prematuro juzgar definitivamente a un autor que no ha cumplido los cuarenta años; que se distingue por su versatilidad creativa; que se halla en plena producción, y que en sus cinco narraciones ha intentado ya cinco caminos diferentes. No es posible sino dejar constancia de algunos puntos comunes, de algunas coordenadas comunes a las cinco obras, a saber: 1) decisión de demostrar que el mundo es feo, injusto y desagradable y, por tanto, urgido de corrección; 2) ruptura de la unidad de tiempo, en el afán de encontrar la simultaneidad imposible cuando solo se cuenta con el espacio y no con el tiempo; 3) intervención de lo mágico, de lo fabuloso, de lo inesperado, como en los esperpentos, y consiguiente aire caricaturesco de los personajes; 4) carácter local de los temas, o sea un declarado intento de dar vida a una narrativa estrictamente nacional o local; 5) aceptación expresa del método neorrealista, lo cual obliga a basarse en todo instante en toda o un fragmento de la realidad inmediata; 6) ausencia total de historicismo; 7) temática urbana o semirrural. Si uno coteja estas siete características con las de la novela peruana anterior, hallará algunas comunes a otros novelistas; la falta de ironía (Pantaleón es sarcástico) en cambio, es algo que jamás ocurrirá en nuestra literatura. Vargas Llosa no puede ostentar esa ausencia o manquedad como una cualidad por cuanto a veces se esfuerza por parecer irónico sin lograrlo; alcanza la mueca, no la sonrisa. Esta proclividad patética podría, por tanto constituir uno de sus rasgos definitorios. De él podría inferirse un propósito mensajista, aun cuando no lo haga en forma visible.
(La literatura peruana. Derrotero para una historia cultural del Perú. Tomo V. Cuarta edición y definitiva. Lima, P. L. Villanueva Editor, 1975. )

Mario Vargas Llosa en el bar "La Catedral"



MINIBIOGRAFÍA DE MARIO VARGAS LLOSA

Nació en Arequipa, el 28 de marzo de 1936. Sus padres, Ernesto Vargas Maldonado y Dora Llosa Ureta, ya estaban separados cuando nació. Pasó su infancia en Cochabamba (Bolivia), donde empezó su educación primaria en el colegio La Salle. En 1945 su familia volvió al Perú y se instaló en la ciudad de Piura, donde el niño Mario continuó sus estudios de primaria en el Colegio Salesiano. A los 10 años de edad conoció recién a su padre, con quien sostuvo una relación muy accidentada. Culminó su educación primaria e inició la secundaria en el Colegio La Salle de Lima (6º grado, y 1º y 2º años), para continuarlos en el Colegio Militar Leoncio Prado del Callao (3º y 4º año), y terminarlos en el Colegio San Miguel de Piura. Empezó laborando en el periodismo, tanto en el escrito como en el radial. En 1953 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Letras y Derecho. En 1955 se casó con su tía Julia Urquidi, de la que se divorció en 1963, para casarse con Patricia Llosa, su prima hermana. Paralelamente desempeñó hasta siete trabajos diferentes para cubrir sus necesidades económicas. Viajó a París a principios de 1958, luego de que uno de sus cuentos ganara un concurso promovido por la Revue Française. Tras un mes de estadía en dicha ciudad regresó a Lima. En San Marcos optó el grado de bachiller en Letras, a mérito de una tesis sobre las «Bases para una interpretación de Rubén Darío» (1958). Recibió la beca «Javier Prado» para seguir cursos de posgrado en la Universidad Complutense de Madrid, hacia donde se trasladó. En 1959 publicó su libro de cuentos Los jefes, que fue galardonado con el premio Leopoldo Alas, hecho importante pues incentivó aún más su carrera literaria. Pasó a París (1960), donde ejerció como profesor de español y, sucesivamente trabajó en la sección española de la Agencia France Presse y en la radio televisión francesa. En 1963 y bajo el auspicio del editor español Carlos Barral (del sello Seix Barral) publicó su primera novela, La ciudad y los perros, que fue bien recibida por la crítica, y que lo sumó al llamado “boom latinoamericano”. Luego se trasladó a Londres (1966), donde enseñó Literatura Latinoamericana en el Queen Mary College; y a la Universidad de Seattle, en el estado de Washington (1968). De esta época datan dos de sus grandes novelas: La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969). De 1970 a 1974 residió en Barcelona, dedicado a la creación literaria. Finalmente obtuvo su Doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid, con su tesis sobre García Márquez, que después se tituló García Márquez: historia de un deicidio (1971). Cumplido este ciclo europeo, retornó al Perú en 1974, aunque continuó recorriendo las ciudades de Europa y de América para atender los compromisos propios de su vida profesional. También se dedicó a escribir artículos para la prensa periódica, haciendo conocido su columna “Piedra de Toque”. En 1977 fue incorporado a la Academia Peruana de la Lengua. En 1981 fue conductor del programa televisivo de la TV peruana, “La Torre de Babel”, transmitido por Panamericana Televisión. En 1983 aceptó la solicitud del presidente del Perú Fernando Belaunde de presidir una comisión investigadora del caso Uchuraccay, donde murieron ocho periodistas investigadores del fenómeno terrorista. Desde entonces se acrecentó su interés en intervenir en los problemas políticos peruanos. En 1987 lideró el movimiento Libertad, surgido contra el estatismo propugnado por el gobierno de Alan García, y en 1990 participó como candidato a la presidencia de la República del Perú, encabezando el FREDEMO, una coalición de partidos de centro-derecho, pero perdió las elecciones frente al ingeniero Alberto Fujimori. A continuación, pasó una vez más a Londres, donde retomó su actividad literaria. También retomó la docencia en diversas universidades de Europa y Estados Unidos. En 1993, ante las amenazas del gobierno de Fujimori (convertido en dictadura desde 1992) de quitarle la nacionalidad peruana, aceptó el ofrecimiento del gobierno español para que adoptara la nacionalidad española. La Real Academia Española lo incorporó como miembro en 1994; ese mismo año fue galardonado con el premio Miguel de Cervantes, la máxima distinción de las letras castellanas. Después de la caída del régimen de Fujimori (2000) ha vivido alternativamente entre el Perú y España. Ha continuado escribiendo y haciendo cada vez más vasta su producción literaria. Sus obras han sido traducidas a más de 30 idiomas. En el 2010 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Su última novela publicada es El sueño del celta. Su obra literaria ha renovado la temática y la técnica narrativa y ha creado una galería de personajes y episodios que revelan con hondura los conflictos entre civilización y barbarie, cultura y oscurantismo, creación y destrucción, todavía presentes en la sociedad contemporánea.