jueves, 18 de octubre de 2012

Un humorista genial: ALFREDO BRYCE ECHENIQUE


El crítico literario Claude Couffon del prestigioso diario francés Le Monde publicó el 11 de noviembre [de 1983] un comentario a la Vida exagerada de Martín Romaña de Alfredo Bryce, calificando al autor peruano como humorista genial. Por su importancia reproducimos aquí la crítica, que nos revela el bien merecido prestigio adquirido por Bryce en el extranjero.

Alfredo Bryce Echenique. Foto: Jenny Woodman.

Por Claude Couffon

Aquellos que leyeron hace algunos años "Un Mundo para Julius"' de Alfredo Bryce Echenique captaron inmediatamente la originalidad de este novelista peruano, muy latinoamericano, por cierto, pero que parece navegar en contra de la corriente literaria de ese continente. No tanto voluntariamente, sin duda, sino por distracción. Al igual que el protagonista de su última novela, Martín Romaña, que viaja de Nueva York a París. Pero escuchemos ya la voz narradora:

“El cambio de avión en Nueva York complicó nuevamente las cosa, y se las complicó también, sin duda, a Angel Saldívar, un colombiano encantador que conocí en el aeropuerto, mientras hacíamos los dos nuestros papeleos ante el mostrador de Air France. Saldívar estaba regresando a Bogotá al cabo de varios años en París, lo cual dio lugar a larga charla acompañada de mil consejos que yo escuchaba atentamente, mientras continuábamos con los papeleos, y se estaba produciendo sin duda alguna la confusión de documentos y equipajes, confusión de la que sólo me di cuenta cuando mi avión aterrizó, por fin, en París. Putamadrée como loco, en vista de que ahí en castellano no me entendía nadie, pero no tuve más remedio que aceptar el rigor de la legislación francesa y comprender que un peruano llamado Martín Romaña no puede entrar en territorio francés con un pasaporte colombiano expedido a nombre y fotografía de Angel Saldívar".

Desde las primeras páginas de "La Vida Exagerada de Martín Romaña, el tema y el tono se imponen: esta larga novela, atestada de un humor explosivo, más anglo-sajón que hispánico, es la novela de la marginalidad. Al igual que Chaplin, con el que tiene tantos rasgos en común, Martín Romaña frota su inocencia contra las asperezas de una humanidad compleja e intolerante, que transforma su vida cotidiana en un perpetuo embrollo de desventuras burlescas. Refugiado en la soledad cómplice de su sillón Voltaire, Romaña cuenta para nuestro placer, que es inmenso, sobre las páginas blancas de un cuaderno azul que le ha regalado una chica de paso "para que lo llene de ella", tribulaciones de latinoamericano diferente a los demás, que trata de desmitificar con una irresistible gracia mezclada con mucha ternura, nuestra imagen de la América Latina.

Una Oveja Negra en el Redil de los Latinos

Primeramente, cuando llega a París, Martín Romaña no se refugia, como lo hacen sus compatriotas, en el desorden fraternal de una buhardilla colectiva. Aunque no cuenta entre los suyos, como su creador Bryce Echenique, con un virrey y un presidente de la República, dispone a pesar de todo de una renta paterna no desdeñable. Este hijo de buena familia, refinado y tímido, bien educado aunque tenga "más bien la tendencia a ser la oveja negra del redil", tiene su propio baño, que ve invadido día y noche por una colonia más desamparada que él, y que además le reprocha sus comodidades.

Porque ahí están presentes esos latinoamericanos pobres y exaltados, estudiantes o exiliados, grupos musicales, hippies andinos o costeños, la boina estrellada del Che, unidos por una bohemia delirante y patética. ¿Hará Martín igual que ellos? ¿Se casará con una francesa enamorada del exotismo y el folklore? No, él se casa con Inés, una limeña venida directamente del Perú, pero que resulta también ser una feminista militante y marxista-leninista. Las peleas tempestuosas se alternan con los momentos de reconciliación en el fondo de una cama desvencijada, tiernamente bautizada "la Hondonada". Inés-Martín conforman una pareja al estilo Guépard-Pasionaria, "algo sumamente divertido, a menos que se convierta en lo contrario, naturalmente".

En mayo de 1968 viene la ruptura con Inés. Romaña constata que él, sin lugar a duda, no ha nacido como los suyos, "para ser revolucionario, ni simpatizante, ni nada por el estilo". Ya no cree en la guerrilla que se hace desde París y muy a menudo al son de canciones. "Jamás canté El Cóndor Pasa y siempre evite, en medida de lo posible, el folklore latinoamericano, por el abuso demagógico que hacían los otros".

Sin embargo, el amor conduce nuevamente a Martín hacia las barricadas. Esta vez detrás de Sandra, una joven contestataria norteamericana que se acuesta con todos los latinoamericanos que conoce, en pago por los rigores impuestos a sus pueblos por su país imperialista. Pero Sandra ama demasiado a Martín para entregarse bestialmente a él como a sus amantes de un día. A fin de deslumbrarla y convencerla, Martín inventa una rocambolesca historia de terrorismo de la cual él es el héroe. Pero este nuevo James Bond, colocador de bombas, se enreda en el embrollo de sus propias explicaciones y cae en el fracaso.

En realidad, el éxito lo logra Martín Romaña con su asombrosa capacidad narradora. Un narrador que parece hermano de su creador, Bryce Echenique, ese latinoamericano exuberante, inclasificable pero genial. Lo frecuenta, además, y habla a menudo de él, de su soledad de novelista, de sus sinsabores, de sus humores. "Hay quienes piensan, afirma, "que ese tipo es un humorista, pero la verdad es que siempre está furioso, y que se la pasa gritando que está muy ocupado, cuando, en realidad, lo que esta es siempre muy preocupado..." ¡Querido Martín Romaña! ¡Qué no podría contarnos también de los éxitos de Bryce Echenique! De la historia tierna y truculenta de un mitómano que narra en "Tanta Veces Pedro". O de esa bella recopilación de cuentos, "Huerto Cerrado", que obtuvo en 1968 una mención en la Casa de las Américas.

Pero a través de sus mil y una aventuras de encantador desencantado, de "víctima de una educación privilegiada", él nos dice lo esencial: el inmenso talento de su inventor, un tal Bryce Echenique.

(Publicado en el Suplemento Dominical de “El Comercio”, Lima, Perú, 11 de diciembre de 1983).

viernes, 14 de septiembre de 2012

GUIA PARA LEER EL ULISES DE JOYCE



En 1922 fue publicada la novela Ulises, del escritor irlandés James Joyce, considerada un hito de la literatura moderna. Si bien la novela se limita a describir un solo día en Dublín (16.06.1904), Joyce pretendía saciar una aspiración enciclopédica: no sólo quería abarcar todas las facetas conscientes e inconscientes del hombre medio de su época, sino establecer también referencias históricas, científicas y mitológicas, relacionadas sobre todo con el héroe de la antigüedad Odiseo (Ulises). El protagonista de la novela es Leopold Bloom, de origen judío, quien se dedica al negocio de los anuncios. Este Odiseo moderno un tanto débil consigue superar todas las aventuras del día y regresar finalmente junto a su infiel esposa Molly. Bloom se cruza varias veces en su camino con el novel poeta Stephen Dedalus. Mediante la técnica del monólogo interior, la novela transcribe de forma minuciosa el flujo de las vivencias internas y externas de sus protagonistas. La corriente aparentemente caótica de ideas, recuerdos y sentimientos, propiciada por estímulos externos, se reproduce sin pasar por el filtro de la lógica. Particularmente virtuoso es el monólogo onírico y licencioso de Molly, una interminable «antifrase» con que concluye la obra. Si bien la novela parece hiperrealista por la reproducción del mundo interior de los protagonistas, de hecho pone en duda fundamentalmente la posibilidad de reflejar la realidad mediante la literatura. El autor recurre a saltos temporales, a bruscos cambios de perspectiva y, sobre todo, a juegos con diversos registros lingüísticos, que van desde el inglés de Shakespeare hasta el plenamente dialectal, desde la jerga periodística hasta la epopeya heroica. No fue la complejidad de su forma, sino el «tratamiento de los temas sexuales en el lenguaje cotidiano de las clases bajas» lo que impidió la publicación de Ulises en Gran Bretaña. En 1922 se publicó una versión censurada en París; la versión inglesa completa no se publicó hasta el año 1958.


PARA LEER EL “ULISES”
Por: Ricardo González Vigil
“Letra Viva”

Portada de la primera edición. París, 1922.
Si tuviéramos que escoger de la literatura de nuestro siglo un solo libro, no dudaríamos; elegiríamos el Ulises de Joyce. Algunos preferirían, acaso, algún título de Proust, Mann, Brecht o Pound; pero la mayoría no haría sino confirmar el hecho de que el Ulises es el libro que mejor condensa nuestra época en el aspecto técnico y en el contenido. Resulta revelador que sea la obra más influyente y la mejor estudiada; la lista de trabajos incluye a figuras de la talla de Valéry Larbaud, E. R. Curtius, E. Wilson, E. Pound, V. Woolf, T. S. Eliot, C. Jung, S. Gilbert, H: Levin, W. Tyndall, U. Eco, etc.

El problema es que Ulises es un libro demoledoramente difícil. Más que para leer, parece haber sido escrito para ser estudiado, para escrutarlo con comentarios al lado. Aquí, intervienen varias razones. Por un lado, la creciente especialización del arte desde los días del romanticismo, cada vez más alejado de la mayoría. Por otro lado, la complicación cada vez mayor de los libros que quieren ser summas de su tiempo. Para leer a Virgilio, debemos conocer los poemas homéricos, la lírica y la tragedia griegas, etc.; para leer a Dante, debemos añadir a Virgilio y la literatura latina, la Escolástica y la literatura medieval; para leer el Quijote, todas las formas novelescas anteriores a Cervantes... Para leer a Joyce, debemos conocer a cabalidad Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare, Rabelais, Goethe, Ibsen, etc., etc., por no insistir en temas filosóficos, teológicos, etc.

Agréguese la novedad técnica del Ulises. En toda la historia de la novela, sólo el Quijote ha efectuado una renovación comparable. Pero Joyce supera a Cervantes, y en general a cualquier escritor conocido (incluso a Dante y Goethe), en conciencia creadora, virtuosismo formal e inventiva técnica. Cada capítulo del Ulises modifica sus recursos expresivos, posee un estilo adaptado a la situación, a la hora del día, etc. Además, con increíble minuciosidad, Joyce captura los detalles más variados de la mente, apresada en un "fluir de conciencia" que se ajusta a los puntos de vista de cada personaje: tenemos así sensaciones, recuerdos, ideas, etc. que se suceden con la libertad y dinamismo del mundo psíquico visto desde adentro, en una inmediatez aparentemente caótica. Eso permite que un pasaje produzca efectos cientos de páginas después, por asociación de ideas, recuerdos, sensaciones, etc., en una solidaridad proteica e impredecible como la que ostenta la mente misma. El lector fácilmente se pierde al, no memorizar todos los detalles de una novela con cientos de personajes, en base a la cual bien podría levantarse un catastro del Dublín de 1904, calle por calle, establecimiento por establecimiento.

El arsenal técnico desea, pues, ayudar a retratar con fidelidad toda la experiencia humana, sin los recortes y simplificaciones de la narrativa "tradicional", aferrada a la lógica, a las ideas claras y comprobables, a los puntos de vista constantes de principio a fin, etc. El mundo de Joyce se desnuda por debajo de las fáciles caretas de las personalidades adquiridas, los conceptos aprendidos, los sentimientos censurados. Respira con una naturalidad cercana a la del instinto y, por supuesto, a la del sueño, situación a la que se acerca el famoso monólogo interior del último capítulo, cuando Molly se esta quedando dormida (en Finnegans Wake tendremos el sueño sin ataduras). Sorprende la decisión con que Joyce lo dice todo, desde las funciones orgánicas más silenciadas hasta las especulaciones metafísicas más sublimes.

(Hagamos un aparte para comparar la variedad de estilos y puntos de vista del Ulises con la pintura cubista y el lenguaje cinematográfico. Un cuadro cubista de Picasso nos ofrece un rostro visto desde varios ángulos a la vez: de frente, de perfil, triste, alegre, etc. cual visión totalizadora de lo queda pintura "tradicional" reducía a una sola óptica. El, montaje cinematográfico permite, a su vez, que continuamente pasemos de un plano a otro, que la visión se mueva para adelante, para atrás, en el tiempo y en el espacio, etc. Mientras que en el escenario teatral privilegia una sola perspectiva, la pantalla continuamente modifica el punto de vista).

Finalmente, subrayemos la densidad simbólica de las narraciones de Joyce, sobre todo del Ulises y el Finnegans Wake. En este aspecto, Joyce demuestra que, además de haber tomado mucho de la literatura del siglo XIX, se empapó de Santo Tomás de Aquino, Dante y los autores medievales que abordan los sentidos de un texto: literal, alegórico, anagógico y tropológico. Joyce introduce a la novela (en mayor proporción que Musil, Mann o Proust) un profundo simbolismo, más complejo que el de La Divina Comedia o el Fausto, hasta entonces los libros de mayor espesor significativo.

Sin ánimo de agotar el tema, señalemos que Ulises utiliza elementos de la Odisea, la Biblia, Hamlet, la Noche de Walpurgis, el Talmud, etc. Cada uno de sus 18 capítulos corresponde a una hora del día 16 de junio de 1904 (cuando Joyce tuvo, en la vida real, su primera cita con su futura esposa Nora Barnacle), a una aventura de La Odisea, a una parte de la misa, a una disciplina científica o artística, a un órgano del cuerpo humano, a diversos rituales religiosos, etc. Alardes como el del capítulo de las Sirenas, escrito según los cánones de una fuga; o el de los Bueyes del Sol, que alude a la maternidad y el parto mediante una prosa que, párrafo a párrafo, reproduce el desarrollo de la literatura inglesa desde la Edad Media hasta fines del siglo XIX.

Abordemos los haces simbólicos principales, relacionados con los tres protagonistas:

1) Bloomes Leopold es asimilado a Ulises, Shakespeare, el padre de Hamlet, el Judío Érrante, etc.

2) Stephen Dedalus investido como Telémaco (el hijo de Ulises), Hamlet Shakespeare (hijo del gran dramaturgo), Hamlet, el artista en exilio, etc.

3) Molly Bloom, vinculada con Penélope, Anne Hathaway, la madre de Hamlet, Gea Tellus (la Tierra), etc.

Joyce propone a Bloom como el hombre característico de nuestro tiempo, con sus virtudes y defectos, con su mediocridad humanísima. Precisamente, el personaje griego Ulises le parecía a Joyce el más integralmente humano de todos los de la literatura universal. Su esposa, Molly, es retratada como el principio femenino que posibilitará el encuentro de Leopold y Dedalus. Por su parte, Stephen Dedalus encarna al Artista que ha roto con todo para hacerse intérprete de la existencia. Dedalus es también el joven, el desterrado sin padres ni patria; Bloom es el adulto, el errante sin hijo y sin hogar. Al aceptar como padre al hombre mediocre, el artista fusiona la rebeldía y la resignación, la bohemia y la burguesía, la juventud y la madurez, la inteligencia y la sensorialidad, etc.

Nótese cómo Joyce subraya referencias a Grecia y la Biblia: el mito del artista Dédalo, el personaje Ulises y el hecho de que Bloom sea un judío. Como en el caso de Dante, Joyce esta aludiendo a los dos pilares mayores de Occidente: la cultura grecolatina y la religión judeocristiana. Estas dos fuentes surgieron al Este de Europa, en el Levante: amanecer de la cultura occidental. La acción de Ulises, en cambio, acaece en Irlanda al Oeste de Europa, en el Poniente: decadencia y término de la cultura occidental. Como Mann, Joyce registra genialmente el deterioro de Europa. Un deterioro que ha distorsionado la odisea homérica y el éxodo bíblico, impidiendo subsista el heroísmo de otrora: Bloom es un fracasado sin las virtudes físicas e intelectuales de Ulises, Molly es una adúltera sin la fidelidad de Penélope, etc.

Como única epopeya posible, queda la del artista: mito de liberación y autoconocimiento, de rebelión contra todos los sistemas opresivos.

(Publicado en el Suplemento Dominical de “El Comercio”, Lima, Perú, 7 de febrero de 1982).

domingo, 15 de julio de 2012

JOSÉ SANTOS CHOCANO, EL "CANTOR DE AMÉRICA"


Adusto, severo, inflexible, el poeta posa para el fotógrafo Manrique en Caracas, 1922.

 Este artículo fue publicado en una revista limeña en mayo de 1975. Su autor es el padre Salomón Bolo Hidalgo, quien con toda razón mostraba su ira contra el injusto tratamiento que los “círculos oficiales literarios” del Perú han venido dando al célebre “Cantor de América”, uno de los grandes de la literatura peruana e hispanoamericana de todos los tiempos. Un genio auténtico naturalmente puede causar controversia por algunos de sus actos que haya cometido, pero ello no debería ser óbice para reconocer el talento y la influencia que tuvo en su momento. Muchos ilustres críticos, como el endiosado José Carlos Mariátegui, demostraron pobre criterio al juzgar la obra de Chocano, achacándola de ser excesivamente “exuberante” o “superficial” o de ser un simple “versificador”, cuando en esa obra hay muchos y variados matices para explorar, especialmente en el plano intimista. Pesó en tales desatinados comentarios el odio ideológico y personal más que otros criterios de valor. Algo imperdonable para los “bolcheviques” peruanos de su tiempo era que Chocano se declarara simpatizante de las “dictaduras organizadoras” del continente, entre ellas la de Leguía. El asunto es que Chocano tenía su propio concepto político, tan respetable como lo podría ser lo de la “dictadura del proletariado”, por lo que las simpatías políticas no deberían ser razón o excusa para desdeñar el talento literario de alguien. De otro todo, todos concuerdan en execrar al poeta el crimen de Edwin Elmore, hecho de por si lamentable, pero en algunos libros se ha descontextualizado y omitido detalles significativos de ese episodio, con la clara intención de presentar a Chocano como un criminal frío y desalmado; lo cierto es que el tal Elmore, un joven impetuoso que presumía de “librepensador”, no hizo sino todo por provocar la ira del poeta, hasta que por un azar del destino se tropezó con éste, dándole aquella bofetada que le sería fatal…

EL CANTOR DE AMÉRICA, CIEN AÑOS DESPUÉS


Pocos conocieron al padre del poeta, don José Félix Chocano de Zela. Justamente allí lo tenemos, con su noble barba blanca, rodeado de los pequeños Eduardo, Alberto y José Santos Chocano Bermúdez, todos hijos del Cantor de América.
Comenta: Salomón Bolo Hidalgo


Es increíble el sectarismo de cierta prensa "socializada", que publicita a extranjeros que no llegan al relieve de grandes peruanos, o que nos habla de unos peruanos con desconocimiento total de otros. El 14 de mayo de 1975 se cumplió el Primer Centenario del nacimiento de nuestro más grande poeta de América, y sin embargo ni el INC le rindió el homenaje debido, ni la Municipalidad de Lima lo recordó como debía, ni se ha puesto siquiera primera piedra del mausoleo que la nación le debe. ¡Increíble, pero cierto: el gran Chocano, el inmenso Chocano es el gran olvidado en Perú, su patria!
Y sobre la tumba de ese gran hombre, para que todo el mundo los vea, hay dos gruesos errores: figura como fecha de su nacimiento el 15 de mayo de 1875, cuando en verdad su nacimiento fue el 14 de mayo de 1875. Como fecha su muerte aparece el 3 de diciembre de 1934 cuando todos sabemos que fue el 13 de diciembre de 1934. ¿Qué hace el INC? ¿Para qué está INC? ¿Sólo para presentar barboncitos por televisión, o barboncitos y lampiños que no saben ni dónde están parados?



¿Por qué en el INC están los retratos de escritores e intelectuales que evidentemente son dignos de recuerdo pero que no han tenido la prestancia y el talento superior de Chocano? Alguien podrá decir que "toda comparación es odiosa", pero hay que terminar con una mentira que sólo sirve para amparar la mediocridad o la discriminación odiosa y sectaria. Para distinguir, para establecer una verdadera escala de valores, la comparación es necesaria. Si no, ¿cómo podré distinguir entre el héroe y el traidor? ¿Cómo la diferencia entre el graznido de un cuervo y el gorjear de un jilguero? ¿Cómo distinguir sin compararlos el croar de una rana del cantar de un ruiseñor? ¿Cómo distinguir entre un micro-intelectual como Winstoncito Orrillo que se atreve a decir en el diario "Expreso" (¡tenía que ser allí!) : "A Chocano le hizo falta una tesitura ideológica que le fue imposible alcanzar por sus excesivos lastres individualistas", frente a un gigante intelectual como don Miguel de Unamuno, quien llama a Chocano "El Cantor de América", o frente a esos otros gigantes que como Rubén Darío, dicen que "Chocano concreta el decir de todo un continente", o frente a esos verdaderos revolucionarios que como Pancho Villa, exclaman: "Si Chocano fuera mexicano, sería el presidente triunfador de la revolución", o que como el General Venustiano Carranza, Presidente de México, afirman: "José Santos Chocano no es tan sólo el símbolo de la Revolución, es el luchador auténtico de los derechos democráticos de los pueblos de nuestro continente, por lo que el Perú debe sentirse orgulloso de tan preclaro hijo"?


Todos los que hablan de Chocano sin conocer al verdadero Chocano sólo son pedantes ridículos a los que hay que decir con todas sus letras: "¡Por favor! ¡Estudien antes de hablar o de escribir!


Para ilustración de esos que hablan de Chocano sin conocerlo debidamente, para esos funcionarios que mientras rinden "homenajes" a mediocridades, olvidan al gran Chocano que no lo fue un gran poeta sino formidable político y un auténtico revolucionario, consignaré lo que han dicho de él personalidades de primer orden y sintetizaré lo que enseñó en su desconocida obra: "Idearium Tropical", y que el INC debería reeditar, con el permiso correspondiente, en vez de tantos mamotretos que dan risa cuando no lástima.

Personalidades que hablan de Chocano

Además de las personalidades que hemos citado, políticos, revolucionarios y poetas han mostrado su admiración por José Santos Chocano Gastañodi, inmenso poeta, político y revolucionario que, como todo gran hombre, ha sido, es y será por mucho tiempo, centro de contradicción. Las almas pequeñas, inficionadas de envidia, verán en él, más que sus resplandores inmortales, sus sombras pasajeras. En cambio, las almas nobles que comprenden que no hay sol sin nubes, verán en él lo que tantos y tantos grandes vieron en José Santos Chocano.


El Presidente Wilson, de los EE.UU. de N.A. dice: "Chocano no es sólo un gran poeta, es el genio que nos trae la verdad de los pueblos".


El General Álvaro Obregón afirma: "Santos Chocano es la armonía de la Revolución".


José Vasconcelos añade: "Chocano es el verso de la revolución".



Antonio Caso asegura: "Chocano es el apóstol de la Humanidad".



J. Puig Causarang concluye: "Chocano: es débil como un niño en lo íntimo; indomable cuando defiende lo justo; arrogante cuando canta lo bello, y su verbo electriza las multitudes cuando defiende su auténtica democracia".


José Enrique Rodó profetiza diciéndole a Chocano: "Reconocí en Ud. al poeta que, por raro y admirable consorcio, une la audacia altiva con la firmeza escultórica de la forma; y que, con generoso designio, se propone devolver a la poesía las armas de combate y su misión civilizadora, acertando con el derrotero que, en mi sentir, será el de la poesía americana".


¿Sabían esto los detractores de José Santos Chocano?

Como diplomático, Chocano obtuvo grandes triunfos en Colombia, Nicaragua, Guatemala, México, Panamá, España. Amigo y colaborador de presidentes del Perú y del mundo, cuando su vida es amenazada, 12 presidentes piden a Guatemala por la vida del poeta; se une a ellos la voz del mismo Papa Benedicto XV, y de los más grandes intelectuales del mundo, que lo arrancan de los que Chocano dijo: "Tiene razón el pueblo en pedir mi cabeza: porque no la tiene".

Hasta el Zar de Rusia, Alejandro I, manifestó su admiración hacia Chocano.

¿Y qué decir de la ceremonia de su coronación por la Municipalidad de Lima, el 5 de noviembre de 1922, con la adhesión de 92 provincias del Perú, y en donde fue aclamado por las multitudes y por esas personalidades de nuestras letras que se llamaron Dr. Clemente Palma. Enrique Bustamante y Ballivián, Felipe Sassone, José Gálvez, Modesto Molina, José Fianson, Roger Luján Ripoll, José M. Eguren, Delia Castro de González, Percy Gibson, José Chioino, Clodo Aldo, Humberto Solari, Federico Bolaños, Ramiro Pérez Reinoso, Ricardo Walter Stubbs, etc.?


¡Ni César Vallejo ni José Carlos Mariátegui tuvieron tanta resonancia mundial!

Chocano político revolucionario

Desde Torreón, el 29 de marzo de 1915, el gran Pancho Villa escribía: "Señor José Santos Chocano. Muy estimado amigo: Complázcome en felicitar a Ud. por haber sabido interpretar los ideales de la Revolución Mexicana". Y concluía: "La labor de Ud. acompañando al pueblo mexicano, en estas horas de dura prueba, es digna del mayor encomio".


¡Y no sin razón! En el Programa de la Revolución Mexicana, Chocano planteaba soluciones certeras al problema agrario, al problema bancario, al problema minero, en el que entre otras cosas decía: "Hay que nacionalizar las minas de carbón y los yacimientos de petróleo, como medida necesaria para garantizar, entre otros derechos, el de neutralidad nacional en lo referente a combustible de guerra". ¡Y no era todo! Si Camboya hubiera leído y seguido los consejos que hace más de 60 años diera Chocano a Colombia para que no perdiera Panamá, hoy Camboya no hubiera sufrido la humillación que ha tenido que padecer.


¡No es todo! Chocano hablaba ya, en esa época, del problema contributivo, del problema municipal, del problema obrero, en donde ya señalaba la necesidad de un Código de Trabajo, de horas de trabajo, accidentes, seguros, cooperativas, la creación del "Museo Social y de Trabajo", de leyes de protección para el hogar obrero, y sobre la institución de cámaras obreras mixtas, es decir, con obreros y propietarios en todos los Estados. La Propiedad Social y la Comunidad Industrial, ¡prácticamente estaban anunciadas y señaladas ya por Chocano! ¡Y no es todo!


Chocano habla del problema militar, sanitario, usurario, editorial, administrativo judicial, legislativo, electoral, y termina con una frase contundente: "Los principios son como las estrellas que brillan sobre todos, sin que nadie alcance a hacerles daño".


Su Canto a Bolívar, "El Hombre Sol", al "Morro de Arica"; sus poemas "Excélsior", "Ante el Pueblo", "Para todos", "A los que sufren", "Estigma", "Rebeldia", `Blasón" "Proclama", "Desde la Cumbre", "Alma Fuerte", "La América Loca" "El Canto del siglo", "Sinfonía heroica", "Tríptico heroico", "Oda cívica", "La Tierra del Sol", "Cahuide"', "Plegaria lírica a Santa Rosa de Lima", "La canción del camino", "Otra vez será", "¡Quién sabe!", "El alma primitiva", etc., demuestran que José Santos Chocano no sólo fue un gran poeta sino un gran político y un gran revolucionario!



¡A corregir, pues, nuestros yerros! Y a hacerle el mausoleo que por ley ya se le debería haber hecho y a colocar en sitio de honor su retrato en el INC.

 
Chocano, el gran olvidado, será siempre orgullo del Perú.

Los hijos del poeta: Alberto y José Santos, esperando la llegada de los restos de su padre en el aeropuerto, mayo 65.





domingo, 6 de mayo de 2012

LA TIA JULIA Y EL ESCRIBIDOR


ACUSO A VARGAS LLOSA
Por: Enrique Chirinos Soto

Mario Vargas Llosa

Este es la tercera o cuarta oportunidad, en la que, por culpa directa de Mario Vargas Llosa —en delito flagrante que tiene ya los caracteres de la contumacia—, paso una noche entera —no, como debería, en los brazos reparadores de Morfeo— sino de claro en claro, al modo de don Quijote, y entregado a la lectura, voraz e irrefrenable, de la más reciente de sus novelas.

La vena no simplemente satírica, irónica o humorística sino francamente jocosa, en la mejor tradición cervantina, de la que ya había asomo y traza en "Los Cachorros", y a la que debemos ese monumento a la alegría báquica o pánica que es "Pantaleón y las Visitadoras", nuevamente se desborda, se entretiene y se recrea consigo misma —para regocijo de lectores—, en "La Tía Julia y el Escribidor".

La ironía es el recato de la burla. Entiendo que el humor es, por su parte, la sonrisa. Don del ingenio, representa virtud eminentemente británica. No hace ruido, porque no está bien hacerlo, según los cánones del comportamiento victoriano. En cambio, la vena jocosa del primero de nuestros novelistas —por otra parte, tan mordaz, vivaz, inteligente y atrevida— es la carcajada. En el silencio medroso de la noche, cuando salen de su mansión los olvidados, como decía Rubén Darío, Vargas Llosa me hace desternillar de risa hasta la tos y el ahogo.

El primer Vargas Llosa que conocí fue el de "La Ciudad y los Perros". También me tuvo insomne, aunque espeluznado y con espanto. Era un nuevo Dostoiewski, en descenso hasta el fondo más hondo del trágico proyecto o la cabal miniatura de hombre que son los niños. Era patético y, a la vez, helado. Operaba una diligente y despiadada cirugía del espíritu. Por entonces, me desempeñaba yo como corresponsal de 'Visión" en Lima. Creo que estuve entre los primeros en saludar, con entusiasmo, para un auditorio continental, el orto de un talento deslumbrante, en el que muy bien podía encerrarse el genio.

Pero, cuando atraído acaso por el título, leí. "Pantaleón" — Einstein, cráneo. IBM de una logística inesperada cuanto puntual y eficientísima—, Vargas Llosa me dio llave de ingreso al mundo de su alerta travesura, que de nada se asombra y de todo toma nota. Temí que "Pantaleón" fuese nada más que paréntesis entre dos tragedias. O tanteo o experimento del autor para demostrarnos y demostrarse que podía hacernos reir cada vez que así lo quisiera. Pero "La Tía Julia y el Escribidor" confirma que Vargas Llosa da lo mejor de sí a la hora en que conjuga el talento y la asombrosa capacidad de observación con la bonhomía. Ha encontrado, creo, su venero. Confiamos en que brote, en que siga brotando, el chorro de la fuente. Lejos, como ahora, de prejuicios ideológicos, ajeno a resentimientos que en él serían postizos. El arte tiene, en sí, su propia justificación. De una manera u otra, la intención ultra-estética resulta fenicia o filistea.

Para ponerme ahora serio o, eventualmente, pedante, diré que, a mi juicio, "La Tía Julia y el Escribidor" se desarrolla en tres planos. El primero, el más superficial, es el autobiográfico. Si Vargas Llosa ha tenido necesidad de catarsis para confesarse, interesa, me parece, a la paleontología literaria. No a la Literatura propiamente dicha. A ésta interesa el puro resultado artístico. Vargas Llosa se confiesa —si se confiesa— con delicadeza y elegancia. En "La Tía Julia" nos hace entrever un adorable personaje femenino, tan seductor, en su estilo, como la Susan linda de Alfredo Bryce.

El segundo plano es el de la colosal y caótica peripecia del "Escribidor". Tampoco interesa si es o ha sido real o no. O si Vargas Llosa lo ha recreado, retocado, aderezado. Tal como no interesa si Cervantes conoció —o inventó— a un rústico socarrón llamado Sancho Panza. El "Escribidor" existe y existirá para siempre. En su diminuta estatura. En los atrevidos vuelos de la fantasía que a esa altura corresponden. En su patológica, sistemática, coherente, compacta aversión a los argentinos, uno de los elementos más cómicos del libro. Como para llorar de risa. A pesar de que, por ejemplo en mi caso, quiero a la Argentina como mi segunda Patria.

El tercer plano —y el verdadero, en mi opinión— es el de las múltiples novelas que Vargas Llosa compone por cuenta del "Escribidor", las cuales, como ríos separados pero adscritos a la misma hoya, confluyen hacia la entreverada corriente de la confusión más inenarrable. Aquí se nos ofrece una cantidad de personajes y destinos —yuxtapuestos, contrapuestos, interpuestos— que nada o poco tienen que envidiar al mundo de Macondo. Son como un corte vertical y también horizontal en la geología espiritual de Lima y hasta del Perú profundo.

La niña bien que se casa mal; el sargento de policía que a sangre fría mata al infeliz a quien la superioridad no encuentra clasificación administrativa; el testigo de Jehová acusado de estupro; el hijo de pioneros selváticos a quien el recuerdo de una desgracia familiar convierte en enemigo devastador y a muerte de la especie de los roedores; el propagandista médico cuya vida se tuerce en una curva de la carretera; los aristócratas provincianos y venidos a menos en la capital; el presbítero de vanguardia que utiliza en las barriadas el pugilato y hasta la chaveta como eficaz instrumento de apostolado; el hijo de papá que debería ser presidente de la república y asciende, en cambio, a árbitro de fútbol; el esmirriado y platónico trovador criollo que se enamora de la monjita angelical; ¿cuál es —me pregunto— el personaje que falta en esta comedia peruana que presenta nuestro Balzac? Como telón de fondo, aparece la hecatombe que de veras se produjo en el Estadio Nacional, pero que pudo producirse en la Plaza de Acho o en el Convento de los Descalzos.

Al procedimiento que consiste en utilizar episodios lúgubres, para arrancarnos carcajadas, en vez de lágrimas, supongo que se le llamará humor negro. El lenguaje es eficacísimo. La sintaxis, perfectamente articulada. El adjetivo se adhiere invariablemente al sustantivo o le da caza con la fuerza impregnadora del epíteto.

De los signos de puntuación, Vargas Llosa hace el uso que le da la gana para expresar, sugerir, insinuar lo que, en cada momento, le da la gana. El relato discurre con la misma facilidad que el agua al través de una red de microscópicos canales aparentemente entreverados, pero regidos por un designio geométrico, anticipado y superior.
En definitiva, se trata de una obra maestra. Por eso— como un Vigil o como un Emilio Zola al revés— la libertad de este laudatorio "Yo acuso".

(Tomado de: ''Historia de la República''. Tomo II, pp. 289-292. Lima, AFA Editores, 1985.)

Julia Urquidi Illanes, tía política y primera esposa de MVLL, la “tía Julia” de la vida real. 

martes, 1 de mayo de 2012

CÉSAR VALLEJO, EL POETA QUE RECORDABA SU MUERTE


César Vallejo y Georgette Philliphart, en Versalles, verano de 1929. Foto de Juan Domingo Córdoba Vargas.






César Vallejo, el gran poeta peruano (1892-1938), tuvo una visión de su muerte, 18 años antes de que ésta ocurriera.

Ese episodio tétrico de la vida del “poeta universal” lo ha relatado el filósofo y escritor Antenor Orrego en su libro Mi encuentro con César Vallejo.

Orrego, qué duda cabe, fue una persona seria y talentosa, que sería incapaz de inventar algo así. No hay ninguna razón para dudar de su credibilidad.

El episodio ocurrió en 1920, cuando César Vallejo se encontraba refugiado en la casa de Antenor Orrego, en Mansiche, Trujillo (costa norte peruana), eludiendo la persecución policial a raíz de una falsa acusación de vandalismo y asesinato. Orrego, que por primera vez veía al poeta, hizo rápidamente amistad con él. Vallejo, en un rapto de confidencia, le contó que a veces tenía visiones extrañas, en las que se veía participando en situaciones que no le habían ocurrido, pero que extrañamente le parecían recuerdos, y que tiempo después se cumplían. Pero hubo una visión en particular que llenaría de terror al poeta y que lo angustiaría por muchos días, y que ocurrió precisamente cuando se hallaba junto a Orrego. Leamos el relato que hace éste al respecto:

Antenor Orrego
“Algún tiempo después fui testigo presencial de una nueva manifestación de esta proclividad visionaria. Vallejo estaba asilado en mi rústica casa de campo —en Mansiche, pueblecillo rural cercano a Trujillo— que nuestros amigos la bautizaron con el nombre de "El Predio". El poeta eludía, por esa época, la persecución de la justicia a consecuencia de los sucesos de Santiago de Chuco. Dormíamos ambos en el único dormitorio de la casa. Una noche despertéme sobresaltado a los gritos angustiados de mi huésped que me llamaba desde su lecho. Cuando abrí los ojos en la penumbra, Vallejo estaba delante de mí, temblando como un azogado de la cabeza a los pies:

Acabo de verme en París —me dijo— con gentes desconocidas y, a mi lado, una mujer, también, desconocida. Mejor dicho, estaba muerto y he visto mi cadáver. Nadie lloraba por mí. La figura de mi madre, levitada en el aire, me alargaba la mano, sonriente.

Y añadió:

—Te aseguro que estaba despierto. He tenido la visión en plena vigilia y con caracteres tan animados como si fuera la realidad misma. Siento que voy a perder el juicio. Levántate, por favor.

Inútiles fueron mis esfuerzos para calmarlo. No dormimos ya el resto de la noche. Hicimos café. El alba nos sorprendió conversando.

Cada vez que recordaba esta circunstancia tenía la certeza que habían tenido su raíz en esa visión, aquellos bellísimos y admirable versos en que se siente batir un extraño aletazo de misterio y que comienzan así:

"Me moriré en París con aguacero,


un día del cual tengo ya el recuerdo...

Y aquellos otros en que el poeta anticipa la escena de sus propios funerales:

... mi defunción se va, parte mi cuna,
y, rodeada de gente, sola, suelta,
mi semejanza humana dése vuelta
y despacha sus sombras, una a una...

La confirmación me la dio el mismo Vallejo cuando me envió desde París, en las postrimerías de su vida casi, la copia de ambas composiciones, con una nota al pie que decía: "¿Recuerdas, Antenor, esa visión terrorífica que tuve una noche en tu casa y que me causó tan invencible pavor?”.


Este episodio es también narrado por un acucioso investigador de la vida del vate peruano, Juan Espejo Asturrizaga, en su libro “César Vallejo itinerario del hombre”. En un acápite de dicho libro, con el título de "Una visión premonitoria", se lee lo siguiente:

"… César tuvo una noche una visión que lo llenaría de terror y lo angustiaría por muchos días, siendo el tema de sus conversaciones.

"Estaba despierto, decía, cuando de pronto me encontré tendido, inmóvil, con las manos juntas, muerto. Gentes extrañas a quienes yo no había visto nunca antes rodeaban mi lecho. Destacaban entre éstas una mujer desconocida, cubierta con ropas oscuras y, mas allá en la penumbra difusa, mi madre corno saliendo del marco de un vacío de sombra, se me acercaba y sonriente me tendía sus manos... Estaba en París y la escena transcurría tranquila, serena, sin llantos.

La tremenda impresión que le produjo esta visión que, aseguraba la había tenido perfectamente despierto, lo llevó a llamar desesperadamente a Antenor que dormía plácidamente al otro extremo del dormitorio. Antenor trató de calmarlo, indicándole que se trataba de una pesadilla. “No, no -repetía César-, he estado despierto, como lo estoy ahora, despierto, despierto. Todo lo he visto como te veo a ti en este momento...”

Esto ocurrió, como ya dijimos, en 1920, cuando por más que lo soñara, asombrosamente la escena o el cuadro que refería Vallejo era muy preciso: ocurría en París, un lugar muy distante en el espacio, al que arribaría tres años después y donde fallecería 18 años más tarde, y la “mujer cubierta de ropas oscuras” es una descripción inconfundible de Georgette, su futura esposa francesa, a la que conocería recién en 1927.

Tal como lo señala Orrego, esa visión premonitoria de Vallejo explica los versos de su célebre poema “PIEDRA NEGRA SOBRE UNA PIEDRA BLANCA” (1937, incluido luego en Poemas Humanos).

Me moriré en París con aguacero,
un día del cual tengo ya el recuerdo.
Me moriré en París y no me corro
tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

El segundo verso no sería pues, un absurdo, sino que, efectivamente, Vallejo ya tenía el recuerdo de su muerte. Y si bien no murió un Jueves, lo hizo en un Viernes Santo (15 de abril de 1938), algo que, para variar, ya lo había vaticinado en uno de sus poemas de Los Heraldos Negros (1918), "El POETA A SU AMADA" (ese mismo que fuera ridiculizado por Clemente Palma, como recordaran los conocedores de la poesía vallejiana), donde dice:

Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso,
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernesanto más dulce que ese beso.

En esta noche rara en que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.


No hay duda, pues, que el poeta tenía habilidades premonitorias.

domingo, 29 de abril de 2012

LA CIUDAD Y LOS PERROS



Maniobras de los cadetes leonciopradinos en el campo de Bellavista. Foto del Archivo E. Morey.


LA CIUDAD Y LOS PERROS

Por: Enrique Chirinos Soto

"La mejor novela latinoamericana desde Don Segundo Sombra". Tal ha sido el comentario del conocido poeta y crítico español José María Valverde, en relación con "La Ciudad y los Perros", la novela de Mario Vargas Llosa.

La novela de Vargas Llosa fue galardonada con el premio Biblioteca Breve de Barcelona. Obtuvo tres de los siete votos del afamado Premio Formentor. En realidad —según ha explicado el literato argentino Julio Cortázar en carta a Vargas Llosa— razones no propiamente académicas sino económicas o publicitarias determinaron la preterición del autor peruano.

Tal vez el lisonjero juicio de Valverde parezca hiperbólico, sobre todo si se piensa que, desde "Don Segundo Sombra", han aparecido en América Latina novelas tales como "El Señor Presidente" de Miguel Angel Asturias, En cambio, un apreciable sector de la crítica limeña insiste en que "La Ciudad y los Perros" es la mejor novela peruana de todos los tiempos.

Esa calificación estaba, antes de ahora, reservada a "El Mundo es Ancho y Ajeno" de Ciro Alegría. El mensaje de la novela de Alegría se halla más relacionado con la tierra y el indígena. El mensaje de la novela de Vargas Llosa, es cosmopolita. "La Ciudad y los Perros" no ofrece, pues, la ventaja que pudiera llamarse folklórica de "El Mundo es Ancho y Ajeno", lo que no le ha impedido obtener rápida traducción a varios idiomas, empezando por el inglés y el francés.

¿De qué trata "La Ciudad y los Perros? Habría que decir que es o que contiene una visión integral y humana de Lima desde la perspectiva de un muchacho o de un grupo de muchachos de dieciséis años que están terminando sus estudios en el Colegio Militar "Leoncio Prado".

De ahí el título aparentemente enigmático o incongruente. "La Ciudad" es, sin duda, Lima. "Los Perros" pueden ser algunos perros propiamente dichos que intervienen en la obra, o pueden ser los cadetes recién ingresados a los que, en el "argot" estudiantil, se da el nombre de perros.

El Colegio Militar efectivamente existe. En él, estudió Vargas Llosa. En la novela abundan, por lo tanto, los rasgos autobiográficos. Hay razones para sospechar que en el principal de los protagonistas está retratado el autor mismo. Los colegios militares en el Perú —además del "Leoncio Prado" de Lima, hay por lo menos el "Francisco Bolognesi" de Arequipa— son establecimientos sui géneris, que no deben confundirse con la Escuela de Oficiales de Chorrillos. Se hallan, sin embargo, bajo administración castrense. Aunque no preparan necesariamente para la carrera militar, someten a los alumnos a estricto y verdadero régimen de cuartel. Por eso, es frecuente en los hogares peruanos amenazar al hijo díscolo o revoltoso con "mandarlo al colegio militar".

La novela está dividida en dos partes, por lo que tiene también dos desenlaces. El primero corresponde, por así decirlo, a la superficie de la narración. Consiste en la muerte —el asesinato— de uno de los estudiantes, el más humillado y ofendido de todos, el patito feo que se encuentra en todas las aulas del mundo. El segundo desenlace corresponde al alma y la vida del protagonista principal. Consiste en que, al terminar sus estudios, termina igualmente todo un modo de existencia, todo un círculo y sistema de afectos y desafectos, de amistades y enemistades. Con el fin de sus estudios, termina la adolescencia, termina una circunstancia y casi termina todo un ser humano.

¿Es "La Ciudad y los Perros" un alegato contra el Colegio Militar? A primera vista, pudiera decirse que sí. El Colegio que sirve de escenario a la novela, sale muy mal parado. Los estudiantes viven dos vidas: la vida oficial, formalmente sometida a la disciplina, y la vida clandestina, la vida del submundo, que es la vida subterránea, auténtica, sórdida y terrible. En esa otra vida, trágica y profunda, se urde y se perpetra un crimen, con el inexorable rigor de la fatalidad. Las autoridades educativas de nada se enteran, ni del acaecimiento mismo del crimen, ni de los antecedentes que lo han hecho primero posible y además inminente, y por último, hasta lógico, dentro de la secuencia de maldad y de burla sistemática de reglamentos y ordenanzas en que discurre la vida de los estudiantes. Cuando se enteran, le echan tierra por razones de prestigio.

Pero, si bien se mira, "La Ciudad y los Perros" no es un alegato contra nada ni en favor de nada. Es un relato objetivo que puede ser tan cruel y tan rudo como la vida misma. Resulta, sí, un alegato contra el colegio militar como puede resultar un alegato contra todos los internados, y hasta, en general, contra todos los colegios y en realidad contra la juventud. Contra lo que hay en la juventud de propensión a la ruindad y contra lo que hay en los adultos de impotencia o de final desgano para evitarla. Si "La Ciudad y los Perros" es un alegato contra alguien, lo es contra el ser humano, dentro de un fuerte tono de amargura aunque sin extenderse todavía, según parece, hasta la curva total de la desesperación. Por eso quizás, está precedida por lúgubre cita de Jean Paul Sartre.

No es una novela pornográfica; pero es una novela franca que nada oculta y que, por el contrario, pretendería decirlo todo. Los diálogos a menudo son groseros y hasta soeces, pero así es el lenguaje de los estudiantes en general y, en particular, de los estudiantes del Perú y de los colegios militares. No es quizás una novela definitiva ni dentro de la literatura peruana —que aún no ha dado un Dostoiewski o un Cervantes— ni tal vez dentro de la propia producción de Vargas Llosa, según quisieran sus admiradores. Pero, es una buena novela, no sólo aceptable sino perfectamente legible, patriotismo aparte, en: cualquier idioma y en cualquier latitud. No es, por fortuna, una novela de tesis, sino un testimonio artístico, válido en la medida en que es sincero y elocuente. Al escribirlo, el autor probablemente ha tenido en mente la proclama de pureza artística de nuestro compatriota César Vallejo: "En arte como en la vida, toda obra de tesis me mortifica".

Con "La Ciudad y los Perros", Mario Vargas Llosa, nacido en Arequipa en 1936, educado en Piura y en Lima, se incorpora de golpe a los primeros lugares de las letras de su país y de todos los países "que aún rezan a Jesucristo y aún hablan español", según la melancólica indicación de Rubén Darío.

(Tomado de: ''Historia de la República''. Tomo II, pp. 287-289. Lima, AFA Editores, 1985.)


Carrera de burros. Esta carrera era una tradición anual en el Colegio Militar Leoncio Prado. En la foto se ve al cadete Vargas Llosa apurando a su animal para ganarle al cadete Neyra.