Nuestro cronista ocupa, entre todos ellos, un sitial de preferencia, no sólo por el vigor del lenguaje empleado, sino por el hecho de haberse aproximado más a la veracidad de la historia incaica y a los acontecimientos de la conquista, historia y acontecimiento —repetimos— que otros desfiguraron llevados por sus prejuicios culturales y sus pasiones de raza.
Pospuso el idioma materno, el quechua —y esto es lo vituperable en él— y domesticó el castellano, alcanzando un dominio completo sobre el habla de Cervantes, tal como acreditan críticos del linaje de Menéndez y Pelayo, Ricardo Rojas, José de la Riva Agüero, Luis Alberto Sánchez y Raúl Porras Barrenechea. Por eso es importante para nosotros, los peruanos: por habernos dejado un bello patrimonio literario, donde podemos ver con nitidez los esplendores del pasado incaico, las dramáticas, peripecias de la conquista y la tiránica implantación de la colonia. De ahí que los "Comentarios Reales", su obra máxima, no sólo sea un inventario de crónicas elegantes, sino una hermosa y gigantesca epopeya, pese al desmedro que quisieron imponerle algunos críticos como Manuel González de la Rosa y Marcelino Menéndez y Pelayo.
BIOGRAFÍA DEL INCA GARCILASO
El inca Garcilaso de la Vega nació en Cuzco el 12 de abril de 1539. Fueron sus padres el capitán español Sebastián Garcilaso de la Vega y Vargas, y la palla o noble incaica Isabel Chimpu Occllo, nieta del Inca Túpac Yupanqui. El capitán, por su parte, descendía de los linajudos Vargas de Hinostroza, de Extremadura, y estaba ligado por la sangre a los no menos ilustres poetas Jorge Manrique y Garcilaso de la Vega, el poeta de las églogas.
Fue bautizado como Gómez Suárez de Figueroa, nombre de uno de sus antepasados paternos, según la costumbre de ese tiempo. Se tienen algunas noticias de su infancia y juventud a partir de sus obras. Por esos años le instruyeron acerca del pasado incaico su tío abuelo Cusi Huallpa y los capitanes quechuas Juan Pechucta y Chauca Rimachi, despertando su inquieta imaginación a base de relatos extraordinarios. Paralelamente a ello, el español Juan de Alcobaza, encargado de su educación, fue aproximándole a las excelencias de la cultura occidental mediante la proporción de rudimentos humanísticos. Poco después, el canónigo Juan de Cuéllar lo inició en los conocimientos de gramática y latinidades.
Durante la revolución de Gonzalo Pizarro, su casa —el solar de Cusipata, en el Cuzco— fue cañoneada por los rebeldes encabezados por Hernando de Bachicao. Días de angustia mortal vivió el pequeño Garcilaso en compañía de su madre Isabel y su hermana Leonor, durante el asedio de hambre a que fuera sometida la casa solariega donde vivía.
Es necesario conocer sobre la conducta de su padre en esos años turbulentos de las guerras civiles de los conquistadores, ya que marcaría muy profundamente en la vida posterior del Inca. El capitán Sebastián Garcilaso había logrado escapar a Lima, donde estuvo a punto de ser capturado y ahorcado por Francisco de Carvajal, lugarteniente de Gonzalo Pizarro. Pero cuando Gonzalo, triunfante, entró en el Cuzco, llamativamente Sebastián Garcilaso formaba ya parte de su séquito, no se sabe si por fuerza o convencido a la causa de los insurgentes. Estuvo así en la batalla de Huarina, donde Carvajal y Pizarro derrotaron al capitán realista Diego de Centeno. Se dijo entonces que entregó su caballo Salinillas a Gonzalo Pizarro herido y fugitivo, contribuyendo así a cambiar el desenlace del encuentro, acusación que años después tendría graves consecuencias para su hijo. La rebelión gonzalista finalizó en Jaquijaguana o Sacsahuana (1548), donde el mismo Capitán Garcilaso encabezó a los pizarristas que se pasaron al bando del rey, en pleno encuentro, por lo que mereció el despectivo mote del “leal de tres horas”. No obstante el pacificador La Gasca, en premio a dicho servicio, le otorgó una de las más ricas encomiendas, la de Cotanera. Su hijo, testigo de tales acontecimientos, tenía ya diez años de edad y vió con sus propios ojos el castigo severo que se impuso a los rebeldes derrotados en el Cuzco.
Por esta época (c. 1549), sucedió una de las primeras decepciones que hirieron el corazón del pequeño Garcilaso: la separación de sus padres. Él se casó con la dama española Luisa Martel de los Ríos, y ella con un español de menor rango (tal vez un simple mercader) llamado Juan del Pedroche. Fue también testigo del alzamiento de Francisco Hernández Girón, quien, durante las bodas de Alfonso de Loayza (que había congregado a los vecinos importantes del Cuzco), entró en la mansión propiciatoria, sembrando el pánico consiguiente. En esa oportunidad, el ya adolescente inca ayudó a su padre a huir por los tejados de la casa (13 de noviembre de 1553).
Durante la rebelión de Girón, el capitán Garcilaso estuvo del lado real, y tras la derrota del rebelde se le nombró Corregidor y Justicia Mayor del Cuzco, importante y honroso cargo (de 1554 a 1556); su hijo estuvo a su lado en ese tiempo, como "escribiente de cartas".
En 1556 llegó el virrey Marqués de Cañete y destituyó en el corregimiento al padre del Inca, de acuerdo con su política de represión a los conquistadores. Despidió también a los soldados que pedían mercedes por sus servicios a la corona durante las guerras civiles; entre ellos, a Gonzalo Silvestre, que llegó a ser un gran amigo del Inca, en cuya compañía compondría, años más tarde La Florida del Inca. Silvestre había llegado al Perú desde más de diez años atrás, luego de haber participado en la jornada de Hernando de Soto en la Florida.
Por esa época, el adolescente inca tuvo también la oportunidad de conocer a Sayri Túpac, uno de los incas de Vilcabamba, quien saliendo de su refugio montaraz se sometió a la autoridad del rey de España. Acudió con su familia a verlo y participó en las celebraciones de coronación simbólicas que se realizaron en el Cuzco.
El padre del Inca falleció en 1559, víctima de una larga e intermitente enfermedad. Sus bienes pasaron a poder de las hijas legítimas, pero éstas, a su vez, dejaron de existir. Fue entonces que el Virreinato se encargó de administrar las heredades del extinto corregidor. Dícese que, por esa causa y otras, Garcilaso decidió viajar a España con el fin de reclamar ante la Corona el reconocimiento de su derechos, por ser hijo de conquistador y descendiente de los incas (1560). Posteriormente, por el hallazgo hecho del testamento (fechado el 3 de marzo de 1559), se ha establecido que el Capitán Garcilaso, ni injusto ni despiadado como lo pintaron algunos cronistas adversos, legó a su hijo la cantidad de cuatro mil pesos para que fuese a “estudiar” a España (por "estudiar" puede muy bien entenderse "seguir estudios de clérigo").
Lo cierto es que, tras un corto lapso después del deceso de su progenitor, el inca Garcilaso, ya por entonces un joven de 21 años, se dirigió a Lima. Antes de partir visitó al Corregidor del Cuzco, Polo de Ondegardo, que le permitió conocer las momias de cinco monarcas, sus antepasados; Garcilaso entró en las piezas en que estaban depositadas y tocó la rígida mano del emperador Huayna Cápac. Tras llegar a Lima, se embarcó en el Callao rumbo a Europa (23 de enero de 1560). Estuvo a punto de naufragar en la isla de la Gorgona. Pasó el istmo de Panamá, llegó a Cartagena de Indias, cruzó el Atlántico por la ruta de los galeones de La Habana hasta las Azores y finalmente desembarcó en Lisboa.
Viajó a Extremadura, lugar de origen de sus antepasados paternos, donde visitó a algunos familiares; pasó luego al pueblo cordobés de Montilla, donde residían ilustres parientes, como su tío carnal, el capitán Alonso de Vargas, y los marqueses del Priego, quienes le recibieron con afecto y curiosidad, sin dejar de sentir una cierta incomodidad pues era hijo natural y carecía de títulos legales para acceder a la condición de hidalgo. Luego, en 1561, pasó a Madrid donde al parecer vivió pobremente, mientras realizaba trámites ante la Corona para lograr las mercedes que se debían a su padre; en el ínterin conoció y trabó relación con algunas ilustres figuras de la conquista, como el Padre de las Casas, Hernando Pizarro y Vaca de Castro, y con otros capitanes peruleros, como el ya mencionado Gonzalo Silvestre, quien también realizaba trámites similares ante la Corona.
Sus gestiones, que al parecer llegaban a feliz término, fueron entorpecidas por el licenciado Lope García de Castro (quien sería luego gobernador del Perú), el cual, sacando a relucir las crónicas del Palentino y de Gómara, sostuvo que el padre del Inca había sido infiel a la Corona al haber luchado a favor de Gonzalo Pizarro, en Huarina, ayudando a éste a huir y facilitándole su caballo Salinillas. Por más explicaciones y réplicas que hizo a tal acusación, no logró nada.
Desengañado, pidió licencia para volver al Perú (27 de junio de 1563), pero no realizó el viaje: probablemente, por juzgar más segura la protección de su tío Alonso de Vargas, que la que hallase en el Perú de esos días. Estuvo en Montilla hasta fines de 1563, desconociéndose su paradero en 1564. La teoría de Riva Agüero, en el sentido de que en 1564 partió como soldado de España hacia Navarra e Italia, no ha sido comprobada. Lo cierto es que su estancia en Montilla, al lado de su tío Alonso Vargas, se prolongó por muchos años más, habiendo constancia de su permanencia desde principios de 1565 hasta 1591, solo interrumpidas entre 1569 y 1570 por razones de milicia, como enseguida explicaremos. En esa estancia en Montilla completó sus estudios, cortamente iniciados en el Cuzco.
A fines de 1569 se alistó en el ejército español, durante la guerra contra los moriscos sublevados en las Alpujarras. Formaba parte del contingente enviado por el marqués de Priego. Pasó por Sevilla. En esas guerras, el Inca obtuvo grado de capitán, el mismo que luciera su finado padre, sin duda con la satisfacción de haberse hecho un nombre propio en la carrera de armas.
En marzo de 1570 volvió a Montilla, y acompañó a morir a su tío, quien lo favoreció en su herencia. A los pocos días, partió de nuevo a la guerra de Granada, guerra conducida por don Juan de Austria, el hermano bastardo del rey Felipe II. Retornó en julio de ese mismo año. A partir de entonces abandonó la carrera de las armas, probablemente por la poca consideración que se le tenía por su condición de mestizo. Por esos años de 1570 y 1571, el virrey Toledo ordenó el destierro del Perú de todos los descendientes, indios y mestizos —como lo era Garcilaso— de sangre real incaica. Por ello, aunque Garcilaso hubiera querido volver al Perú, no le hubiera sido posible. También por entonces falleció su madre en el Cuzco (1571).
Permaneció en Montilla, salvo breves viajes a Córdoba, Badajoz, Sevilla y otros lugares, hasta 1591. Fueron largos años en los cuales el Inca se embebió en la lectura, su nueva pasión; aprendió el idioma italiano y se instruyó sobre literatura y filosofía del Renacimiento. De entonces datan sus conocimientos de Plutarco, Séneca, Horacio, Julio César, Maquiavelo, Boyardo, Ariosto, entre otros. Aprovechó su permanencia en Sevilla para hacer trasladar hasta allí los restos de su padre, en la Iglesia de San Isidro.
Se entusiasmó con la belleza y hondura de los Diálogos de amor, escritos en toscano por el filósofo judeo-español Yehuda Abrahanel (residente en Nápoles), más conocido como León Hebreo, e inició la labor de traducción. A fines de 1585 debió quedar prácticamente concluida la traducción, realizada en bellísima prosa literaria. El 19 de enero de 1586 dirigió una carta-dedicatoria de los Diálogos al rey Felipe II. Garcilaso esperaba con esta obra literaria —la primera gran labor cultural hecha por un hombre oriundo del Nuevo Mundo—, favores del rey que le permitan vivir de acuerdo con la posición social y la honra que creía merecer.
Paralelamente, esbozaba otros proyectos literarios de mayor envergadura, que después se cristalizarían en La Florida del Inca y Los Comentarios Reales. De tarde en tarde abandonaba su retiro de Montilla para trasladarse a caballo a la villa de Las Posadas, donde se hallaba el conquistador Gonzalo Silvestre, viejo ya y enfermo de bubas, quien le suministraba datos para su crónica de la expedición de los españoles a la península de la Florida, actual territorio norteamericano. Sin duda, por temer la pronta muerte de Silvestre, adelantó este último libro, y entre 1587 y 1589 concluyó lo que se podría llamar la primera redacción de La Florida.
En 1586 murió su tía doña Luisa, viuda de su tío carnal Alonso de Vargas. Así quedó el Inca en posesión de la herencia de don Alonso, consistente, en su mayor parte, en unos censos, impuestos sobre los bienes de los marqueses de Priego. Con el tiempo —sobre todo a la muerte del marqués don Pedro, y su sucesión por el marqués don Alonso— la cobranza de esa renta se hizo difícil y Garcilaso pasó tiempos de poca holganza económica.
En 1590 apareció por fin publicada en Madrid La Traducción del Indio de los Tres Diálogos de Amor de León Hebreo, su primer libro, y la primera obra literaria de alto valor hecha por un americano. Ya por entonces firmaba como Garcilaso Inca de la Vega y se presentaba como hijo del Cuzco, ciudad a la que definió como cabeza de imperio. Aparte de ser estimada como la mejor versión de los diálogos y una expresión de la simpatía profesada por el Inca a la filosofía neoplatónica, dicha obra envuelve un implícito repudio a la violencia desplegada por los españoles en la dominación de América.
En este tiempo, aproximadamente, empezó a reunir las informaciones enderezadas a superar la general ignorancia sobre el Perú, “república antes destruida que conocida”, materiales que después le servirían para componer los Comentarios Reales. Escribió a sus parientes y amigos del Cuzco, solicitándoles datos de los acontecimientos recientes y pasados, las que obtuvo principalmente a través de sus tíos Francisco Huallpa Túpac (materno) y García Sánchez de Figueroa (paterno); acudió también a los lugares donde podía escuchar noticias de viajeros de Indias.
En 1591 se trasladó a Córdoba (probablemente a fines de ese año), donde se estableció definitivamente. Compuso entonces lo que podría llamarse la segunda redacción de la Florida, la cual corrige la primera y la amplía con noticias provenientes de las relaciones de Alonso de Carmona y Juan Coles, soldados de la hueste de Hernando de Soto, redacción que concluyó en 1592, tras la muerte de Gonzalo Silvestre. Paralelamente continuó escribiendo en su forma primitiva, los Comentarios Reales de los Incas (primera parte). Esta obra, originalmente, la concibió como una historia de la cultura incaica, poco atenta a los hechos de la historia política, y dedicada preferentemente, a las costumbres, ritos, ceremonias y "antiguallas" de los antiguos peruanos.
Pensaba dedicar la Florida a su pariente Garci Pérez de Vargas, para lo cual escribió en 1596 la Genealogía o Relación de la descendencia del famoso Garci Pérez de Vargas —aquel famoso capitán de Fernando el Santo, antepasado del propio Inca, y también del destinatario de la dedicatoria—. Al no aparecer entonces la Florida, la Genealogía quedó inédita y no se publicaría hasta el siglo XX.
Por esta época decidió también tomar la carrera eclesiástica y se hizo cargo de la capellanía familiar fundada por el primero de su estirpe en la iglesia parroquial de Granada.
En 1598 o en 1599, le llegó a sus manos los restos de la crónica del jesuita peruano Blas Valera —escritos recuperados del saqueo de Cádiz por los ingleses en 1596—, la cual empezó a usar en la redacción de sus Comentarios Reales de los Incas. En 1602 declaró hallarse terminando dicha obra (en lo que sería su primera redacción). Fueron tiempos de sinsabores y mala salud para el Inca. Probablemente en 1603, escribió la parte referente a la historia política de los incas, la cual se insertó alternadamente, con series de capítulos referentes a la historia cultural, ya redactada. A ésto puede llamarse la "segunda redacción", que culminó a fines de dicho año (aunque en marzo de 1604, hizo unas adiciones más —libro VII, capítulo XXV, y al final del libro IX de los Comentarios Reales—). Luego, el 9 de diciembre de 1604, dió poder a Domingo de Silva para que se editasen La Florida y los Comentarios.
En 1605 apareció en Lisboa La Florida del Inca, relación histórica de la desgraciada expedición que el adelantado Hernando de Soto, y otros capitanes españoles, condujeron a la península de La Florida entre 1539 y 1543, fundamentalmente basada en el testimonio del soldado Gonzalo Silvestre y que, por la viveza de su estilo y el relieve que hace de las virtudes de ambas razas en conflicto (el espíritu indómito de los indios y el espíritu guerrero de los españoles), ha sido considerada como una epopeya en prosa.
En 1609 apareció publicada, también en Lisboa, la Primera Parte de su obra cumbre, los Comentarios Reales de los Incas, impreso en una magnífica edición por Pedro Crasbeeck y dedicado a la princesa Catalina de Portugal, duquesa de Braganza. En esta obra, el Inca quiso cumplir la obligación que a su patria y a sus parientes debía, escribiendo sobre sus gobernantes, costumbres, leyes y religión. Es una obra de madurez plena en la que, al mismo tiempo que se enorgullece de su mestizaje, enaltece de tal manera a los incas al punto de crear una imagen idílica, atribuyéndoles una misión civilizadora.
En el ínterin, Garcilaso, en deplorable situación económica, aceptó el nombramiento de mayordomo del hospital de la Limpia Concepción de Nuestra Señora para enfermedades venéreas, en Córdoba (1605), y continuó componiendo la Segunda Parte de los Comentarios Reales, dedicados a la conquista del Perú, cuya fecha de inicio de redacción no ha sido determinada. Se calcula que a fines de 1612 dicha obra estaba prácticamente concluida. Por entonces, Garcilaso disfrutaba en Córdoba de general estimación y respeto; su nombre merecía también el aprecio de sus paisanos, y así recibía visitas de peruleros distinguidos, como fray Luis Jerónimo de Oré, autor de obras históricas.
De ese año de 1612 data también un prólogo que escribió para un Sermón que publicó del franciscano fray Alonso Bernardino, en honor a San Alfonso (o San Ildefonso) y dedicado al marqués de Priego, don Alonso Fernández de Córdoba (en Córdoba, a 30 de enero de 1612).
Por esos días, el mismo marqués de Priego le pagó una suma bastante crecida que le debía. Con ese dinero, el Inca compró, para ser enterrado allí, la Capilla de las Ánimas de la Catedral de Córdoba (18 de septiembre de 1612). Ya anciano, esperaba su próxima muerte. Esta le llegó en el hospital de la Limpia Concepción, el 23 de abril (fecha aproximada, según Aurelio Miró Quesada) de 1616, diez días después de haber cumplido los 77 años de edad. Anteriormente se creía que murió el día 22, pero resulta más probable el 23. Es decir, el mismo día que Cervantes, y cerca del mismo en el que también murió William Shakespeare, coincidentemente los dos más grandes ingenios de la literatura universal.
En la capilla de las Ánimas de la Catedral de Córdoba sus albaceas grabaron esta lápida:
El Inca Garcilaso de la Vega, varón insigne, digno de perpetua memoria. Ilustre en sangre. Perito en letras. Valiente en armas. Hijo de Garcilaso de la Vega. De las Casas de los duques de Feria e Infantado y de Elisabeth Palla, hermana de Huayna Capac, último emperador de las Indias. Comentó La Florida. Tradujo a León Hebreo y compuso los Comentarios reales. Vivió en Córdoba con mucha religión. Murió ejemplar: dotó esta capilla. Enterróse en ella. Vinculó sus bienes al sufragio de las ánimas del purgatorio. Son patronos perpetuos los señores Deán y Cabildo de esta santa iglesia. Falleció a 23 de abril de 1616.
Al año siguiente (1617), salió a la venta, editada en Córdoba, la Segunda parte de los Comentarios Reales de los Incas, bajo el título de Historia General del Perú (nombre que arbitrariamente le impuso el editor). La impresión ya estaba concluida desde el año anterior, y existe algún raro ejemplar fechado en 1616. Está obra, publicada póstumamente, está dedicada a la Conquista y las consecuentes guerras civiles entre los españoles, donde el autor incluye una rehabilitación de su padre, calumniado ante los personeros de la corona por sus adversarios.
Finalmente cabe agregar sobre la descendencia del Inca. Un documento hallado por Rafael Aguilar y dado a conocer por Aurelio Miró Quesada Sosa, referente a la Capilla de las Animas, con fecha del 6 de marzo de 1624, menciona a Diego de Vargas, al parecer hijo natural de Garcilaso, habido en su criada Beatriz de la Vega, y que oficiaba de modesto sacristán de dicha capilla. Debió nacer hacia el año 1588.OBRAS DEL INCA GARCILASO
Ni parca ni copiosa la obra de Garcilaso se concreta en las siguientes: "Los diálogos del amor", de León de Hebreo, traducción al español, "Genealogía de García Pérez de Vargas", "La Florida del Inca" y los "Comentarios Reales".
"La Florida del Inca" o “Historia de la Florida”, que antecede en importancia a los "Comentarios Reales", relata las andanzas de los aventureros españoles en la península de la Florida, encabezados por el capitán Hernando de Soto. En ella critica veladamente la política del monarca español Felipe II. "Araucana en prosa" lo llamó Ventura García Calderón y "epopeya real y efectiva", José de la Riva Agüero, éste último uno de los más fervientes exégetas y defensores del Inca. José Durán Flores, otro historiador, se encargó de difundir los valores más saltantes que encierra la obra.
"Los Comentarios Reales" constituye el mejor libro de Garcilaso. Este es denso como una novela, vibrante como una epopeya y claro como una tesis. Dividido en dos partes, la Primera encierra en sus páginas el boato y la grandeza del imperio incaico: historia, costumbres, creencias, religión, filosofía, artes, armas, medicina, gobierno, etc. La segunda parte contiene las hazañas de los conquistadores y la instauración de la colonia. Libro ameno y de estilo indesmayable, su lectura completa debería ser ejercicio obligado de todo peruano.
Convertido en un “betseller”, el primero de un autor nacido en tierra peruana, fue traducido a todos los idiomas occidentales. En la Biblioteca Nacional de París, una de las bibliografías americanas más completas, el Catálogo razonado sobre América y las Filipinas, elaborado en 1867, enumera una veintena de traducciones al francés, inglés, alemán, italiano, holandés, y hay incluso una edición en latín.
La influencia de los Comentarios Reales, ha trascendido más allá de lo estrictamente literario o historiográfico. Su lectura preservó en la memoria colectiva andina el recuerdo del Tahuantinsuyo, actuando como causa de las sangrientas rebeliones indígenas contra el dominio español, hasta que las autoridades dispusieron su prohibición y la recolección de todos los ejemplares (1782). Y aquella obra ejemplar se presenta ante la posteridad como una síntesis de la nueva sociedad que ha surgido desde la Conquista, pues exalta por igual a andinos y a españoles, ingredientes ambos de la nueva realidad mestiza que Garcilaso representa.
CARACTERÍSTICAS GENERALES. APRECIACIÓN CRÍTICA.
Garcilaso empezó a escribir los "Comentarios Reales" hacia 1590. Valióse para esto, como dijimos, de las jugosas informaciones obtenidas a través de Francisco Huallpa y de García Sánchez de Figueroa, entre otros. Además, valíase de cartas amicales y otros documentos peruleros que le llegaban frecuentemente. Hay que añadir a esto las consultas hechas a las crónicas que se conocían hasta entonces, especialmente las del Padre Blas Valera, de Cieza de León, Gómara y otros.
Desde la aparición del libro, hasta la fecha, mucho se ha hablado acerca de la obra y la persona de Garcilaso. Menéndez y Pelayo, sin embargo de reconocer las cualidades de escritor que poseía el Inca, califica peyorativamente de novela fantástica a los "Comentarios Reales". Jiménez de la Espada lo omite al hablar de los cronistas. González de la Rosa lo supone plagiario de Blas Valera y le niega calidad de escritor. Todo el siglo XIX se alzó contra él porque su pluma valiente y sin compromisos acusaba la barbarie de las huestes españolas durante la conquista.
En el Perú, José de la Riva Agüero, Luis Alberto Sánchez, Raúl Porras Barrenechea, Aurelio Miró Quesada y otros, saltaron a la palestra en defensa del gran mestizo. Desde la Argentina se solidarizó el insigne Ricardo Rojas. Hoy goza Garcilaso, como ninguno, de prestigio universal.
La lectura de los "Comentarios Reales" ha influido, aseguran los eruditos, en “La Ciudad del Sol” de Tomás de Campanella, en el "Persiles y Segismunda" de Cervantes, y en "La vida es sueño" de Pedro Calderón de la Barca. Más posteriormente, inspiraría en Marmontel para escribir su célebre “Les Incas” (1777); en Madame de Graffigny para sus románticas “Cartas de una peruana” (1776); en Voltaire para varios de sus cuentos: acaso en Rousseau para su tesis acerca del buen salvaje (1751). El relato del náufrago Pedro Serrano, incluida en el libro primero de la Primera Parte de los Comentarios (que dicho sea de paso es toda una joyita literaria), es muy probable que inspirara a Daniel Defoe para escribir su célebre “Robinson Crusoe”.
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