domingo, 4 de octubre de 2015

COLÓNIDA Y EL MODERNISMO

Abraham Valdelomar, captado por el lente de Martín Chambi. Sicuani, mayo de 1919.

 Por: Ricardo González Vigil

En forma unánime la revista COLÓNIDA dirigida por Abraham Valdelomar en 1916, has sido destacada entre las más significativas de nuestro proceso literario. A pesar de ello, y de poseer la escasa envergadura que acostumbran (cuatro números que suman en total menos de 200 páginas) las revistas literarias de nuestro medio, ha tenido que pasar más de medio siglo para que sea reeditada en su integridad, enriquecida con una carta extensa de Alfredo González Prada y un prólogo de Luis Alberto Sánchez (Lima, Ed. Copé, 1981, 239 pp.).

La resonancia alcanzada por “Colónida” condujo a que se utilizara pronto el título de dicha revista para designar a un movimiento literario. Por ejemplo, José Carlos Mariátegui afirma que Colónida “no fue un grupo, no fue un cenáculo, no fue una escuela, sino un movimiento, una actitud, un estado de ánimo. Varios escritores hicieron “colonidismo” sin pertenecer a la capilla de Valdelomar”.

Aportando una serie de datos, Alfredo González Prada en una carta destinada a Sánchez en 1940, sostiene que si hubo un grupo Colónida, conformado por los ocho autores reunidos en la antología “LAS VOCES MÚLTIPLES”, también publicada en 1916: Valdelomar, A. González Prada, Federico More, Pablo Abril, Félix del Valle, Alberto Ulloa Sotomayor, Antonio Garland y Hernán Bellido. Lista que citamos en orden de la calidad literaria y a la participación efectiva en los números de la revista. Valdelomar, González Prada y More sobresalen claramente, identificándose plenamente los dos últimos con el espíritu del grupo.

Se impone una aclaración. En un pasaje de su carta, González Prada reconoce que “implícitamente” Valdelomar era el “jefe” del grupo (p.213). En otra dictamina: “Si bien el grupo colónida comenzó a formarse a mediados de 1915 (al tiempo de adquirir Durand “La Prensa”) el colonidismo tomó “conciencia de grupo” durante la polémica con Juan José Reinoso (en diciembre de 1915), cobró afirmación plena con la aparición de Colónida en Enero de 1916 y culminó con la publicación de “Las Voces Múltiples” en julio del mismo año” (pág. 207). Sin embargo, admite por otro lado que: “Cuando Valdelomar fundó “Colónida”, no lo hizo con intención de que significara vocero exclusivo de nuestro grupo… Nosotros pensamos fundar una revista más representativa y más combativa que “Colónida”, pero en el proyecto quedó”. (pág. 213).

En consecuencia, en la selección “Las Voces Múltiples” la que corresponde plenamente al “grupo” señalado por González Prada. Mientras que la revista “Colónida” de alguna manera la supera y deseaba superarlo, abierta a los exponentes de otras generaciones (Eguren, Chocano, Enrique A. Carrillo, Bustamente y Ballivián, etc.) y a voces jóvenes que González Prada prefiere considerar “colonidistas” y no “colónidas” en sentido estricto (Mariátegui, Percy Gibson, etc.) La revista se sitúa más en la línea de un movimiento que de un grupo. Lo cual en gran medida se explica por la personalidad de Valdelomar, muchísima más compleja que la de cualquier “colónida”; Valdelomar no solo estimulaba el esteticismo y el europeísmo de los “colónidas”, sino que, a la vez, se complacía en sus cuentos y poemas más famosos en prodigar sencillez, peruanidad y vibración social.

Con acierto, González Prada retrata al colonidismo como “el estado espiritual de una generación; el eco, en la mocedad de 1916, de ciertas actitudes intelectuales y artísticas de Europa. De una Europa que ya no existía; pero que, como luz de estrella, nos llegaba rezagada en el tiempo” (p. 214).

El colonidismo se aferraba a las propuestas europeas de fines del siglo XIX: simbolismo, parnasianismo, impresionismo, decadentismo… Ya la vanguardia literaria había zarpado en Europa desde 1908-1909: futurismo, cubismo, unanimismo, imagismo, dadaísmo… El mismo año de 1918, el chileno Vicente Huidobro estaba ya inaugurando el vanguardismo  hispanoamericano, aunque en forma  marginal todavía. El movimiento colónida, en cambio, permaneció dentro de la órbita del modernismo.

La polémica que había tenido el grupo de “futuros colónidas” el año de 1916, contra Reinoso, giraba precisamente en torno de la defensa apasionada que hacían del Modernismo. Dentro de los cuatro números de “Colónida”, además, resulta fácil detectar la admiración por los poetas franceses elogiados por los modernistas, así como por autores modernistas consagrados, como Darío, Rodó o Chocano. Reivindican a Della Roca de Vergalo como un “extraño y grande espíritu que soñara la poética nueva” (núm. I, p. 8) la cual no es otra que la francesa de fines de siglo. Conceptos similares brotan cuando proponen como maestros a Manuel González Prada y José María Eguren.

Conforme a la generalizada periodificación del modernismo en tres etapas (premodernismo, apogeo y postmodernismo), “Colónida” surgió durante el postmodernismo, fechable entre 1905 y 1916 aproximadamente (en el Perú habría que atrasar las fechas: 1911 y 1922, en atención a “Simbólicas” de Eguren y “Trilce” de Vallejo, respectivamente). Los innegables rasgos postmodernistas de los cuentos “criollos” (verbigracia, “El Caballero Carmelo”) y los poemas familiares de Valdelomar, favorecen la inclusión de “Colónida” dentro del postmodernismo.

Sin embargo, “Colónida” difiere mucho del postmodernismo de un Darío, un Lugones o una Gabriela Mistral. Sánchez, a quien debemos los mejores estudios sobre el modernismo peruano (a pesar de su deficiente apreciación de Eguren) ha hecho notar que nuestro modernismo fue tardío y débil. Manuel González Prada no publicó a tiempo sus libros, ocultando al gran premodernista que había en él. Eguren demoró también en difundir su modernismo o postmodernismo hondo y original. La figura laureada, imitada, aplaudida, era Chocano, cuyo estilo fue madurando, no dentro del modernismo, sino en discrepancia abierta con rasgos capitales de dicho movimiento.

Valdelomar y los jóvenes de 1916 (habría que añadir al Grupo Norte de Trujillo, los cenáculos de Arequipa, etc.) encontraron un modernismo poco y mal asimilado. Respetaron a Chocano, pero ponderaron la novedad de Manuel González Prada y Eguren. Si el título “Colónida” (y el dibujo de las carabelas en la carátula) nos alerta de que estábamos ante “una secuela de la obra de Colón, un pie en un nuevo mundo: el de la nueva literatura” (prólogo de Sánchez, p.7) entendemos que la “nueva literatura” seguía siendo la que los premodernistas hispanoamericanos ensayaron desde 1875, aproximadamente.

Portada del primer número de Colónida, con al imagen de José Santos Chocano

De ahí que, con perspicacia, Sánchez asevere que “Colónida es una franca apertura hacia la literatura francesa, en una especie de reconstrucción del premodernismo” (p.9). Claro que la trayectoria cumplida por el modernismo y sus modelos europeos, permitía una mayor conciencia y decisión en “Colónida” que en premodernistas como Manuel González Prada, José Asunción Silva o José Martí. Su espíritu combativo e insurrecto, su actitud externa los aproxima a los grupos vanguardistas. Su sensibilidad tenía un atraso de dos, tres o cuatro décadas; un ejemplo mayúsculo es la impresión que demuestran hacia el cine, el lenguaje más representativo de la presente centuria.

En toodo caso, nuestro medio languidecía anémico, retórico, ligado fuertemente al costumbrismo y romanticismo. Como observa Mariátegui, Colónida supuso “una insurrección”, una necesaria “fuerza negativa, disolvente, beligerante”. Autores como Vallejo y Alberto Hidalgo, próximos al colonidismo al comienzo de su obra, podrán un lustro después instalar la “nueva literatura” tan buscada.

(Del suplemento dominical de El Comercio, 14 de febrero de 1982).


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