miércoles, 24 de abril de 2013

EL INCA GARCILASO DE LA VEGA (3)


3. EXAMEN DE LA PRIMERA PARTE DE LOS COMENTARIOS REALES.

Portada de la primera edición de los Comentarios Reales

El crédito de la primera parte de los Comentarios Reales ha pasado por extremas vicisitudes. Gozaron los Comentarios de favor desmesurado por muchos años. Era casi la única obra accesible sobre antigüedades peruanas. Garcilaso, con su amenidad y gracia, hizo olvidar las relaciones de los otros cronistas de los Incas. Y mientras éstas permanecieron, salvo excepciones muy raras, manuscritas en los archivos de España (1), los Comentarios se tradujeron a varios idiomas, recorrieron el mundo y ejercieron, en materia de historia del Perú indígena, una prolongada y absoluta dominación, que hoy expían.

Desde mediados del último siglo la crítica moderna descubrió la credulidad y parcialidad de Garcilaso. Ya Prescott lo tachó de exagerado panegirista, aunque reconociendo el germen de verdad que no es difícil descubrir en cuanto dice. Después, la publicación de varias crónicas y de numerosos documentos recientemente hallados o impresos han demostrado que Garcilaso es en muchos asuntos incompleto e inexacto. Pero, como siempre, la reacción ha resultado excesiva. Del viejo y temerario prurito de tomar por único guía a Garcilaso se ha venido a parar en otro no menos temerario: rechazarlo en conjunto, sin distinciones ni salvedades, y prescindir por sistema de sus noticias y testimonios. En la hora presente, quien no quiera parecer hombre de atrasadísima cultura ha de guardarse mucho de citar a Garcilaso como no sea para maltratarlo. Las cosas han llegado al punto de que no sorprende que un ilustre crítico, famoso tanto por lo seguro de su erudición cuanto por lo recto de su juicio, estampe las siguientes palabras : «Los Comentarios Reales no son texto histórico; son una novela utópica, como la de Tomás Moro, como la Ciudad del Sol, de Campanella; como la Océana, de Harrington; el sueño de un imperio patriarcal y regido con riendas de seda, de un siglo de oro gobernado por una especie de teocracia filosófica» (2).

Abramos al acaso el asendereado libro. Nos encontramos con estas palabras sobre el inca Sinchi Roca : «Algunos indios quieren decir que este inca no ganó más de hasta Chuncara; y parece que basta para la poca posibilidad que entonces los Incas tenían. Empero otros dicen que pasó mucho más adelante, y ganó otros muchos pueblos y naciones que van por el camino de Umasuyu. Que sea como dicen los primeros o como afirman los segundos, hace poco al caso que lo ganase el segundo inca o el tercero» (3). Abrimos los Comentarios por otro lado y leemos: «Volviendo al inca Mayta Cápac, es así que casi sin resistencia redujo la mayor parte de la provincia Hatumpacasa... Si fué en sola una jornada o en muchas, hay diferencia entre los indios, que los más quieren decir que los Incas iban ganando poco a poco, por ir doctrinando y cultivando la tierra y los vasallos. Otros dicen que esto fué a los principios, cuando no eran poderosos; pero después que lo fueron, conquistaban todo lo que podían» (4). Hojeamos algunas páginas y nos hallamos con que Garcilaso declara sobre el mismo Mayta Cápac: «Como a los pasados, le dan treinta años de reinado, poco más o menos, que de cierto no se sabe los que reinó ni los años que vivió; ni yo pude haber más de sus hechos» (5) Convengamos en que no es éste el tono de un novelista utópico: es el tono de un historiador. Nos sentimos lejos, no sólo cíe Campanella o Moro, sino de la imperturbable seguridad de los cronistas Montesinos y Cabello Balboa. Y sin trabajo se podrían multiplicar las citas de semejantes pasajes: Garcilaso confiesa a menudo que ignora ciertos nombres, los años que reinaron los Incas y los que emplearon en las campañas. La sinceridad con que admite y reconoce incertidumbres y dudas, es garantía de su veracidad. Cuando se encuentra con tradiciones disconformes, no vacila en presentarlas todas, y a veces ni siquiera se toma la libertad de manifestar que se decide por una. No estaba tan ayuno de discernimiento el que ha escrito lo siguiente : «Que digan los indios que en uno eran tres y en tres uno, es invención nueva de ellos, que la han hecho después que han oído la trinidad y unidad del Verdadero Dios, Nuestro Señor, para adular a los españoles con decirles que también ellos tenían algunas cosas semejantes a las de nuestra santa religión» (6). «Todo lo que en suma hemos dicho de esta conquista y descubrimiento que el rey inca Yupanqui mandó hacer por aquel río abajo, lo cuentan los Incas muy largamente, jactándose de las proezas de sus antepasados...... Mas yo, por parecerme algunas de ellas increíbles para la poca gente que fué...... me pareció no mezclar cosas fabulosas, o que lo parecen, con historia verdadera» (7).

Claro que no vamos a proclamar a Garcilaso como dechado de crítica histórica, ni como el más reflexivo de los cronistas del Perú. Nadie niega que sea crédulo y parcial. En páginas anteriores he indicado las causas de su credulidad y parcialidad; y a ellas conviene agregar ahora que por el estado de ánimo en el cual trabajó los Comentarios, tenía que propender a la idealización del imperio de los Incas. En el atardecer de su vida y en el retiro de Córdoba, los cuentos y las tradiciones que rodearon su cuna y embelesaron después su imaginación de adolescente en el distante Cuzco, hubieron de aparecérsele hermoseados por el sentimiento y envueltos en un suave y brillante velo nostálgico, tejido por el encanto de la doble lejanía en el tiempo y en el espacio. Pero su credulidad, ¿es por ventura excepcional? ¿No es casi la misma que la de todos los escritores de su tiempo? Recuérdese lo que era la crítica en los siglos XVI y XVII; tráiganse a la memoria los falsos cronicones, y los primeros capítulos de Mariana y de Florián de Ocampo; y dígase en seguida si es justo y racional deplorar con tan grande y marcada insistencia la credulidad y ligereza de quien en la vaga y obscurísima historia incaica procedió con sagacidad indudablemente mayor que la desplegada por la generalidad de sus contemporáneos en la indagación de la primitiva historia ibérica. Comparemos a Garcilaso con los que trabajaron en el mismo campo que él, con los cronistas que trataron de los Incas. De seguro Cieza de León y Ondegardo lo superan, aunque no tanto quizá como hoy es moda afirmarlo. Pero comparémoslo, no ya con un pobre indio ignorante como Santa Cruz Pachacuti o con el autor de una miscelánea recreativa como Cabello Balboa, sino con el erudito Montesinos y con el Padre Anello Oliva. Toda persona de buena fe reconocerá que Garcilaso, el capitán mestizo, «nacido entre indios y criado entre almas y caballos», aventaja en rectitud de criterio al licenciado de Osuna y al jesuita italiano.

Indiscutida y evidente es la parcialidad y apasionamiento de Garcilaso por los Incas; pero, ¿basta comprobar la parcialidad de un autor para anular su crédito? Desde Herodoto y Tucídides, Tito Livio y Tácito hasta Macaulay y Mommsen, parciales son los más reputados historiadores. Sin cierto género de parcialidad, manifiesta u oculta, consciente o inconsciente, es imposible escribir la historia. Importa mucho, por cierto, conocer la magnitud y el alcance del apasionamiento en un historiador, para prever sus errores y rectificarlos aproximadamente; pero mientras no se averigüe y demuestre que ese apasionamiento ha llegado a hacerlo mentir, el sentido común dicta que se le oiga y consulte, con precaución mayor o menor, según los casos. Si atendemos a Pedro Pizarro y al padre Cobo, que, para disculpar la conquista, hacen un retrato tan desfavorable y sombrío del régimen de los Incas, ¿cómo no atender a Garcilaso, que se detiene en describir los mejores aspectos de ese régimen? El deber del crítico es semejante al del juez : consiste en adivinar la verdad sirviéndose de las contrapuestos defensas, y no en imponer silencio a los abogados de las partes, so pretexto dé que carecen de imparcialidad. Ser parcial no equivale necesariamente a ser embustero. Y téngase en cuenta que (como dice Pi y Margall, uno de los rarísimos escritores recientes que hacen cumplida justicia a Garcilaso [8]), la parcialidad de los Comentarios se halla en las reflexiones y consideraciones, mucho más que en las narraciones y noticias; y es relativamente fácil separar éstas de aquéllas.

La autoridad de un libro histórico reposa en la de sus fuentes. De dos clases son las de la primera parte de los Comentarios: tradiciones incaicas y cronistas españoles. En cuanto a las primeras, por mucho que se diga, se ha encontrado Garcilaso en situación favorable para utilizarlas. Don Vicente Fidel López ha tenido la intrepidez heroica de negar que Garcilaso supiera quechua (9); pero ya Tschudi ha dado a tan absurda inculpación la respuesta que merece. Para escribir los Comentarios, no se satisfizo Garcilaso con sus recuerdes, sino que consiguió que sus deudos y condiscípulos del Perú le enviaran relaciones sacadas de los quipos (10). Y repárese en que la mayor parte de éstos sus deudos y condiscípulos pertenecía a la alta nobleza incaica, la cual clase era la única que sabía en tiempo de la Conquista dar cuenta de los acontecimientos históricos (11). Es verdad que cuando Garcilaso reunió esas relaciones había transcurrido medio siglo de colonización; y que Cieza y Ondegardo, desde 1550 y 1560, respectivamente, recogieron de los labios de los orejones del Cuzco y consignaron por escrito los hechos de los antiguos monarcas y las leyes del imperio. Pero la desventaja que en cuanto al tiempo lleva Garcilaso respecto de los citados Ondegardo y Cieza, está compensada si se considera que éstos necesitaron, para entenderse con los orejones, emplear intérpretes que con frecuencia alteraban y estropeaban por impericia la exacta significación de los relatos. Además, no pocas veces los mismos incas declarantes falseaban los sucesos, por el temor y recelo que les inspiraban los españoles. Su actitud con Garcilaso tenía que ser diversa. Si a alguien pudieron confiar con veracidad y solicitud las noticias de sus antiguallas, fué al amado pariente; y si hubo alguien capaz de comprenderlas, fué seguramente Garcilaso, educado en aquella tradición.

En cuanto a los historiadores españoles que le precedieron, Garcilaso anuncia desde el principio que los copiará a la letra donde conviniere, «para que se vea que no finge ficciones» (12), cumpliendo la promesa, robustece casi todos sus capítulos con citas de cuantos autores pudo consultar.

Se sirve preferentemente de los más fidedignos: del juicioso Zárate; del agudo Gómara; de los sabios José de Acosta y Jerónimo Román y Zamora; de la Crónica del Perú, de Cieza, y de los fragmentos de la crónica de Valera. Aunque sin saberlo, en las páginas de Acosta ha disfrutado de un resumen de los trabajos de Ondegardo; y a través de Román y Zamora, del texto literal de una relación del padre Cristóbal de Molina (13). Puede, pues, decirse que dispuso de ricos y abundantes materiales. Apoyados en tales fundamentos, sus Comentarios (dígase lo que se quiera) son dignos de muy seria atención. Cierto que en muchas cosas Garcilaso se aparta de los cronistas españoles; cierto también que algunas de sus opiniones personales (como las relativas a la religión y a los sacrificios humanos) están definitivamente refutadas; pero en otras cuestiones es probable que por su especial condición y por los datos que poseyó, haya él solo acertado con la verdad. Un examen de sus discrepancias con los demás cronistas y de los vacíos que en él advierte la ciencia moderna, será el mejor medio de tasarlo en su justo valor.

- Tiempos primitivos

- Sucesión de los Incas

- Religión

- Aspecto general del Imperio

                                                     (Por: José de la Riva Agüero y Osma)



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Notas y referencias:

(1) Las afamadas historias de Gómara, Herrera, Zárate y Diego Fernández de Palencia no tratan de los Incas sino incidentalmente y de manera muy sumaria.

(2) Marcelino Menéndez y Pelayo, Antología de Poetas hispanoamericanos, tomo III, p. CLXIII.
—Orígenes de la novela, tomo I, p. CCCXC y ss.

(3) Cap. XVI del libro II de la primera parte de los Comentarios.

(4) Cap. II del libro III de la primera parte de los Comentarios.

(5) Cap. IX del libro III, primera parte de los Comentarios.

(6) Cap. V, libro II, primera parte de los Comentarios.

(7) Cap. XV, libro VII, primera parte de los Comentarios.

[8] Pi y Margall, Historia general de América, tomo I, volumen I, p. 329.

(9) Les races aryennes du Pérou (París, 1871), p. 336.

(10) Libro I, cap. XIX de la primera parte.

(11) Véase lo que sobre esto dice el padre Cobo en el cap. II del libro XII de la Historia del Nuevo Mundo. La exactitud de la aserción se comprueba con las informaciones que el virrey Toledo mandó hacer en Jauja y Huamanga el año de 1570. Era tal la ignorancia de los caciques e indios viejos de estas provincias acerca de la historia de los Incas, que creían a Manco Cápac padre y predecesor inmediato de Pachacutec. (Vid. el extracto de las informaciones de Toledo publicado por don Marcos Jiménez de la Espada a continuación del Segundo libro de las Memorias de Montesinos, Madrid, 1872.)

En cuanto a las relaciones de meros quipocamayos (como el Catari invocado por el padre Oliva), Tschudi explica muy bien en su Contribución para el estudio de la arqueología y lingüística del Perú antiguo (Viena, 1891), las razones de la escasa confianza que debe prestárseles. No estando interesados de igual modo que los orejones o incas en retener después de la conquista los comentarios verbales que eran la indispensable clave de los quipos históricos, los dejaron caer en olvido ; y suplieron con mentiras la ciencia que ya les faltaba. Pero estas consideraciones no son aplicables, naturalmente, a los quipocamayos del Cuzco, que vivían en el foco de los recuerdos incaicos. De estos quipacamayos cuzqueños existe una valiosa información, que hemos de utilizar en nuestro estudio, hecha en 1542 por mandado de Vaca de Castra. La publicó Jiménez de la Espada (Una antigualla peruana, Madrid, 1892), no en la redacción original, hoy perdida, sino en el resumen que de ella compuso el año de 1608 un cierto fray Antonio, probablemente fray Antonia Calancha.

(12) Libro I, cap. XIX de la primera parte.

(13) Compárase la parte relativa al Perú de las Repúblicas del Mundo, de Román, con el fragmento de la Historia de las Casas publicado por Jiménez de la Espada bajo el titulo de Las antiguas gentes del Perú y que, como el mismo Jiménez de la Espada lo comprueba, no es sino una transcripción, con ligeras variantes, de un manuscrito de Molina.


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